Hacernos fuertes frente a la crisis: por un sindicalismo de base, integral y confederado

por | Abr 4, 2024 | Análisis, Organizarse en el impasse

Análisis que se enmarca en un proceso colectivo de reflexión que se está produciendo en el Sindicato de Inquilinas de Madrid. El artículo propone un sindicalismo social de base capaz de escalar a partir de la confederación con otras organizaciones

Este artículo forma parte de una serie que quiere profundizar en los debates organizativos que están teniendo lugar en los movimientos sociales del Estado español y que iremos publicando.


Vivimos tiempos de incertidumbre. Una incertidumbre provocada por la intensificación de las múltiples manifestaciones de la crisis del capitalismo global así como de sus devastadoras consecuencias sociales y ecológicas. Pero, además, esta incertidumbre también la provoca la falta de alternativas para enfrentar la situación. Tras el cambio de ciclo político, que es hoy un consenso amplio, la sensación generalizada es que no tenemos muy claro hacia dónde dirigir nuestras apuestas estratégicas. Para rearmarnos ante la crisis que viene, necesitamos repensar y potenciar las herramientas con las que contamos, así como dibujar otras nuevas.

Ante el desconcierto por los legados del ciclo 15M-Podemos, que pasó de un proceso de movilización y politización brutal de la sociedad a su repliegue –mediado por la apuesta fallida del asalto institucional– podemos vislumbrar dos pulsiones que enfrentan hoy nuestros espacios. Por un lado, vemos una reacción identitaria que pretende devolver a los movimientos sociales a los márgenes de los que supuestamente nunca debían haber salido. Desde esta perspectiva, hay una necesidad de privilegiar la unidad ideológica para recomponernos y evitar que en momentos de desborde volvamos a sufrir las “desviaciones” del anterior ciclo. En la práctica, esta pulsión implica dejar de disputar las contradicciones de nuestra sociedad, dejar de hacer política a cambio de construir pureza. Pero esta no es la única opción. Por otro lado, sigue vigente una tendencia contrahegemónica que no renuncia a cambiar las bases de la sociedad mediante la construcción de un poder popular heterogéneo, diverso y, por qué no decirlo, contradictorio.

Confederar estas mismas organizaciones será el primer paso para avanzar hacia un sindicalismo integral con capacidad de recomponer la lucha de clases

En este artículo, trataré de recoger algunas de las ideas centrales de un proceso colectivo de reflexión, fundamentalmente de personas que participamos en el Sindicato de Inquilinas de Madrid. Nuestras prácticas militantes en este y otros movimientos nos han llevado al desarrollo de nuevas hipótesis estratégicas para afrontar el contexto actual. Frente a la sensación de que todo lo que construíamos, con toda su potencia, era efímero y se podía esfumar en un abrir y cerrar de ojos, apostamos por la creación de sindicatos y organizaciones de base, fuertes y estables. Con el tiempo, hemos encontrado límites para escalar el conflicto en todas sus expresiones y, por ello, creemos que hemos de redoblar la apuesta. Confederar estas mismas organizaciones será el primer paso para avanzar hacia un sindicalismo integral con capacidad de recomponer la lucha de clases.

1. Hacia una nueva cultura militante: la apuesta por el sindicalismo de base

Partimos de una premisa. El objetivo hoy es la reconstrucción de una política de parte, independiente de partidos e instituciones del Estado, que tenga la capacidad de dar un volantazo al curso de la historia. Si no queremos construir castillos en el aire sino hacer la revolución posible, no hay atajos. Durante mucho tiempo, el espacio de la autonomía madrileña ha sido receloso de cualquier tipo de organización estable con recursos pero creemos que esta es la materia prima necesaria para acercarnos a ese objetivo. Por ello, necesitamos apostar por la construcción paciente y a medio plazo, necesitamos apostar por el sindicalismo.1

Esta apuesta parte de una forma abierta, heterogénea y diversa de entender la clase como el punto de llegada de un proceso histórico que tenemos que construir, con la lucha de clases como motor de este proceso2. Es decir, son determinadas experiencias las que construyen la clase y componen su imaginario de posibilidades y expectativas. Frente a otras tradiciones3, entendemos la construcción de este poder popular como un medio, porque necesitamos prepararnos colectivamente para ser capaces de garantizar la producción y la reproducción de una sociedad socialista después de la revolución4 pero, también, como un fin, porque no tenemos un punto de llegada preestablecido sino que prefiguramos la nueva sociedad por la que luchamos. En definitiva, seguimos defendiendo la vieja consigna que asume que “la emancipación de las trabajadoras será obra de las trabajadoras mismas”.

