Hombres jóvenes de piel oscura: seguridad, femonacionalismo y refuerzo securitario

por | Jun 18, 2025 | Antipunitivismo, Antirracismo y fronteras, Cuadernos de estrategia, Feminismos/Disidencias

En su intento por alertar sobre la gravedad de la violencia sexual el feminismo mainstream ha adoptado las formas del pánico moral, funcional al refuerzo penal. En un escenario de auge de las extremas derechas, estos discursos son instrumentalizados para criminalizar a los migrantes.

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«No crean que es fácil obtener estas imágenes. Debes sortear muchas dificultades. Y miren ustedes, como ningún medio las quiere, ni pretende emitirlas, pues yo las comparto para que todos podamos ver lo que llega a España en una patera desde el Magreb».1 El vídeo tiene más de 147 mil visualizaciones en X. La gran revelación son distintos planos algo acelerados de hombres que bajan de barcos de rescate, haciendo fila mientras son escoltados por la policía. Hombres jóvenes de piel oscura. Machos jóvenes.

Las más de doscientas respuestas al tuit son muy parecidas:

Yo ya no entiendo nada… es una invasión en toda regla. De la cárcel a España. Combatientes. Pero qué está pasando? Porqué llegan tantos hombres? No entiendo. No son refugiados, no hay mujeres, ancianos y niños. Qué es esto? Menuda pinta de canis y delincuentes que se calza la mayoría. Estos no huyen como dicen los subnormales progres, estos nos traen la guerra y el hambre. Ni niños ni mujeres. Europa está importando jóvenes en edad militar que tarde o temprano se organizarán y formarán un ejército, que atacará desde el corazón de Europa. Dinero para las mafias y paras las ONG, inseguridad para las mujeres… Se llama invasión y encima nos obligan a pagarlos con nuestros impuestos.

Pueden parecer exabruptos propios de las redes, pero no se alejan tanto del marco utilizado por políticos ultras. Donald Trump a menudo habla de «invasión», de que llegan a EEUU «hombres en edad de luchar» que parecen «guerreros». «Esto es como una guerra», dice.2 Pero la retórica es tenaz y constante y nos envuelve desde hace unos años, cuando las derechas radicales empezaron a ascender en Europa tras la crisis de 2008. «El Gobierno se arroga la representación de las mujeres y luego trae a 183 jóvenes, varones en edad militar y que generan tanta sensación de inseguridad en el pueblo», dijo García-Gallardo, el que fue vicepresidente de Castilla-León por Vox mientras visitaba un hotel de Medina del Campo (Valladolid) donde se alojaron refugiados.3

La insistencia en preguntar dónde están las mujeres y los niños con los que podamos identificarnos —aquellos considerados débiles y necesitados de «protección»— tiene muchas implicaciones: que las mujeres son como niños, pero también que hay algo intrínsecamente peligroso en la masculinidad, en la masculinidad migrante. Sobre todo si son jóvenes. Cuatro de cada cinco migrantes —hombres y mujeres— sin papeles tiene menos de 40 años. Siete de cada diez migrantes irregulares varones está por debajo de los 30. Aunque las mujeres son mayoritarias en la población inmigrante irregular en España, ellas no ocupan tanto espacio en el discurso reaccionario, salvo cuando se perfilan como objetivo para la salvación o el rescate: del hijab, de la ablación, del «islam» siempre retrógrado.4 «Los discursos alarmistas en España se enfocan en la inmigración irregular, en el mar y en las vallas, los escenarios más visibles, dramáticos y descontrolados, pero ese es un recorte muy pequeño de la movilidad. Aunque en el imaginario colectivo predomine la imagen del hombre africano que intenta cruzar desesperadamente el Atlántico en un barco que se rompe a pedazos, la realidad de los residentes en España nacidos en el extranjero es mucho más diversa. Y si alguien representa el inmigrante más común en España es una mujer latinoamericana de alrededor de 40 años», dicen en este informe de Por Causa.5

Pero ya sabemos que la realidad no importa mucho cuando se trata de construir al enemigo. El discurso se fabrica sobre la inmigración irregular, el asalto a las vallas, la «invasión» y para ello la imagen de estos hombres resulta más útil. Tras el auge del feminismo de los últimos años, se ha construido algo así como una imagen negativa de la masculinidad; más allá del contenido sustantivo integrado en la construcción del rol, también se repudia su expresión de género, lo más visible, la proxémica, la forma de caminar y moverse, la manera de mirar. La masculinidad migrante, cuando es pobre y racializada, puede servir a la construcción de la sensación de inseguridad y la criminalización de todo un colectivo. Paradójicamente, esta esta es la mano de obra que se busca, joven y fuerte, para trabajar en los segmentos más explotados, que exigen también resistencia y fuerza física, trabajos en condiciones duras y precarias, aquellos que los «de aquí» ya no necesitan hacer. Se trata de jóvenes igualmente necesarios para una demografía declinante, en un país, cada vez más, de viejos. Brazos jóvenes, fuertes y oscuros para la agricultura, la ganadería y la pesca. También para la construcción. Y en el caso de las mujeres para el empleo doméstico, la hostelería y el trabajo sexual.

«¿El macho ibérico está en crisis?», pregunta una periodista a Santiago Abascal, líder de Vox. Este último: «(Ríe). No sé qué es el macho ibérico, pero el que no está en crisis es el macho magrebí. Está España llena. Veo que algunas feministas que rechazan al macho ibérico van a cambiarlo por el macho magrebí. Y creo que se van a arrepentir».6

Defender a «nuestras mujeres»

Lo que se vendió como una «crisis» de refugiados y la llegada espectacularizada de migrantes que situamos como punto nodal del crecimiento de las extremas derechas en Europa está convirtiéndose en una crisis de vigilantismo; de crecimiento de los ataques de extrema derecha en las calles de muchas ciudades. En España, en lugares como Almonte (Huelva) se concentra una importante población extranjera de hasta diez nacionalidades, mano de obra indispensable para la producción de frutos rojos. Recientemente se han estado organizando patrullas ciudadanas nocturnas a la «caza del inmigrante».7 Solo en 2022, en Reino Unido, se produjeron al menos 253 manifestaciones de protesta y ataques a hoteles que alojaban a solicitantes de asilo.8 En Alemania, el año siguiente, se reportaron al menos sesenta y cinco ataques a albergues de refugiados, con al menos dos solicitantes de asilo diarios siendo objeto de agresiones.9

Hoy en muchos lugares de esta Europa en crisis, se extiende el rumor —aunque no sea cierto— de que una agresión ha sido perpetrado por migrantes o refugiados, especialmente por musulmanes. Y esto puede desencadenar protestas, disturbios o ataques a refugiados o centros de migrantes. Dos alarmas sociales confluyen aquí. Por un lado, el miedo al terrorismo islámico —construido a partir del 2001 con los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y los ataques yihadistas en Europa—. Al esto se suma esta nueva versión de un viejo pánico: la violencia sexual racializada; los hombres negros, los musulmanes como depredadores.10 Uno de los principales pánicos morales que ha proporcionado munición a los ataques de la extrema derecha contra los refugiados y los solicitantes de asilo en Europa es la instrumentalización de la violencia contra mujeres y niñas.11

