Solo el pueblo salva al pueblo

por | Ago 28, 2025 | Análisis, Ecologismo

El eslogan quiere decir sencillamente que tenemos que trabajar sin delegar en un Estado protector. A este habrá que exigirle recursos y servicios, pero siempre asumiendo la responsabilidad de lo que es nuestro. Donde el monte es comunal y no privado esta posibilidad es inmediata.

El lema “solo el pueblo salva al pueblo”, que ahora esgrime la extrema derecha, se ha convertido en la marca de una disputa sobre el valor de política representada, esto es, de las benevolencia de las oligarquías que elegimos cada cierto número de años para que resuelvan lo que en principio debería ser nuestro.

El populista de derechas, que hoy juega a antisistema y mañana a la dictadura, defiende la bandera del fracaso de los políticos y elogia al pueblo por su disposición a hacer las cosas por sí mismo. Frente a este, el progresista bien intencionado ante la catástrofe (incendios, inundaciones y lo que está por venir), solo sabe oponer las virtudes protectoras y benévolas del Estado previsor y de inspiración socialdemócrata. Realmente estamos en el mundo al revés: los defensores del populismo autoritario reivindican las virtudes de la autoorganización; la izquierda (al menos su parte más visible) parece incapaz de superar la idea del despotismo ilustrado.

Casi toda la superficie quemada corresponde a Zamora, Ourense, Cáceres, Salamanca, Bragança, Castelo Branco, Guarda y Coimbra

Consideremos la reciente ola de incendios. No hace falta ser un experto para reconocer las causas. La primera es extremadamente obvia, por mucho que escueza a los negacionistas y a todos aquellos que defienden que nada especialmente relevante está sucediendo con el clima a nivel planetario y también regional. Casi toda la superficie quemada este año en la península (conviene incluir siempre a Portugal) corresponde al interior de su cuadrante noroeste: Zamora, Ourense, Cáceres, Salamanca, pero también Bragança, Castelo Branco, Guarda y Coimbra. En total son más de medio millón de hectáreas quemadas, más de 5.000 km cuadrados, el tamaño de una provincia pequeña, y el 1 % de la superficie peninsular.

Lo quemado coincide también con una clasificación climática particular, que corresponde a zonas de transición entre el clima mediterráneo y el clima océanico. Según la clasificación de Köppen, estas comarcas se encuentran entre los climas océanico mediterraneizado (Csb), el mediterráneo subhúmedo (Csb) y el mediterráneo continentalizado (BSks), con fuertes variaciones comarcales debido a los distintos pisos climáticos de una región básicamente montañosa. Este clima viene caracterizado por inviernos templados y relativamente húmedos, y veranos secos, pero cada vez más cálidos y prolongados. En definitiva son zonas climáticamente liminales y en transición rápida a otro régimen climático: inviernos más suaves, lluvias más concentradas, veranos más cálidos.

Las formaciones vegetales típicas de estos climas son robledales melojos especialmente en las montañas, con presencia de otras frondosas (alisos, fresnos, abedules, carballos en las zonas más húmedas, y encinas y alcornoques en las más soleadas), y con distintas transiciones de degradación del bosque y de abandono de pastos y cultivos como brezales, enebros, retamas y tojos. También hay abundantes pinares, más inflamables que el bosque de frondosas, por lo general producto de repoblaciones históricas en estas zonas. En conjunto todo ello crece en terrenos graníticos, pizarrosos y calcíticos, con enormes pendientes y poco propicios para una agricultura comercial.

Junio ha sido el mes más cálido del registro histórico, con una desviación de 3,5ºC respecto de la media de 1990-2020

El actual año climático se ha caracterizado además por presentar una de las primaveras más lluviosas desde que hay registros y uno de los veranos más cálidos y prolongados. Junio ha sido, a nivel peninsular, el mes más cálido del registro histórico, con una desviación de 3,5ºC respecto de la media de 1990-2020. En un cierto sentido, hemos asistido a un año que puede ser característico de lo que está por venir: lluvias fuertes y a veces torrenciales, que permiten crecer la vegetación en las estaciones templadas, y un verano tórrido y prolongado que ofrece todas las condiciones propicias para que la vegetación arda.

La segunda es la despoblación. Y esta es pavorosa en lo que comúnmente se conoce como la Raya (la frontera entre España y Portugal). Entre las ocho provincias antes mencionadas viven poco más de un millón y medio de personas, menos por tanto que las que viven en el área metropolitana de Lisboa, de Oporto o en los municipios del cinturón sur de Madrid, para una extensión total de unos 100.000 km cuadrados, casi el tamaño de un país pequeño como Bangladesh en el que viven 175 millones de personas. Al considerar que la Raya es el epicentro (junto con la Celtiberia) de la España vacía o vaciada se abre un debate en cierto modo estéril y viciado por la atribución de culpas no siempre bien calibradas. La vida en esas comarcas ha sido históricamente dura por la pobreza del terreno y la vocación ganadera y forestal de la región. Durante las décadas de industrialización y de caída de la rentas agrarias, estas regiones se despoblaron en una secuencia histórica que había comenzado en realidad mucho antes.