Relegar la cuestión de la lucha de clases y sus formas concretas a un segundo plano “táctico” nos parece un error

Cuando decimos que es el momento del sindicalismo, lo decimos confiando en que para reconstruir esa política de parte necesitamos generar un amplio abanico de luchas que confronten en todos sus frentes al capital y su reproducción. Por ello, no nos parece superfluo generar métodos de lucha efectivos y que obtengan victorias ya que estas luchas son el medio mediante el que nos vamos construyendo. Para ello, necesitamos unidad –organizativa– en la diversidad –ideológica– en un proceso que ponga en común las prácticas políticas de cada espacio organizativo. Relegar la cuestión de la lucha de clases y sus formas concretas a un segundo plano “táctico” nos parece un error; un error que históricamente ha significado el cierre por arriba de los ciclos revolucionarios, sin importar si su dirección era socialdemócrata o comunista.

El contexto actual de nuestras luchas nos anima a ser cautos pero también a ilusionarnos con este desarrollo. Frente a un retroceso generalizado en la movilización social, tanto las experiencias del feminismo sindicalista desde los sectores más precarios y feminizados como sindicatos más consolidados están viviendo un momento de crecimiento, especialmente la CGT en Catalunya, gracias a un modelo centrado en el conflicto5. En menor medida, la aportación de los Sindicatos de Inquilinas a la popularización del conflicto en torno a la vivienda de alquiler también creemos que es significativa aunque esté empezando su despliegue. En otras latitudes, el auge de un nuevo sindicalismo en el corazón de Estados Unidos6 y otros países nos anima a potenciar la dimensión internacional del conflicto.

Dicho lo cual, es importante ser sinceras y complejizar la discusión: para esta tarea no vale cualquier tipo de Sindicato. Por eso, hoy es esencial que continuemos el debate acerca del modelo sindical por el que apostamos. Jane McAlevey, una figura poco conocida en España pero que está siendo fundamental en la revitalización del movimiento sindical internacional, distingue tres modelos de organización: el de servicios, el de movilización y el de organización7. La diferenciación es oportuna precisamente porque apela desde un lugar al que no estamos acostumbradas en el Estado español, donde suele diferenciarse únicamente entre los dos primeros modelos8. A nuestro entender, este debate es crucial para cualquier organización, movimiento o sindicato cuyo objetivo sea transformar la sociedad.

Para adentrarnos en la discusión, McAlevey comienza preguntándose por las diferencias organizativas entre los movimientos que lograron grandes conquistas, refiriéndose al movimiento por los derechos civiles y al movimiento obrero, y nuestras prácticas actuales. Destacaremos cuatro conceptos fundamentales para tratar de fundamentar una propuesta que recupere la herencia del sindicalismo revolucionario: grupos de autoselección vs grupos naturales, activistas vs organizadoras, minorías vs mayorías y, en definitiva, movilizar vs organizar.

El modelo asambleario y construido por activistas que predomina en gran parte de nuestros espacios