Un ejemplo, en febrero de 2023, en la localidad de Knowsley —un distrito de los más pobres del noroeste de Inglaterra—, un hotel que alojaba a solicitantes de asilo fue atacado con artefactos incendiarios. El detonante: un rumor que circuló por redes sociales según el cual uno de los refugiados alojados en el hotel, había intentado «seducir» a una adolescente.12 En seguida, actores de extrema derecha relacionaron este hecho con una narrativa que ha tenido especial relevancia en este país desde hace tiempo, la de las «bandas de captación de menores musulmanas» —muslim grooming gangs—. Entre las décadas de 1990 y 2010, varias ciudades del Reino Unido, como Rotherham, Rochdale y Oxford, fueron escenario de escándalos de explotación sexual infantil. Investigaciones revelaron que grupos de hombres, predominantemente de origen pakistaní, habían abusado sexualmente de menores, en su mayoría niñas blancas de entornos vulnerables. Estos hechos suscitaron una intensa cobertura mediática y debates públicos centrados en la etnicidad de los perpetradores.13 La atención se centró excesivamente en la pertenencia étnica de los agresores, desviando el foco de la problemática más amplia de la explotación sexual infantil. Este caso ha sido explotado hasta la saciedad por parte de las extremas derechas locales, que apuntaba también a las autoridades como cómplices de inacción por su miedo a «parecer racistas».14

Un ejército de niños migrantes nos acecha

Unas personas concentradas delante de un chalé gritan consignas ininteligibles en la oscuridad de la noche. Las imágenes provienen de un vídeo grabado por uno de los manifestantes y serán posteriormente retransmitidas por televisión, mientras un comentarista resalta su carácter «pacífico». Es la paz de unos vecinos del municipio de Villalbilla, en la Comunidad de Madrid —16.000 habitantes—, que protestan contra un centro de menores por segunda vez en poco tiempo.

Unos días antes, una menor del pueblo había denunciado por agresión sexual a uno de los menores migrantes magrebíes allí alojado. La prensa define la agresión como acoso callejero y tocamientos en la calle; «le chuparon la cara», recoge uno de los relatos mediáticos.15 Independientemente de su gravedad, tras la nueva Ley de libertad sexual —conocida como la del solo sí es sí—, cualquier acto de este tipo puede ser calificado de agresión. Lo que en el pasado ciclo feminista se vendió como un gran logro, permite calificar estos hechos así. La referencia a este imaginario construido puede recoger desde una violación con violencia extrema hasta un tocamiento en la calle, lo que contribuye a aumentar la sensación espectacular de peligro y urgencia cuando la noticia no concreta. El menor es detenido, puesto en libertad con cargos y trasladado a otro centro, sin embargo, las protestas continúan. La gente entrevistada señala el centro como un riesgo para las jóvenes del pueblo. Y los riesgos hay que atajarlos.

Unos días después el ayuntamiento cierra el centro de menores. Clausuran el centro porque la acción de una persona concreta, contamina a todo un colectivo y se convierte en característica común. Así funciona el racismo. Si uno ha cometido una falta, todos los miembros del colectivo—los migrantes, los «menas»— son sujetos peligrosos independientemente de sus actos pasados, presentes o futuros. Así se construye la extrema derecha. Los menas no son niños ni adolescentes son otra cosa, una categoría especial, un gran peligro.

Pocos meses antes se habían producido otros altercados en varios municipios de la Sierra de Madrid bajo el mismo marco de la «inseguridad», aunque esta vez el factor de pánico sexual no pareció central. Los vecinos de algunas localidades —El Vellón, Pedrezuela y El Molar— protestaron frente al centro de menores tutelados de la primera localidad e incluso acabaron golpeando a los trabajadores del centro. La «solución» de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha sido llevarlos lejos de la «civilización». Se ha abierto un macrocentro para menores inmigrantes en un polígono industrial en Fuenlabrada: un edificio completamente alejado de cualquier servicio donde más de cien menores estarán aislados, sin atención.

Las protestas e incluso los ataques extremadamente violentos a centros de menores no son algo nuevo. Se suceden como un insidioso goteo desde principios de la década 2000, pero han escalado estos últimos años.16 La excusa general es la «inseguridad», pero muchas veces, las agresiones más brutales vienen espoleadas por un pánico sexual, como el ataque que se produjo al centro de menores de El Masnou (2019), donde varios de estos menores acabaron heridos. El detonante en este caso también fue una supuesta agresión sexual a una joven por parte de un menor extranjero.17 «Proteger a nuestras mujeres» es una narrativa de larga data que resurge tenazmente: «Ya lo veis, se quieren follar nuestras mujeres y la policía los defiende a ellos», decía un participante en lo que fue el primer disturbio racista en España en 1999 en el barrio de Ca n’Anglada (Terrassa), aunque el origen de los ataques estuvo relacionado con la actividad de los skin heads.18 En estas narrativas persiste un refuerzo de los roles patriarcales, donde hombres «muy hombres» deben estar dispuestos a usar la fuerza para «proteger» a las mujeres siempre representadas como necesitadas de protección.

Espoleado sobre todo por los partidos de extrema derecha y por el crecimiento el ecosistema ultra, los menores migrantes se han convertido en el blanco de todos los pánicos morales sobre el crecimiento de la inseguridad, donde la sexualidad tiene casi siempre un papel destacado. El espectáculo de los últimos años ha sido el de políticos y partidos peleando por deshacerse del deber de acogerlos. Un tema tan central que ha ocupado los telediarios y negociaciones políticas interminables. Porque los menas no son niños, sino delincuentes que vienen a asustar a nuestras abuelas y a violar a nuestras mujeres. No solo se les niega así la protección, se le constituye como El Peligro hecho carne. Con ellos, la ultraderecha apuntala la imagen de esa muchedumbre de desarrapados violentos que cerca Europa. Blanco de titulares sensacionalistas, algaradas racistas y acoso policial, se ven relegados a una situación de cuarentena social. No pueden acceder a la mayoría de los espacios de socialización normalizados. No pueden tener vidas normales.

