El pensamiento fuerte de Franco Berardi Bifo

por | Dic 12, 2024 | Historia, Teoría

De la elaboración conceptual que se espesa alrededor de la experiencia política de Potere Operaio deriva un rastro metodológico útil para comprender hoy algo de la transición paradigmática que tiende, más allá del agotamiento de la sociedad industrial, más allá del agotamiento del trabajo asalariado, hacia el apocalipsis de nuevos horizontes de posibilidad.

Desde hace unos meses está en las librerías Los últimos fulgores de la modernidad. Trabajo, técnica y movimiento en el laboratorio de Potere Operaio de Franco Berardi Bifo, un libro que se publicó en 1998 con el título La nefasta utopía de Potere Operaio1 y que ahora cuenta con una nueva introducción.2 Se trata de un esfuerzo de análisis teórico-metodológico de las elaboraciones intelectuales, filosóficas y políticas militantes producidas en el «Laboratorio de Potere Operaio» (PO) y en el curso del debate sobre la naturaleza de los movimientos sociales desde las luchas obreras y estudiantiles de los años sesenta hasta nuestros días (pasando por el movimiento antiglobalización de Seattle en 1999 y Génova en 2001 hasta los movimientos de trabajadores precarios y cognitivos). La tesis desarrollada por Bifo es que «de la elaboración conceptual que se espesa alrededor de la experiencia política de Potere Operaio deriva un rastro metodológico útil para comprender hoy algo de la transición paradigmática que tiende, más allá del agotamiento de la sociedad industrial, más allá del agotamiento del trabajo asalariado, hacia el apocalipsis de nuevos horizontes de posibilidad». Por esta razón, el libro intenta reconstruir la formación del modelo teórico explicativo del devenir social, tecnológico y político (el «entramado conceptual») elaborado por el grupo de intelectuales militantes que participaron en la experiencia de PO.3 «La alianza estratégica entre el rechazo al trabajo asalariado y la inteligencia tecnocientífica está en el corazón del proyecto de Potere Operaio, que se concreta como sabotaje del dominio capitalista y en la reducción del tiempo de trabajo».

Es el rechazo del trabajo de fábrica lo que empuja constantemente al capitalismo, a través de la introducción del progreso técnico, y luego a través de la globalización, a eludir la «fortaleza obrera»

En las luchas obreras y estudiantiles de la década posterior al 68 se produjo una profunda transformación de la dinámica social que condujo a una crisis de los mecanismos de acumulación, a un alejamiento societal del modelo industrial fordista/taylorista (centrado en la cadena de montaje y en el llamado «obrero masa», por el que el trabajo obrero quedaba reducido a una variable tecnológicamente dependiente) y a un progresivo vaciamiento de las funciones de control del Estado-nación moderno (en sus versiones keynesiana, socialdemócrata o socialista). Fue en 1968 cuando apareció en escena el trabajo intelectual técnico-científico, ligado al rechazo del trabajo asalariado (que se convirtió en abierta insumisión en determinados momentos y sectores productivos), como actor social consciente de su papel productivo. Según Bifo, la crítica filosófica y la investigación social llevadas a cabo por PO representaron un momento de toma de conciencia de este cambio que estaba madurando en la composición social del trabajo, en el conocimiento científico y tecnológico.4 Es el rechazo del trabajo de fábrica lo que empuja constantemente al capitalismo, a través de la introducción del progreso técnico, y luego a través de la globalización, a eludir la «fortaleza obrera».

En los textos producidos (en libros, revistas, artículos, periódicos, ensayos de diversa índole) por el operaismo italiano hay muchas herramientas (metodológicas y analíticas) útiles para analizar la posterior transición postindustrial y también el estado de cosas actual. «Si reconstruimos la perspectiva histórica y filosófica de la llamada escuela obrerista, y sobre todo si reconstruimos el modelo interpretativo del conflicto social que Potere Operaio había elaborado, nos daremos cuenta de que el devenir social de los años ochenta (demolición de la clase obrera industrial, terciarización e intelectualización del trabajo) y también el proceso político desencadenado en 1989 (colapso de los regímenes socialistas) no eran en absoluto inesperados para Potere Operaio, sino que, por el contrario, representaban una línea de tendencia implícita en su lectura de las tensiones sociales y del conflicto de clases».

El método composicionista

En el análisis retrospectivo de Bifo encontramos la línea de demarcación que las revistas obreristas de los años sesenta trazaron marcando una nueva fase. Este paso se identifica en la fundación de los Quaderni Rossi (1961-1966), revista propedéutica al nacimiento de otros «grupos-revistas» como Classe operaia (1964-1967), Contropiano (1968-1969), La Classe (1969) y Potere operaio (1969-1973).5 Lo que Bifo atribuye a esta corriente de revistas (y al pensamiento del que son portavoz) «consiste, en primer lugar, en la acentuación del carácter directamente político de la lucha obrera, en el rechazo de la separación entre dimensión sindical (contractual) y dimensión política de la organización». Todos coinciden en un punto metodológico fundamental: la contradicción esencial del desarrollo capitalista reside en la «la insubordinación endémica de los obreros como clase», por lo que «solo la lucha incesante entre obreros y capital explica los movimientos del capital».

Según Bifo, las revistas obreristas trabajaron conceptos como el rechazo del trabajo asalariado y la composición de clase (entendida «como el devenir de la autonomía de clase, la recomposición de segmentos heterogéneos, fragmentos de conciencia, de deseo, de expectativa, de rebeldía, de ideología, de ilusión, de proyecto), introdujo la investigación obrera, la coinvestigación social6 y la investigación-acción territorial (por la que «conocer la realidad social significaba elaborar elementos de conciencia proliferantes dentro de la propia dinámica social»), y la concepción de la lucha obrera autónoma (contra el capital y contra el Estado), por la que se considera que la clase obrera puede representarse a sí misma tanto a nivel sindical como político. Un método ―el de la co-investigación y la investigación-acción territorial― que, junto con Aldo Bonomi, mis colegas del Consorcio Aaster y otros compañeros de viaje, he intentado practicar personalmente con pasión y entusiasmo en mi trabajo como investigador social durante los últimos treinta años.7

El problema que debemos plantearnos es el de la autonomía del espacio social frente a la dominación capitalista, y el de las diferentes composiciones culturales, políticas, imaginarias que elabora el obrero social

A Bifo no le gusta el uso del término «obrerismo»; lo utiliza con desaprobación y sólo cuando tiene una connotación predominantemente convencional, considerándolo únicamente como una etiqueta «buena para los periodistas, es decir, mala». A Bifo no le gusta el término obrerismo porque reduce la complejidad de la realidad social al mero hecho de la centralidad de los trabajadores industriales en la dinámica social de la modernidad tardía. La centralidad de la clase obrera fue un gran mito político del siglo XX, pero para Bifo, el problema que debemos plantearnos es el de la autonomía del espacio social frente a la dominación capitalista, y el de las diferentes composiciones culturales, políticas, imaginarias que elabora el obrero social. Por eso prefiere utilizar la expresión «composicionismo» para definir este movimiento de pensamiento teórico-filosófico.

El concepto de clase social no tiene consistencia ontológica, sino que debe ser visto como un concepto vectorial. Para Bifo, la clase social es una proyección de imaginarios y proyectos, el efecto de una intención política y una sedimentación de culturas. Ser composicionista es ver la dinámica social ―que se encarna de vez en cuando en una determinada composición de clase― como un proceso fluido (químico-gaseoso o, siguiendo a Félix Guattari, de subjetivación) en el que se mezclan flujos culturales, psíquicos e ideológicos, y no como un campo de batalla entre fuerzas compactas, entre sujetos unitarios portadores de voluntades unívocas (entre clases sociales). Los movimientos se entienden mejor desde las oscilaciones del imaginario social que desde la «lucha de clases» de la memoria leninista.

