En el año 2017 se viralizó un vídeo-meme que supuso un antes y un después para el mundo de la memética. Un meme gracioso, contagioso e inaudito que no tardó en ocupar nuestros dispositivos, popularizando la figura de Velázquez entre un público joven, más acostumbrado a ver imágenes de Yung Beef o Bad Gyal. Un meme en el que, a ritmo de trap, la menina Margarita le preguntaba al pintor de la corte: “Velaske, ¡yo soi guapa?”. Este ha sido, sin duda, uno de los memes más fascinantes e importantes de la historia de la cultura digital reciente. Un objeto mediático que ha conseguido aunar estéticas contemporáneas con algunos de los miedos sociales más persistentes de nuestro tiempo. Se trata de un artefacto epocal al que vale la pena prestar atención, nacido en el contexto de la ya extinta plataforma Playground, donde se pueden identificar muchas de las preocupaciones que asolaban a la generación milenial en aquel momento.
La Menina está atribulada por su aspecto y por cómo será percibida. Su identidad gira en torno a su imagen y desea gustar. Su voz, pasada por autotune, nos pregunta: “Velaske, ¿yo soi guapa?”. Con ello, esta niña del siglo XVII entra en diálogo con los jóvenes del siglo XXI. El Barroco sintoniza directamente con un fenómeno de YouTube conocido como “Am I Ugly videos”, que se inició cuando, el 28 de septiembre de 2007, una usuaria llamada Spurtledoo subió un vídeo de apenas cinco segundos en el que se preguntaba “¿Soy fea?”. En cinco años, el vídeo superó las 420.000 visitas y los 10.600 comentarios, en su mayoría de chicos que le decían que sí.
Este vídeo precedió a miles de publicaciones similares. Se conectó con las incontables fotos que las personas suben a Instagram esperando gustar y colmar su autoestima tambaleante con una lluvia de “likes”. Posts y tuits por doquier de personas poniendo morritos, metiendo barriga, chupando carrillos y atusándose el bigote. Horas de gimnasio, maquillaje y filtros novedosos puestos al servicio de la imagen personal. Hordas de personas que buscan validación social y reconocimiento gracias a su físico. Así, la menina Margarita antecede a esta tendencia social con su preocupación por su aspecto físico. ¿Velaske, ¡yo soi guapa?! Claro que sí, Margarita, pero sigamos con el texto que vienen cosas interesantes.
Estos jóvenes aceptaban trabajos precarios en entornos de alta visibilidad. Eran individuos con podcasts con miles de oyentes pero sin capacidad de llegar a fin de mes
Otra de las estrofas de la canción que acompaña al meme es reveladora. La menina le dice al pintor: «Yo soi una niña de 1600, i e nasio en una burbuja llena de privilegios, i la vida en palacio es mu aburrida, tenemo ke inventarno drama». Y es que Una vida de privilegios y dramas podría ser el subtítulo que rubrica la biografía de cualquier millennial. Demasiado tiempo de “scrolling” y hastío vital. Domingos comiendo techo y memes tristes. Agotamiento general y sensación de fracaso colectivo. El presente es un fracaso y el futuro ni se ve. Con esto, el meme se convirtió en un exponente del desencanto que caracterizó esa época. Se hizo portavoz de la juventud que vio en primera persona cómo el 15M apenas condujo a ningún cambio sustancial. Jóvenes que presenciaron cómo sus nuevos líderes políticos se parecían demasiado a los que querían dejar atrás. Jóvenes que empezaban a percibir la amenaza del mercado inmobiliario. Personas que aceptaban trabajos precarios en entornos de alta visibilidad. Individuos con podcasts con miles de oyentes pero sin capacidad de llegar a fin de mes. Pequeñas celebridades del entorno digital que compartían piso y angustia vital.
De esta manera, el meme se transformó en un fenómeno viral capaz de interpelar a todos esos milenials tristes que compartían stories y posts sobre su malestar. Las meninas inseguras resonaban con el nihilismo de quienes no podían dejar de hablar de lo mal que se sentían. Personas con estudios y un gran bagaje cultural, desorientadas ante un presente que no ofrecía puntos de anclaje, y que, poco a poco, iban perdiendo el interés por todo aquello que no fueran ellas mismas y sus estados anímicos. El meme puede leerse como un síntoma visual del realismo capitalista que ya preconizó Mark Fisher: parece que no hay salidas al capitalismo ni fuerzas para imaginar otra vida. Así, el meme de las meninas se nos presentó como un objeto digital capaz de canalizar el hastío de toda una generación. Una estética propia de una clase media desencantada que, cada vez con más claridad, intuye que las cosas solo pueden empeorar.
El meme sirvió de espejo para quienes creyeron que la universidad les permitiría ascender socialmente y, sin embargo, se encontraron con un mercado laboral precarizado
El meme sirvió de espejo para quienes creyeron que la universidad les permitiría ascender socialmente y, sin embargo, se encontraron con un mercado laboral precarizado e indiferente a sus aspiraciones. El meme resonaba con quienes vivían las desigualdades estructurales como fracasos personales. Hablaba directamente a una generación que vivió las injusticias sociales como afrentas personales y que necesitaba introducir un poco de drama en sus días para sentirse viva. Dramas que les hicieran sentir que seguían importando, frente a un mundo que les era indiferente, toda estrategia para sentirse valiosos era necesaria. Montar un pollo, llamar la atención, forzar un conflicto: dinámicas que conectan al cuerpo fatigado con un atisbo de emoción. Inventarse dramas como forma de autolesión colectiva.
