Introducción al cuaderno #1: La restauración de la normalidad

por | Ene 24, 2024 | Cuadernos de estrategia

Presentación de los artículos de este número dedicado a analizar la coyuntura del ciclo que arrancó con el 15M y termina con la vuelta a una política normalizada

El término «restauración», asociado a la idea de «normalidad», puede llevar a demasiados equívocos. La ambigüedad buscada y la polisemia consentida pueden ser en este caso evocadoras de torsiones históricas que no son las pretendidas. Con «restauración de la normalidad» se alude aquí a una vuelta o un retorno a lo que podríamos llamar una situación estacionaria y sin aristas, una situación aceptada por la mayoría y asumida con un «es lo que hay».

La normalidad contrasta con el acontecimiento excepcional, con la apertura de lo posible, que tal tipo de eventos propone. En nuestro caso, ese acontecimiento fue el 15M. Seguramente este no fue una «revolución». Se quedó a medio camino, como esas insurrecciones del pan o contra el gobierno ilegítimo que salpican toda la historia moderna, pero que todavía no —o quizás ya no— se plantean la conquista del poder. No obstante, el 15M fue ambicioso y, si se quiere, profundo. Tanto en sus discusiones como en sus formas asamblearias, planteó una impugnación radical de la democracia representativa, de la concentración de las decisiones en los profesionales de la representación, al tiempo que proponía abrir la política a todos (a los cualquiera), de un modo que la palabra ciudadano adquiriera esa condición universal y activa, bastante alejada de aquella otra reducida a la recepción de mensajes políticamente prefabricados y la emisión de un voto cada tantos años. Por eso el 15M es el parteaguas de la historia reciente del país, el gran acontecimiento político de las generaciones nacidas a partir de 1970.

Si «normalidad» en oposición a «acontecimiento» es demasiado evocadora, el concepto «restauración» es todavía más equívoco.

Si «normalidad» en oposición a «acontecimiento» es demasiado evocadora, el concepto «restauración» es todavía más equívoco. Se trata de un término historiográfico, empleado por lo general para significar aquellos periodos de la historia de España en los que el país ha sido devuelto a la línea dinástica de la monarquía borbónica. Restauraciones en la historia de España hay, por eso, muchas. La primera fue la de Fernando VII, tras la guerra de la independencia, que curiosamente para sus contemporáneos fue conocida como el sobrenombre de «revolución», y no de guerra nacional como ocurre hoy en día. Con la vuelta del rey, y la abolición de las Cortes y de la primera Constitución de 1812, se inició un breve y agitado periodo restaurador del «absolutismo». Restauración fue también un término empleado para designar la llamada década ominosa (1823-1834), que siguió al segundo periodo liberal de 1820-1823. Luego estaría la gran Restauración borbónica, que sucede a la experiencia de la Revolución Gloriosa de 1868 y la Primera República. La vuelta de la monarquía con Alfonso XII, vino en este ocasión de la mano de una Constitución oligárquica (la de 1876), que establecía un sistema de turnos en el gobierno entre liberales y conservadores. Su artífice, Cánovas del Castillo ha sido elevado a modelo de toda forma de restauración posterior. Y finalmente, tendríamos la última restauración monárquica, impuesta por Franco, con la designación de Juan Carlos como rey de España en 1969, según la Ley de Sucesión de 1947. La democracia española consagrada en la Constitución de 1978 confirmó, sin lugar a paradoja, una nueva restauración de la monarquía borbónica, en el marco de un régimen electoral que también pretendía ser de «turnos», en este caso, entre un partido conservador (posfranquista) y un partido socialista (representante definitivo de la izquierda).

De seguir este hilo histórico, la propuesta de este cuaderno es que estaríamos ante la V Restauración española. Y lo que se restauraría es el Régimen del 78, diseñado por acuerdo entre los reformadores franquistas y la oposición institucional, una democracia imperfecta y de tipo oligárquico, sellada en la conservación de la monarquía. Caso de ser este nuestro propósito, estaríamos así ante una interpretación que sigue el viejo hilo histórico de la revolución democrática y republicana. Pero no es exactamente este nuestro objetivo. No pretendemos aquí invocar las fuerzas y el espíritu de la Tercera República, por mucha simpatía que esta nos pueda generar.

Ni grandes movilizaciones irrecuperables por la clase política, ni grandes impugnaciones a su monopolio, marcan hoy el territorio de lo que llamamos política.

Nuestro empleo del concepto de «restauración» es mucho menos historicista y seguramente más ajustado a algunas de las promesas del 15M. De una parte, lo que se ha restaurado es efectivamente el Régimen del 78. Si se considera nuestra situación a la altura de finales de 2023 o comienzos de 2024, 12 o 13 años después del 15M, caben pocos matices respecto de que hemos vuelto a una política normalizada, según los canales establecidos por el monopolio de los partidos, la reducción de los derechos políticos a la adhesión a una u otra fracción del régimen y la emisión de voto en las convocatorias establecidas. Ni grandes movilizaciones irrecuperables por la clase política, ni grandes impugnaciones a su monopolio, marcan hoy el territorio de lo que llamamos política.