Según Bifo, al hablar de «composicionismo» en lugar de «operaismo», se tiene en cuenta la composición y recomposición social de la clase y el «cerebro social»: es decir, cómo la sociedad condicionada por el desarrollo del capital se estratifica según su propia evolución, y cómo ―a través de los procesos de protesta y lucha social― se descompone y recompone creando nuevos actores sociales. De modo que, en última instancia, el nuevo marco social deriva del anterior a través de su propia recomposición.

Un enfoque ecléctico que con el tiempo ha sido capaz de entrelazar enfoques incluso muy distantes como el postestructuralismo francés  y la cibercultura británica y estadounidense.

El método analítico consiste en «situar el punto de observación en la cresta más resbaladiza, en la tendencia, en eso que constituye la forma extrema del universo social». En el concepto de composición «está implícita una crítica al subjetivismo político y, al mismo tiempo, una crítica al sociologismo empírico; y es posible vislumbrar los elementos de una concepción del proceso social entendido como devenir heterogéneo en el que intervienen segmentos tecnológicos, sedimentaciones culturales, intenciones políticas y representaciones ideológicas, concatenaciones maquínicas y comunicacionales; en suma, todo aquello que escapa a las reducciones de la política y de la sociología». Un enfoque ecléctico que con el tiempo ha sido capaz de entrelazar enfoques incluso muy distantes como el postestructuralismo francés (Foucault, Deleuze, Guattari, Baudrillard) y la cibercultura británica y estadounidense (los movimientos ciberpunk y hacker).

En lo que respecta al «cerebro social», puede compararse con el «intelecto general» del que habla Marx en los Grundrisse, en particular en la sección titulada «Fragmento sobre las máquinas», que Panzieri vuelve a situar en el centro del análisis de los estudios marxistas. Con el «cerebro social», el composicionismo va más allá del concepto gramsciano de «intelectual orgánico» y, en sus desarrollos posteriores, sustituirá gradualmente el «intelecto general» por la «esfera social cognitiva». El estudio del «cognitariado» y del «trabajo autónomo de segunda generación» será central en el pensamiento posterior de Bifo (desarrollado en la tercera parte del libro y retomado en la nueva introducción de 2023).

A diferencia del obrerismo, más vanguardista, en la lectura de Bifo el composicionismo remite con fuerza a la obra de Marx, dejando al margen la figura de Lenin, precisamente por estar conceptualmente dentro de la clase obrera. En su interpretación, Bifo toma como punto de partida lo ocurrido en 1962 en Turín con la revuelta de Piazza Statuto, donde, en el contexto de las luchas obreras por la renovación contractual de los trabajadores del metal, la clase obrera se organizó y luchó sin las directrices de una organización ajena a ella. En esa ocasión, de hecho, no hay constitución de un sujeto político o estratégico externo, ni partido, ni sindicato, ni grupos extraparlamentarios.

La corriente composicionista se sitúa en una posición totalmente crítica respecto al subjetivismo político que ―a través del giro leninista de los grupos extraparlamentarios― remiten a Mario Tronti y Toni Negri (piénsese, por ejemplo, en PO y Autonomia Operaia).8

El composicionismo se convierte en una corriente de ruptura dentro del marxismo humanista con respecto no sólo a la versión frankfurtiana, sino también a la versión existencialista de molde sartriano

En la lectura de Bifo, el composicionismo se convierte en una corriente de ruptura dentro del marxismo humanista con respecto no sólo a la versión frankfurtiana (y por tanto neohegeliana, con exponentes como Horkheimer, Adorno y Marcuse), sino también a la versión existencialista de molde sartriano.9 La diferencia se condensa en la posición sobre la alienación. Tradicionalmente, en el humanismo, la alienación es vista como el distanciamiento de lo humano respecto a lo humano. Este alejamiento conduce a la pérdida gradual de la esencia humana en la existencia histórica, y este rasgo ―para Bifo― une los planteamientos sartriano y frankfurtiano. Para los sartrianos, la alienación es un rasgo constitutivo de la condición humana, por tanto no eliminable, que lleva al hombre a tener que convivir con ella. Para la Escuela de Frankfurt, en cambio, la alienación es un proceso históricamente superable, por tanto circunscribible a una fase que el hombre debe afrontar en su recorrido histórico.

La novedad del composicionismo, y por tanto de Bifo, radica en que la alienación, tanto en la visión sartriana como en la frankfurtiana, se supera con la introducción de un concepto diferente, a saber, el de «ajenidad» (respecto al modo de producción capitalista y sus reglas). La diferencia conceptual radica en que, en el pensamiento composicionista, el ser humano nace en la relación histórica entre clases, y nace de su capacidad de ajenidad (no de alienarse). Bifo identifica en la ajenidad obrera una intención activa, la predisposición endémica a la revuelta. El composicionismo ve un proceso de transformación, por parte del hombre, que parte de la alienación para convertirse en ajenidad, y luego continúa de la ajenidad al rechazo del trabajo asalariado («ajenidad activa»). El rechazo no es el punto final de este proceso, sino el nuevo punto de partida, es la única manera de que los trabajadores no sufran su alienación, causada por la condición inhumana en la que se encuentran, que depende de las condiciones a las que el capital les somete, haciéndoles perder su humanidad histórica. En consecuencia, el rechazo permite a la clase obrera independizarse del capital distanciándose y transformándose en comunidad (fundando «una comunidad ya no dependiente del capital»). La ajenidad permite conservar la propia esencia humana; y esto sólo puede ocurrir a través de la rebelión, que conduce (en la visión composicionista) a una nueva sociedad y a una nueva humanidad, en una forma más evolucionada y elevada. «Podríamos decir que el desarrollo de esta tendencia lleva al sistema global de producción prácticamente fuera de la órbita paradigmática del sistema capitalista moderno».10

Este es un punto muy importante en la reflexión de Bifo, que estará en la base del paso del «rechazo del trabajo» a la «liberación del trabajo»; de hecho, el concepto de ajenidad es retomado y diseccionado repetidamente. Releyendo el operismo desde una perspectiva composicionista, Bifo encuentra la raíz de la ajenidad en el pensamiento de Tronti, que no utiliza el término «ajenidad», sino que otorga a la alienación una función que ya no es pasiva, sino revolucionaria, trastocando su significado.11

Hay dos aspectos fundamentales del composicionismo: la conciencia de la propia fuerza, , dada por el carácter compacto de la colectividad obrera, y el rechazo programático y generalizado del trabajo asalariado

Hay dos aspectos fundamentales del composicionismo: la conciencia de la propia fuerza, dada por el carácter compacto de la colectividad obrera, y el rechazo programático y generalizado del trabajo asalariado. Con el composicionismo se produce un cambio que autoriza a dejar de hablar de «pérdida de la esencia humana», ya que la ajenidad es el factor que permite a la clase obrera no identificarse con los intereses del capital. El rechazo y la rebelión permiten a Bifo explicar la definición de Tronti de la clase obrera como «ruda raza pagana», situándola extremadamente lejos de las «perspectivas teológico-humanistas que el idealismo marcusiano proyecta sobre la realidad de la composición social proletaria, sobre la condición laboral, pero también sobre el proceso de socialización y de lucha que los obreros ponen en marcha sobre el territorio metropolitano».

