Palestina, 734 días (y más) después

por | Nov 5, 2025 | Coyuntura, Mundo

El desafío del pueblo palestino tiene su contrapartida en la determinación de Israel de intensificar la ocupación, la segregación y el sufrimiento –aunque se ralentice el exterminio– sin ofrecer ninguna salida política. El objetivo es doblegar la resistencia a su proyecto colonial y convencer al resto del mundo de que no hay alternativa a la disyuntiva que plantea (expulsión o exterminio). Pero sí la hay.

El fotógrafo-reportero Shadi Abu Sido volvió a Gaza el pasado lunes 13 de octubre, tras su liberación como parte del intercambio de rehenes que acordaron Israel y Hamás el 9 de octubre dentro del “plan de paz” que impulsó el presidente estadounidense Donald Trump. El fotógrafo palestino había sido secuestrado por las tropas israelíes el 18 de marzo de 2024, durante el ataque israelí al complejo hospitalario de Al-Shifa. En el año y medio en que permaneció encerrado en diversas prisiones israelíes, el fotógrafo había sido torturado sistemáticamente, una política israelí que el actual ministro de seguridad nacional, el fascista Itamar Ben-Gvir, ha llevado a su paroxismo. Abu Sido así lo expresó, exaltado y con signos visibles de estrés postraumático, al llegar a Gaza y contemplar la devastación de lo que un día consideró su hogar: “Dejé este lugar muerto de hambre, fui encerrado y privado de comida, y he salido de allí famélico (…) Estábamos enfermos, pero suspendían nuestros cuerpos desnudos, día y noche, hasta hoy mismo. Abusaron de nosotros, nos humillaron y nos insultaron, con todo tipo de torturas, físicas y psicológicas. No podíamos dormir, nos decían “hemos matado a tus hijos”, “Gaza ya no existe”, y ahora vuelvo a Gaza y lo que encuentro parece una escena del juicio final. Esto no es Gaza. ¿Dónde está el mundo?”

El mundo era en realidad varios mundos, que han venido distanciándose a pasos agigantados. Un mundo es el de los millones de personas horrorizadas que rechazan normalizar o negar el genocidio, el exterminio, el apartheid, la ocupación colonial, la tortura, como prácticas legítimas si se llevan a cabo contra poblaciones etiquetadas como indeseables y si se cuenta con la fuerza suficiente como para que no sea contestada. Desde que Israel pusiera fin al segundo alto el fuego el pasado mes de marzo e intensificara su ofensiva militar y el bloqueo sobre la Franja de Gaza, provocando una hambruna sin precedentes, las movilizaciones mundiales en favor de Palestina y contra el genocidio se multiplicaron con una audacia creciente.

La creciente presión popular llevó a que se pusiera sobre la mesa la exclusión de Israel de eventos deportivos

El mes de septiembre de 2025 presenció grandes manifestaciones en Europa occidental y en algunos países árabes, numerosas acciones pequeñas de bloqueo y boicot. La contestación produjo la disrupción de un evento deportivo como la Vuelta ciclista a España, Italia se paralizó con una huelga general, una nueva flotilla humanitaria logró reunir una cuarentena de barcos y quinientos activistas que conectaron nodos de resistencia de todo el mundo. El apoyo a Palestina permeó las protestas sociales en países como Marruecos, y el apoyo a Palestina se expandió entre los ciudadanos estadounidenses. La creciente presión popular llevó a que se pusiera sobre la mesa, por fin, la exclusión de Israel de eventos deportivos, del festival de Eurovisión, o incluso la suspensión de parte del acuerdo de asociación entre la Unión Europea e Israel.