Decíamos que el origen del meme es la plataforma Playground, una revista digital con sede en Barcelona que tomaba el testigo de otras publicaciones internacionales como Vice y Buzzfeed. Estas plataformas se especializaron en la creación de contenidos sobre temas “políticos” abordados de forma amena y simple. Buscaban temas “sociales” y les daban un toque de viralidad para así seducir a los algoritmos de facebook y otras redes parecidas. Leer y compartir este tipo de contenidos servía para mitigar la culpa y el malestar por no intervenir de ninguna otra manera en la esfera pública. La plataforma se especializó de esta manera en crear contenidos superficialmente políticos que eran fáciles de compartir y asequibles para quienes se dedicaban a hacer activismo de sofá. Signos de distinción baratos con los que decorar el muro social mientras en un segundo su autoestima seguía a la merced del reconocimiento ajeno.
Mientras la Menina se popularizaba, también vimos cómo los mejores cerebros de una generación se concentraban y quemaban en torno a este tipo de plataformas, podcasts y medios, que generaban contenidos de forma trepidante. Los debates en torno al género, la precariedad, la migración o el cambio climático, se alternaban con la crítica cultural, el análisis de coyuntura y se transformaban en memes y vídeos virales con los que estos medios parecían tener la hegemonía de los contenidos que circulaban en facebook, youtube e instagram.
Se invirtió poco tiempo en negociar condiciones salariales o en mejorar la vida laboral de personas talentosas que vivían rozando el burn-out constante
Todo esto cristalizó en un pequeño imperio mediático que duró poco y cuyos restos aún circulan en internet. Un imperio que se sostenía sobre la explotación de la creatividad de jóvenes machacas. Así, los mejores cerebros de una generación empezaron a explotarse entre ellos, peleando por acaparar reconocimiento, likes y la atención de los consumidores de contenidos que pronto dejarían de ser fieles a estas plataformas. Mientras se debatía si Friends era o no machista, se erigían templos en torno a Sally Rooney o se destinaban horas a hablar sobre los círculos de seguidores de Instagram, se invirtió poco tiempo en negociar condiciones salariales o en mejorar la vida laboral de personas talentosas que vivían rozando el burn-out constante. La precariedad terminó tematizada y transformada en contenidos realizados por trabajadores precarios económicamente pero con mucho capital cultural.
Y hablando de imperios caídos, paradójicamente, cuando Diego Velázquez pintó Las Meninas en 1656, el Imperio español estaba en una etapa de decadencia tras su época de esplendor en los siglos XVI y principios del XVII. Bajo el reinado de Felipe IV, España atravesaba una compleja crisis política, militar y económica. La economía sufría por una inflación persistente, derivada en parte del flujo de metales preciosos americanos, pero también por la ineficiencia fiscal, el endeudamiento estructural del Estado y la dependencia de recursos coloniales cada vez más insuficientes para sostener la maquinaria imperial. El imperio se iba desintegrando y la Guerra de los Treinta Años terminó con la Paz de Westfalia, donde España reconoció la independencia de Países Bajos. En 1659, con la Paz de los Pirineos, España cedió territorios a Francia, marcando el ascenso de este país como nueva potencia europea. En 1640, Portugal se había rebelado y en 1668 logró su independencia definitiva. El imperio español se caía a trozos.
Si la Menina no hubiera estado absorta en su apariencia y atrapada en su hastío vital, tal vez habría comprendido que su mundo se estaba desintegrando mientras ella seguía ensimismada en su propia imagen
Felipe IV, el padre de la Menina en cuestión, fue un monarca obsesionado con mantener la grandeza de este imperio en crisis, pero su reinado estuvo marcado por fracasos militares y problemas internos. Y si la Menina no hubiera estado absorta en su apariencia y atrapada en su hastío vital, tal vez habría comprendido que su mundo se estaba desintegrando mientras ella seguía ensimismada en su propia imagen. Si no hubiera estado atrapada en sus pequeños dramas, quizá habría entendido la magnitud de la tragedia que se avecinaba y tal vez, haber hecho algo para acabar radicalmente con sus privilegios y los de su familia. Si no hubiera pasado los días replegada en su malestar, habría encontrado tiempo para mejorar la vida de las personas a las que, en teoría, se debía, podía haber dejado atrás la tristeza para empezar a imaginar horizontes de emancipación colectiva.
Otro meme que triunfó en aquella época era la imagen de una pintada que decía: “Emosido engañado”. Y es que, a veces, cuando pasamos demasiado tiempo pendientes de lo que sucede dentro, centrados en nuestros malestares y tristezas, perdemos la capacidad de atender —y de luchar— por lo que ocurre fuera. Absorbidos por los dramas, hemos sido incapaces de ver las tragedias que se nos venían encima. Y es que el tiempo que dedicamos a inventarnos estos dramas no lo invertimos en imaginar alternativas, en imaginar otras vidas y hacerlas posibles, a politizar nuestro malestar y hacer de la tristeza el motor de nuestra disidencia. ¿Velaske, yo soi guapa?, Sí, y si quieres, también puedes ser cañera.