Desde este punto de vista, la concentración de la lucha obrera en los aspectos salariales no significa en absoluto que esta lucha deba considerarse integrada y subalterna. Si el salario «es entendido como instrumento político de ataque y de redistribución radical de la riqueza social, si el salario es considerado como un nivel del conflicto entre obreros y capital (el nivel del conflicto sobre el valor de cambio de la fuerza de trabajo) a coordinarse con el otro nivel del conflicto (aquel que se desarrolla en el plano del valor de uso de la fuerza de trabajo), entonces, en este caso, el salario es el instrumento principal de una lucha en la que las dimensiones económica y política están vinculadas en términos ofensivos, en una perspectiva de autonomía de los obreros frente al desarrollo y el dominio capitalistas». El consumo de los trabajadores debe verse como «una forma de apropiación destinada a abrir un frente de confrontación política radical», con una continua elevación de las apuestas. El efecto de esta dinámica es «la reorganización tecnológica, el aumento de la composición orgánica del capital, la reducción del tiempo de trabajo necesario, por lo tanto, la creación de las condiciones para la única revolución interesante: la revolución por la abolición del trabajo asalariado».

Además, el composicionismo cambia la perspectiva de observación, que ya no es la perspectiva marxiana (o del estructuralismo althusseriano) del capital, ni siquiera la perspectiva trontiana de la clase obrera, sino que se convierte en la perspectiva del trabajo, de ahí el ángulo particular del trabajo. El rechazo del trabajo puede conducir a la «subversión determinada» que las personas ejercen contra la «estructura [del sistema capitalista] determinada por el proceso de trabajo». Así, el composicionismo considera esencial y fundamental la composición social «como dinámica de la sustracción de tiempo [de vida] con respecto al rendimiento salarial». Para comprender conjuntamente la composición social y los procesos de ruptura revolucionaria con el capitalismo, es necesario «situarse en la perspectiva del devenir técnico, social, organizativo, relacional del trabajo organizado». Una perspectiva (antiobrera) que sólo puede verse si se toma como punto de observación el del rechazo del trabajo, para expresar el desacuerdo con la subalternidad del tiempo de vida respecto al tiempo de trabajo sometido a la regla del salario y a los tiempos y ritmos de la cadena de montaje.12 Bifo señala cómo las luchas obreras de los años sesenta y setenta en torno a la cuestión de la reducción de la jornada laboral representaron «el esfuerzo por recuperar temporalidades autónomas y afines al deseo singular o colectivo, sustrayendo el ritmo de la existencia cotidiana de la temporalidad disciplinada que el capital intenta imponer» mediante la coacción laboral y el chantaje salarial.

Si, para Bifo, las revistas obreristas constituyen el nacimiento teórico del composicionismo, la revuelta de Piazza Statuto de julio de 1962, en Turín, sanciona su nacimiento histórico. Estrechamente relacionado con el nacimiento del composicionismo está el de la autonomía obrera. En la Piazza Statuto estalló la primera manifestación violenta e insubordinada de una clase obrera, que en aquel momento demostró ser extremadamente diferente a aquella de la década anterior. Es el nacimiento de la autonomía porque es independiente de las representaciones obreras tradicionales y se manifiesta precisamente en la ciudad más industrializada de Italia. Pero el acontecimiento es fundamental porque denota un «interés de los trabajadores por el desarrollo [del capital], pero también una ajenidad respecto a las formas políticas que adopta ese desarrollo». Desde Piazza Statuto, con el nacimiento del composicionismo y, con él, de la autonomía obrera (que es una consecuencia directa del mismo) se marca el inicio de una nueva fase de la realidad obrera en Italia.

En el análisis de Bifo, la clase obrera se convierte en un sujeto mucho más articulado, dotado de una «socialidad autónoma». La clase obrera es una clase deseante

Para comprender plenamente la novedad que aporta la lectura composicionista de Bifo sobre las luchas obreras, hay que remontarse a la escolástica marxista y partir de la esperada contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. La contradicción es el déficit creado entre las condiciones de la clase obrera y el desarrollo (tecnológico, económico, etc.) que el capital adquiere gracias a la clase obrera. El capital mejora gracias a la clase obrera (aumenta la productividad del trabajo vivo), pero ésta no se beneficia de esta mejora que ha contribuido en gran medida a crear; de ahí que surja la contradicción. Esta contradicción lleva en sí misma (ontológicamente) la posibilidad y la capacidad de superar y derrocar el modelo de producción capitalista. Este escenario es totalmente interno a la escolástica marxista, Bifo parte de la contradicción pero constata como el concepto de «fuerzas productivas» resulta obsoleto. La clase obrera es identificada como pura fuerza productiva y queda así reducida a un objeto, a una variable dependiente y pasiva en la historia del capital, pero Bifo en su aproximación a la clase obrera aplica la «revolución copernicana» introducida por Tronti,13 es decir, la sitúa en el centro del desarrollo capitalista como motor negativo del capital y, al mismo tiempo, amplía sus características diciendo que «el concepto de “fuerzas productivas” borra el espesor en términos de cultura, de existencia, de deseo, de represión, que existe dentro de la composición de clase obrera».

En el análisis de Bifo, la clase obrera se convierte en un sujeto mucho más articulado, dotado de una «socialidad autónoma» y cuya tradición y cultura no deben pasarse por alto. Además, la clase obrera es una clase deseante, cuyos deseos y expectativas se ven defraudados por el capitalismo, que no cumple sus promesas al instaurar el mito de la sociedad de consumo y la prosperidad, y además, el capitalismo, a través de su organización estatal, responde a las protestas de forma violenta y represiva. En consecuencia, la clase obrera continúa su camino de distanciamiento convirtiéndose en «portadora de una intencionalidad autónoma, no necesariamente identificable en forma política, sindical o económica». Esta autonomía conduce a la clase obrera a no necesitar ya una figura «externa» voluntarista, como las dimensiones sindicales, partidistas o vanguardistas.14

La reacción del capital: el paso del fordismo al postfordismo y la derrota del movimiento y de la clase

En las luchas obreras de los años sesenta y setenta, la utopía composicionista del rechazo del trabajo y de la abolición tendencial del trabajo asalariado aparecía como una perspectiva posible. «Ese proyecto resultaba realista si se consideran las potencias del saber y de la sociedad, pero su pleno desarrollo requería la emancipación de la actividad productiva respecto del paradigma del crecimiento, y la instauración de un modelo igualitario y frugal en abierto conflicto con el modelo capitalista y con el paradigma de la expansión infinita, profundamente arraigado en la cultura moderna». La reducción del trabajo al mínimo indispensable y la liberación de las energías de la sociedad de la coacción del salario habrían exigido la ruptura de la dominación del capital, pero «por razones culturales y políticas la subjetividad social no ha sido capaz de realizar esa posibilidad, esto es un hecho».

El capitalismo ha demostrado que no es un sistema basado en la conservación, sino en la revolución permanente

Las luchas obreras de los años sesenta y setenta provocaron una crisis de la acumulación y de la función de control del Estado capitalista, pero el capital no se limitó a una reacción defensiva y represiva. Puso en marcha un intenso trabajo de transformación de todo el sistema de producción en torno a la función tecnológica que redefinió la relación entre trabajo y capital, que alteró profundamente la composición orgánica del capital, que aumentó desproporcionadamente la productividad del trabajo vivo y que flexibilizó al máximo la relación entre trabajo vivo y trabajo muerto. El capitalismo ha demostrado que no es un sistema basado en la conservación, sino en la revolución permanente. En la crisis del sistema industrial fordista, provocada por las luchas obreras, el capital y la política prepararon la contrarrevolución neoliberal (des)reguladora de las políticas públicas (libertarismo de derechas), basada en la primacía del beneficio y en el individualismo metodológico egocéntrico («la sociedad no existe, sólo existen los individuos» decía la Sra. Thatcher, los individuos-masa), la libertad de los mercados y el imperio de la competencia generalizada (la guerra de todos contra todos),15 la revolución de las tecnologías de la información y la automatización de los procesos de producción que se desarrollarían plenamente a partir de principios de los años ochenta, permitiendo la globalización del capital en busca de mano de obra barata. Tras la derrota de la clase obrera y del movimiento, el capital puso en marcha un gigantesco proceso de deconstrucción de la autonomía de la composición de clase basado en la expulsión masiva de la fuerza de trabajo, que se prolongó hasta finales de los años noventa.16 El capital «sigue absolutamente implicado en el proceso de recomposición del trabajo social que, en aquellos años, pasa a través de la subsunción de la inteligencia en el proceso laboral inmediato, pasa a través de la formalización y la matematización extrema del trabajo ejecutivo y, por consiguiente, su algoritmización, su automatización y su sustitución tecnológico-informática».

