Y Yolanda salió rana: la izquierda tras la elecciones europeas

por | Jun 25, 2024 | Análisis

A mayor debilidad electoral y de los aparatos, mayor necesidad tendrán de capturar fuerzas externas a sí mismos, reclamándose como agentes mediadores y representantes de las luchas y movimientos

Cuando Pablo Iglesias designó como sucesora a Yolanda Díaz, quedó reflejado, una vez más, el grado de delegación y presidencialismo en el que había desembocado la nueva política. Corría el mes de marzo de 2021, cuando Yolanda fue aupada a la condición de promesa como futura presidenta del gobierno. Sobra decir, que como su predecesor, se lo creyó y actuó en consecuencia. De nuevo se pasó por alto que todo proceso político debe tener una base más allá de la propia estructura de partido. Apenas tres años después Yolanda ha dimitido. Otro juguetito roto de ascenso y descenso meteóricos.

El análisis de las últimas elecciones europeas está todavía por hacer. Reducido al estrecho marco de la reconstrucción de los aparatos partidistas y sus lógicas de representación, se daba por hecho que la clave de la crisis de la izquierda estaba en cierto liderazgo fallido y una recombinación desacertada de siglas y aparatos. Las reacciones delatan un estado de cosas en el que todo va regular: Yolanda con su «yo dimito, pero no»; Izquierda Unida partiendo peras y pidiendo fraternalmente a Jaume Asens que deje paso a Manu Pineda; Podemos aprovechando el sorpaso catalán y sus dos diputadas para reaparecer con una vida extra en la contienda. Como era de esperar, una vez más, todos han salido tarifando: Podemos, Sumar, Izquierda Unida y sus distintos aliados territoriales como Más Madrid, Compromis y (los más tocados) los Comuns.

El gobierno de los campeones de los derechos sociales y la igualdad, de las defensa de los más pobres y del acceso a la vivienda mienten por igual en la defensa de sus conquistas

Muy lejos de los 2,25 millones de votos conseguidos en las europeas de 2019 por Unidas Podemos, por no hablar de los topes máximos en elecciones generales alrededor de los 5,5 millones, los 1,38 millones reunidos entre Sumar y Podemos en 2024 saben a derrota largamente mascada. Ahora las tareas se acumulan: mantener las posiciones conquistadas aquí y allá mientras se recompone la situación, o dar imagen de paz en medio de una auténtica lluvia de fuegos cruzados. Todo ello mientras se da la batalla por capitalizar, ya de forma muy marginal, las presuntas mejoras sociales de los gobiernos “más progresistas de la historia”. Efectivamente, tanto Podemos como Sumar tienen un punto de consenso: su defensa cerrada tanto de las medidas del escudo social, como de la Ley de vivienda, quizás la ley más publicitada y también la más inútil de todas. Además, tras su publicación, los desahucios aumentaron en el conjunto del Estado un 12 % en el primer trimestre de 2024, al tiempo que se conocía que la pobreza en España había subido en el 2023. En pocas palabras, el gobierno de los campeones de los derechos sociales y la igualdad, de las defensa de los más pobres y del acceso a la vivienda mienten por igual en la defensa de sus conquistas.

Las soflamas expresadas en los mítines y en las redes no se sostienen cuando se analizan las políticas concretas impulsadas por los gobiernos progresistas. En cierto modo, estas resultan proporcionales a la separación de los sectores más precarios y de menor renta de la sociedad respecto de la propuesta política de Sumar. Las encuestas poselectorales del CIS permiten entender esta contradicción. El barómetro tras las elecciones generales de julio de 2023 indicaba, por ejemplo, que Sumar era el partido con mayor concentración de voto entre «profesionales, científicos e intelectuales. De hecho, el 66 % de sus votos procedían de los estratos laborales más cualificados y solo un 4,1% de sus votantes de empleados no cualificados.

