En los primeros cinco meses de 2025, al menos doce migrantes murieron cada día de camino al estado español. Una persona cada dos horas. Solo en 2024, la cifra superó las 10.000 personas. Más allá del ruido del constante show electoral europeo, diariamente se asesina a personas de camino al continente. Olas y dunas se convierten en verdugos de Europa. Estas cifras rara vez figuran en nuestros debates políticos o análisis sociales. Pero su magnitud exige que entendamos este fenómeno como un componente estructural de las formaciones sociales europeas –se estima que el número de muertos asciende al menos a 45,000 desde 2014–. La barbarie no amaina. On n’oublie pas.
Aunque se denuncian con insistencia las masacres, desde los movimientos sociales se han ofrecido pocas explicaciones sobre el porqué del fenómeno. Se condena a veces en términos morales, como crisis de los «valores europeos» y de «derechos humanos»; otras veces mediante términos abstractos como «necropolítica». Pero ¿cómo entender este fenómeno más allá de la denuncia moral, desde la economía política del sistema mundo? ¿Por qué sucede, y qué papel juega en la fase actual del capital y del imperialismo?
Las muertes de migrantes son un ejemplo paradigmático de lo que Engels denomina asesinato social
Las muertes de migrantes son un ejemplo paradigmático de lo que Engels denomina asesinato social: una muerte «menos por comisión que por omisión», pero «tan violenta como la muerte por la espada o por la bala». A escala masiva e ininterrumpida, el asesinato social asciende a genocidio. La intención importa poco cuando no escampa la masacre. He aquí pues la premisa tácita de toda la política europea: el genocidio migratorio.
Es hora de que entendamos este fenómeno de forma estructural. ¿Por qué mueren tantos hermanos en el mar, el desierto, el bosque, la frontera?
El capital es incapaz de mantener a la mayoría mundial
Cuando el capitalismo aparece en la escena de la historia, se encuentra con sociedades abrumadoramente rurales. La transición a las relaciones capitalistas en Europa comenzó con la expulsión masiva de campesinos de sus tierras, separándolos de sus medios de subsistencia y obligándolos a trabajar por un salario. La masa de campesinos expulsados nutrió las filas de las emergentes industrias, satisfaciendo su demanda de mano de obra e iniciando la urbanización de las sociedades europeas.
La producción capitalista no fue capaz de reabsorber y emplear a todas las personas a las que había desposeído
Sin embargo, muchos de los expulsados quedaron sin trabajo, convertidos en «sobrantes» por las incipientes relaciones sociales. La producción capitalista no fue capaz de reabsorber y emplear a todas las personas a las que había desposeído. Surgieron «clases peligrosas», creció la inestabilidad política y la paz social del continente se vio amenazada. Pero las clases dominantes de Europa encontraron una solución: hacer sitio para su «población excedente» en sus colonias, donde el genocidio iba liberando medios de subsistencia para las excluidas clases europeas. La colonización fue la solución del capital a su incapacidad para garantizar la reproducción social de (también) sus súbditos metropolitanos. Las contradicciones internas se exportaron al Nuevo Mundo, restableciendo así la «paz» y el orden en el continente.
Esto hizo parecer que la cuestión agraria de Europa «se había resuelto». La transición a formaciones sociales urbanas basadas en el salario pareció pues «exitosa»: se podía mantener a raya el desempleo al tiempo que crecía la producción y la prosperidad. He aquí el relato de éxito con el que se narra el propio capital: su modelo de desarrollo, presume, puede sustituir el estancamiento y dureza de las sociedades campesinas por un sistema que mejora la vida de la mayoría.
El modelo se convirtió en evangelio. Sociedades de todo el mundo podían seguirlo para «desarrollarse». Colonialistas de todo tipo utilizaron este relato para justificarse. Incluso algunos marxistas –los fundadores de la socialdemocracia– se mostraron abiertamente a favor de este modelo, profetizando que, al igual que en Europa, el campesinado mundial acabaría desapareciendo con la expansión capitalista, lo que daría lugar a similares éxitos de desarrollo por todo el globo.
Pero en el Sur global actual nada de esto ha tenido lugar. La penetración capitalista ha avanzado sin cesar y grandes sectores de la población ya no pueden subsistir de sus tierras. Al mismo tiempo, la producción urbana e industrial ha sido en gran medida incapaz de reabsorberlos en el empleo asalariado. Esto ha llevado a un crecimiento exponencial de las personas «fuera de la fuerza laboral» en todo el Sur, lo que ha dado lugar a un crecimiento imparable de slums y de trabajo informal.
La cuestión agraria del Sur parece no tener solución. Las condiciones que se daban en Europa no se dan en el presente
Es decir, el tan cacareado modelo de desarrollo fracasa en las periferias. La cuestión agraria del Sur parece no tener solución. Las condiciones que se daban en Europa no se dan en el presente. Por una parte, la industria –cuando no es objeto de agresiones imperiales, guerras o sanciones, algo común contra países del Sur– es mucho menos intensiva en mano de obra, lo que genera mucho menos empleo que antes. Se estima que ni siquiera tasas milagrosas de crecimiento podrían absorber este «excedente» de población. Y por supuesto, el Sur no tiene «cinco o seis Américas» para resolver sus contradicciones como lo hizo Europa.
Esto significa que el modelo de desarrollo del capitalismo no puede reproducirse a escala mundial. Como dice Samir Amin, la «resolución» de la cuestión agraria del Norte generó «una gigantesca cuestión agraria en las periferias, que solo puede resolverse mediante el genocidio de la mitad de la humanidad». En resumen, el modelo capitalista es inviable para la mayoría del planeta.