Cuando hablamos de «cuidados» no los tenemos en mente. Sucede con los niños migrantes, pero sucede en general con los niños y niñas tutelados, que resurgen con tenacidad y constancia en titulares por haber sido prostituidos, por ser víctimas de agresiones19 o por ejercerlas. Sobre todo ocupan titulares cuando se meten en problemas, pocas veces cuando son objeto privilegiado de las múltiples violencias de las que son objeto. La crisis de cuidados es la falta de responsabilidad colectiva respecto a los niños que llegan. En los centros de menores, los niños desaparecen,20 sufren agresiones e incluso mueren por contenciones mecánicas.21

Estos menores son dibujados como amenaza sexual, pero lo cierto es que demasiado a menudo la libertad sexual que se vulnera es la suya. La prensa recoge a menudo casos de abusos en los centros de acogida, mundos de por sí muy opacos; es decir, de los que solo nos llega una parte muy pequeña de lo que realmente sucede. Al menos 1.100 menores tutelados por las comunidades autónomas han denunciado abusos sexuales desde 2019 y la mayoría no lo cuenta.22 Recientemente en Madrid, unos trabajadores han acusado a sus compañeras de tener relaciones con menores migrantes.23 Al ser menores, el nombre del delito es violación, sean o no consentidas, pero la prensa —o el feminismo— no sabe cómo tratar el caso de mujeres agresoras de niños migrantes que no encaja en los moldes establecidos para explicar el funcionamiento de la violencia. No se arma revuelo. Mientras que lo que algunos medios de derechas reflejan suena a «¿lo veis? también las mujeres abusan».

Muchos salen de estos centros de acogida a los 18 años y no tienen dónde ir ni qué hacer. Se ven expulsados del sistema de protección sin alternativas claras de futuro en un país donde la media de emancipación de los jóvenes es de más de 30 años. Aquellos con más suerte conseguirán apoyo y papeles y quizás estudien y logren tener un trabajo no demasiado humillante. Pero muchos, demasiados, ¿la mayoría? dormirán en trastiendas, en cocinas, en campos, cobrando veinte euros la jornada, o sin cobrar; se prostituirán, dormirán en la calle, en lugares abandonados o ocupados de donde serán desahuciados. Para aquellos que no tendrán posibilidad de integrarse, quizás el recurso a la delincuencia y el trapicheo sea una forma de rechazo al trabajo megaexplotado que les aguarda?24 Describir a estos jóvenes como amenaza a la seguridad o como amenaza para las niñas y mujeres estimula las agresiones racistas y sirve para aumentar su criminalización, su exclusión y también para reprimir esa huida del trabajo, la principal función del sistema penal junto con la preservación de la propiedad privada.

Femonacionalismos al rescate de la nación

En los últimos años en Europa asistimos a una intensificación de la vigilancia fronteriza, al control y seguimiento de los no europeos, la clasificación de los cuerpos según la raza o el origen migratorio, la construcción de muros y vallas y el desarrollo de sistemas de detención y securitización y la promoción de políticas antiinmigrantes. Aunque no solo es consecuencia de la emergencia de las derechas radicales, las narrativas estimuladas por estas conectan a la perfección con los miedos sociales existentes: miedo a caer, a no poder seguir pagando la hipoteca, a que los hijos no puedan seguir perteneciendo a la misma clase social de los padres, a un mundo que se presenta como ajeno, cambiante —en pueblos o ciudades cuya demografía se reconfigura—, un mundo lleno de amenazas. La racialización y extranjerización proporcionan una explicación transparente para determinadas desigualdades y al tiempo configuran una frontera simbólica y material que, a diferencia del resto de miedos, deja a salvo a los blancos. Da igual lo que te pase, nunca serás de forastero, nunca estarás tan abajo, y a cambio recibirás las migajas simbólicas de la pertenencia a la nación, la triste legitimidad del linaje de los blancos.

Para construir ese racismo, las líneas discursivas se reconfiguran: ya no se habla de razas inferiores, sino de culturas «diferentes». En esa diferencia se esconde también el supremacismo. «Rechazamos enérgicamente los abusos continuados y el trato humillante que reciben las mujeres en muchos países no occidentales donde la trata sexual, el matrimonio forzoso o la ablación son prácticas sistemáticas, que atentan contra la dignidad e intimidad de la mujer», tuitea Vox.25 En estos discursos, la cultura occidental ha llegado a cotas de excelencia y amor por la libertad, difícilmente alcanzables por los otros, que serán siempre considerados ajenos, así sucede con el musulmán representado como «inintegrable». La integración aquí es el punto de vista del dominante sobre el dominado, ya que el dominante considera siempre que el dominado no está integrado, es decir el orden al que se tienen que integrar es el de la explotación, aceptando su papel subordinado.26 Si en algún momento este concepto se entendió como el resultado de un proceso de arraigo social vinculado a vivir en un territorio determinado, hoy se representa como «una cuestión exclusiva de adopción de la cultura de la sociedad “de acogida”, que se supone única y homogénea». Este giro culturalista nunca es insignificante. A menudo caracteriza y acompaña los procesos de dominación, proporcionándoles un marco explicativo y un discurso de legitimación, dice Saïd Boumama.27

La sexualidad y la violencia sexual también desempeñan un papel importante en este marco de la política neonacionalista y racista que se ha reforzado en muchos países europeos durante la última década. Para construir esa alteridad, las derechas radicales recurren a una narrativa vieja, ahora actualizada: la de la protección de las mujeres y los niños frente a la «amenaza» de los hombres de otras etnias o minorías sociales. En el contexto de un creciente pánico moral ante la supuesta invasión descontrolada de inmigrantes y solicitantes de asilo y sus consecuencias en términos de la supuesta violación del cuerpo simbólico y físico de la «comunidad imaginada».28 esta comunidad nacional se fabula como superior. Es igualitaria en materia de género, tolerante con las minorías sexuales, al tiempo que se construye contra las nociones del otro patriarcal, intolerante e incluso dependiente del Estado del bienestar, esto es, contra los cuerpos de los inmigrantes y las minorías racializadas.29

Dos elementos convergen aquí y alimentan esta construcción. Uno es histórico: la asociación de la violencia sexual a los varones racializados sigue una línea que se puede rastrear al menos hasta la colonización. Esta ha resurgido tenazmente cada vez que se mostraba útil para encarar una época de crisis o de inestabilidad. El otro está relacionada con el empuje del feminismo de la última ola. que ha conseguido tematizar esta violencia sexual como un tema de preocupación pública incluso de alarma social en algunos países europeos.

Sin embargo, contra todo el esfuerzo del feminismo por explicar que la violencia sexual o de género es una cosa cotidiana, propia del hogar y de la familia, las extremas derechas la atribuyen al espacio público, a los desconocidos que acechan en él, ahora contaminado por los que vienen de fuera. La violencia, por tanto, sería algo excepcional y no ordinaria. Aunque la realidad de los datos se muestra tenaz, estos siempre pueden ser obviados en una esfera pública donde las verdades son recreadas a golpe de tuit o de TikTok. Las derechas radicales no dudan así en cabalgar estos discursos de «protección de las mujeres», «nuestras mujeres», para construir su proyecto de supremacía nacional, señalando a los migrantes o a los musulmanes como principales responsables de la violencia sexual. Santiago Abascal, siempre que puede asegura esta asociación, e incluso la extiende a los casos más graves de violaciones múltiples. En esta instrumentalización además, hace desaparecer a las víctimas convirtiéndolas en un arma al servicio de una agenda racista.30 Cuando los agresores son europeos, la violencia se individualiza, se judicializa o se convierte en debate feminista. Mientras que cuando son racializados, la violencia se colectiviza, se culturaliza y se convierte en una herramienta de reforzamiento del nacionalismo blanco.