Sin embargo, y aquí está el dato más curioso, si consideramos las respuestas subjetivas —que vienen definidas por el propio entrevistado—, vemos que más de la mitad de sus votantes se consideraban de clase media baja, clases bajas, pobres o proletarios. Esto contrasta con el hecho de que el 56,5 % de quienes depositaron su voto por Sumar tenían estudios universitarios, siendo el partido estatal con mayor número de votantes de este nivel educativo a 6,4 puntos del siguiente, el Partido Popular.

En definitiva, algo falla en las nuevas izquierdas. La mayoría de votantes de Sumar considera que pertenece a las clases más desfavorecidas. Pero la inmensa mayoría tienen estudios superiores y ocupan los puestos más elevados de la escala laboral. Quizás por este motivo, un problema tan central como es el de la vivienda, aparece entre los tres principales problemas de España tan solo en un 4,5 % de los votantes de Sumar, aunque el paro y la precariedad laboral sí se encuentra entre sus principales preocupaciones. En conjunto, el perfil de Sumar parece el de un votante ya no tan joven, de clase media, con estudios universitarios, de izquierdas, en muchas ocasiones propietario y que se reivindica como perteneciente a una clase que probablemente no sea la suya. En casi todo coincide con el perfil del protagonista del 15M.

A la luz de estos datos, podría parecer que el votante medio de la nueva política tiene algo de fantasía proletarista

A la luz de estos datos, podría parecer que el votante medio de la nueva política tiene algo de fantasía proletarista, aun cuando materialmente no responda a ese perfil. Clases medias profesionales, ideológicamente a la izquierda y bien integradas económicamente en el reparto del sistema. Sin lugar a la sorpresa, estructuras de representación como Sumar, que hablan en nombre de los más pobres, no hacen sino apuntalar su propio estatus dentro de las políticas de progreso.

Dos notas sobre el futuro de la izquierda

Pero se nos plantea una pregunta: ¿era el perfil de votante de Podemos similar al del partido de Yolanda Díaz? Si volvemos sobre los datos del CIS, tras las elecciones de 2015, durante los años dorados Podemos, encontramos que también en Unidas Podemos la percepción mayoritaria de sus votantes era la de pertenecer a las clases medias bajas, bajas, proletarias y trabajadoras. Si bien solo el 10,2 % eran trabajadores no cualificados, mientras que más del 54 % podrían ser encuadrados entre las clases medias-altas y los trabajadores altamente cualificados, y otro 40% se ubicaba entre las clases medias o medias-bajas más convencionales (técnicos y empleados). De forma muy parecida a Sumar, casi el 50% de sus votantes tenían estudios superiores.

Otro dato relevante es que en el lapso de tiempo que va de 2014 a 2024, es entre los parados y los sectores de menor renta, donde se ha producido el mayor desgaste electoral de estas candidaturas. Aun cuando, la condición invariable del perfil de voto desde Podemos a Sumar es el de un votante de clase media o media-alta, universitario, con cierta posición social que se sitúa bastante a la izquierda ideológicamente y que tiene cierta autopercepción de pertenecer a las clases trabajadoras e incluso de carácter obrerista.

Podemos-Sumar quedó rápidamente reducido a una arena de luchas de facciones y mircroaparatos

En esta contradicción entre clase objetiva y matriz ideológica reclamada hay dos elementos explicativos centrales. La desarticulación desde primera hora de lo que en su momento se llamó el movimiento popular, es decir, las bases de Podemos y la movilización social en términos más amplios. Abandonado por la mayor parte de «los de abajo», en los cainitas procesos de primarias internas, en el gobierno vertical del partido, en la destrucción de los círculos, Podemos-Sumar quedó rápidamente reducido a una arena de luchas de facciones y mircroaparatos. Progresivamente sus cuitas dejaron así de tener valor político, y fueron vistas como lo que son: la disputa interna por posiciones de representación menguantes entre distintos bandos de una clase política de izquierdas. Este proceso de degeneración se ha vuelto irreversible. Con lo existente no hay posibilidad de reconstruir una opción de izquierda mínimamente creíble para que pueda operar con cierto éxito electoral. Como ocurrió con IU, el futuro pasa por hacer borrón y cuenta nueva con la llamada nueva política y darle al botón de reiniciar.