Estos incendios son capaces de producir modificaciones atmosféricas con pirocúmulos de varios kilómetros de altura

En cualquier caso, si en la primera quincena de agosto hemos asistido entre España y Portugal a una docena de incendios de los llamados de sexta generación, capaces de producir modificaciones atmosféricas con pirocúmulos de varios kilómetros de altura, ha sido básicamente por la situación de tener un monte abandonado y encontrarnos en transición hacia un régimen climático distinto. Conviene notar que estos incendios, una vez prendido y ganada cierta extensión, son inextinguibles siempre que el combustible vegetal sea suficiente para su reproducción. Estos incendios son capaces de cambiar de dirección con independencia de la componente del viento dominante, gracias a su propia capacidad para generar flujos convectivos y tormentas internas. Ante estos monstruos devoradores, los medios aéreos y los cortafuegos convencionales valen realmente de poco. Envían pavesas a kilómetros de distancia, y solo si entran en zonas de escasa vegetación o cambian las condiciones climáticas se logran extinguir por la vía convencional (brigadas, contrafuegos, medios aéreos, etc.).

Ante una explosión de incendios de este tipo, que tiene lugar de manera simultánea en apenas tres o cuatro días, no hay (y no va a haber) por tanto medios de extinción disponibles con capacidad de detener el fuego. Como ocurre en los bosques boreales de Canadá y Rusia o en los bosques de transición mediterránea-oceánico o mediterráneo-montano de Estados Unidos, la única posibilidad es dejar que se extingan solos, protegiendo lo que se pueda de pueblos y casas. Por eso el monte se va a seguir quemando de forma recurrente cuando se acumule suficiente combustible vegetal y el tiempo sea el peor posible. En este sentido, las acusaciones de responsabilidades políticas deben considerar, sobre todo, lo que se ha hecho antes del fuego, antes que lo se hace durante el fuego. El espectáculo de la política “representada” con acusaciones cruzadas, imágenes de pueblos quemados, gente desolada y expresando su sentimiento de abandono, no debería hacernos olvidar que esta es la realidad a la que nos enfrentamos.

En las provincias de León y Zamora, la parte mayor de lo quemado son montes comunales. Es decir, se trata de montes de los vecinos

Hay, no obstante, un dato que merece la pena considerar. En el caso español, y especialmente de las provincias de León y Zamora, la parte mayor de lo quemado son montes comunales. Es decir, se trata de montes de los vecinos, no del Estado o de los ayuntamientos: las juntas vecinales administran una propiedad que es del común de los residentes. Si durante siglos está tierra ha sido aprovechada de este modo es porque sus vecinos sabían explotar estos recursos en común, repartido a “suertes”, de donde extraían leña, pastos y otros productos forestales. Esta ha sido secularmente la mayor barrera contra el fuego. Y también la mejor expresión de que “solo el pueblo salva al pueblo” gestionando y explotando precisamente los montes del pueblo. La memoria de esta gestión comunal es lo que ha permitido a muchos organizarse y acometer las tareas para defender casas y terrenos del fuego. Una capacidad que no se debería delegar en ninguna administración y que parece haber sido exitosa en la insumisión al mandato de desalojo. De hecho, si la población quiere mantener sus casas y sus montes tiene que tener la capacidad para limpiar y explotar por sí misma el monte. Esto tiene mucho menos que ver con las trabas burocráticas (que las hay, y algunas veces son pertinentes y otras no) para explotar los montes, como con el hecho de que haya población que haga uso de los mismos. La falta de población es, en definitiva, el problema.

Ahora bien, pensar que estas comarcas, con sus vecinos envejecidos y con buena parte de sus jóvenes transitando a las economías urbanas, van a ser capaces de hacer lo que hacían sus bisabuelos es una quimera. Igualmente confiar en que las administraciones autonómicas y estatales van a hacer algo más que intervenciones quirúrgicas frente a un problema de transición climática de magnitud gigantesca, enterrando millones de euros en limpieza de unos montes con rendimientos marginales (al menos para las empresas y los intereses que en realidad cuentan), es realmente confiar mucho en nuestra clase política, incluida obviamente a los populistas agraristas de Vox, que conocen ese territorio despoblado (como todos sus compañeros de poltrona) desde su chalet suburbano.

La solución solo puede venir en realidad de la repoblación. Pero la oportunidad de repoblación de estas zonas curiosamente estaría en un política inteligente que combinase retorno al medio rural, con uso de todos los aprovechamientos posibles (turismo, ganadería, leña, etc.) con nuevas migraciones de población (jódanse todos los racistas: necesariamente magrebí y subsahariana), que tenga los hábitos y las competencias para el pastoreo en extensivo en zonas montañosas y semiáridas.

“Solo el pueblo salva al pueblo” quiere decir sencillamente que tenemos que trabajar sin delegar en un Estado protector

En cualquier caso, “solo el pueblo salva al pueblo” no debería ser considerado como el eslogan de la nueva antipolítica de la derecha. Es más bien la constatación de un fracaso (que va a ser creciente) por parte de todas las administraciones, del color que sean, para gestionar la catástrofe climática y la necesidad obvia de que todas las poblaciones se impliquen y trabajen para garantizar su futuro, sin esperar a que ningún salvador de la industria de la representación, ya sea de izquierdas o de derechas, venga a solventar ninguna papeleta.

“Solo el pueblo salva al pueblo” quiere decir sencillamente que tenemos que trabajar sin delegar en un Estado protector. A este habrá que exigirle recursos y servicios, pero siempre asumiendo la responsabilidad de lo que es nuestro. Donde el monte es comunal y no privado esta posibilidad es inmediata.


Publicado originalmente en Ctxt.es.

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