En la segunda mitad de los años setenta, mientras el movimiento tomaba el camino del leninismo y de la contraofensiva militar (con la lucha armada) para luego sufrir la represión del Estado (con la persecución judicial de la investigación del 7 de abril de 1979 basada en el «teorema de Calogero» que criminalizaba todo el ámbito de la autonomía), derivas que llevarían a su amarga derrota, Bifo subraya que «solo manteniendo su evolución política estrechamente orgánica a las transformaciones internas de la composición técnica y cultural del conjunto del trabajo social, el movimiento habría podido crear las condiciones políticas para atravesar la larga era de transformación posindustrial» y dotarse de formas estables de contrapoder organizado.

La ruptura de esta organicidad (aparte del intento realizado por el movimiento político, social, cultural, existencial de 1977; cf. Bianchi S. y Caminiti L., Settantasette. La rivoluzione che viene, Roma, DeriveApprodi, 2004), «el movimiento se entregó a una deriva subjetivista que lo transformó en un residuo. Residuo del conflicto obreros-capital en vías de extinción, residuo de las formas revolucionarias del siglo xx, residuo de una concepción dialéctica incapaz de captar la complejidad que se estaba diseñando más allá del horizonte de la crisis».

A partir de los años ochenta, Bifo reflexionó ampliamente sobre el desarrollo de la inteligencia coordinada y de la tecnología digital como multiplicador del poder del hombre asociado y, al mismo tiempo, como motor de inquietantes perspectivas de futuro (la tecnología puede funcionar como elemento de control o como elemento de liberación del trabajo). La tecnología de la información, premisa y fundamento de toda la revolución productiva en curso, representa el punto de llegada y la culminación de la matematización del mundo. La tecnología de la información completa la historia de la relación entre inteligencia y trabajo, en la que el hombre ha desarrollado la inteligencia técnica para reducir el trabajo (el tiempo y el esfuerzo necesarios para producir los objetos necesarios para la supervivencia). Pero ahora la otra cara del poder productivo de las tecnologías digitales (para llegar a la inteligencia artificial actual) es el trabajo precario y pobre (con algunos trabajando hasta quince horas al día haciendo dobles o triples trabajos para llegar a fin de mes) así como el desempleo masivo en los países occidentales y la expansión de gigantescas periferias proletarias miserables sometidas a una explotación inhumana en los países del Sur.

Un cisma se ha extendido por la humanidad planetaria: «retrofascismo de la mayoría residual, y la virtualización de una minoría conectada que decide sobre el plano financiero, económico, político»

La creación de una sociedad conectada ha ido acompañada hasta ahora de la aparición de fanatismos virulentos de todo tipo. Un cisma se ha extendido por la humanidad planetaria: «retrofascismo de la mayoría residual, y la virtualización de una minoría conectada que decide sobre el plano financiero, económico, político». El retrofascismo (fundamentalismo identitario y religioso, nacionalismo, populismo, supremacismo y racismo)17 es la reacción al vacío desatado en la fase del capitalismo virtual. La informatización es la condición técnica de la disolución del tiempo de vida de la forma de trabajo asalariado, pero esta condición no se cumple, sino que pone en marcha procesos de involución, miedo, crisis económica, dependencia, inseguridad y miseria. «El hecho es que la materialidad del desarrollo tecnológico digital tiene lugar en un contexto paradigmático, que viene heredado de la historia del capitalismo industrial. Este modelo paradigmático da forma a las estructuras mismas de la tecnología, modela las interfaces tecnosociales e impregna las condiciones culturales, cognitivas y psíquicas en las que se determina la innovación». Por tanto, en estrecha consonancia con la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort, el capitalismo tardío se caracteriza por un evidente totalitarismo blando (la «posdemocracia» y la «democracia iliberal») y una colonización de las conciencias a través de una producción artificial de nuevas necesidades y consumos (en una apoteosis continuada del fetichismo de las mercancías con escaso o nulo valor de uso).

Informatización, globalización, financiarización y mediatización. La información puede desplazarse a cualquier punto del globo, y el proceso de producción se vuelve así infinitamente flexible. Sin embargo, la fluidez de la circulación del valor en el sistema de redes del capital virtualizado exige, como condición esencial, una separación de planos: el circuito virtual (financiero, mediático, productivo) produce efectos en la materialidad del planeta, de las poblaciones, de las culturas, pero no debe en absoluto verse influido por ellos. «La compartimentación de este universo sellado, que es el planeta globalizado, conlleva la residualización de la sociedad viviente. La conexión de la inteligencia conlleva, como complemento indispensable, la descerebración de la mayoría residualizada de la humanidad. En esta mayoría residual descerebrada se extienden, en efecto, comportamientos demenciales. Reterritorializaciones agresivas reaccionan desesperadamente ante la deriva vertiginosa y caótica de la desterritorialización, y al acecho aterrador de catástrofes imaginarias». Comportamiento demencial porque «la inteligencia ha sido totalmente absorbida y subsumida por la máquina abstracta de la infoproducción».

En la nueva introducción al libro, Bifo sigue convencido de que gracias a la intensificación de la productividad, la expansión del conocimiento técnico y su aplicación, siempre existe la posibilidad de una reducción del trabajo al mínimo y una liberación de las energías de la sociedad de la coacción del salario, que se convierte en un proceso consciente organizado de huida del régimen de explotación. «La alternativa a la realización de esa posibilidad es el mundo en el que vivimos: el caos de la catástrofe climática, del colapso nervioso y de la guerra, o bien el totalitarismo del autómata cognitivo. O quizás ambas cosas, el autómata y el caos, en un abrazo mortífero».

En la década de 1990, surgieron dos perspectivas divergentes pero contextuales: «la transformación tecnosocial propiciada por el advenimiento de la electrónica de red y la involución cultural que adoptaba formas identitarias, racistas y fascistas. La innovación técnica vinculada al utopismo visionario de Silicon Valley, por un lado, y el retorno del nacionalismo y de la guerra en Yugoslavia, por otro».

En aquellos años, Bifo, como muchos otros intelectuales y analistas, seguía creyendo que la batalla por una transición paradigmática seguía abierta. Que el poder de la ciencia y la tecnología se estaba materializando en una figura social que encarnaba la inteligencia técnico-científica y aprovechaba las capacidades comunicativas y la creatividad: el «cognitariado» (trabajador del conocimiento) o «proletariado cognitivo» que «llevaba en sí, modificada, la fuerza productiva de la clase obrera» y que podría realizar su autonomía e iniciar así la gran sustitución del hombre en las funciones alienadas del trabajo por máquinas inteligentes.

Hoy, en la tercera década del siglo XXI, parece evidente que el ingeniero, o más bien todo el ciclo del trabajo cognitivo, ha sido incapaz de autonomizarse del mando del capital

Desde este punto de vista, las conclusiones de Bifo sobre la paradójica revolución «anarcocapitalista» de la Net Economy son amargas. «Hoy, en la tercera década del siglo XXI, parece evidente que el ingeniero, o más bien todo el ciclo del trabajo cognitivo, ha sido incapaz de autonomizarse del mando del capital. La posibilidad de liberación del tiempo de la esclavitud capitalista no se ha producido, porque la potencia subjetiva ha fallado por razones históricas, políticas y culturales. Estas razones pueden resumirse en unos pocos puntos: la precarización del trabajo, la privatización integral de la vida, la captura de los cuerpos y del lenguaje por parte de la máquina conectiva digital. Y, por supuesto, la subalternidad cultural y la traición política de la izquierda, instrumento de la corrupción neoliberal». El trabajador cognitivo no se ha convertido en el nuevo sujeto social que lucha por la liberación del trabajo asalariado y el desarrollo liberador de la cooperación social,18 sino en el nuevo trabajador asalariado en el que se basa el «capitalismo de la vigilancia» descrito por Shoshana Zuboff. «La modernidad concluyó sin liberar la potencia productiva del intelecto general de la forma destructiva de la abstracción capitalista», ésta es la amarga conclusión de Bifo.