Las elites veían cómo se desmoronaba la narrativa que presenta una imagen ficticia del «pueblo» como esencialmente conservador y racista

Semejante ebullición social mundial, inédita desde las protestas de 2019, y que volvía a traer el espectro de una intifada transnacional si lograba articularse con otras cuestiones (sociales, raciales, medioambientales), no podía sino inquietar a otro mundo, el de quienes, desde diferentes perspectivas, apuestan por preservar o radicalizar lo peor del sistema capitalista global. Por ejemplo, las elites políticas, mediáticas y económicas, incluyendo las que no se presentan como tales, veían cómo se desmoronaba la narrativa que presenta una imagen ficticia del “pueblo” como esencialmente conservador y racista y cuyas “demandas legítimas” siempre van en un sentido reaccionario. La realidad es, como ha quedado claro, más compleja y conflictiva. Algunos gobiernos, como el estadounidense, el británico o el alemán, han aplicado por ello una dura represión policial y académica contra todo signo de solidaridad con Palestina, incluyendo la aplicación de medidas antiterroristas. Por su parte, los gobiernos árabes -sobre todo los más proclives a hacer negocios con Israel-, el gobierno turco, pero también los gobiernos de otros países del llamado “sur global”, como Indonesia, comprueban cómo a la tradicional solidaridad popular hacia Palestina se une la indignación creciente contra su pasividad frente a las acciones militares israelíes, en Palestina y en toda la región.

Este es el contexto en el que la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó en septiembre de 2025 una resolución de respaldo a la Declaración de Nueva York sobre el Arreglo Pacífico de la Cuestión de Palestina y la Implementación de la Solución Biestatal, en el marco de la Conferencia Internacional de Alto Nivel homónima, copresidida por Francia y Arabia Saudí. El contenido de declaración, aprobada por abrumadora mayoría de los Estados miembros de la ONU (142 votos a favor frente a 10 votos en contra, incluyendo los de Estados Unidos e Israel, y 12 abstenciones) es el resultado de un compromiso diplomático, pero fija por escrito un consenso: no cabe detener a Israel por la fuerza, ni presionar por un cambio de régimen en Israel, la única alternativa a las matanzas es el establecimiento de un Estado palestino que el Estado israelí pueda tolerar, bajo control de la Autoridad Palestina, a la que Hamás deberá entregar sus armas. Lo único que los gobiernos imploran -no imponen- a Israel es que se comprometa públicamente con la solución biestatal y que cesen las actividades de asentamiento, apropiación de tierras y anexión, incluyendo la violencia de los colonos, en los territorios ocupados. Sin embargo, la apuesta redoblada por esta vía hace caso omiso no solo al reiterado rechazo israelí a la existencia de un Estado palestino, sino a la brutal transformación que Israel está llevando a cabo sobre el terreno, y al diferente impacto del genocidio en israelíes y palestinos.

El alto el fuego, en vigor desde el 10 de octubre, ha supuesto una reducción significativa en la intensidad y frecuencia de las matanzas pero de ningún modo su fin

El cambio más radical es, obviamente, la destrucción de la Franja de Gaza y su incipiente remodelación. Destrucción humana, con más de 68.000 muertes confirmadas directas por ataques israelíes, unos 10.000 desaparecidos bajo los escombros o sin identificar, más de 170.000 heridos, muchos graves, entre 39.000 y 45.000 niños que han perdido uno o ambos padres, y cientos de miles de personas mal nutridos y con fuertes traumas psicológicos. Destrucción física y ecológica, con más del 80 % de los edificios dañados o derribados, un 86 % de las áreas de cultivo arrasadas, y 61 millones de toneladas de escombros que incluyen bombas aún sin explotar y desechos tóxicos. A los bombardeos le sucedieron los derribos de edificios por parte de militares y contratistas israelíes, el borrado de calles, carreteras y hasta de cementerios, la construcción de nuevas vías de acceso controladas por el ejército israelí. La contaminación y la insalubridad, junto con la mínima capacidad clínica y hospitalaria que queda en pie, dejan a casi dos millones de palestinos expuestos a todo tipo de enfermedades infecciosas.