En la actualidad, los movimientos sociales tal y como los conocemos suelen construirse sobre la base de grupos de autoselección, más o menos identitarios, donde nos reunimos entre personas que ya estamos de acuerdo en lo fundamental y pasamos la mayor parte del tiempo hablando y discutiendo entre nosotras. Este es el modelo asambleario y construido por activistas que predomina en gran parte de nuestros espacios. Frente a este, los movimientos de masas del pasado estaban organizados en torno a grupos naturales en los que se convivía con compañeras de trabajo y vecinas, donde lo normal era la heterogeneidad consustancial a lo social, el no estar de acuerdo y tener que realizar una labor paciente de persuasión entre todas. Este es un modelo de activismo al que estamos, por desgracia, muy poco acostumbradas. Es más, nosotras mismas nos hemos visto identificadas en ese activista que se pone la capa militante únicamente cuando abandona sus espacios naturales de socialización. En el trabajo, en el bloque, en el barrio, somos una más pero de camino a la asamblea nos quitamos la careta y nos transformamos en la activista que llevamos dentro. El problema es que cada vez nos hemos ido alejando más y más de la realidad, hasta convertirnos en una caricatura de nosotras mismas, sin demasiada capacidad de incidencia social. Y obviamente, con esto no estamos queriendo decir que haya que abandonar esas luchas de las que partimos, que han sido, son y serán fundamentales para el futuro, sino que debemos cambiar el chip, reubicarnos y poner nuestro enfoque feminista, decolonial y ecosocial al servicio de una estrategia sindical integral capaz de crear instituciones de poder popular en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida.

Organizarse en torno a estos grupos naturales implica, como decimos, cuestionar la centralidad de nuestro papel como activistas. Por definición, nos entendemos como una minoría que realiza (y sobre todo piensa) las tareas –a menudo campañas o acciones de concienciación–. En definitiva, nos concebimos como los sujetos del cambio frente a una sociedad mayoritariamente pasiva.9 En cambio, entendemos a las “organizadoras” como aquellas personas que son referentes en sus espacios naturales, debido a su influencia social y su conexión con el resto. Más que ejercer un liderazgo lo reciben, en el sentido de que el resto del grupo confía en ellas y es a través de esa confianza mutua como logran incidir pacientemente en el resto de sus compañeras para que se conviertan en sujetos activos del cambio que estamos proponiendo.

Por lo tanto, creemos que nuestro papel como militantes debe transformarse. Esto pasa no solo por comenzar a incidir en los espacios naturales que habitamos sino también por ser conscientes de que la revolución no la haremos las activistas. Una de las principales tareas para potenciar el conflicto es conseguir que estas “referentes naturales” se transformen en organizadoras capaces de dinamizar su propia lucha. Por trasladarlo a un ejemplo concreto, en el Sindicato de Inquilinas, bebiendo del sindicalismo revolucionario y rompiendo con algunas prácticas del sindicalismo social, estamos apostando por llevar el sindicato allí donde surge el conflicto (a los Bloques en Lucha) sin tratar de encasillarlo todo en nuestra asamblea, bajo nuestras normas10. De esta forma, nos vemos obligadas a potenciar la figura de las organizadoras de bloque, trasladando a su vez la vía de politización y organización principal de la asamblea general a la asamblea de bloque. Esta estrategia nos permite avanzar también en la multiplicación y diversificación de nuestros anclajes territoriales, abandonando la noción de que existe un lugar central de politización y construyendo comunidades en lucha en diversos territorios que se mantienen interconectadas entre sí a través de la adopción de estrategias comunes.

No se trata únicamente de si la gente corriente –a menudo denominada la base– participa, sino de cómo, por qué y dónde lo hace

Este enfoque tiene el objetivo de construir una nueva hegemonía y una organización replicable a gran escala, ya que “no se trata únicamente de si la gente corriente –a menudo denominada la base– participa, sino de cómo, por qué y dónde lo hace”.11 La construcción de una mayoría, de un nuevo bloque social, no es un simple concepto analítico sino un objetivo específico que debe cumplirse y para ello necesitamos romper con ciertos fetiches en torno al asamblearismo. Para ello es fundamental introducir diversos grados de participación así como mecanismos de control democrático de las decisiones estratégicas. Como se puede intuir, ambos enfoques descansan en una concepción del poder diferente. Diferente porque supone la convicción de que las élites pueden ser eliminadas y no simplemente reemplazadas. La clave para superar la cultura de la representación en la que vivimos es mostrarnos el poder potencial que tenemos como actores centrales de nuestro propio proceso de liberación.