La composición técnica del capital ha cambiado en un sentido semio-cognitivo, y los trabajadores cognitivos han sido la fuerza motriz de la acumulación de capital. El «proletariado cognitivo» globalizado no ha sido capaz de expresar la organización autónoma para liberar el poder productivo de la dominación abstracta del capital. El neoliberalismo, la privatización de la esfera pública y la precarización del trabajo siguieron a la derrota de los trabajadores y la convirtieron en una condición permanente. Como señala Gigi Roggero19 «en lugar de ser reapropiado por el trabajo vivo y subjetivizarse, el general intellect se ha objetivado en “un sistema automático de máquinas puestas en movimiento por un autómata” [cita del Fragmento sobre las máquinas de Marx], expropiando capacidades y posibilidades de subversión».

La clase obrera está sumida en las consecuencias de la derrota: «soledad, competencia entre trabajadores precarios, humillación cultural, rabia impotente y, finalmente, un deseo de venganza que se ejerce contra los más débiles, dado que los patrones se han hecho invisibles e inatacables

Las consecuencias políticas de esta derrota son quizá aún más amargas. En los países occidentales (y en otros lugares), la clase obrera industrial ha sido la clase social que más ha contribuido a la victoria de partidos abiertamente racistas y nacionalistas en la última década. Por otra parte, la producción de bienes físicos no ha desaparecido en absoluto, y como resultado de la globalización del mercado laboral, la clase obrera industrial se ha expandido enormemente (se ha creado una especie de cadena de montaje algorítmica planetaria), cambiando el paisaje económico y social de vastas regiones del mundo, pero ―señala Bifo― al mismo tiempo «ha perdido autonomía cultural y capacidad de autoorganización, ha perdido también la conciencia de tener una función universal». El internacionalismo proletario se basaba en la conciencia de que los explotados de todas partes tienen el mismo interés: más salarios y menos trabajo. «Ahora, el fin del internacionalismo proletario es una tragedia que corremos el riesgo de pagar con la extinción de la especie». «El nazismo de retorno en todo el planeta es ante todo nacional-obrerismo de la raza blanca».

La clase obrera está sumida en las consecuencias de la derrota: «soledad, competencia entre trabajadores precarios, humillación cultural, rabia impotente y, finalmente, un deseo de venganza que se ejerce contra los más débiles, dado que los patrones se han hecho invisibles e inatacables. Las condiciones salariales han empeorado y la soledad política se ha transformado en rencor y agresividad contra un enemigo ficticio pero visible: los inmigrantes, los extranjeros».

El frente obrero es cada vez menos un frente, cada vez más un mosaico de fragmentos incapaces de recomponerse en un sujeto político. «Así están creadas las condiciones para el retorno masivo de la esclavitud y para la guerra civil global, sin límites de espacio ni de tiempo, sin universalismo y sin esperanza». Gracias a un capitalismo aparentemente sin antagonistas sociales, el mundo está cada vez más sumido en una policrisis de carácter medioambiental, bélico, económico, político y social que pone en peligro la existencia humana en el planeta.

¿Qué hacer cuando parece que ya no hay nada que hacer? Bifo ha intentado responder a esta pregunta en otro libro ―Disertate (Palermo, Timeo, 2023)― ofreciendo lo que considera la única respuesta posible a estas alturas: desertar. Escapar. Fugarse. Porque cuando huyes, no sólo huyes, sino que pones en marcha una dinámica compositiva y la formación de una subjetividad autónoma antagónica y militante, porque encuentras cómplices, afinidades, creas vínculos, nuevas ideas y, por qué no, nuevas armas con las que defenderte colectivamente de un mundo cada vez más desigual e inhumano.