El alto el fuego, en vigor desde el 10 de octubre, ha supuesto una reducción significativa en la intensidad y frecuencia de las matanzas, pero de ningún modo su fin. El domingo 19 de octubre Israel vertía sobre la ciudad de Gaza unas 134 toneladas de bombas, como represalia por la muerte, bajo confusas circunstancias, de dos soldados israelíes. El martes 28 de octubre Israel volvía a bombardear la Franja de Gaza de forma intensiva, dejando más de un centenar de muertos en menos de 24 horas, tras la muerte de otro soldado israelí. En ambos casos, al parecer por milicianos palestinos que quedaron descolgados en la zona de control militar israelí. Mientras tanto, docenas de palestinos, entre las decenas de miles que intentaban retornar a lo que quedaba de sus antiguos hogares, han caído tiroteados por cruzar accidentalmente una “línea amarilla” que apenas está marcada por señales visibles.

Más de doscientos palestinos han sido asesinados por las fuerzas israelíes en los primeros veinte días tras la entrada en vigor del alto el fuego: una media de diez por día

En total, más de doscientos palestinos han sido asesinados por las fuerzas israelíes en los primeros veinte días tras la entrada en vigor del alto el fuego: una media de diez por día. No obstante, Israel comienza a instalar bloques de hormigón amarillo sin respetar necesariamente lo que indica el mapa que se había difundido tras el acuerdo. Dicha línea se supone que marca la primera fase de la retirada de las tropas israelíes que mantienen el control directo del 58% de la Franja de Gaza, las tierras más propicias para la reconstrucción y el cultivo (prioridad israelí). Pese a que el punto 16 del acuerdo establece que “Israel no ocupará ni anexará Gaza”, nada indica que el ejército israelí tenga la intención de efectuar nuevas retiradas, y la línea presuntamente temporal tiene los visos de convertirse en permanente. La estrecha franja en la que ahora se amontonan los desplazados palestinos incluye la zona occidental de la Ciudad de Gaza, y la zona más arenosa, contigua al mar, aunque es también la zona más atractiva para la especulación inmobiliaria a pie de playa (prioridad estadounidense).

El acuerdo de alto el fuego también ha permitido un nuevo intercambio de rehenes. Hamás ha entregado finalmente la veintena de rehenes israelíes que aún seguían vivos, y se afana por encontrar los cuerpos de los secuestrados fallecidos, muchos de ellos por los propios bombardeos israelíes. A cambio, Israel ha liberado de las prisiones unos 1.968 palestinos, de los que unos 1.700 -detenidos como “combatientes ilegales”, sin derecho a juicio, y marcados por la tortura– habrían retornado a Gaza, mientras que 154 que servían cadena perpetua por su participación en atentados han sido enviados al exilio en Egipto. Sin embargo, Israel se ha cuidado de liberar los perfiles políticos más importantes, aquellos que podrían liderar una unificación de las facciones palestinas, o posicionarse como líderes e interlocutores de un Estado palestino, como Marwan Barghouti (miembro de Fatah, preso desde 2002) o Ahmad Sa’adat (líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina, preso desde 2006) pasando por el doctor Hussam Abu Safiya, detenido a finales de 2024 y convertido en símbolo de la resistencia al genocidio. Pero incluso muchos de los “liberados” han sido transferidos en realidad desde las estrechas celdas israelíes a ese campo de concentración a cielo abierto que es hoy la zona de evacuación de la Franja de Gaza, la nueva franja dentro de la Franja.

Benjamin Netanyahu se vio obligado a aceptar este plan y detener su ofensiva sobre la Ciudad de Gaza tras haber intentado asesinar a los negociadores de Hamás en Catar