Aquí la racialización de los cuerpos funciona de forma diferente según el género de las personas. Los hombres de origen extranjero no occidental —en especial los migrantes de origen árabe, de cultura musulmana o los migrantes negros— se representan como amenazas sexuales, culturales y económicas,31 mientras que las mujeres musulmanas aparecen siempre como víctimas necesitadas de salvación,32 lo que Sarah Farris llamó femonacionalismo.33 Este concepto sirve para explicar cómo las estrategias discursivas de las extremas derechas europeas pueden converger con estas feministas en su supremacismo occidental. Como explican Ángeles Ramírez y Laura Mijares, para este feminismo, la diversidad cultural se reconoce de una manera muy limitada: solo hay una naturaleza humana digna, una sola vida buena, una sola manera de organizarla, y quien no se adapte ha de ser «civilizado» aunque sea a la fuerza.34 Estas imágenes generadas sobre las mujeres musulmanas en España en tanto víctimas sin duda han de tener un reverso: el de los hombres musulmanes como opresores, algo que de nuevo, sería «inherente» a su cultura.

Las líneas de sexualización del racismo se han extendido a casi todos los partidos de derecha radical europea —y sus homólogos culturales o mediáticos— y hoy constituye una de sus estrategias principales, que les sirve para golpear a los migrantes y a los musulmanes, y al mismo tiempo a las feministas y los partidos de izquierdas —que «ocultan la nacionalidad o la religión de los agresores de manera intencionada»—. Todo ello al servicio de la construcción de una sensación de inseguridad, para la que la receta es siempre el cierre de fronteras, mano dura, más policía y más recursos para las fuerzas de seguridad.35 Pero lejos de ser una construcción exclusiva de movimientos y partidos de extrema derecha, la imagen de los inmigrantes y refugiados varones como delincuentes potenciales, hipersexualizados y agresivos es compartida por un amplio espectro de formaciones políticas y por una parte significativa de la opinión pública.

Podemos rastrear en la historia europea el hilo que conecta sexismo y racismo. Desde hace siglos, la sexualidad ha sido un instrumento central en las relaciones de poder del proyecto colonial. Las formas de violencia sexual racializada tienen raíces profundas y muestran cómo los legados colonialistas y racistas, sedimentados históricamente, vuelven a emerger. Se pueden rastrear desde la propia configuración del régimen colonial, donde las mujeres blancas eran una propiedad que había que defender y donde la violencia sexual se utilizaba como una amenaza para contener a las propias mujeres blancas responsables de mantener la «pureza de la raza».36 Se buscaba, de este modo, prevenir cualquier relación entre mujeres blancas y personas colonizadas, bajo la amenaza constante de que los varones pudieran ser acusados de violadores. Al mismo tiempo, las violaciones no se entendían como un atentado contra la libertad sexual de las mujeres, sino como un ataque a la propiedad de los varones blancos. 37

En palabras de Elsa Dorlin: «Es en nombre de defender a las mujeres blancas que se ha justificado y todavía se justifica la esclavitud, las políticas colonialistas e imperialistas. Desde el siglo XVIII hasta la actualidad, los estados racistas han usado esta retórica para justificar la violencia: las mujeres, la nación, las fronteras, la civilización, deben ser defendidos de los pueblos, religiones y culturas considerados «bárbaros». Las políticas de intervención se basaron en el mismo modelo, en la idea de que las mujeres deben ser «liberadas» en un territorio particular (es decir, liberadas las mujeres de sus hombres, por ejemplo en la Argelia colonial, o después del 9/11 en Afganistán). Al mismo tiempo, si repasamos la historia de los derechos y libertades de las mujeres, en Francia por ejemplo, mientras muchas políticas racistas se llevan a cabo a sus espaldas y en su nombre, se las sigue considerando como una minoría violentable».38

A partir de estas líneas de continuidad se construye el Otro masculino poscolonial como incivilizado, violento, hipersexualizado y socialmente peligroso. De esta manera, en línea con las narrativas coloniales, se consolida la imagen del hombre extranjero, racializado o musulmán como amenaza; una figura que condensa los pánicos sexuales reactivados —de forma ambivalente— por el feminismo, o al menos por una parte de él.

Atrapadas en el terror: pánicos morales y la construcción de la sexualidad

Desde sus orígenes, y especialmente desde la década de 1970 el feminismo ha luchado por que se reconozcan como violencia hacia las mujeres agresiones que antes estaban normalizadas o invisibilizadas, como la violación dentro del matrimonio o el acoso laboral. Entre 2016-2024, el último ciclo feminista en España —y en otros países occidentales— ha estado muy centrado en la cuestión de la violencia. El objetivo ha sido alertar sobre su persistencia, así como sobre su silenciamiento en muchos contextos. Pero, como explican Catalina Trebisacce y Cecilia Varela, el paradigma de la violencia de género no es solo un conjunto de legislaciones y medidas penales, es también «un marco de interpretación sobre las relaciones de género». Dentro de este marco, al intentar alertar sobre la extensión de la violencia sexual, se ha reforzado su representación como omnipresente. La pregunta es si este cuadro se aproxima al propio de los «pánicos morales» que, según Stanley Cohen, se producen cuando ciertos hechos son sobredimensionados simbólicamente y tratados como amenazas desestabilizadoras del orden moral, más allá de su frecuencia estadística o de su particular contexto social.39 No parece difícil reconocer en estos años se ha producido algo parecido a estos pánicos, anclados en las lógicas del reconocimiento individual, el espectáculo del escándalo y la inflación punitiva.

Algunos elementos en el tratamiento de estas cuestiones nos permiten sostener esta hipótesis. Así ocurre, por ejemplo, en lo que se refiere a la guerra de cifras y el protagonismo adquirido por las estrategias cuantitativas: encuestas, observatorios y estudios oficiales que buscan impactar sobre la opinión pública con números elevados, los más elevados posibles. Deliberadamente, se ha adoptado una suerte de marco expansivo que hace que la violencia parezca aún más amenazadora.40 Un ejemplo es la codificación de actos, como una mirada lasciva o un comentario sobre el cuerpo, dentro de la categoría de violencia, tal y como se recogía en la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019 del Ministerio de Igualdad, donde una de cada dos mujeres (57,3 %) señalaba haber sufrido violencia por el hecho de ser mujer.41

