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Publicado originalmente en Abolitionist Futures.
En 2021, Rebecca Solnit dijo: «hace falta todo un pueblo para violar a una mujer». Se refería a Harvey Weinstein. Lo decía metafóricamente: por cada «hombre malo» hay infinidad de otras personas, de todos los géneros, que le dejan hacer o, al menos, que aceptan mirar para otro lado.
En 2020, sin embargo, el papel del pueblo se hizo carne cuando Gisèle Pelicot se dio cuenta de que su marido Dominique la había drogado y violado a escondidas en numerosas ocasiones durante la década anterior. Dominique también había utilizado el foro web à son insu (sin que ella lo supiera) para invitar a más de setenta hombres, muchos de ellos de la localidad, a violar a Gisèle mientras estaba inconsciente. La mayor parte de estos hechos ocurrieron en la casa de la pareja, en el pintoresco pueblo francés de Mazan.
A los pies del Mont Ventoux, a cinco kilómetros de Carpentras, la pequeña ciudad de Mazan cuenta con numerosos viñedos y huertos. También es tierra de trufas. Se beneficia de un interesante patrimonio histórico y sus alrededores están llenos de senderos que invitan a descubrir esta campiña tan típica de la Provenza.
Se necesita todo un pueblo para violar a una mujer» es un juego de palabras con el proverbio «se necesita todo un pueblo para criar a un niño». El proverbio indica que la reproducción social individualizada moderna no es adecuada para su propósito, y compara esta forma de crianza con las formas de organización colectiva —tanto históricas como contemporáneas— propias de sociedades no capitalistas.
Sin embargo, «hace falta todo un pueblo para violar a una mujer» plantea algo distinto. En primer lugar, sugiere que las colectividades también pueden ser peligrosas y casos como el de Pelicot —así como la abundante evidencia de abusos sexuales en familias, iglesias, el ejército, escuelas, universidades y parlamentos— lo confirman. En segundo lugar, y a un nivel más profundo, esta frase insinúa que existe algo tradicional, e incluso natural, en la conspiración de silencio que rodea a la violencia sexual. Yo no lo creo.
El patriarcado se remonta a la Antigüedad, o incluso es anterior. También hay pruebas prehistóricas de violencia contra cuerpos que ahora se definirían como femeninos, parte de la cual podría haber sido de carácter sexual. Sin embargo, la violencia sexual no ha sido un fenómeno universalmente extendido ni sistemático en todo tiempo y lugar.
El colonialismo moderno se apoyó especialmente en la violencia sexual como una de sus técnicas de terror
La violencia sexual globalizada tiene un cierto aroma a modernidad. Fue la intervención del capitalismo racial en el «mundo aldeano» —ya fuera indígena o medieval— la que abrió paso al actual sistema mundial, depredador tanto en términos económicos como sexuales. El colonialismo moderno se apoyó especialmente en la violencia sexual como una de sus técnicas de terror. Del mismo modo, la transición al capitalismo en Europa se consolidó mediante una violencia brutal contra las mujeres. Estos procesos marcaron también un giro hacia sociedades en las que la violencia sexual se volvió más frecuente, normalizada y socialmente tolerada.
Un paseo por el corazón de la ciudad, accesible por las monumentales puertas, permite descubrir sus tesoros. Mazan ha conservado parte de sus murallas de los siglos XII y XIV. El cementerio también es un lugar de interés: está rodeado de sarcófagos de piedra de los siglos VI y VII, que antaño bordeaban la antigua carretera Carpentras-Mormoiron. La Capilla de los Penitentes Blancos, del siglo XVII, alberga un museo popular que presenta diversos aspectos de la vida rural tradicional de antaño.
Hay evidencia de que el capitalismo racial introdujo la violencia sexual en poblaciones donde no era una práctica cotidiana ni extendida
Es importante no romantizar las sociedades precoloniales y precapitalistas como libres de violencia. Sin embargo, hay evidencia de que el capitalismo racial introdujo la violencia sexual en poblaciones donde no era una práctica cotidiana ni extendida. ¿Cómo ocurrió?
