Hay una caracterización compartida en buena parte de la escena activista a la hora de determinar las limitaciones del progresismo aún gobernante en España y ya saliente en Argentina. Más allá de las diferencias evidentes entre ambas sociedades, se coincide en definir la política progresista como aquella que traduce el antagonismo radical en una serie de demandas y derechos compatibles con el sistema. Esta operación se complementa con una lectura de la vida social en términos de identidades particulares, soslayando deliberadamente el eje de clase. Este enfoque en común permite entender una serie de intervenciones de los gobiernos de ambos países que fueron eficaces para contener los últimos desafíos al orden (rebeliones del 2001 y el 15M) dentro de los marcos de la democracia representativa.
Entre las similitudes más evidentes entre ambos procesos aparece una secuencia histórica que se presenta de manera parecida: una crisis económica, política y social que permite la emergencia de un sujeto que no estaba previsto en el período de “normalidad” anterior. En Argentina este diagnóstico se verifica en la crisis de diciembre del 2001 con la aparición en primer término de los movimientos de desocupadxs y, un poco más tarde, de las asambleas barriales y las fábricas recuperadas. Estos movimientos, si bien recuperan métodos de lucha anteriores, representan la realización de alternativas posibles a una escala nacional que no se habían desplegado anteriormente. En España la secuencia abierta por el 15M permite la emergencia de un sujeto que no preexistía a la crisis y que se organizó en esas condiciones concretas. En ambos casos, asistimos a un despliegue breve pero intenso de una democracia de base y callejera, que se plantea como una alternativa al sistema de elección periódica de representantes.
La intensidad y la escala de estas crisis, sin duda, difieren. La crisis argentina derivó en una rebelión popular que derribó a un gobierno elegido por el voto, fortaleció al movimiento emergente e hizo estallar el sistema tradicional de partidos. Al otro lado del océano, la crisis pudo ser absorbida por el sistema representativo, lo que desplazó la escena política del palacio a la calle reconfigurando el paisaje electoral con la aparición de nuevas fuerzas a izquierda y derecha de los partidos tradicionales.
No sorprende la elasticidad que demostró la actuación de estos gobiernos. Trabajamos con el supuesto de que en el capitalismo, los aparatos de Estado son absolutamente necesarios e inherentes a su funcionamiento. A su vez, verificamos que estas crisis suelen ser diferentes porque responden a modelos de realización de una axiomática capitalista que se adapta según los desafíos que le plantea la clase trabajadora en cada situación concreta. La flexibilidad estatal es grande pero tiene un límite muy definido, no tolera que se cuestione bajo ningún concepto el régimen de propiedad y la explotación social que le es necesaria. Por eso, en ambos países, los gobiernos progresistas respondieron con un mecanismo consistente en transformar las apuestas radicales en mínimas reparaciones económicas o en derechos que no afectan sino más bien complementan el orden de los propietarios.
La cantidad de derechos que los gobiernos otorgan suele ser directamente proporcional al grado de movilización de la sociedad afectada
Estos gobiernos coincidieron en servirse así de la energía de los movimientos sociales y transformarla en una herramienta para relegitimar una representación política que había sido fuertemente cuestionada en el curso de las crisis. El otorgamiento de derechos fue una respuesta común en ambas orillas. Pero en el caso argentino, la expansión exponencial de la pobreza hizo que al otorgamiento de derechos se agregara una gestión estatal centrada en la entrega masiva de planes sociales a los movimientos de desocupadxs. Postulamos que la cantidad de derechos que los gobiernos otorgan suele ser directamente proporcional al grado de movilización de la sociedad afectada. Quizás sea por esto que una Argentina —siempre movilizada— constituye una excepción en materia de derechos en América Latina, un continente donde las leyes que encarcelan a genocidas, permiten el aborto, el matrimonio igualitario o el reconocimiento de la identidad de género son prácticamente inexistentes. Y si bien algunos de estos derechos ya existían en España, esto no impidió que las políticas neoprogres coincidieran con las argentinas en la misma senda de una ampliación de derechos que convive con el incremento de la explotación.
Las políticas neoprogres coincidieron con las argentinas en la misma senda de una ampliación de derechos que convive con el incremento de la explotación
Las iniciativas de estos gobiernos habitan un suelo común cuando se proponen paliar la desigualdad económica e intervenir con vocación de reparación en el plano de los vínculos sociales. A la hora de abordar esta desigualdad se interpela a los colectivos sociales como víctimas individualizadas que requieren de la asistencia de un Estado que se presenta como una entidad neutral entre las clases y no como el capitalista colectivo que produce (y vive de) esta misma desigualdad. De manera parecida, cuando se abordan cuestiones sociales, el aparato de Estado se proyecta como el gran protector contra las violencias e imprime un sesgo fuertemente moralizador a sus políticas.
La Ley y el deseo
En el caso argentino que es el que nos involucra directamente y más específicamente en las escuelas del conurbano bonaerense, los docentes podemos dar un testimonio más directo sobre cómo operan entrelazadas estas políticas progresistas.
En las primeras décadas de este siglo, los gobiernos kirchneristas montaron una enorme máquina social que transformó los desafíos al orden (específicamente el del 2001) en una serie de detalladas demandas ciudadanas. Para este operativo de reeducación “a cielo abierto” se valieron sobre todo de las instituciones escolares cuya capilaridad cubre buena parte de la extensa geografía nacional. Los contenidos curriculares de las materias se orientaron a promover la ciudadanía, al punto que se destinó una buena parte de la carga horaria a materias como “Construcción ciudadana”, “Trabajo y Ciudadanía”, “Política y Ciudadanía”, entre otras. De este modo, se trataba (aún se trata) de conjurar el trauma del 2001 enseñando a protestar de maneras civilizadas. Como parte de las políticas sociales que pretendían combatir la violencia de género puesta en primer plano por un poderoso movimiento feminista, se promulgó una ley de Educación Sexual Integral (ESI) que se incluyó como eje transversal en todos los niveles de la educación estatal y privada. Los contenidos en la primaria se demostraron eficaces en la medida en que ayudaron a reducir los abusos intrafamiliares y promovieron una cultura del cuidado, en el nivel secundario, en cambio, las clases adquirieron un fuerte tinte moralista.