  1. El título se tomó prestado de un artículo escrito por Giorgio Bocca a principios de 1979 en La Repubblica que culpaba a las concepciones operaístas de ser la matriz ideológica de «los años de plomo». ↩︎
  2. Franco Berardi Bifo (1949), militante cultural y filósofo (alumno de Luciano Anceschi), creció en el seno de una familia pequeñoburguesa boloñesa de izquierdas (su padre era maestro de escuela primaria, miembro del sindicato y del PCI) e inició su carrera político-cultural afiliándose a las FGCI a los catorce años (y fue cooptado como secretario municipal de los estudiantes medios de la federación comunista boloñesa), de la que fue expulsado en 1967 acusado de fraccionalismo «porque había distribuido un folleto que terminaba con las palabras “atrévete a pensar, atrévete a hablar, atrévete a actuar, atrévete a hacer la revolución”, que era uno de los lemas de la Revolución Cultural [china]» (ver aquí y aquí). En el 66 empezó a trabajar con la redacción emiliana de Classe Operaia, es decir, con Potere Operaio (PO), que se estaba formando en Véneto y Emilia, haciendo intervenciones en fábricas locales. En otoño de 1969 se trasladó a Milán, donde intervino en Autobianchi, en Desio, y en Alfa Romeo, en Arese. Participa en el movimiento estudiantil de Bolonia como militante del Collettivo di Filosofia di Bologna (se convierte en su portavoz junto con Stefano Bonaga) y, al mismo tiempo, participa en las reuniones nacionales y locales de PO. También en 1969, se incorporó a La Classe, el periódico fuertemente deseado por Oreste Scalzone, que quería recoger plenamente el legado dejado por Tronti con Classe operaia. Dentro de PO, Bifo siempre ha defendido un planteamiento de tipo espontaneísta, como agitador anarcosindicalista, interesado sobre todo en el tema del rechazo del trabajo asalariado y convencido de la necesidad de una separación organizativa («la espontaneidad de los movimientos obreros contiene el máximo de radicalidad y también de generalidad»). El movimiento se da sus propias formas de organización y el grupo o estructura política de PO no debe ser una organización, sino un núcleo de elaboración teórica, es decir, el lugar donde un cierto número de personas procedentes de las más diversas experiencias elaboran hipótesis, teorías, que luego encontrarán verificación política en el movimiento. Según Bifo, PO no debía solaparse en modo alguno con el movimiento. Fue precisamente en el problema de la organización donde su relación con PO entró en crisis, en el momento en que prevaleció la línea leninista (bolchevización, con el intento de PO de transformarse en un partido de cuadros y constituirse en un núcleo de subjetividad externo al movimiento con la ambición de dirigirlo políticamente), fuertemente deseado por el componente romano y por Toni Negri, que Bifo juzga como «un error político» que no permitió defender «el patrimonio acumulado de la autonomía, y hacerlo productivo, cultural y socialmente. Tras la conferencia de Florencia de enero de 1970, la relación con PO se enfrió, el distanciamiento aumentó y, en el congreso de EUR de julio de 1971, Bifo abandonó la organización. Mientras tanto, había publicado el libro Contro il lavoro (1970), que se refería sobre todo a la discusión interna en PO y tenía un carácter explícitamente antileninista, contrario al giro leninista primero y armado después. Aunque mantuvo relaciones amistosas con algunos dirigentes de PO (Toni Negri, Oreste Scalzone y Nanni Balestrini, en cuya casa de Roma pasó un periodo de fuga en 1971), se afilió a Lotta Continua (que seguía proponiendo una concepción espontaneísta y movimientista de la organización) y a principios de 1972 fue detenido, inmediatamente después de la muerte de Feltrinelli, en el marco de la investigación. Permaneció en prisión seis meses y, en el verano de 1972, se trasladó a Frankfurt durante unos meses, donde realizó trabajo político con los trabajadores italianos y alemanes de la Opel en Russelsheim. Publicó el folleto Multinational Workers Class en el que intentaba volver a proponer una vía de autoorganización no leninista a escala internacional, partiendo de los circuitos de movimiento espontáneo de los trabajadores inmigrantes. En 1973, junto a su compañera, se trasladó a Turín, donde siguió toda la fase final de la lucha contractual en Fiat y luego la ocupación de Mirafiori. Aunque su relación con PO ya no tenía un carácter orgánico, sus amigos eran todos militantes de PO con los que vivía y hacía trabajo político. Convencido de que la cuestión acerca de la relación entre vanguardia y movimiento no debía estar en función de la dirección política, sino de un elemento de circulación cultural y de información, inició un camino que, pasando por la revista A/traverso (de mayo de 1975, que retoma los temas del espontaneísmo obrerista previo a la convención de Florencia; véase: Chiurchiù L., La rivoluzione è finita abbiamo vinto. Storia della rivista «A/traverso», Roma, DeriveApprodi, 2017), le llevaría a dar vida a la boloñesa Radio Alice (que explotó entre el 76 y el 77), vista como un instrumento destinado a alimentar un proceso de autoorganización del movimiento juvenil y de clase de marzo de 1977. En aquel momento, la autoorganización social significaba no sólo mirar a la fábrica, sino también al trabajo mentalizado (trabajo técnico-científico), a la vida cotidiana, a la forma de las relaciones urbanas, a la relación entre clases o entre el proletariado juvenil y el entorno urbano. Bifo fue percibido como el teórico de los «indios metropolitanos» del 77, el ala creativa («deseante») del movimiento de la autonomía al margen de la tradición leninista, la alternativa al ala armada y violenta del movimiento (desde formaciones terroristas como las Brigadas Rojas o Prima Linea hasta la Autonomia operaia organizada) que arrastraba al movimiento «hacia posiciones de radicalismo inconformista que, en nombre de un leninismo anacrónico, determinó la destrucción de la herencia social y cultural que los movimientos habían acumulado» y que, en cambio, les habría permitido «dar vida a una sociedad autónoma dentro y contra la sociedad capitalista», imaginar una forma consumada «de éxodo cultural organizado». El intento de fundar un movimiento de colectivización de la vida cotidiana, de proliferación de experiencias micropolíticas de autoorganización, equivalía a intentar realizar una salida libertaria para el posfordismo (una especie de «posfordismo desde abajo»), pero fracasó cuando se produjo la rotunda victoria del capital sobre el trabajo. Tras recibir una orden de arresto por «incitación al odio de clase por radio» (siguiendo el giro represivo impuesto por el Ministro del Interior Francesco Cossiga), huyó a París, donde tuvo la oportunidad de conocer a Félix Guattari y Michel Foucault. De vuelta a Italia, colaboró con numerosas revistas, entre ellas DeriveApprodi, alfabeta2 y el periódico de Rifondazione Comunista «Liberazione». Autor de numerosos ensayos sobre transformaciones laborales y procesos de comunicación, traducidos a varios idiomas. Entre ellos: Mutazione e cyberpunk. Immaginario e tecnologia negli scenari di fine millennio (1994); Neuromagma. Lavoro cognitivo e infoproduzione Roma, Castelvecchi, 1995, 2013; Il sapiente, il mercante, il guerriero. Dal rifiuto del lavoro all’emergere del cognitariato Roma, DeriveApprodi, 2004 [ed. cast.: El sabio, el mercader y el guerrero, Antonio Machado, 2007]; Dopo il futuro. Del futurismo al ciberpunk. L’esaurimento della modernità Roma, DeriveApprodi, 2013 [ed. cast.: Después del futuro, Madrid, Enclave de Libros, 2014]; La nonna di Schäuble. Come il colonialismo finanziario ha distrutto il progetto europeo Verona, Ombre Corte, 2015; L’anima al lavoro. Alienazione, estraneità, autonomia Roma, DeriveApprodi, 2016[ed. cast.: Almas al trabajo, Madrid, Enclave de Libros, 2016]; Quarant`anni contro il lavoro Roma, DeriveApprodi, 2017 [ed. cast.: Medio siglo contra el trabajo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2023]; Futurabilità, Nero Editions, 2018 [ed. cast.: Futurabilidad, Buenos Aires, Caja negra, 2019]; Fenomenologia della fine, Nero Editions, 2020 [ed. cast.: Fenomenología del fin, Buenos Aires, Caja negra, 2017]; E: la congiunzione, Nero Editions, 2021; Il terzo inconscio, Milán, nottetempo, 2022 èd. Cast.: El tercer inconsciente, Buenos Aires, Caja negra, 2022]. ↩︎
  3. Para la reconstrucción histórica de la historia de Potere Operaio véase: Balestrini N. y Moroni P., L’orda d’oro 1968-1977. La grande ondata rivoluzionaria e creativa, politica ed esistenziale, editado por Bianchi S., Milán, Feltrinelli, 2005 (1988) [ed. cast.: La horda de oro 1968-1977. La gran ola revolucionaria y creativa, política y existencia, Madrid, Traficantes de Sueños, 2006]; Grandi A., La generazione degli anni perduti. Storia di Potere operaio, Turín, Einaudi, 2003; Grandi A., Insurrezione armata, Milán, Bur, 2005; Scavino M., Potere operaio, La storia. La teoria. Vol. 1, Roma, DeriveApprodi, 2018. ↩︎