Más allá de estos estos pasos importantes –reducción de los ataques israelíes, intercambio de rehenes y cadáveres, retirada militar israelí parcial– que han suscitado el entusiasmo de los gobiernos que quieren pasar página cuanto antes, lo cierto es que el resto de puntos y de pasos del “plan de paz” –promovido por la administración Trump y negociado por los promotores inmobiliarios Steve Witkoff y Jared Kushner– queda en el aire. Benjamin Netanyahu se vio obligado a aceptar este plan y detener su ofensiva sobre la Ciudad de Gaza tras haber intentado asesinar a los negociadores de Hamás en Catar, sin el visto bueno de Washington, el pasado 17 de agosto. Donald Trump se decidió a aplicar por fin algo de presión real, tras las quejas del emir de Catar Tamim bin Hamad Al Thani y tras constatar la objeción persistente tanto de Egipto como de Arabia Saudí a su propuesta de expulsión y reasentamiento de la población palestina de Gaza, pero también por motivos más narcisistas, como el deseo de recibir el premio Nobel de la Paz o lograr lo que nunca logró su predecesor Joe Biden. No sabemos si el voluble Trump mantendrá dicha presión, o si aceptará cualquier justificación que le presente Netanyahu.

De los puntos pendientes del plan, Netanyahu solo acepta el desarme total de Hamás y una gobernanza de Gaza bajo liderazgo estadounidense, una vuelta a los mandatos coloniales posteriores a la Primera Guerra Mundial, con vistas a una reconstrucción en la que las facciones ultraderechistas del gobierno israelí esperan incluir su proyecto de colonización. Pero Hamás no parece que tenga intención alguna de desarmarse, de momento solo estaría dispuesta a entregar sus armas a una entidad palestina soberana, y no está claro cómo podría desarrollarse semejante proceso, vista la voluntad israelí de continuar dominando mediante el ejercicio de la violencia extrema. Hamás está muy mermada, pero sigue viva, aunque esta vez no haya exhibido su presencia públicamente como durante la segunda tregua, un detalle acordado probablemente con los Estados Unidos.

Hamás sí está dispuesta, en cambio, a no participar en el “comité técnico, apolítico” previsto para la administración cotidiana de los servicios públicos, algo que ya había aceptado en diciembre de 2024, antes de la segunda tregua. No hay fecha fijada para la constitución de dicho comité “transitorio”, cuyo ámbito territorial es incierto, que debería estar sujeto a un “Consejo de Paz” presidido por el proisraelí Donald Trump, y que incluirá la presencia de representantes de otros Estados y hasta del ex primer ministro británico Tony Blair, coarquitecto de la desastrosa invasión de Iraq. Otro elemento importante del acuerdo, la “Fuerza Internacional de Estabilización”, que teóricamente debería desplegarse “de inmediato”, tampoco se ha constituido e Israel ya ha puesto su veto a la participación de Turquía y de Catar.

La población palestina depende por completo de una ayuda exterior que es insuficiente para evitar la malnutrición y la enfermedad

Para los palestinos de Gaza, el ingreso de ayuda humanitaria -otro punto clave del acuerdo de alto el fuego- es crucial, pero lo que Israel deja entrar en la Franja sigue siendo muy escaso, y con regulares interrupciones. Apenas 1.917 camiones pudieron entrar en Gaza y descargar su mercancía desde el inicio del alto el fuego hasta el 29 de octubre: una media de cien por día, muy inferior a los seiscientos camiones por día (que ya suponen un mínimo ante la devastación y la hambruna) inicialmente previstos. Despojada de la capacidad de poder producir e importar los alimentos y medicamentos que necesita, recluida en los terrenos más estériles, y bajo la prohibición de pescar en el mar, la población palestina depende por completo de una ayuda exterior que es insuficiente para evitar la malnutrición y la enfermedad. Dos tercios de los gazatíes cocinan quemando desperdicios y la mitad de la población consume menos del mínimo de agua más o menos potable -la que se extrae de los acuíferos está contaminada– que se necesita a diario para beber y cocinar. Dicha dependencia -agudizada por la destrucción de los túneles que comunicaban con el exterior- forma parte de la estrategia israelí de sometimiento, y busca minar la subjetividad y la capacidad de acción palestinas. El escenario al que apuntaba la segunda tregua, antes de que Israel la rompiera unilateralmente, podría verificarse ahora: una vida de miseria y una muerte agónica, fuera de los focos mediáticos.