En primer lugar, el colonialismo impuso una interacción compleja entre género y raza. A los hombres indígenas se les elevaba localmente mediante la imposición del patriarcado, pero eran emasculados en términos generales por la supremacía blanca. Esta combinación resultó ser un caldo de cultivo ideal para el aumento de la misoginia y la violencia sexual en las poblaciones colonizadas, lo cual a su vez alimentaba la idea del «salvaje» sexualmente violento.
Mientras el colonialismo brutalizaba sexualmente a las poblaciones, construyéndolas como amenazas sexuales, el género burgués se imponía en Europa a través de las cazas de brujas de la Edad Moderna. Esta campaña de tortura sexualizada destruyó el poder de las mujeres en la Edad Media, reformulando las relaciones de género para ponerlas al servicio de la producción en el capitalismo racial.
La imposición del capitalismo en Europa marcó el paso de un poder patriarcal más constreñido a un poder patriarcal absoluto
Durante dos siglos de terror, las cazas de brujas cimentaron tres pilares clave del capitalismo. Primero, una separación estructural entre producción y reproducción que hizo a las mujeres responsables en exclusiva de esta última. En segundo lugar, impuso un modelo de feminidad derrotado y pasivo que naturalizaba la opresión de género. Y en tercer lugar, generó una misoginia cultural rampante que facilitaba el divide y vencerás. Al igual que en las colonias, la imposición del capitalismo en Europa marcó el paso de un poder patriarcal más constreñido —supervisado y regulado por la comunidad— a un poder patriarcal absoluto, donde el hogar del hombre se convirtió en su reino.
Como el patriarcado, la violencia doméstica (a menudo sexual) es anterior al capitalismo racial. Pero cuando la aldea dio paso a la metrópoli, el patriarcado doméstico quedó oculto y protegido en una unidad familiar privatizada. También contribuyeron a intensificar la violencia patriarcal las ideologías del género binario y del amor concebido como una relación diádica y posesiva. “La maté porque la amaba” reza el dicho apócrifo.
La familia nuclear capitalista racializada puedo ser (y es) horriblemente, interminablemente violenta
Se esperaba que los hombres de la Edad Media gobernaran hogares ”ordenados correctamente», donde la violencia solo se usaría de ser necesaria. La violencia doméstica se consideraba un abuso de poder, y si ocurría, la comunidad intervenía con frecuencia. Cuando el capitalismo racial separó lo público de lo privado hizo un agujero en esta red de seguridad. La familia nuclear capitalista racializada puedo ser (y es) horriblemente, interminablemente violenta.
Estos hechos históricos desafían la idea de que la violencia sexual sea intrínseca al parentesco y a la dinámica de grupo. También podemos ver que las instituciones, corporaciones y enclaves del capitalismo racial moderno no son comunidades funcionales. Harvey Weinstein acumuló un poder inmenso en una industria ostentosa y despiadada; quienes le rodeaban eran corruptibles y/o tenían miedo. Y aunque el pueblo de Gisèle Pelicot, Mazan, vende su herencia medieval, cuando se cierran las persianas, los pueblos contemporáneos pueden ocultar más alienación que conexiones humanas.
En la comunidad de 6.400 personas de Mazan, que incluye a quienes se desplazan a Aviñón para trabajar o se jubilan desde París, los Pelicot no eran muy conocidos ni participaban en asociaciones locales. A veces se veía a Dominique Pelicot en bici los fines de semana, con un perrito en la cesta, y en ocasiones jugaba a la petanca, pero en general era reservado.
Gisèle Pelicot no conocía a los presuntos violadores identificados por la policía. Declaró ante el tribunal que solo había reconocido a uno de ellos, un hombre que había ido a hablar de ciclismo con su marido en su casa de Mazan. «Lo veía de vez en cuando en la panadería; le saludaba. Jamás imaginé que vendría a violarme», dijo. Más tarde se supo que uno de los presuntos violadores había trabajado en un supermercado en Carpentras. Otros fueron invitados por Pelicot a observar a su esposa durante la compra semanal para ver si les resultaba atractiva.