De otra parte, la mayor conciencia social de las agresiones —en la medida en que ya no hay tanta presión para quitarle importancia o callar— y la insistencia del feminismo institucional en la necesidad de recurrir a la vía penal ha incrementado el número de denuncias por agresiones sexuales. Tras la aprobación de la Ley del solo sí es sí, también ha hecho crecer el número de delitos que quedan bajo ese tipo penal. La propaganda del Ministerio de Igualdad sobre la ley insistía que tras promulgación sería más fácil demostrar las agresiones sexuales o evitar la revictimización en las declaraciones, algo que su aplicación práctica parece desmentir. El sistema penal sigue imponiendo recorridos difíciles para las mujeres que deciden denuncian y persisten las dificultades probatorias. 42

Cuando se reclama la necesidad de denunciar, se insiste públicamente en que los juicios pueden funcionar como espacios de reparación para las mujeres. Esta idea parte, sin embargo, de una confusión fundamental. El proceso penal no está diseñado para reparar, sino para castigar. Su lógica es punitiva y ejemplarizante: busca identificar a un culpable, imponerle una pena y enviar un mensaje disuasorio. La reparación, por el contrario, implica otras condiciones: escucha, reconocimiento del daño, restitución y cuidado, cosas que el sistema judicial rara vez garantiza. Presentar el juicio como una forma de reparación, aunque en algunos casos pueda funcionar con algunas mujeres, invisibiliza tanto las limitaciones estructurales del sistema como las múltiples violencias que este puede reproducir, especialmente para mujeres en situaciones de vulnerabilidad.

Así, por un lado, las cifras de denuncias no han parado de crecer –aunque esto no equivalga necesariamente a un aumento de la agresiones– mientras las condenas, siguen siendo bastante escasas. Esta situación sirve, en cualquier caso, para construir un escenario de horror y peligro, lo que está siendo aprovechado por las derechas radicales para alimentar un sentimiento de inseguridad. «Suben las agresiones sexuales», afirman constantemente, reforzando su propio discurso y asociando esta subida con la llegada de inmigrantes, menores no acompañados o con la presencia de musulmanes. El debate público en torno a la aprobación de la Ley del solo sí es sí ha sido colonizado por la lógica de la alarma social. Vox aprovechó también las excarcelaciones o rebajas de penas de condenados por agresiones sexuales, que presuntamente promovía la ley, para exigir aún más penas, menos garantías procesales —en esto confluyó además con las demandas de una parte del feminismo—, así como expulsiones automáticas para agresores migrantes. En definitiva, el marco feminista punitivo ha sido utilizado para reforzar discursos racistas y autoritarios.

También en la campaña #MeToo, con el fin de lograr relevancia social, terminó adaptándose a este marco de pánico moral, que se refleja especialmente en el lenguaje utilizado: «Nos están matando y el Estado no hace nada», «Una mujer es violada cada dos horas», «El patriarcado mata», «No es violencia doméstica, es terrorismo machista», etc.43 Los casos excepcionales se pueden utilizar también para expandir el marco de un horror cotidiano asaltado constantemente por lo extraordinario. Así, por ejemplo, el caso de la francesa Gisèle Pelicot, violada por decenas de hombres a instancias de su marido —una situación absolutamente extraordinario, sin precedentes conocidos en toda Europa—, ha sido interpretado como prueba de la «normalidad» de la violencia sexual.

Elementos como las denuncias indiscriminadas y anónimas en redes, legitimadas en nombre de la dificultad de denunciar o de la «recogida de testimonios», también han alimentado una cierta pornografía de los abusos. Por medio de estas prácticas se buscaba, en principio, subrayar el carácter estructural de la violencia contra las mujeres, así como la idea de que el feminicidio y otras formas de violencia machista no son hechos aislados ni privados, sino expresiones de un régimen de poder que disciplina y controla a las mujeres mediante el miedo. Sin embargo, a través de estas retóricas del terror sexual, un tema político central se ha convertido en un espectáculo dramático que alimenta tanto a medios necesitados de clicks, como a unas redes sociales sostenidas por la economía de la indignación.44 Los casos judiciales de violencia sexual —sobre todo cuando las víctimas son blancas y de clase media o cuando los acusados son famosos— se presentan como un espectáculo. Los supuestos agresores son considerados culpables a priori, a la vez que se comentan las sentencias que siempre parecen poco.45

Además, las redes sociales funcionan hoy como potentes amplificadores de rumores que, en otros tiempos, requerían del boca a boca para circular y que a menudo estaban en el origen de los pánicos morales. Ahora, esa difusión es inmediata y masiva. De forma parecida, los periódicos y otros medios tienden a exagerar y simplificar los problemas, señalando a los chivos expiatorios.

Por supuesto, existe un feminismo que alimenta la economía de la indignación y la alarma social —porque ese tema ofrece rédito, visibilidad y posicionamiento en redes—; el capital simbólico digital puede transformarse, sin duda, en capital económico. Así en estos años nos hemos acostumbrado a la tendencia de una parte importante del feminismo mainstream a comentar sentencias judiciales. Esta dinámica se retroalimenta por las sucesivas polémicas que son amplificadas por miles de artículos y miles de horas tertulias de televisión. Valga aquí al caso el beso de Rubiales, las agresiones de Errejón etc. La violencia sexual o de género está presente de forma permanente en el espacio público.

Paradójicamente, la consecuencia de estas narrativas asociadas al pánico moral no es que las mujeres sientan mayor sensación de seguridad, como que aumenta la sensación de vulnerabilidad. Más allá de la realidad de la amenaza, hacen que una se sienta más expuesta de lo que realmente está, decía Inés Hercovich.46 Acaban por reforzar así ese viejo marco de terror sexual que resulta funcional a la restricción de los movimientos de las mujeres y a la autocontención con el fin de no «asumir riesgos» en el espacio público o la ahora de afrontar la propia sexualidad.47

Muchas veces, la imagen mediática preferida es la del asaltante desconocido que abusa de mujeres en la calle, cuando sabemos que este no es el escenario más común de las agresiones sexuales. A partir de esta imagen, no obstante, el espacio público —el lugar del encuentro con el Otro— se configura como un territorio de peligro vinculado a la sexualidad. «Más allá de cualquier patrón de riesgo, estos sintagmas promueven identificaciones dentro de una narrativa de alarma social permanente, que convierte a todas las mujeres en potenciales víctimas. Esta narrativa no solo exhibe un problema, sino que interpela a los sujetos modelando la interpretación de sus experiencias pasadas, presentes y futuras. Cabría preguntarse si no estamos frente a un tipo de discurso que actúa al modo de una tecnología de género, que demanda una determinada actuación y destino para las partes del binario que define», señalan Trebisacce y Varela.48

La asociación entre violencia y pánico moral es el terreno idóneo para el desarrollo de lo que podríamos llamar feminismo de la dominación, un cierto feminismo «cultural»49 para el que la violencia es casi inevitable en las relaciones, a la vez que proclama «cualquiera puede ser un violador». Se refuerza así el estigma del «depredador» como figura total: alguien sin redención posible. Los pánicos morales, tal como los describe Jeffrey Weeks «cristalizan temores y ansiedades muy extendidos y, a menudo, se enfrenta a ellos, no buscando las causas reales de los problemas y las características que muestran, sino desplazándolos a los “tipos diabólicos” de algún grupo social concreto».50 Es, de este modo, como estos discursos acaban siendo funcionales a la criminalización de ciertos grupos y a la construcción mediática de las crisis sociales. Es el mismo marco de oportunidad de las extremas derechas, basada en la representación esencialista del agresor y en su conversión en monstruo, que refuerza también la racialización de ciertos sujetos —migrantes, pobres, musulmanes, entre otros—. El objetivo es, sin duda, alimentar el miedo al Otro extranjero, especialmente al Otro racializado y musulmán, un temor ya arraigado en el inconsciente colectivo de las sociedades occidentales… (continúa leyendo).