La administración Trump, por su parte, trata de convencer a los israelíes de las bondades del plan mientras presiona a Hamás en la cuestión del desarme. Los representantes de la administración Trump que viajaron recientemente a Israel han amenazado con reconstruir solo la parte bajo ocupación militar directa de Israel y vaciada de palestinos, lo cual se asemeja más a los proyectos israelíes de colonización que a la distopía turística de la “Riviera de Gaza”. En paralelo, los representantes de las principales facciones palestinas se reunieron en El Cairo para articular sus posiciones con respecto a la aplicación de un plan que se ha pergeñado sin su participación. Entre ellas no se encuentra, lógicamente, la banda dirigida por Yasser Abu Shabab, que Israel ha promovido durante su ocupación militar y que ha estado implicada en el saqueo de los convoyes de ayuda humanitaria.

Así pues, el actual impasse no excluye ni la reanudación recurrente de las hostilidades ni la continuación del bloqueo israelí. El gobierno de Israel se arroga el derecho de “hacer cumplir el acuerdo” (sic) mientras lo viola a voluntad y rechaza detalles esenciales del mismo plan cuando comunica en hebreo ante sus ciudadanos. No parece que el genocidio haya terminado. A los 734 días que transcurrieron desde el 7 de octubre de 2023 hasta el 10 de octubre de 2025 hay que seguir sumando los días que se suceden desde entonces.

El segundo frente de Cisjordania

Si Gaza ha cambiado sustancialmente con el genocidio, también lo ha hecho Cisjordania. Considerada el “segundo frente” en la guerra contra los palestinos, Cisjordania siempre fue el objetivo principal de la colonización israelí. Allí la construcción de asentamientos ilegales por parte de Israel, así como la expulsión violenta de palestinos de sus hogares avanzan imparable, haciendo caso omiso a las sonrojantes, por rutinarias e inefectivas, declaraciones de condena de la comunidad internacional. Bajo el gobierno de facto del colono de extrema derecha y actual ministro de finanzas Bezalel Smotrich, el ejército israelí multiplicó los ataques armados en lugares como Yenín, Tulkarem o Nablús, incluyendo fuego pesado, ataques aéreos y demoliciones punitivas de casas e infraestructuras (en 2025 más de 1300 estructuras han sido derribadas). En el campo de Yenín, Israel llegó a usar tanques contra las milicias palestinas y buldóceres para arrasar sus calles. Ya desde antes del 7 de octubre de 2023, los colonos israelíes habían incrementado sus ataques contra las comunidades palestinas, con apoyo o cobertura del ejército israelí y del Shin Bet, en una política concertada de linchamientos y pogromos, que ha continuado intensificándose desde entonces. Los colonos, muchos de los cuales ni nacieron en Israel ni en los asentamientos (cada medio internacional puede encontrar su cuota de binacionales para las entrevistas), derriban casas, queman coches, matan animales, expulsan familias y destruyen cultivos con total impunidad. En total, más de mil palestinos, incluyendo 213 niños, han sido asesinados en Cisjordania en estos dos últimos años, una cifra que representa el 43% de todos los palestinos asesinados en Cisjordania en las últimas dos décadas (esto es, desde el fin de la segunda intifada). Actualmente, unos 40.000 palestinos se encuentran desplazados en Cisjordania, el mayor desplazamiento forzado allí desde 1967.