Con estos conceptos hemos intentado recoger dos modelos diferentes de organización. Por un lado, un modelo basado en la movilización, más centrado en la repercusión mediática de sus acciones que en la propia organización que genera y estructurado en torno al papel de una minoría activista. Por otro lado, un modelo que plantea avanzar hacia una nueva cultura militante que devuelva la centralidad a la construcción de organizaciones sindicales de base. Por aclararlo una vez más, cuando hablamos de sindicalismo nos referimos a esta forma de hacer y de entender la política. Contra lo que pudiera parecer, en los últimos años las experiencias más potentes de esta forma de hacer política han venido de otras luchas alejadas de lo que corrientemente entendemos por sindicalismo como, por ejemplo, las huelgas feministas internacionales del 8M o las luchas por la defensa del territorio con el ejemplo francés de los Soulèvements de la Terre.

2. Hacia un sindicalismo integral. La apuesta por la confederación

Estamos aún hoy en una fase embrionaria del desarrollo de este tipo de organizaciones. Si analizamos el contexto general, nuestra fuerza tiene potencia pero es todavía reducida. Por eso desde la militancia de muchas de estas organizaciones y sindicatos resuena cada vez con más fuerza la idea de confederarnos.

Durante este tiempo, hemos sido conscientes de las necesidades que generan las propias luchas. En muchas ocasiones sus dinámicas obligan a una especialización que aisla. Si no enfrentamos esta realidad, el resultado es normalmente la dispersión, el identitarismo, la falta de un análisis sistémico y, en definitiva, respuestas parciales que no nos permiten avanzar conjuntamente ni siquiera cuando algunas de nuestras posiciones se popularizan. Nuestra intención no es obviar los problemas con los que nos encontramos sino reconocerlos para afrontarlos. Por ello, desde el Sindicato de Inquilinas de Madrid llevamos un tiempo queriendo explorar otras posibilidades. Sabemos que nuestra lucha no es únicamente por liberar toda vivienda de las garras del mercado y, a su vez, que nuestros objetivos no son alcanzables en abstracto; tan solo una transformación radical de la sociedad podrá conseguirlo.

El objetivo es que, a medio-largo plazo, generemos un sujeto político autónomo, diverso y desde abajo con capacidad de intervenir en el contexto social y político

Para acercarnos a esa realidad, necesitamos construir una casa común en la que compartir ideas, estrategias y proyecto de futuro. Porque si no hacemos política, otros se encargarán de hacerla por nosotras. Por ello, la posibilidad de confederar nuestras luchas no solo nos servirá para ampliar la mirada y tener una comprensión más sistémica a nivel teórico sino, sobre todo, a nivel organizativo. En nuestro caso, por ejemplo, que cuando alguien llegue al Sindicato por un conflicto concreto de vivienda, perciba una realidad que potencie una politización que hoy en día no podemos generar solas y de manera aislada. Si bien en el corto plazo quizás solo hay que reforzar las organizaciones existentes a través del aumento de las relaciones bilaterales (dobles afiliaciones, recursos compartidos, potenciar su intervención), la idea es abonar un proceso que escale gradualmente. El objetivo es que, a medio-largo plazo, generemos un sujeto político autónomo, diverso y desde abajo con capacidad de intervenir en el contexto social y político así como de construir una nueva hegemonía, mientras se potencia un salto de escala de las alternativas existentes en forma de cooperativas de producción, consumo y vivienda. Esta cuestión será la base sobre la que construir un poder popular que no se subordine a quienes pretenden representarnos. Es la posibilidad de que la revolución mantenga su espíritu democrático y libertario.12

Estas reflexiones no son nuevas. Mazzeo diferencia entre dos concepciones para la articulación de las instancias de poder popular. En primer lugar, define una versión autoritaria-verticalista en la que la propia unificación viene desde fuera, donde la “organización política une lo múltiple homogeneizando los fragmentos a través de una línea”. En contraposición, defiende una concepción de base en la que el impulso articulador surge desde las propias organizaciones, donde la “vanguardia política queda subsumida en el movimiento real”, donde lo múltiple trabaja para encontrar su universalización. Por ello, desde esta perspectiva surge un rechazo a todas aquellas organizaciones políticas que se consideran, a priori, ese punto universal. “No se trata pues de encontrar la reedición de la línea correcta sino más bien de acordar por qué avenida transitamos” sin la necesidad de eliminar la autonomía de las organizaciones que la componen13.