La visión que el Estado brindaba de la vida sexual enfatizaba los aspectos vinculados a la enfermedad y al abuso
Durante unos cuantos años como profesor en el conurbano bonaerense tuve la ocasión de conocer cómo acogían la educación sexual algunos cientos de estudiantes de escuela secundaria. Un ejemplo puede ilustrar este punto. Después de tres horas de clase de ESI, solicitaba a las estudiantes que anotaran en el pizarrón cuatro palabras que resumieran la experiencia que habían vivido en esas horas. Invariablemente, a lo largo de varios años y en distintos cursos, las palabras que se repetían eran: “enfermedad”, “muerte”, “embarazo no deseado” y “violación”. Esta era la lectura que hacían estudiantes que rondaban los 18 años y que, de forma contradictoria, estaban experimentando con entusiasmo su sexualidad. La visión que el Estado brindaba de la vida sexual enfatizaba los aspectos vinculados a la enfermedad y al abuso. Lo que coincidía punto por punto con la percepción que de este asunto tenían los Ministerios de Salud y Seguridad. La visión ministerial pensaba la sexualidad como un peligro e interpelaba a lxs estudiantes como seguras víctimas (o victimarios). Paradójicamente es el Mercado a través de la pornografía quien promueve la sexualidad como vinculada al placer. Claro que lo hace con una mirada brutalmente patriarcal. Lo cierto es que en esta temática, en ningún caso es considerada la posibilidad de un punto de vista propio de las personas involucradas. Y este punto de vista existe, es fruto de una huella que dejó entre las personas jóvenes el paso de un movimiento de mujeres que se hizo masivo y popular a partir del protagonismo femenino en los cortes de ruta y asambleas populares del 2001. Es particularmente evidente para quien transita las aulas que se vive la sexualidad de un modo más igualitario que en las generaciones anteriores.
Precisamente con el objetivo de contener esa crisis de principios de los 2000, las escuelas pasaron a concentrar una serie de funciones que antes les eran desconocidas, no solo las que refieren a la educación sexual sino también las que se pretenden reparadoras de la desigualdad. Es así que en todos los niveles educativos los estudiantes reciben una comida (a veces es el único plato fuerte de su jornada). Esta fue la respuesta del gobierno a las demandas de alimentos que se expresaron primero en saqueos y luego en la emergencia del movimiento de desocupadxs.Esta respuesta fragmenta a la clase que se organiza para sobrevivir, reduciéndola a una suma de individuos a ser reparados.
Monsters, Inc.
Argentina a veces aparece como un lugar de experimentación en el terreno político y en esta ocasión, del laboratorio parece haberse escapado un monstruo. Sin embargo, Milei, es nuestro monstruo, uno concebido a lo largo de décadas en las entrañas del régimen progresista. Un episodio clave en su gestación fue el estado de excepción. Como en otros países, pero particularmente acentuado en el caso del nuestro, el gobierno progre se olvidó de los derechos y decretó un confinamiento que suspendió las libertades democráticas más elementales. La izquierda partidaria, después de algunas dudas, terminó apoyando sin reservas el estado de sitio. A esto se suma un movimiento autónomo que, incluso antes que la izquierda partidaria, ya se había subsumido al posibilismo progresista, renunciando al ejercicio de la autonomía de clase.
El movimiento autónomo se subsumió al posibilismo progresista, renunciando al ejercicio de la autonomía de clase
En un campo trazado con estas líneas, el lugar de la lucha por las libertades y la resistencia al autoritarismo fue ocupado por un conglomerado de manifestantes con un imaginario que localiza en el Estado un enemigo del desarrollo de un capitalismo de mercado. En este caldero se cocinó el mileísmo que supo interpelar políticamente a los sectores sociales más castigados por la deriva inflacionaria y precarizadora, que fue la forma que adoptó el ataque a las conquistas de los trabajadores en las etapas finales del progresismo. Paradójicamente la precarización de la fuerza de trabajo que fue política de estado del kirchnerismo terminó generando el sujeto social que lo enterró. Así como las políticas de Estado interpelaban a los trabajadores como un colectivo de víctimas pasivas que deben ser reparadas, el mileísmo interpela a la clase como una suma de activos emprendedores individuales que compiten entre sí y que se autoperciben empresarios (de sí mismos). Quizás esta sea la manera local de vivir el pasaje de una sociedad disciplinaria sustentada en el estado a la sociedad de control donde el dominio se interioriza y el deseo se tramita en el mercado, algo que ya sucedía a nivel global.
Lo cierto es que este proceso no ocurre sin resistencia, y en las crecientes movilizaciones de estos días ya nadie se auto percibe víctima y mucho menos empresario. Las organizaciones políticas y sociales muy acostumbradas al pacto y la negociación no encuentran interlocutores en el gobierno ni logran demasiada adhesión entre quienes enfrentan al gobierno en las calles. No hay un liderazgo claro en la protesta y empieza a darse una composición inesperada de sectores que se unifican por objetivos puntuales a través de convocatorias random. Algo parecido al 2001. Dicen que el pensamiento se activa cuando los cuerpos están en movimiento. Quizás esta vez del laboratorio social emerja una figura que, sostenida en el tiempo, pueda configurarse como una alternativa a distancia del Estado y el Mercado.