Tras las elecciones: Caos y orden en la Unión Europea

por | Jun 14, 2024

Todo el tiempo que perdamos en el relato del eterno retorno del fascismo será en detrimento de la construcción de una nueva posición política que apueste por la apertura de fronteras, la desmercantilización y la redistribución de la riqueza interna y externamente

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Tras las elecciones europeas y la multiplicidad de análisis sobre sus resultados, quizá lo más señalable de este proceso electoral sea la visible falta de correspondencia entre las reacciones a los resultados en el discurso público y su realidad numérica. La narración colectiva que estas elecciones refuerzan es la de un ascenso de las fuerzas de extrema derecha en todo el continente que vendría de antes y que no se va a detener aquí: solo es el principio de algo más. En el horizonte del campo progresista, se vislumbra un futuro de ordalías electorales, cada una de ellas decisiva, en las que se dirimirá el combate definitivo entre fascismo y democracia y, en última instancia, entre el bien y el mal.

Sin embargo, un vistazo aunque sea superficial a los números muestra que los dos grupos mayoritarios del Parlamento Europeo siguen siendo fundamentalmente los que representan a los herederos de las dos grandes orientaciones políticas que conformaron la Unión: la democracia cristiana –en la forma del Partido Popular Europeo con 190 escaños– y la socialdemocracia –con 136–. Estos dos bloques, junto con liberales y verdes están por encima de los 450 escaños en un parlamento de setencientos, donde además, el peso político de un escaño en términos de votación es considerablemente menor que en los parlamentos nacionales.

Además de estos dos grandes grupos, existen muchos otros pequeños que conforman un bloque de derechas y otro de izquierdas. Efectivamente, es el espacio de la extrema derecha con dos grupos propios y partidos como Alternativa para Alemania en el de no alineados, el que más ha crecido en los últimos años, pero sin llegar a poner en cuestión la dinámica de los dos grandes bloques.

En este fenómeno de sobreinterpretación y de pánico por el «crecimiento del fascismo» hay algo de una disonancia cognitiva muy de nuestra época

Desde luego, en este fenómeno de sobreinterpretación y de pánico por el «crecimiento del fascismo» hay algo de una disonancia cognitiva muy de nuestra época, que consiste en buscar emociones políticas fuertes en la política electoral que contrasta con la gris realidad social y económica. La mercadotecnia política, un nicho que ha crecido exponencialmente en los últimos años, se ve así investida con la función de construir narrativas y contruir afectivamente una coyuntura política que, de otra manera, sería intolerablemente aburrida y anodina. Pero en este caso, hay algo más. Algo que afecta de lleno al constructo político al que venimos llamando Europa. Desde su creación en la posguerra europea, la política continental ha sido más eficaz cuanto más invisible ha sido en su funcionamiento.

Como explica uno de sus mejores interpretes, el historiador británico Alan Millward, en su libro, ya clásico, El Rescate Europeo del Estado-Nación, los estados-nación europeos son herederos de los desastres expansionistas del sigo XIX que tuvieron como broche final las dos guerras mundiales. La única posibilidad de que Estados Unidos tolerara la existencia de estos estados era que estuvieran embridados por una entidad económica supranacional. Esta condición de posibilidad hizo que el proceso de «integración» europea, desde el punto de vista político, tuviera la peculiaridad de ser leído preferentemente desde las coyunturas políticas nacionales de manera que se tornaba así invisible en su dimensión específicamente continental.

Por volver de nuevo al marco de estas elecciones al Parlamento Europeo, la gran narrativa sobre el ascenso de un nuevo fascismo europeo, con toda su carga emocional, se construye desde la lectura de los resultados nacionales. No solo en España, en prácticamente todos los países de Europa, los resultados globales apenas tienen visibilidad o análisis propio –así es como debe funcionar– dejando el desorden a la política nacional, mientras el orden se construye silenciosamente en la escala europea. A nadie le interesa un relato de dos bloques sempiternos turnándose como mayoría en un parlamento europeo que no legisla pero reparte abundantes recursos a los partidos políticos nacionales. Sin embargo, intepretar la realidad como una lucha entre las dos europas, entre el fascismo y el antifascismo, similar a la de principios del siglo XX, es mucho más fácil de comprender que la situación actual, y sin duda, mucho más excitante.