Hecha esta primera diferenciación, debemos aclarar que los intentos previos de articularnos desde esta segunda concepción, al menos en Madrid, no han funcionado. Por ello creemos necesario analizar las limitaciones de las anteriores apuestas14, ligadas a la idea de coordinadoras de colectivos, para poder plantear una hipótesis que se plantee su superación.

En primer lugar, este tipo de procesos han sido normalmente pensados y ejecutados “desde arriba”. Sin la participación activa de la militancia ni de la base social de cada organización salvo en el momento de movilizarse. El proceso nacía negando sus mejores potencias. Así, en la práctica, cada reunión se convertía en una carga para cada organización más que un proceso que diera fuerza al conjunto. En segundo lugar, han sido concebidos normalmente como una reacción coordinada ante una coyuntura concreta, es decir, sin reflexiones estratégicas a medio-largo plazo, lo que imposibilitaba en sí mismo que perduraran en el tiempo. En tercer lugar, ha habido una gran dificultad para poner en común los recursos de cada organización ya que, por lo general, el modelo suele estar centrado en la movilización bajo una serie de demandas o reivindicaciones comunes. Por todo ello, creemos que este nuevo proceso que debemos impulsar, como propondremos a continuación, tiene que partir de nuevas premisas y construir un modelo que se parezca más a una confederación que a una coordinadora.

El proceso de confluencia debe darse en la práctica entre las bases de todas las organizaciones implicadas

Para empezar a pensar en cómo poner en práctica esta confederación, nos parece interesante partir de algunas premisas y herramientas concretas que pueden guiarnos. En cuanto a las premisas, en primer lugar creemos que la alianza debe darse desde abajo. Lejos de ser un cliché, con esta idea nos referimos a que no servirán declaraciones de intenciones que podamos negociar entre las “direcciones” de varias organizaciones: el proceso de confluencia debe darse en la práctica entre las bases de todas las organizaciones implicadas. En segundo lugar, la alianza, para darse desde abajo, necesariamente debe ser desde el territorio15, por lo que en cada uno de ellos asumirá una forma específica, adecuándose a las necesidades del mismo. Por último, para que pueda llegar a buen puerto, la alianza debe ser progresiva, entendiéndola como un punto de llegada y no de partida, ya que, pese a todas las cuestiones compartidas, partimos de diferentes organizaciones que no han trabajado conjuntamente hasta el momento. Es probable, entonces, que los primeros pasos no sean tan potentes como podrían ser los siguientes, pero son indispensables para que la alianza que construyamos sea duradera y estable en el tiempo, basada en un modelo organizativo que respete la diversidad ideológica pero sea capaz, a su vez, de tener una dirección común.

Como bien sabemos, el camino se hace al andar. Pero para avanzar más rápido es importante contar con herramientas que puedan hacer comenzar este camino con unas bases sólidas. De esta forma, apostamos decididamente por mancomunar nuestras fuerzas. Si bien el espacio es lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en compartir, no es el único, otros podrían ser recursos económicos, formativos o bases de datos que nos sirvan para potenciar el conflicto que genera la propia intersección. Por ejemplo, se podría juntar un grupo de militantes ecologistas que sean inquilinas para abrir una nueva etapa en el conflicto de vivienda al generar bloques en lucha centrados en reivindicaciones ecosociales. O también podríamos apostar por que las inquilinas organizadas introduzcan en las negociaciones de sus convenios colectivos laborales cuestiones como la relación salario-renta de alquiler que nos empobrece. Estos primeros pasos deberían servir para ir construyendo lazos de confianza y dinámicas de trabajo conjunto entre las organizaciones para ir prefigurando los primeros rasgos de una estrategia compartida que señale el horizonte político hacia el que queremos dirigirnos.