De hecho, las opciones que le quedan a esta izquierda son pocas, apenas dos. La primera, la elegida por Unidas Podemos en sus pactos de gobierno de la legislatura pasada –y que no ha podido reeditar en esta– y refinada con matices más genuinamente socialdemócratas por Comuns, Más Madrid y Sumar, les obliga a quedar subordinados al PSOE. Ser muleta y el consorte más o menos díscolo de un bloque progresista que acompaña los procesos de estabilización política del nuevo bipartidismo, configurado en torno a dos bloques (neoprogresista y derechista), que serán invariablemente liderados por PSOE y PP. Todo ello con una fuerza electoral cada vez más mermada.

La segunda opción es la que han abierto las elecciones europeas. Con el proceso de Sumar herido muerte y con la apuesta de Podemos por una nueva recomposición de su espacio electoral, volveremos a vivir un nuevos arreglo entre las «élites» y los microaparatos de los notables de izquierdas dirigido básicamente a poder sobrevivir en la jungla electoral. Previsiblemente este no contará con más fuerzas que un puñado de cuadros, sus plataformas de comunicación y la visibilidad de sus caras más conocidas.

Ahora el problema central para una política de movimientos, que se pretenda viva y que busque la constitución de nuevas formas políticas, es saber ubicar los nuevos problemas que necesariamente se van a plantear en el nuevo escenario

Así pues, en este eterno «más de los mismo» no parece que se puede esperar mucho de la guerra entre unos y otros. Ahora el problema central para una política de movimientos, que se pretenda viva y que busque la constitución de nuevas formas políticas, es saber ubicar los nuevos problemas que necesariamente se van a plantear en el nuevo escenario. Sin más materia viva que la que se mueve en las luchas y sin las legitimidades que ahí se producen, ninguna de las opciones lograrán resucitar una mínima apariencia de autenticidad o de sinceridad en su propuesta política. Solo así se entiende la guerra abierta entre los partidos “a la izquierda” del PSOE por ser cada vez más cercanos a tales o cuales propuestas, reunirse con unos y otros portavoces de determinados movimientos o alimentarse de figuras que puedan servir de mediación, que representen algo distinto al elenco de actores y actrices ya residentes desde hace mucho en cada una de estas estructuras de partido.

 Sencillamente es tiempo de mandar a los infiernos a todos los que pensaron que algún día podrían representarnos y gobernarnos

La ecuación es, por tanto, sencilla. A mayor debilidad electoral y de los aparatos, mayor necesidad tendrán de capturar fuerzas externas a sí mismos, reclamándose como agentes mediadores y representantes de las luchas luchas y movimientos. También tratarán de capturar y recuperar programas, ideas y propuestas que aquí o allá expresen las luchas y protestas. En este marco, no parece el momento de aceptar estos cantos de «o nosotros o la catástrofe», o de dedicar demasiado tiempo a estas luchas de notables y aparatos. Tampoco parece el momento de buscar soluciones a sus problemas, como la de proponer la unidad de la izquierda o la de articularse en torno a no se sabe qué plataforma alrededor de Sumar o Podemos. Se trata simplemente de confiar en las propias fuerzas y capacidades de construcción política que permitirá la crisis, en las formas institucionales autónomas que se podrán generar en ellas. Sencillamente es tiempo de mandar a los infiernos a todos los que pensaron que algún día podrían representarnos y gobernarnos.

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Se trata de poner el problema de los grupos en el centro. No tanto para pensar cómo nos organizamos, sino para pensar por qué a veces no queremos organizarnos, por qué hay organizaciones que nos separan o nos entristecen y por qué, aunque nos organicemos, no opera ningún cambio en nuestras formas de vida.

Feminismo de cuello blanco

Las políticas estatales de los últimos años son insuficientes a la hora de abordar los problemas estructurales relacionados con la conciliación, la violencia de género y las condiciones laborales. Las medidas que proponen benefician solo a sectores privilegiados mientras excluyen a las trabajadoras más vulnerables y precarias.

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