«No mirar hacia otro lado» en la modernidad suele significar denunciar un delito ante las autoridades competentes.
En comunidades capitalistas atomizadas, alienadas o incluso enfrentadas es habitual mirar hacia otro lado. Y si uno se niega a hacerlo, a menudo se encuentra despojado de las capacidades y recursos para intervenir de forma comunitaria. Esto se debe a que el capitalismo racial privatizó tanto la violencia sexual como las formas de enfrentarla. A medida que la rendición de cuentas comunitaria se debilitó, nos convertimos en clientes del sistema. Por eso, «no mirar hacia otro lado» en la modernidad suele significar más bien denunciar un delito ante las autoridades competentes.
En 2020, el mismo año en que salió a la luz el caso de Gisèle Pelicot, una mujer fue violada a plena luz del día en un tren de la línea Piccadilly de Londres. Se había quedado dormida y se le pasó la parada. El hecho ocurrió frente a un horrorizado turista francés, que no intervino. Sin embargo, después llamó a la policía y más tarde regresó al Reino Unido para testificar en el juicio.
Este caso es una buena metáfora de cómo todas las personas afrontamos el daño sexual. Es menos probable que intervengamos, que que denunciemos el incidente a posteriori.
Sin emitir juicio alguno sobre ese hombre, que iba acompañado de su hijo de 11 años cuando ocurrió la violación, este caso es una buena metáfora de cómo todas las personas afrontamos el daño sexual. Es menos probable que intervengamos, que que denunciemos el incidente a posteriori. Esto ocurre a lo largo de todo el espectro: desde las violaciones más violentas, pasando por el acoso callejero, hasta lo que sucede en las universidades y otras instituciones: al final se acostumbra a denunciar cuando sería más eficaz una conversación difícil. La fe (o la esperanza) en los sistemas autoritarios parece inquebrantable, pese a las abrumadoras pruebas de que no sirven para protegernos: al final, el clientelismo y la alienación son dos caras de la misma moneda.
Dominique Pelicot y muchos de sus cómplices ya habían sido investigados por la policía, y algunos tenían antecedentes por violencia contra las mujeres. Entre ellos había un funcionario de prisiones y exagente de policía, un militar y tres exmilitares, un bombero y un enfermero. No obstante, lograron organizarse a partir de fantasías colectivas de violación, a través de plataformas digitales hipermodernas propiedad de señores tecno-feudales que se enriquecen con el abuso online.
Para Gisèle Pelicot, la misoginia monetizada en red se aunó con la privacidad burguesa, las relaciones de propiedad generizadas (algunos agresores afirmaban creer que el consentimiento del marido bastaba), la inacción policial y la miopía vecinal, para crear una pesadilla. Pesadilla que se materializó en el territorio medievalesco de Mazan, y que se gestó en una aldea del ciberespacio.
Estos dos espacios pueden parecer radicalmente distintos. Pero su interacción en el caso Pelicot sugiere que ambos son dos caras de la alienación tardocapitalista. Si hace falta toda una aldea para violar a una mujer —o quizá más de una—, no es porque la violencia sea algo natural, sino que se debe a las complicidades ambiguas y las alianzas tóxicas que surgen de las relaciones socioeconómicas modernas. Si queremos acabar con la violencia sexual, es fundamental empezar por aquí.
A los amantes del vino, el Domaine de Fondrèche les ofrece una parada para visitar el viñedo y la bodega. Por último, el mercado de hierbas de los lunes por la mañana y el de productores, todos los sábados por la mañana de abril a octubre, invitan a descubrir los productos locales.
«Todo esto es absolutamente atroz, dijo una maestra jubilada de 76 años, nacida en Mazan en una familia de agricultores de cerezas, que había sido profesora en la escuela local. «¿Cómo es posible que tanta gente haya estado implicada sin que nadie supiera lo que estaba pasando?»
Las citas en cursiva proceden de este artículo de The Guardian de Angelique Chrisafis y de provenceholidays.com.