Necesitamos generar entramados comunitarios que trasciendan los espacios naturales en los que organizamos el conflicto

De cualquier forma, el punto de partida inicial deberá ser la apertura conjunta de centros sociales anclados territorialmente. La experiencia nos ha enseñado que los centros sociales hoy, como los ateneos libertarios o las casas del pueblo de ayer, son las infraestructuras clave necesarias para politizar la vida y profundizar en muchos aspectos de nuestras luchas. Si queremos que nuestra acción política más allá de la cuestión concreta que trabajamos desde cada organización o sindicato, necesitamos generar entramados comunitarios que trasciendan los espacios naturales en los que organizamos el conflicto. Además, históricamente, la transformación “de afiliadas a militantes” se ha dado en estos espacios, que cumplían dos funciones: por un lado, construían hacia dentro el movimiento, profundizando en prácticas sociales y culturales alternativas. Por otro lado, tenían una labor difusora y de proyección hacia el resto de la sociedad, que los configuraba como un punto de entrada privilegiado a una forma alternativa de analizar y de estar en el mundo.16

Esta tarea cumple hoy una relevancia excepcional debido a que los centros sociales se han convertido en los últimos años en uno de los focos de la campaña contra la okupación de la derecha madrileña, consciente del desafío a las lógicas hegemónicas que estos espacios encarnan. Organizativamente, es muy importante que los nuevos espacios no sean entendidos como locales de las organizaciones que apostaron por abrirlos, lo que negaría toda su potencia, sino como lugares abiertos al barrio o la ciudad para fomentar una cultura alternativa.

3. El horizonte transformador pasa por el sindicalismo

En este texto hemos intentado definir en que consiste nuestra apuesta por el sindicalismo. Una apuesta que no es tan solo una respuesta al contexto sino que contiene elementos estratégicos de nuestra perspectiva política. La viabilidad de esta hipótesis –podemos reconstruir una política de parte apostando por el sindicalismo– depende intrínsecamente de las otras dos ideas lanzadas a lo largo del este artículo. Así, creemos que no habrá grandes organizaciones sindicales de base sin una confederación de las mismas y que tampoco habrá una confederación con capacidad real sin organizaciones de base.

El sindicalismo de base se tiene que extender desde los espacios naturales que habitamos cada día y en los que surgen las resistencias ante cada una de las opresiones que vivimos

En definitiva, queremos poner las bases para la construcción de un sindicalismo que ponga la vida –y no solo el trabajo o la vivienda– en el centro. Un sindicalismo de base que se tiene que extender desde los espacios naturales que habitamos cada día y en los que surgen las resistencias ante cada una de las opresiones que vivimos. Un sindicalismo integral que se enfrenta a todas las dimensiones de la crisis y que, a su vez, es capaz de dibujar una estrategia conjunta colectivamente. Un sindicalismo revolucionario que no espera a la toma del poder para prefigurar con sus luchas la vida que buscamos. En definitiva, un sindicalismo, tal y como defendía Salvador Seguí, que “empiece siendo un arma económica de defensa pero que termine siendo una agrupación política de los postulados de la libertad”.17