Actualmente, unos 40.000 palestinos se encuentran desplazados en Cisjordania, el mayor desplazamiento forzado allí desde 1967

Los meses de septiembre y octubre, temporada de cosecha de las aceitunas, suelen ser periodos en los que los colonos israelíes se ceban con los olivares palestinos, pero en los dos últimos años, y especialmente en las últimas semanas, la violencia ha superado todos los límites. En esta temporada, la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) ha documentado 126 ataques de colonos contra granjeros y familias palestinas en 70 aldeas y pueblos desde principios de octubre, complicando las tareas de cosecha. Más de un centenar de palestinos han resultado heridos y más de 4.000 olivos han sido vandalizados. No se trata únicamente de limpieza étnica. Como escribe Jonathan Pollack en Haaretz, “este asalto está destinado a subvertir el vínculo emocional con la tierra y dirigido hacia el borrado cultural, a la desaparición de la identidad”. En lo que hoy es reconocido como Israel, dicho borrado ha incluido la sustitución sistemática de los olivares palestinos por los pinares que ahora se incendian cada verano. La omisión la palabra “palestino” o equivalente en la mayoría de los comunicados del gobierno israelí forma parte de la misma estrategia.

Justo cuando más Estados reconocen a Palestina como Estado su embrión administrativo, la Autoridad Palestina es más débil y está más deslegitimada que nunca.

Todo ello ha supuesto el colapso en la práctica de la Autoridad Palestina. Justo cuando más Estados reconocen a Palestina como Estado, su embrión administrativo, la Autoridad Palestina es más débil y está más deslegitimada que nunca. Israel y sus colonos hoy actúan con total impunidad en las áreas que, según los acuerdos de Oslo (no reconocidos por el actual gobierno israelí), debían estar bajo la Autoridad Palestina, mientras que el norte de Cisjordania está bajo ocupación militar israelí. La Autoridad Palestina de Mahmud Abás es una cáscara vacía, sin apenas capacidad para gobernar, pagar salarios (que dependen de la financiación europea y de la autorización israelí), o proporcionar seguridad a su población (que solo percibe la represión por cuenta israelí), y que mantiene lealtades mediante la corrupción. Con una legitimidad social por los suelos en Cisjordania, y sin elecciones democráticas e inclusivas a la vista, resulta difícil que la Autoridad Palestina -aún “reformada”, como prevé el acuerdo de alto el fuego- pueda cumplir algún papel real en Gaza, más allá de poner una etiqueta que satisfaga la ficción con la que la comunidad internacional pretende disfrazar el mandato o protectorado que se está negociando entre bambalinas.

Si la ocupación se puede revertir y el apartheid se puede desmantelar, “un genocidio no se puede deshacer”

Israel rechaza incluso esta ficción, pues su objetivo es acabar definitivamente con la idea de que algún día pueda haber un Estado palestino, el que sea. Y es que la propia sociedad israelí se ha visto transformada en estos dos años de genocidio. La periodista israelí Orly Noy, miembro de la ejecutiva de la organización de derechos humanos B’Tselem, quizás sea quien mejor ha descrito cómo el genocidio ha infiltrado la fibra moral de la sociedad israelí como no lo habían hecho ni la ocupación ni el apartheid, vaciándola de las “concepciones básicas de moralidad, decencia, compasión, humanidad, esperanza y futuro”. Un vacío que es “un abismo” al que Israel tendrá que mirar algún día. Si Noy ha podido hacerlo, al coste de cortar relaciones con varios amigos y familiares cercanos, quizás se deba a su condición mizrají (judía “oriental”, en su caso nacida en Irán). Según Orly Noy, la gran mayoría de los ciudadanos israelíes “o ha participado, o apoya el genocidio, o simplemente no le importa el genocidio”, incluyendo israelíes que antes habían sido críticos con la ocupación, lo que considera aterrador. Algo que corroboran las sucesivas encuestas demoscópicas. Si la ocupación se puede revertir y el apartheid se puede desmantelar, “un genocidio no se puede deshacer”. Otros ciudadanos israelíes ya no se sienten cómodos en dicha sociedad. Aunque en 2025 Israel celebró haber superado la cifra de diez millones de habitantes (más de dos millones de los cuales son árabes), el saldo migratorio del último año es negativo: más israelíes emigraron que inmigraron. Por lo general jóvenes, seculares y situados más a la izquierda, según el Jewish People Policy Institute. En agosto, Noy depositaba su esperanza en que la comunidad internacional reconociera que el régimen que lo ha llevado a cabo “no puede seguir existiendo”.