  1. Tuit publicado el 28 junio de 2023 por Rubén Pulido es un influencer de extrema derecha que a día de hoy tiene más de cien mil seguidores y que escribe habitualmente en La Gaceta, medio digital editado por el think tank de Vox, la Fundación Disenso. https://twitter.com/rubnpulido/status/1674118097005936645 ↩︎
  2. Miguel Jiménez, «Biden tiende la mano a Trump en migración desde la frontera, pero el expresidente replica: “Es la guerra”», El País, 1 de marzo de 2024. ↩︎
  3. J. I. Fernández, «Gallardo desata la polémica con su visita al balneario de Medina: “No a la invasión migratoria”», El Español, 26 de octubre de 2023. ↩︎
  4. «Con VOX, España y sus mujeres libres no llevarán cárceles de tela. Quien quiera hijab que se vaya a Marruecos», dice Vox en redes sociales. https://x.com/vox_es/status/1897993014187802638 ↩︎
  5. Gonzalo Fanjul e Ismael Gálvez-Iniesta, Extranjeros, sin papeles e imprescindibles: Una fotografía de la inmigración irregular en España, Madrid, Fundación porCausa, junio de 2020. ↩︎
  6. Ana Del Barrio y Sergio Enríquez-Nistal, «Santiago Abascal: “Algunas feministas que rechazan al macho ibérico lo van a cambiar por el macho magrebí”», El Mundo, 5 de agosto de 2024. ↩︎
  7. Natalio Blanco, «Vecinos de Almonte organizan patrullas nocturnas a la caza del inmigrante», Diario16plus, 13 de septiembre de 2024. ↩︎
  8. Ashley Pemberton, «Anti-immigration protesters clash with police outside hotel housing asylum seekers», The Independent, 19 de febrero de 2023 ↩︎
  9. Sophia Siddiqui, «Attacks on asylum housing: fighting the weaponisation of gender-based violence», Institute of Race Relations, 2 de marzo de 2023. ↩︎
  10. Para un análisis de casos que suceden en otros lugares de Europa como Alemania o Italia ver Gaia Giuliani, Sofia Santos y Júlia Garraio, «Online Social Media and the Construction of Sexual Moral Panic Around Migrants in Europe», Socioscapes. International Journal of Societies, Politics and Cultures, vol. 1, núm. 1, 2020, pp. 161–179. ↩︎
  11. Durante el verano de 2024, se produjeron en Inglaterra una serie de disturbios de extrema derecha contra migrantes, refugiados y musulmanes que ocuparon los telediarios de toda Europa. Estos disturbios incluyeron ataques a mezquitas, incendios de hoteles que alojaban a solicitantes de asilo y enfrentamientos directos con la policía. Por ejemplo, en Rotherham y Tamworth, se incendiaron hoteles de la cadena Holiday Inn que albergaban a los migrantes. Los disturbios se desencadenaron tras el apuñalamiento masivo en Southport, Merseyside, en el noroeste del país, en el que tres niñas murieron y otras diez personas resultaron heridas, ocho de ellas menores. En un principio, circularon rumores en redes sociales que atribuyeron el ataque de manera errónea a «un inmigrante musulmán solicitante de asilo». Sin embargo, al final el acusado del hecho fue Axel Rudakubana, un ciudadano británico de 17 años nacido en Cardiff de padres ruandeses. Aprovechando los temores y ansiedades relacionados con la crisis de la vivienda, un sistema sanitario sobrecargado y la crisis económica, la extrema derecha está aprovechando la oportunidad para culpar a una minoría vulnerable, lo que permite que las protestas contra la inmigración ganen terreno rápidamente. Según la investigadora Sophia Siddiqui, no es casualidad que las zonas atacadas se enfrenten a una grave escasez de vivienda y a algunos de los niveles más altos de privaciones sociales. Ver un análisis más detallado en Sophia Siddiqui, «Attacks on asylum housing: fighting the weaponisation of gender-based violence», Institute of Race Relations, 2 de marzo de 2023 y en Blanca Garcés, «Más allá de la desinformación: las causas de los disturbios raciales en el Reino Unido», CIDOB, septiembre de 2024. ↩︎
  12. Liz Fekete, Liam Shrivastava y Sophia Siddiqui, «Mainstreaming Hate: How the Right Exploits the Crisis to Divide Us», Institute of Race Relations, 3 de septiembre de 2024. ↩︎
  13. Uno de los casos más destacados es el de Rotherham, donde, el informe Jay estima que alrededor de 1.400 niñas fueron víctimas de abuso entre 1997 y 2013. (Alexis Jay, Independent Inquiry into Child Sexual Exploitation in Rotherham, 1997–2013, Rotherham Metropolitan Borough Council, 2014). Las fuerzas policiales locales y los servicios sociales han sido criticados en repetidas ocasiones por fallar a las víctimas, al no dar prioridad a este tipo de delitos, bien por negarse a creer a los niños, bien por culparles. Se consideraba que los niños vulnerables habían provocado su situación, después de que los agresores les ofrecieran regalos y atención. Este caso en concreto, muestra como las ideas racistas sobre las «bandas musulmanas que captan menores» no se limitan a los grupos de extrema derecha, sino que también aparecen en discursos liberales mainstream. Ella Cockbain y Tufail, Waqas, «Failing victims, fuelling hate: challenging the harms of the ‘Muslim grooming gangs’ narrative», Race & Class, núm. 61(3), pp. 3-32, 2020. ↩︎
  14. Recientemente, Ellon Musk acusó a través de X al primer ministro británico, Keir Starmer, de ser «cómplice de la violación de Gran Bretaña», por las «cientos de miles de niñas británicas que fueron blanco de violaciones en grupo y asesinato». Euronews, «Euroverify: ¿Qué hay detrás del escándalo de violaciones por el que Musk ataca a Starmer?», Euronews, 8 de enero de 2025. ↩︎
  15. Agencias, «Cierran una casa de acogida para menores en Madrid tras una denuncia por agresión sexual», La Vanguardia, 24 de agosto de 2024. ↩︎
  16. En 2001 en Loiu, Vizcaya un encapuchado lanzó un cóctel molotov al interior de un centro de menores, pero estos casos se han multiplicado en los últimos años por buena parte de la geografía española. (Ahoztar Zelaieta, «La Ertzaintza recluta confidentes para vigilar a migrantes tutelados en los centros de menores», El Salto Diario, 11 de julio de 2024). En 2019, en el centro de menores de Hortaleza (Madrid) apareció una granada de mano que no llegó a explotar —no se sabe si únicamente se lanzó como amenaza o había una intención real de que explotase—. Cataluña ha protagonizado muchos de estos ataques. Ese mismo año se extendieron las protestas y agresiones en lugares como Rubí (2019), contra la instalación de un centro; en Castelldefels (2019), donde un grupo de encapuchados asaltó varias veces un centro de menores tirándoles piedras; y en Canet de Mar. En el 2012 en Torredembarra el centro fue destrozado y varios menores resultaron heridos, uno de ellos de gravedad. ↩︎