  4. Desde el principio, el pensamiento obrerista había considerado a los estudiantes como un sector del conjunto de la fuerza de trabajo: «fuerza de trabajo en formación, expropiada de su propio saber tanto como los obreros de las fábricas son expropiados del producto de su trabajo». La alianza entre obreros y estudiantes no era una «alianza» táctica entre sujetos sociales diferentes, sino la realización de un trabajo cognitivo que, por un lado, rechazaba su propia subyugación en la fábrica y, por otro, aspiraba a conquistar una nueva calidad de vida afirmando su propia autonomía frente al capitalismo y la guerra. Debemos a Toni Negri la formulación de la teoría de la transición del obrero masa al obrero social, en cuya base estaba una concepción de la historia de la clase obrera «como una sucesión de figuras hegemónicas», que se suceden tras cada reestructuración productiva inducida por las luchas obreras: del obrero profesional (de oficio) al obrero masa, hasta llegar al obrero social. Negri sostenía que el ciclo de luchas obreras de los años sesenta había sancionado la incompatibilidad del sujeto obrero masa con las exigencias de la organización productiva fordista. Esto había conducido a la transición del Estado de bienestar keynesiano al Estado crisis afirmado mediante políticas de austeridad y un proceso de reestructuración productiva, que había roto la figura del obrero masa mediante la descentralización productiva. Con el capitalismo posfordista, según Negri, se produjo una extensión de la cooperación productiva al conjunto de la sociedad, dando lugar a la emergencia de la fábrica difusa y del obrero social, una figura que expresaba su subjetividad antagónica fuera de la fábrica, en la sociedad, y que incluía a todos aquellos sujetos sociales (estudiantes, mujeres, proletariado urbano, marginados, trabajadores precarios de los servicios) que no podían ser reducidos al perfil del obrero masa, pero que sin embargo experimentaban las contradicciones y penurias de la reestructuración posfordista del capitalismo. En la década de 1990, Negri actualizó la teoría del obrero social mediante la confrontación con Deleuze y Spinoza, elaborando la categoría de la «multitud», según la cual el trabajo vivo (que se había convertido en trabajo inmaterial, cada vez más intelectual, abstracto y biopolítico, con la vida ahora transformada enteramente en trabajo) no tiene las características del pueblo, de la unidad cohesiva, sino que rehúye la unidad política, no hace pactos, no transfiere derechos, recalcitrante obediencia, no converge en unidad sintética, sino que comparte el intelecto general. Se piensa en la multitud como una comunidad no sustancial e irrepresentable de quienes no se sienten a gusto. ↩︎
  5. «Grupos-revista» animados por intelectuales como Mario Tronti, Raniero Panzieri, Romano Alquati, Toni Negri, Alberto Asor Rosa, Massimo Cacciari, Franco Piperno, Paolo Virno, Sergio Bologna, Christian Marazzi, Luciano Ferrari Bravo, Rita Di Leo, Lapo Berti y otros que se ocuparon principalmente de las dinámicas económicas, políticas, sociales y culturales puestas en marcha por la oleada de luchas obreras que sacudió Italia y el mundo occidental a partir de los años sesenta. Véase: Mezzadra S., «Operaismo», en Esposito R. y Galli C. (eds.), Enciclopedia del pensiero politico. Autori, concetti, dottrine, Bari, Laterza, 2000 p. 497-498; Tronti M., Noi operaisti, Roma, DeriveApprodi, 2009 [ed. cast.: «Noi operaisti» en La política contra la historia, Madrid, Traficantes de Sueños, 2016]; Trotta G. y Milana F., L’operaismo degli anni Sessanta. Da «Quaderni rossi» a classe operaia, Roma, DeriveApprodi, 2008; Bologna S. y Daghini G., Maggio ’68 in Francia, Roma, DeriveApprodi, 2008 [ed. cast.: Mayo de 1968 en Francia, Madrid, Brumaria, 2019]; Gobbi R., Com’eri bella classe operaia. Storie, fatti e misfatti dell’operaismo italiano, Roma, DeriveApprodi, 2023. ↩︎
  6. La coinvestigación es una práctica de intervención cualitativa que, al situar al investigador militante al mismo nivel que el sujeto investigado, anula la figura separada de la «vanguardia», tan apreciada por la lógica de la izquierda tradicional, y permite una reformulación horizontal y circular de la relación teoría-práctica-organización. La coinvestigación es una relación social y política que no puede ser formalizada en un método que permita leer, incluso en periodos de pasividad, los signos del conflicto por venir, la organización informal y las ambivalencias constitutivas que se encuentran en la brecha entre la composición técnica (articulación objetiva de la fuerza de trabajo) y la composición política de clase. Así pues, la coinvestigación produce efectos al mismo tiempo que se construye colectivamente, ya que es un espacio en el que puede expresarse la subjetividad de los coinvestigadores y de los investigados. Es, por tanto, una actividad que permite construir nuevas posibilidades, nuevas vías de trabajo. Véase: Palano D., «Il bandolo della matassa. Forza lavoro, composizione di classe e capitale sociale: note sul metodo dell’inchiesta», Intermarx, en enero de 2000. ↩︎
  7. Bifo cita como ejemplo de este método el ensayo de Romano Alquati, «Forza lavoro e composizione di classe all’Olivetti I/II», en Quaderni Rossi, núm. 2, 1962, pp. 63-98; núm. 3, 1963, pp. 121-185, que constituye el primer trabajo sistemático sobre la lectura de los procesos tecnológicos de producción en relación con las transformaciones internas de la composición obrera. De Alquati véanse también Capitale e classe operaia alla Fiat: un punto medio del ciclo internazionale (1967) y Sulla Fiat e altri scritti (Milán, Feltrinelli, 1975). Alquati fue un incansable investigador militante, activista político e intelectual, analista de la subjetividad, los procesos de subjetivación y la composición de clase. Véase: Alquati R., Camminando per realizzare un sogno comune, Turín, Velleità alternative, 1994 y «Per una storia di classe operaia» (Entrevista editada por Giuseppe Trotta), en Bailamme, núm. 24/2, 1999, pp. 173-205. ↩︎
  8. Según Bifo, dentro de PO la separación entre un componente leninista y otro espontaneísta, que él define como «composicionista», ya estaba clara para él en 1970-1971 y se hizo definitiva a finales de 1975. Bifo trabajó durante un tiempo en la redacción de la revista Rosso, pero rompió con ella en diciembre. La ocasión de la ruptura fue una manifestación feminista en diciembre de 1975 en Roma en la que el servicio de orden de Autonomia Operaia de Centocelle y el servicio de orden de Lotta Continua exigieron entrar en la manifestación feminista. Hubo un pequeño intercambio de insultos e incluso alguna bofetada. Bifo estaba en la redacción de Rosso y cerró el periódico, escribiendo en la portada: «Ataque escuadrista contra una manifestación feminista por parte de militantes de la Autonomia». Esto provocó un enfrentamiento muy violento con Daniele Pifano, Miliucci y también con Negri. Después de esto, Bifo consideró terminada su relación con Rosso, abandonó la redacción y consideró terminada su relación con la Autonomía organizada por Milanés, Paduano y Romano. Sobre la revista Rosso véase: De Lorenzis T., Guizzardi V. y Mita M., Avete pagato caro. Non avete pagato tutto. La rivista Rosso (1973-1979), Roma, DeriveApprodi, 2007. ↩︎
  9. La obra de Jean Paul Sartre había sido importante, a lo largo de los años cincuenta, porque había cuestionado el dogmatismo de la escolástica marxista, había contrastado la rigidez determinista del materialismo dialéctico con la perspectiva humanista de la libertad y la existencia. Sartre también había hecho hincapié en la conciencia emergente del trabajo intelectual, aunque no desde una perspectiva productiva y social. ↩︎
  10. Bifo admite, sin embargo, que el cambio paradigmático tiene tiempos diferentes a los del potencial tecnológico y productivo del intelecto general, por lo que el modelo capitalista funciona como una «jaula paradigmática» que aprisiona la actividad y la inteligencia en las formas del salario, la disciplina y la dependencia. «El cambio paradigmático se enreda en la lentitud de la cultura, los hábitos sociales, las identidades constituidas, las relaciones de poder y la regla económica dominante. El capitalismo como sistema cultural y epistémico, además de económico y social, semiotiza el potencial maquínico del sistema postindustrial a lo largo de líneas paradigmáticas reductoras. La herencia de la era moderna, con toda su chatarra industrial, pero también con toda la chatarra de sus hábitos mentales, sus imaginarios de competencia y agresión, pesa como un obstáculo insalvable, impidiendo el despliegue de una perspectiva de redistribución y extensión progresiva del trabajo asalariado» (57). Para explicar este callejón sin salida, Bifo recuerda el concepto de «doble vínculo» introducido por Gregory Bateson y Paul Watzlawick. ↩︎
  11. Al mismo tiempo, Bifo observa cómo Tronti, aunque capta plenamente el nuevo estado de ánimo de la clase obrera y la evolución de la alienación hacia algo diferente, intenta canalizarlo para dirigir la lucha de clases desde una posición leninista externa y vanguardista («rechazo activo y colectivo, rechazo político de masas, organizado, planificado» en la praxis revolucionaria). Así, el espontaneísmo de la clase obrera sólo se considera útil si está dirigido por un partido o una organización voluntarista con capacidades estratégicas y tácticas. ↩︎