De otra parte, si analizamos la gramática política actual, esta tiene notables semejanzas con la que fijó los repartos de visibilidad y poder entre 1982 y 2011:

  • Una fuerte polaridad entre izquierda y derecha que sirve para fijar los marcos de representación, integrar los descontentos y distribuir dentro de un campo bien delimitado lo que es o no concebible en política. En este sentido, los nuevos partidos no han introducido una novedad radical. Y de hecho, la progresiva asimilación tanto de Vox como de Podemos-Sumar a la lógica del enfrentamiento electoral y la guerra cultural ha consagrado el eje izquierda / derecha como el asunto principal de la política española, al tiempo que su rápido agotamiento los ha ido devolviendo poco a poco de vuelta al bipartidismo PSOE-PP.
  • Una lógica de enfrentamiento entre el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, que tras la crisis de 2011 amagó con desbarrar en la independencia catalana. Analizada, sin embargo, de una forma menos inmediata, el enfrentamiento entre nacionalismos aparece también como un medio de integración política de la opinión pública y sus posibles derivas en forma de indignación. La rápida asimilación del Procés, que a finales de 2023 parece concluir en una ley de amnistía por parte del socialista Pedro Sánchez, apunta en este sentido. Por mucha que sea la teatralización de la indignación de la derecha ante esta política de perdón, hoy el campo del enfrentamiento nacional ha vuelto a ocupar el papel de un conflicto interno al régimen, que comprende a todos los actores políticos, sin que ninguno pueda ofrecer más alternativa que lo que ya existe.
  • Y, por último, el perimetraje constitucional que dirime lo que es la democracia y lo que podría ser el caos político y social. Hoy ya no existe ETA y tampoco una amenaza terrorista creíble y persistente, pero la política es de nuevo la que se hace únicamente a través de la delegación electoral y la subordinación a esta forma política propiamente oligárquica. Todo lo que queda fuera, es hoy sistemáticamente tachado de ilegal e inconstitucional.

Volvemos a la normalidad, a los partidos, a la opinión pública dirigida, al tedio y al aburrimiento, o en su defecto a formas políticas marcadas por el desafección y el resentimiento

El sistema de representación y esta gramática articuladora de los discursos (y por ende de las expresiones de malestar) es lo que conforma el núcleo del régimen del 78. La gran cuestión aquí es que estos son elementos comunes a toda forma de democracia representativa, en tanto modalidad política del capitalismo tardío. Que la jefatura del Estado fuera monárquica o republicana no modificaría gran cosa. La vuelta a la normalidad, la vuelta a los partidos, a la opinión pública dirigida, al tedio y al aburrimiento, o en su defecto a formas políticas marcadas por el desafección y el resentimiento, es lo que marcan el tiempo presente de la democracia española y sus gobiernos progresistas.

La pregunta, por tanto, es ¿cómo abrir de nuevo la situación? ¿Cómo recuperar la apertura de lo posible, que con todos sus límites, prometió el 15M? La respuesta a esta cuestión no reside únicamente en un acto de voluntad, y menos de una minoría, por militante y generosa que esta sea. No obstante, todo cierre político es imperfecto, y la actual restauración no escapa a esta ley. La onda larga de la crisis capitalista que estalló en 2008 y que desencadenó la quiebra de 2011 sigue actuando en una dirección imprevisible. Los parches actuales —como el aparente giro neokeynesiano y el relajamiento de los controles al gasto público— tienen seguramente fecha de caducidad, atenazados por la creciente burbuja de la deuda y el deterioro de la situación internacional. La consolidación del campo político entre izquierda y derecha, y sus apéndices Podemos-Sumar y Vox, dejan demasiada parte del cuerpo social al margen, como para sospechar que su capacidad de integración política no vaya a estallar en nuevas crisis de representación y en movilizaciones que no podrán ni aprovechar ni recuperar. En última instancia, la crisis —determinada también a las escalas gigantescas de la civilización capitalista y de la ecología humana— es el signo de nuestra época.

En este primer cuaderno de Zona de estrategia se incluyen cuatro perspectivas alrededor de esta restauración de la normalidad. Emmanuel Rodríguez escribe sobre la izquierda, como el polo determinante en el que se construye esta política normal, y al que han sido conducidas la mayor parte de las fuerzas que emergieron en el 15M. Brais Fernández ofrece una lectura de la evolución política reciente, a partir del concepto de revolución pasiva, con el resultado sorprendente, que ni siquiera se puede decir que lo sucedido con los gobiernos progresistas logre encajarse dentro de esta categoría del «reformismo desde arriba»: restauración, por tanto. El colectivo Cantoneras analiza la evolución del gran movimiento social del periodo, el feminismo, y en cierto modo cómo este se ha integrado progresivamente en la lógica de las políticas de Estado, acorde con las líneas generales de esta «restauración de la normalidad». Pablo Carmona ofrece, por último, un análisis de la economía política de la provincia España, dentro de la Unión Europea, y también de la posibilidades de articulación de nuevas formas de sindicalismo en el marco de una crisis larvada y que parece que más pronto que tarde acabará por estallar.

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