  17. Vox ha decidido poner al frente de su sindicato, Solidaridad, a Jordi de la Fuente, exdirigente del partido neonazi MSR (Movimiento Social Republicano) para quien el fiscal pide dos años y dos meses de cárcel por este asalto. ↩︎
  18. Ander Zurimendi, «Ca n’Anglada todavía lucha contra el estigma de los disturbios racistas de 1999», Público, 18 de marzo de 2019. ↩︎
  19. Redacción de Menéame, «Cómo es ser una chica menor tutelada por la Comunidad de Madrid», Menéame, 6 de febrero de 2021. ↩︎
  20. R. B., «El Gobierno de Ayuso reconoce la desaparición de hasta 34 niños en dos de sus centros de menores en 2024», El Plural, 27 de octubre de 2024. ↩︎
  21. María Martín y Guillermo Vega, «La Fiscalía investiga cuatro casos de abusos y malos tratos en los centros de menores migrantes de Canarias», El País, 30 de septiembre de 2024. ↩︎
  22. Juan José Mateo, Patricia Peiró y Javier Martín-Arroyo, «Al menos 1.100 menores tutelados por las autonomías han denunciado abusos sexuales desde 2019», El País, 21 de marzo de 2025. ↩︎
  23. Luis F. Durán, «Trabajadores y menores del centro de la Casa de Campo denuncian que varias educadoras tienen relaciones sexuales con menas: una empleada fue despedida y a otra no se le renovó», El Mundo, 20 de febrero de 2025. ↩︎
  24. En la década de 1970 esta línea de interpretación política de la delincuencia fue relevante en los colectivos negros de Gran Bretaña como recogió la revista Race Today, por ejemplo, en Howe, «Fighting Back»; I. MacDonald, «The Creation of the British Police», Race Today, diciembre de 1973; y F. Dhondy, «The Black Explosion in Schools». Los altos niveles de desempleo juvenil negro se reinterpretaron aquí como parte de un «rechazo al trabajo» político consciente. Esto significaba que este sector de la clase se niega a entrar en competencia con los que ya tienen trabajo productivo. Este rechazo se articulaba contra la explotación y contra la opresión a dos niveles diferentes: como trabajadores negros (superexplotación) y como minoría racial (racismo), también se trataba de evitar esas humillaciones a las que se veía sometidos. Saïd Bouamama, De las clases peligrosas al enemigo interior: Capitalismo, migraciones, racismo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2025, pp. 527,528. Mientras que el rechazo al trabajo en los jóvenes «integrados», desertores de una meritocracia en la que han dejado de creer, se expresa en la búsqueda de «dinero fácil» a través de las inversiones en criptomonedas y la aspiración a una vida de lujo con el mínimo esfuerzo. Estas vidas que aparecen reflejadas en el éxito de los influencers que promocionan este marco. Para los que no tienen ni tendrán para invertir, y cuyas posibilidades de integración a través de trabajos menos explotados son menores, este rechazo se convierte en una orientación al trapicheo. ↩︎
  25. Tuit publicado por la cuenta oficial de Vox el 25 de noviembre de 2019 en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. https://twitter.com/vox_es/status/1198925435125542913 ↩︎
  26. Didier Lapeyronnie, «Quelle intégration?» en Bernard Loche y Christophe Martin (coord.), L’insécurité dans la ville: changer de regard, París, L’Œil d’or, 2003, p. 95. citado en Saïd Bouamama, De las clases peligrosas al enemigo interior: Capitalismo, migraciones, racismo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2025. ↩︎
  27. Bouamama, De las clases…, p.165. ↩︎
  28. «Online Social Media and the Construction…» ↩︎
  29. Suvi Keskinen, «The “Crisis” of White Hegemony, Neonationalist Femininities and Antiracist Feminism», Women’s Studies International Forum, vol. 68, 2017, pp. 51–58. ↩︎
  30. Sophia Siddiqui, «Attacks on asylum housing: fighting the weaponisation of gender-based violence», Institute of Race Relations, 2 de marzo de 2023. ↩︎
  31. Sara R. Farris, En nombre de los derechos de las mujeres: El auge del feminacionalismo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2021. ↩︎
  32. El estereotipo aquí es el de la víctima sin capacidad de agencia cuyas decisiones son tomadas en su nombre por determinados hombres. Las mujeres no representarían un peligro económico, pero sí cultural, en tanto potenciales reproductoras biológicas de «su» cultura. De ahí la urgencia, la presión y el interés de las sociedades occidentales por asimilarlas lo más rápidamente posible a «la cultura» del país de acogida, ya que ellas son, al fin y al cabo, las madres de las futuras generaciones. Representado en el debate sobre el hijab en las escuelas o el espacio público en países como Francia evidencia su extensión a buena parte del arco político parlamentario e incluso al feminismo, sobre todo el más institucional. Aquí en España, aunque esas prohibiciones no están tan avanzadas, cada vez que resurge la polémica, vemos emerger también un sector del feminismo alineado con estas posiciones ↩︎
  33. Amelia Valcárcel —y otras autoras de esta corriente— afirman que «vivimos en una civilización feminista», que la «civilización occidental es la primera en la historia que tiene ese rasgo presente». Es decir, nuestras sociedades serían superiores a las demás. Para este feminismo civilizatorio, solo hay un feminismo válido —el que ellas representan—, y esa supuesta superioridad les permite negar a otros sujetos, ya sean personas trans, trabajadoras sexuales o mujeres musulmanas que desean liberarse en sus propios términos. Es el mismo sector transexcluyente —o que se aproxima bastante a ello— que se opuso a la ley de autodeterminación de género y, en su versión más radical, recurre a la guerra cultural y a toda su artillería retórica para alimentar pánicos morales sobre el «borrado de las mujeres». Además, esta postura suele ir de la mano del abolicionismo del trabajo sexual, que no duda en criminalizar a las prostitutas, aunque sea de forma indirecta, en su cruzada por «salvarlas». Sara Farris también ha explicado cómo esta idea de «liberar a las musulmanas» —que en la práctica implica su incorporación al mercado laboral— es funcional a la hora de ampliar el ejército de trabajo disponible en el sector de cuidados, algo que, indudablemente, beneficia a las sociedades receptoras. Ver Amelia Valcárcel, La civilización feminista, Madrid, La Esfera de los Libros, 2023. ↩︎
  34. Ángeles Ramírez y Laura Mijares, Los feminismos ante el islam: El velo y los cuerpos de las mujeres, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021. ↩︎