El capitalismo es un intento histórico fallido de sustituir el modo de reproducción social —la forma en que organizamos colectivamente nuestra supervivencia— a escala mundial. Si en el Norte esto empieza a ser imaginable en nuestra marcha constante hacia el colapso, lo pensable se convierte en realidad en las condiciones sociales impuestas a la periferia.
El mar es el síntoma
La masacre en masa de migrantes —el genocidio migratorio— no es más que una manifestación de este fracaso histórico mundial. No es que Europa sea «inmoral» o «vulnere derechos humanos». No se trata de una crisis de «valores» ni de «políticas públicas». Se trata más bien de una crisis del capital a escala mundial, que no puede resolver su contradicción principal: su incapacidad para garantizar la vida de los pueblos del mundo, incluso antes de considerar la ecología.
Varios economistas del Tercer Mundo llevan tiempo destacando esta realidad. Sam Moyo, Paris Yeros y Praveen Jha han retomado la clarividencia inicial de Amin, llevándola un paso más allá. La solución a la cuestión agraria del Sur no es un genocidio futuro, nos dicen, sino que ya se está llevando a cabo de forma estructural mediante el acortamiento de la vida de las mayorías en el Tercer Mundo.
La esperanza de vida –sistemáticamente más baja en el Sur– es una forma de muerte prematura generalizada
La esperanza de vida –sistemáticamente más baja en el Sur– es una forma de muerte prematura generalizada que equivale también a una presión social de carácter genocida. La muerte prematura en el Sur y el genocidio migratorio en el mar son, por tanto, dos caras de un mismo fenómeno. Ambas son expresiones de la solución de facto del capital a la cuestión agraria del Sur.
En este sentido, la respuesta de Europa en el mar no es especialmente brutal. Su política se ajusta a la tendencia mundial. Lo único que cambia es su visibilidad de cara a los públicos europeos, poniendo en riesgo la legitimidad del orden burgués y su tan fardado «modo de vida».
Merece añadir además que, dado el sombrío horizonte ecológico del capital, el genocidio migratorio es un ensayo del futuro. El capital está ensayando la solución a su prolongada crisis de reproducción social global –su incapacidad para mantener con vida al planeta y a sus seres vivos– en los mares del sur de Europa. El Mediterráneo es una ventana al futuro.
El «secreto» de nuestra victoria
El genocidio migratorio es el espectro que acecha Europa. Es el telón de fondo de la cuestión definitoria de toda la política europea: la cuestión migratoria. Como tal, debe figurar en nuestro análisis y nuestras consideraciones estratégicas.
A menudo se olvida que la definición de neocolonialismo de Kwame Nkrumah no es solo el control indirecto del Tercer Mundo, sino también el estado de bienestar del Norte. Este último «exporta» las contradicciones sociales y transfiere «el conflicto entre ricos y pobres del ámbito nacional al internacional». Delimitando nacional y continentalmente el estado de bienestar, el neocolonialismo se convierte en un esfuerzo deliberado por dividir nuestra clase, creando una aristocracia obrera más protegida y pacificada, separada de aquellas muchas sobreexplotadas o desechadas por el imperialismo.
La inmigración a Europa pone en crisis el acuerdo neocolonial
La inmigración a Europa pone en crisis este acuerdo neocolonial. No solo «reimporta» las contradicciones que el capital había exportado, sino que también pone en peligro la división de la clase obrera mundial, piedra angular del pacto neocolonial. De aquí surge el nuevo fascismo europeo que, aupado sobre la cuestión migratoria, intenta resolver el declive imperialista.
Es por eso que el fascismo abandera y prioriza intensificar el control fronterizo y el racismo. Las fronteras cumplen precisamente la función deseada: recrean en el día a día y de forma material y simbólica la división de nuestra clase, «el secreto», como lo llamó Marx, «mediante el cual la clase capitalista mantiene su poder». El fascismo así ataca el corazón de la crisis: se abandera como antiinmigrante y reafirma así un pacto neocolonial en crisis. Es esta su principal función interna, y no es casualidad que triunfe principalmente por la cuestión migratoria.
Mientras, la izquierda electoral europea no tiene respuesta. La socialdemocracia se muestra sistemáticamente equívoca y vacilante, unas veces condenando el racismo y otras elogiando la violencia fronteriza. Al igual que en la Segunda Internacional, la socialdemocracia elude la cuestión imperialista, expresada hoy en la inmigración procedente del Sur. El autoproclamado «gobierno más progresista de la historia», como tantos de sus predecesores, sigue traicionando al Tercer Mundo.
El fascismo ofrece un camino claro: hacer todo lo que esté en su mano para reforzar el acuerdo neocolonial en declive
Y mientras la socialdemocracia se muestra ambigua, el fascismo ofrece un camino claro: hacer todo lo que esté en su mano para reforzar el acuerdo neocolonial en declive —para salvar a la aristocracia obrera nacional y continental—. La vacilación constante de esta izquierda sobre la cuestión migratoria, su negativa a dar prioridad al antirracismo y al antiimperialismo, a afirmar en palabras y hechos la unidad de nuestra clase, es una vez más el «secreto» de su impotencia. Es esto lo que la hace incapaz de combatir el fascismo. Solo una política que no eluda la cuestión puede ganar.
Para ello, es esencial que entendamos la masacre migratoria como un momento crucial de la lucha de clases, y no solo en términos humanitarios. La lucha de clases europea comienza en el fondo del mar. Solo una posición de clase y antiimperialista puede abordar esto con seriedad. Invirtiendo, pues, la formulación de Marx, este será el secreto de nuestra victoria.