  12. Por otra parte, señala Bifo, que en la era digital, el trabajo de transformar físicamente la materia se ha vuelto tan abstracto (desprovisto de toda relación con el carácter concreto de la actividad) que resulta inútil: las máquinas pueden prácticamente sustituirlo por completo. Pero al mismo tiempo se inicia el proceso de subsunción del trabajo mental en el proceso de producción y, por tanto, el proceso de reducción del propio trabajo mental a una abstracción de la actividad. ↩︎
  13. Tronti introdujo una «revolución copernicana» que cambió la perspectiva entre el capital y la clase obrera, es decir, ya no es el capital el que explica todo lo que hay detrás de él, sino la clase obrera la que explica el capital. Si para las organizaciones comunistas tradicionales la lucha de clases surgió como respuesta al capitalismo, para Tronti (y para toda la corriente obrerista que deriva de él) la interpretación es completamente distinta: «Nosotros también vimos primero el desarrollo capitalista y luego las luchas obreras». Esto es un error. Hay que invertir el problema, cambiar el signo, volver a partir del principio: y el principio es la lucha de la clase obrera. En el nivel del capital socialmente desarrollado, el desarrollo capitalista está subordinado a las luchas obreras, viene después de ellas y a ellas debe corresponder el mecanismo político de su propia producción» Tronti, M., Operai e capitale (Turín, Einaudi, 1966, p. 89; Roma, DeriveApprodi, 2013 [ed. cast.: Obreros y capital, Barcelona, Verso libros, 2024]). En la concepción de Tronti, el desarrollo de las «fuerzas productivas» era visto como una reacción y consecuencia de las luchas obreras, invirtiendo la relación entre el capital y la clase obrera tal y como siempre había sido concebida por la tradición marxista. ↩︎
  14. Hablando en la conferencia de PO en Florencia en 1970 como representante de la sección de Bolonia de PO, Bifo ya se había expresado en tonos compositivos: «que la estrategia está toda en la clase, este es el supuesto del que partió la investigación y al que hay que volver para poder ir más lejos. Estrategia son los grandes movimientos que se producen en el seno de las masas, la transformación del proletariado en clase obrera, la aparición objetiva de centros de dirección política de coagulación de la lucha en el tejido general de la clase. La estrategia es la forma en que el trabajo vivo compone y organiza la clase obrera, se rechaza a sí mismo como fuerza de trabajo, obliga al capital a someterse al despotismo de su organización. La estrategia es este proceso que tiene lugar y se realiza». El concepto fundamental es que mientras en la opción leninista hay una dirección externa de la clase según una línea política establecida por el grupo en cuestión, en la opción composicionista los militantes sirven a la clase desde una perspectiva interna y con una línea política compartida con la clase obrera. ↩︎
  15. El neoliberalismo ha resucitado la ética conservadora del trabajo, que dice a los trabajadores que deben a sus empleadores un trabajo duro implacable y una obediencia incondicional a cambio de salarios (cada vez más bajos; véase mi artículo aquí). Dice a los empresarios que tienen el derecho exclusivo de gobernar a sus empleados y organizar el trabajo para obtener el máximo beneficio. Y le dice al Estado que refuerce la autoridad de esos empresarios mediante leyes que no tratan el trabajo más que como una mercancía. Para reforzar la mercantilización del trabajo, la ética conservadora del trabajo exige al Estado que reduzca al mínimo el acceso de los trabajadores a fuentes de subsistencia distintas del trabajo asalariado, incluidos los bienes proporcionados públicamente, la seguridad social y las prestaciones sociales. Los neoliberales definen su posición en términos de una preferencia «libertaria» por los acuerdos de mercado «voluntarios» frente a la acción del Estado, dejando presumiblemente a los individuos la libertad de perseguir su propia concepción del bien. A primera vista, difieren ligeramente en este aspecto de los defensores originales de la ética conservadora del trabajo, como Joseph Priestley y Jeremy Bentham, que hacían hincapié en la necesidad de imponer una única visión del bien ―la ética del trabajo― a los trabajadores perezosos y descuidados. Pero estos puntos de vista son sólo dos caras de la misma moneda. Los conservadores de la ética del trabajo, como Edmund Burke y Thomas Malthus, defendían a finales del siglo XVIII, al igual que hacen hoy los neoliberales, que el trabajo es una mercancía sujeta propiamente a las leyes del mercado. Los conservadores han hecho explícito lo que hoy los neoliberales dejan implícito: los mercados laborales son los canales a través de los cuales la mayoría de los trabajadores caen bajo el dominio de sus empleadores, que les imponen la disciplina de la ética del trabajo. Así pues, el neoliberalismo no se caracteriza en términos de libertad individual dentro del mercado. Por el contrario, puede verse como un gobierno hecho por y para los intereses del capital: por corporaciones y ricos propietarios de capital y propiedades. La doctrina neoliberal del capitalismo de acciones ―la afirmación de que el único propósito de las empresas es maximizar los beneficios (Milton Friedman)― es simplemente otra aplicación del gobierno por y para los intereses del capital. Durante la revolución industrial, los terratenientes y los capitalistas utilizaron su poder para acaparar riqueza a expensas de los demás mediante prácticas como los cercamientos, los monopolios, los alquileres a precio fijo, las colonias privadas concedidas por el Estado y la usura. Hoy en día, las políticas neoliberales autorizan muchas prácticas empresariales explotadoras similares, como la monopolización, los préstamos abusivos, la destrucción de los sindicatos, la degradación de los empleados a trabajadores temporales (gig workers) y diversos esquemas de capital privado que socavan la atención sanitaria, la atención veterinaria, las ventas al por menor, los periódicos, el alquiler de viviendas y otros numerosos sectores explotando a trabajadores y consumidores por igual. ↩︎
  16. En otro texto, Bifo reflexiona sobre las características de esta transición: «Los trabajadores exigían liberarse de la prisión del trabajo de por vida de la fábrica industrial, y la desregulación respondió mediante la flexibilización del trabajo y la fractalización de la mano de obra. El movimiento de la autonomía de los años setenta puso en marcha un proceso peligroso pero indispensable. Un proceso que se desarrolló desde el rechazo social a la dominación capitalista hasta la venganza capitalista que tomó la forma de desregulación, libertad de empresa de todo control estatal, destrucción de las protecciones sociales, reducción y externalización de la producción, recortes en el gasto social, recortes fiscales y, finalmente, flexibilización. El movimiento de la autonomía puso efectivamente en marcha la desestabilización del contexto social surgido de un siglo de presión sindical y de regulación estatal. ¿Hemos cometido un terrible error? ¿Debemos lamentar las acciones de disidencia y sabotaje, de autonomía, de rechazo del trabajo que parecen haber provocado la desregulación capitalista? En absoluto. En efecto, el movimiento de la autonomía se anticipó a la tendencia, pero el fenómeno de la desregulación estaba inscrito en las líneas de desarrollo del capitalismo postindustrial, y estaba naturalmente implícito en la reestructuración tecnológica de la globalización productiva. Existe una estrecha relación entre la desregulación laboral, la informatización de las fábricas, la reducción y externalización de los pedidos y la flexibilización del ciclo del trabajo en su conjunto. Pero esta relación es mucho más compleja que una cadena de causas y efectos. El proceso de desregulación se inscribió en el desarrollo de las nuevas tecnologías que permitieron a las corporaciones capitalistas lanzar el proceso de globalización. ↩︎
  17. Sobre este tema véase mi libro: White Supremacism. Alle radici di economia, cultura e ideologia della società occidentale, Roma, DeriveApprodi, 2023. ↩︎
  18. Aunque algo queda aún de la autonomía del trabajo cognitivo en la actualidad: permanecen las redes de cooperación que hicieron posible la puesta en marcha de los circuitos del mediactivismo, y los modelos de economía sostenible ―o si se quiere de economía del don― que pueden vislumbrarse a través de las prácticas productivas de la comunidad del software de código abierto o a través de las prácticas de libre intercambio de ideas, conocimientos y saberes que posibilitan las redes de intercambio de archivos. ↩︎
  19. Gigi Roggero, Per la critica della libertà, Roma, DeriveApprodi, 2023, p. 41. ↩︎

Publicado originalmente en transform! italia 

Traducido por Zona de Estrategia

 

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