Lo que ha sucedido es todo lo contrario. Lo que la gran mayoría de los miembros de la ONU ha declarado, y lo que el denominado Plan de Paz para Gaza pretende certificar, es que el régimen israelí se ha impuesto por la fuerza, y por tanto toda solución debe respetar sus exigencias. Ninguno de estos documentos habla de genocidio, cuya confirmación oficial por parte de la Corte Internacional de Justicia aún tardará años. Fuera de Palestina, todas las partes interesadas esperan que el paso del tiempo juegue en favor del olvido de esta ignominia, que Israel intervenga menos en su vecindario, y que florezcan los negocios. La red de complicidades es profunda, como ha destacado la Relatora Especial de Naciones Unidas sobre el Territorio Palestino Ocupado Francesca Albanese en su último informe.

Todas las partes interesadas esperan que el paso del tiempo juegue en favor del olvido de esta ignominia

Quien puede desbaratar todos estos planes es, de nuevo, el pueblo palestino. A pesar del exterminio, de los desplazamientos, de los cercamientos, y del trauma, los palestinos han conseguido permanecer en tierras de la Franja de Gaza, de Cisjordania y Jerusalén Este, aunque éstas sean cada vez más reducidas. Pese al genocidio y la violencia de los colonos, probablemente la población palestina de los territorios ocupados continúe superando los cinco millones. Y, si nos atenemos a la última encuesta que publica el instituto palestino PCPSR, mantienen una fuerte determinación anticolonial.

En octubre de 2025, una mayoría relativa del pueblo palestino (47%) se mostraba favorable a la consecución de un Estado propio sobre la base de las fronteras de 1967. La desconfianza, el miedo o el odio hacia los israelíes lleva a que solo un 12% de los palestinos encuestados se muestre favorable a la convivencia en igualdad en un Estado único, aunque al mismo tiempo un 32% cree que la prioridad política debe ser la obtención del derecho de retorno de los refugiados a los pueblos de los que fueron expulsados en 1948, es decir, a lo que hoy es Israel. Para conseguir esos objetivos, un 40 % -que en Cisjordania sube hasta el 43 %- considera que la lucha armada es de momento el método que puede obtener algún resultado, aunque en Gaza se inclinan más por la negociación (35%). Un 65 % considera que las muestras internacionales de solidaridad, que en el caso de las multitudes árabes han impedido que cristalicen las iniciativas de deportación colectiva, contribuyen al fin de la ocupación, mientras que un 68 % (52% en Gaza) rechaza en principio la entrada de una fuerza árabe o islámica de interposición. La letra, con sangre no entra. Para terror del sionismo, una mayoría (53 %) de los palestinos considera que la ofensiva armada del 7 de octubre de 2023 estaba justificada, a pesar de toda la destrucción que trajo consigo, aunque este porcentaje se invierte en Gaza: hoy un 54% de los gazatíes considera que dicha decisión fue incorrecta (frente al 44% que la apoya). Cifras sorprendentes para quienes no viven la violencia cotidiana de la dominación colonial.

La contrapartida de este desafío es la correlativa determinación de Israel de intensificar la ocupación, la segregación y el sufrimiento, aunque el exterminio se ralentice, sin ofrecer ninguna salida política, con el fin de doblegar de una vez por todas la resistencia a su proyecto colonial y de convencer al resto del mundo de que no hay alternativa a la disyuntiva que plantea (expulsión o exterminio). Pero sí la hay, y pasa por el fin del supremacismo étnico y por un proceso de democratización que conduzca a dos estados o a un solo estado. Esto es, pasa por el reconocimiento no del Estado, sino del pueblo palestino, o de los árabes de Palestina, como sujeto político en pie de igualdad con los judíos israelíes. La cuestión es cuándo tardará la sociedad israelí o, en su defecto, las potencias que de un modo u otro sostienen su Estado, en apostar decididamente por el

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