  1. El concepto de sindicalismo que defendemos va mucho más allá del conflicto capital-trabajo para centrarse en el conflicto capital-vida. Pérez Orozco, A. (2014) Subversión feminista de la economía. Sobre el conflicto capital-vida. Traficantes de Sueños ↩︎
  2. Un breve pero incisivo texto para acercarse al debate sobre las diferentes nociones de clase puede ser: Thompson, E.P. (1991) Algunas observaciones sobre clase y conciencia de clase. Historia social nº10 ↩︎
  3. Miguel Mazzeo diferencia entre las tradiciones que conciben el poder popular como un medio –acumular poder– para un fin –la conquista del poder y la dictadura del proletariado–, de aquellas que lo conciben como medio sin fin –aludiendo a diferentes interpretaciones autonomistas desde Negri a Holloway– o las que lo conciben como un medio y un fin a la vez, que es la que defendemos en este artículo. Se puede leer esta idea desarrollada en el capítulo 2 de Introducción al poder popular (2016) Fundación Editorial, El perro y la rana del mismo autor. ↩︎
  4. Probablemente la mayor aportación teórica por parte del sindicalismo revolucionario sea la relacionada con una visión libertaria de la necesaria “fase de transición” al comunismo libertario. Pueden consultarse Cornelissen, C. (1933) Comunismo libertario y régimen de transición o una versión más ibérica en Pestaña, A. (1933) El Sindicalismo. Qué Quiere y Adonde Va. ↩︎
  5. Para un repaso de estas nuevas formas de organización desde el Sindicalismo feminista puede leerse: Tabernero, J. Montero, J. y Muñoz Moreno, E. (2022) Otros mapas de conflictos sindicales: luchas feministas en los márgenes del trabajo. Viento Sur nº184 o cualquiera de los cuadernos de La Laboratoria. Para acercarse a las últimas luchas de CGT puede leerse: La lucha de las trabajadoras de Inditex (2023) La Brecha. Y para un repaso del modelo organizativo: Cara, P. (2024) La CGT del futur. Revista Catalunya ↩︎
  6. Caro, J. (2023) La izquierda y el Nuevo sindicalismo en Estados Unidos. Nueva Sociedad nº307 ↩︎
  7. McAlevey, J.F. (2016) No shortcuts. Organizing for power in the new gilded age. Oxford University Press. Actualmente la editorial Verso está preparando la traducción al castellano de este libro. Manu Robles-Arangiz Fundazioa, la fundación del sindicato vasco mayoritario ELA, publicó un pequeño cuaderno a través de este y otros trabajos suyos que pueden consultarse aquí. ↩︎
  8. Wilhemi, G. (2023) Huelgas, mareas y plazas. Catarata. En el libro se diferencia entre un modelo de gestión y otro de participación y movilización, a su vez divididos por su carácter de clase, corporativo o amarillo. ↩︎
  9. En los últimos años hemos llegado a ver la exaltación de este modelo, fundamentado por el “estudio científico” Por qué la resistencia civil funciona Stephan, M.J. y Chenoweth, E., transmitiendo la idea clave de que si somos capaces de conseguir que un 3,5% de la población se involucre en acciones de desobediencia civil no violenta lograremos transformar la sociedad.
    ↩︎
  10. Los bloques en lucha son la base de los Sindicatos de Inquilinas. Se trata de bloques que pertenecen a un mismo propietario y cuyos inquilinos comienzan a luchar por unas reivindicaciones comunes frente a su casero. Inicialmente han estado muy ligados a conflictos de expulsión aunque en la actualidad ya se están expandiendo a todo tipo de conflictos por mejorar la calidad de vida. Si bien esta forma de propiedad –todo un bloque pertenece a la misma persona física o jurídica– no es mayoritaria en ninguna ciudad del Estado sí que tienen un potencial estratégico muy importante: los bloques en lucha son la punta de lanza del inquilinato. Un desarrollo de esta hipótesis se puede encontrar en Construir Sindicato. Hacia una nueva fase organizativa (2023) Sindicato de Inquilinas e Inquilinos de Madrid ↩︎
  11. McAlevey, J.F. (2016) No shortcuts… ↩︎
  12. Rodriguez, E .(2022) Ateneo, cooperativa, sindicato: un programa del siglo XIX para el siglo XXI. Contracultura ↩︎
  13. Mazzeo, M. (2016) Introducción al… ↩︎
  14. Al escribir estas líneas pensamos, por ejemplo, en el Plan de Choque Social impulsado desde diferentes organizaciones durante la primera fase de la pandemia del Covid-19. ↩︎
  15. Desde el primer congreso de la sección española de la primera internacional se pensaron las federaciones locales (aparte de la organización en el centro de trabajo) como futuro organismo revolucionario desde el que ejercer nuestro poder. Bookchin, M. (1980) Los anarquistas españoles. Ediciones Grijalbo ↩︎
  16. Navarro Navarro, J. (2016) Los ateneos libertarios en España (1931-1939) La neurosis o las barricadas Ed. ↩︎
  17. Sobre Reorganización Confederal. Discurso en un mitin Sindicalista de Valencia (30-4-1922). En Artículos madrileños de Salvador Seguí. Cuadernos para el Diálogo. ↩︎

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