  35. «Están llenando las calles de gente que piensa que las mujeres son objetos que se pueden maltratar. NO queremos a estos bárbaros en España. NO queremos a las mujeres en peligro», dice este tuit de Vox donde se adjunta un vídeo de un hombre pegando a una mujer donde se puede leer: «Un extranjero golpea brutalmente a una mujer en Torre-Pacheco». Le sigue un discurso de Abascal donde dice: «Desde que llegó Pedro Sánchez se han multiplicado por tres las violaciones de mujeres en España y eso ocurre por algo, ocurre porque los sacan de la cárcel a los violadores y porque traen a otros que no respetan a la mujer para nada y que piensan que es un simple objeto al que se puede maltratar». https://x.com/vox_es/status/1900545495061151783: ↩︎
  36. El discurso de la amenaza sexual, que presentaba a los hombres racializados como violadores de mujeres blancas, fue un recurso clave para sostener las jerarquías raciales y legitimar la política colonial. Las mujeres blancas no solo participaban en estas normas racializadas, sino que también se beneficiaban de ellas, aunque su propia sexualidad quedaba restringida por esos mismos códigos morales. Suvi Keskinen, «The ‘Crisis’ of White Hegemony, Neonationalist Femininities and Antiracist Feminism», Women’s Studies International Forum, vol. 68, 2017, pp. 51–58. ↩︎
  37. Por ejemplo, en el Estados Unidos de la era Jim Crow —el sistema de segregación instaurado tras la Guerra Civil y el fin de la esclavitud, y vigente hasta la década de 1960— se consolidó un régimen racializado de terror sexual, donde las acusaciones de violación se utilizaban sistemáticamente para frenar el ascenso social y bloquear la igualdad efectiva de los hombres negros. Ver Angela Davis, Mujeres, raza y clase. Madrid, Akal, 2004 y Elsa Dorlin, La matriz de la raza: genealogía sexual y colonial, Txalaparta, 2020. ↩︎
  38. Entrevista a Elsa Dorlin, «La cuestión de la violencia ante los chalecos amarillos revela una crisis democrática histórica en Francia», Viento Sur, 27 de marzo de 2019. ↩︎
  39. Cohen define el pánico moral como «una condición, episodio, persona o grupo de personas emerge y es definido como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad; su naturaleza es presentada de forma estilizada y estereotipada por los medios de comunicación; las barricadas morales son ocupadas por editores, obispos, políticos y otras personas de bien; expertos socialmente acreditados emiten sus diagnósticos y soluciones; se desarrollan formas de afrontar la situación o (más a menudo) se recurre a las ya existentes; la condición luego desaparece, se disuelve o se deteriora y se hace más visible». Stanley Cohen, Folk Devils and Moral Panics: The Creation of the Mods and Rockers, Londres, MacGibbon and Kee, 1972, p. 9. ↩︎
  40. Ver este argumento desarrollado en Laura Macaya / Hamaca, Conflicto no es lo mismo que abuso, Barcelona, La Escocesa, 2023 ↩︎
  41. El Ministerio de Igualdad, al definir la metodología de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019, incluye en la categoría de acoso sexual «una serie de comportamientos no deseados y con una connotación sexual», como miradas insistentes o lascivas; contacto físico no deseado; exhibicionismo; envío de imágenes o fotos sexualmente explícitas que hagan sentir a la mujer ofendida, humillada o intimidada; bromas sexuales o comentarios ofensivos sobre su cuerpo o vida privada; insinuaciones inapropiadas, humillantes o intimidatorias en redes sociales; o correos electrónicos, mensajes de WhatsApp o mensajes de texto con contenido sexual explícito e inapropiado, que generen el mismo efecto. Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019: Principales resultados, Madrid, Ministerio de Igualdad, 2020. ↩︎
  42. El 80 % de la violaciones que se denuncian en España se archivan sin llegar a juicio y solo una acaba en condena, según el cruce de los datos policiales y el rastreo de casos de varias investigaciones académicas. Casos como el de el jugador de fútbol Dani Alves, primero inculpado y después absuelto en un tribunal superior, evidencian la misma dificultad de prueba en un delito que suele concurrir sin testigos y donde a veces no se encuentran elementos de prueba que corroboren los testimonios de las denunciantes. Braulio García Jaén, «El 80 % de las violaciones que se denuncian en España nunca llega a juicio», El País, 26 de enero de 2025. ↩︎
  43. Laura Macaya / Hamaca, Conflicto no es lo mismo que abuso…, p. 10. ↩︎
  44. Son recurrentes alarmas socialescomo la del «episodio de los pinchazos» de 2022. Supuestamente estos «pinchazos» se estaban usando de forma masiva para someter químicamente a jóvenes en espacios de fiesta. Después de un tratamiento que ocupó telediarios y múltiples declaraciones públicas de políticos, donde explicaban que están tomando medidas contra esta supuesta epidemia, se demostró que estaba completamente infundada. ↩︎
  45. Pablo Muñoz Rojo, «Feminismo y antirracismo en tiempos de cultura punitiva», El Salto, 29 de diciembre de 2019. ↩︎
  46. Inés Hercovich, «Las mujeres también somos patriarcales», El Viejo Topo, 2025. ↩︎
  47. Judith Walkowitz argumenta que los «pánicos morales» relacionados con la violencia sexual pueden ser utilizados para perpetuar estructuras de poder patriarcales, limitando la autonomía de las mujeres y reforzando normas de género tradicionales. El miedo y la sensación de inseguridad, se convierten así en herramientas de control social y de género que acaban siendo funcionales a la restricción de la movilidad femenina. Judith R. Walkowitz, La ciudad de las pasiones terribles: Narraciones sobre peligro sexual en el Londres victoriano. Madrid, Ediciones Cátedra, 1995. ↩︎
  48. Catalina Trebisacce y Cecilia Varela «Los feminismos entre la política de cifras y la experticia en violencia de género», en Deborah Daich y Cecilia Varela (coords.), Los feminismos en la encrucijada del punitivismo, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2020, p. 107. ↩︎
  49. El feminismo de la dominación es una corriente que pone el foco en la sexualidad como eje central de la opresión de las mujeres, entendiendo las relaciones sexuales heterosexuales como estructuralmente desiguales. Suele interpretar la sexualidad masculina como inherentemente violenta y la femenina como pasiva o vulnerable, lo que lleva a promover marcos normativos y punitivos frente a la violencia sexual. ↩︎
  50. Jeffrey Weeks, Sex, Politics and Society: The Regulation of Sexuality Since 1800, New York. Longman, 1981, págs. 19-20. ↩︎

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