Falta lo más importante: el crecimiento económico sostenido sobre el que se construyó la legitimidad popular de los estados-nación que componen Europa

Sin embargo, no todo funciona en Europa de acuerdo a los designios de sus diseñadores de la posguerra. De hecho, se puede argumentar que falta lo más importante: el crecimiento económico sostenido sobre el que se construyó la legitimidad popular de los estados-nación que la componen. El Green New Deal europeo, la formula crecimiento económico y descarbonización, solo puede funcionar en la cabeza de las muy alienadas élites europeas. Salvo desde el desconocimiento, nadie puede creer de verdad que el programa de crecimiento verde que la Unión Europea lleva predicando desde hace dos décadas en distintos formatos vaya a suponer solución alguna a la crisis climática, ni siquiera va a implicar un cambio de tendencia apreciable. Pero es que tampoco funciona ni minimamente como motor «económico». De hecho, justamente esta semana, la Unión reconocía indirectamente haber perdido la batalla competitiva por el coche eléctrico contra China, banderín de enganche de todo el Green New Deal europeo, al anunciar fuertes aranceles a su exportación a Europa.

Hoy no hay el menor atisbo de que un capitalismo en crisis permanente de sobreproducción, vaya a volver a conceder al viejo continente el menor dinamismo económico

Hoy por hoy, simplemente no hay el menor atisbo de que un capitalismo en crisis permanente de sobreproducción, vaya a volver a conceder al viejo continente el menor dinamismo económico. Las posibilidades de que el régimen de crecimiento vuelva y con él , los fundamentos profundos de la legitimación de los estados-nación europeos son nulas. La reestructuración del orden capitalista postpandémico ha dejado a Europa en un lugar subalterno y prescindible desde el punto de vista del proceso de producción capitalista global. Europa está comenzando a devolver, justamente, parte de la gigantesca riqueza acumulada durante un ciclo largo de más de quinientos años de dominio europeo del mundo.

Precisamente es en torno a las formas en que va a suceder la «desacumulación» de las masas de riqueza europea donde tenemos el punto nodal del futuro político del continente. Lo que reflejan los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo es el miedo atroz a la relegación de una población europea envejecida e incapaz de reproducir económicamente su posición en el mundo antes que una amenaza de violencia fascista –siempre con cierto impulso juvenil– que en su día fue provocada por el recalentamiento de los estados-nación europeos tras la primera guerra mundial.

Frente a este polo político, y con el indispensable apoyo de las narrativas del antifascismo electoral europeo, solo unos niveles crecientes de gasto público a nivel continental, otra forma de «desacumulación», mantienen viva la imagen de una Europa con cierto poder económico para evitar su propia decadencia. Una tolerancia con el gasto público que sin duda tiene su epicentro en Alemania, otrora gran disciplinadora europea, que ahora en cambio está sufriendo ella misma la recesión. Y mientras, el cruce de la narrativa antifascista electoral con el fracaso total en términos económicos de las industrias verdes, produce fenómenos curiosos como la conversión del Green New Deal en algo así como el programa económico «antifascista».

Apertura de fronteras, redistribución y desmercantilización parecen lejanas hoy, pero son algunos de los soportes materiales de cualquier posición emancipadora en el futuro

Frente a esta oleada ultraconservadora, que no fascista, se situaría una posición, aún no suficientemente formulada, que plantee una Europa como entidad política abierta, precisamente dispuesta a repartir su riqueza acumulada, material y no material, tanto en su interior como externamente. Apertura de fronteras, redistribución y desmercantilización parecen lejanas hoy, pero son algunos de los soportes materiales de cualquier posición emancipadora en el futuro. Y todo el tiempo que perdamos en el relato del eterno retorno del fascismo y la Europa de entreguerras del siglo XX será en detrimento de la construcción de esta nueva posición política.

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