Alrededor de 1860, una vieja embarcación llamada Indio fue desguazada en el muelle de la Riba. La proa de aquella nave exhibía la escultura de un guerrero indoamericano perteneciente a una de las tantas naciones originarias arrasadas por los europeos. Fue bastante común que las sociedades implicadas en la empresa colonial y esclavista exhibieran en barcos y edificios representaciones de sujetos considerados inferiores como objetos decorativos.
Aquella era una embarcación catalana construida en Blanes en la década de 1840. En aquel entonces, Cataluña sostenía por todos los medios la trata ilegal de seres humanos. La burguesía financiaba expediciones a África; los astilleros construían y acondicionaban naves para trasladar a los cautivos en condiciones de encierro y los trabajadores del mar se unían a las expediciones soñando con convertirse en indianos, los nuevos ricos de la Costa Brava venerados como empresarios exitosos, emprendedores valientes y filántropos. Los mismos, hacían un esmerado lobby en Madrid para que no se aboliera la esclavitud.
Barcelona guarda silencio sobre su pasado esclavista
En el momento en que el Indio fue desmontado por los trabajadores del puerto, el mascarón de proa había perdido la coloración original, la madera se había oscurecido y los rasgos que hacían distinguible la figura del guerrero no eran visibles. Los presentes pasaron por alto el nombre del barco, el atuendo del personaje y otros detalles. Encandilados por la cultura esclavista en la que estaban inmersos, bautizaron la escultura como el “Negre de la Riba”. ¿Qué otra cosa podían imaginar los pobladores de Barcelona de mediados de siglo XIX, un período de total implicación de Cataluña en la trata transatlántica de cautivos africanos? Para aquellos marineros, estibadores, comerciantes y pulperos resultaba natural que el viejo mascarón de proa fuese un esclavo incrustado como ornamento en una nave que había cruzado tantas veces el Atlántico. Ante sus ojos, la raza aparecía como el signo de una larga cadena: barco-puerto-trabajo forzado-amo-blanco-propiedad-objeto… negro.
Barcelona, no obstante, guarda silencio sobre su pasado esclavista. Lejos de remitirnos a esta historia, todo lo que se dice del Negro de la Riba circula en un relato folclórico reproducido en portales comerciales del sector turístico y en páginas oficiales del Ajuntament de Barcelona. El cuento va más o menos así: apenas fue desmontada la embarcación, un tabernero del muelle de la Riba, hoy barrio de la Barceloneta, compró el mascarón de proa y lo colgó en la puerta de su establecimiento; el objeto se convirtió en un ícono de la zona y en poco tiempo encarnó la versión local del “hombre del saco”. Así, en la Barcelona del siglo XIX, se evocaba al Negro de la Riba para atemorizar a los niños.
Ninguna mención hay a los negreros e indianos que se enriquecieron vendiendo y explotando a personas negras en Cuba y Puerto Rico
La construcción del mito ilumina la obsesión del pensamiento ilustrado por “los negros” y el uso de estas representaciones en la educación racial (racista) de las masas populares europeas. Sin embargo, frecuentemente se aclara que la popularidad del mascarón es una tradición “sin un ápice de racismo” y para demostrarlo se argumenta que es solo un artefacto de la cultura marinera del barrio y, por tanto, motivo de rutas turísticas, actividades escolares, desfiles y celebraciones. En las recientes fiestas mayores de la ciudad se le representó en un teatro musical como una historia de diversidad cultural y lingüística¡? El relato naif sostiene que el ícono y el mito son emblemáticos de la identidad del barrio de la Barceloneta. Tanto así que, pese a que el Museu Marítim de Barcelona exhibe la pieza original hace varias décadas, ya catalogada como un guerrero iroqués, los gestores patrimoniales y culturales prefieren promover la narrativa racial del “negre” a través de una copia del original que se elaboró en fibra de vidrio en el 2003 y que, desde entonces, se exhibe de manera permanente en un muro del carrer Baluard. Se le descuelga para llevarlo en procesión o para exhibirlo en plazas y verbenas. En este gesto de patrimonialización irreverente, el objeto se desdobla para evadir la solemnidad museística y devolverlo a la cultura patrimonial del pasacalle y, con ello, sostener el silencio acerca de la implicación catalana en el negocio esclavista. Ninguna mención hay a los negreros e indianos que se enriquecieron vendiendo y explotando a personas negras en Cuba y Puerto Rico hasta finales del siglo XIX y, mucho menos, una interpretación que se oponga a la injuria, la deshumanización y el desprecio hacia los africanos que gravita en esta historia. Al contrario, y paradójicamente, la exhibición compulsiva de la copia ha sido el medio difusor del relato cercenado y pueril.
La representación del negro africano ha estado llena de prejuicios que servían para justificar prácticas coloniales
Este fetiche barcelonés, la copia, no el original, vuelve a exhibirse bajo el auspicio de varios equipamientos culturales y museísticos, entre ellos el Museu Etnològic y de Cultures del Món de Barcelona. Como se acostumbra en la actualidad, los promotores de la actividad han tenido el cuidado de incluir una declaración de intenciones decoloniales. Del texto curatorial se extrae lo siguiente: “Tradicionalmente, en Europa, la representación del negro africano ha estado llena de prejuicios que servían para justificar prácticas coloniales. La falta de reconocimiento y reparación de este pasado ha provocado que hoy muchas personas pidan una revisión decolonial del espacio público y exijan justicia por crímenes que todavía se mantienen en silencio”. Por supuesto, la declaración se corta allí, sin mencionar los crímenes ni aludir a los criminales, en cambio, el título de la acción es “El negro de la Riba y otros mitos para asustar a los niños” y va acompañada de la típica representación de un hombre negro sufriente, castigado, ¿encadenado?
Una rápida revisión de las webs de los principales museos del Estado español permite constatar que el uso de la palabra decolonial ha devenido exculpatorio. Directores de museos, curadores, comisarios y jefes de programas públicos han aprendido que al incluirla en sus discursos se dotan de legitimidad para volver a mostrarnos las mismas historias coloniales de siempre. «Descolonizar» es el abracadabra para reintroducir símbolos y narrativas racistas y eurocéntricas en el museo y en el espacio público. Es una estrategia de disimulo y confusión que no solo contribuye a profundizar la ignorancia sobre el pasado colonial, sino que pretende convencernos de que es posible reinterpretar estos símbolos sin hablar de sus marcas y efectos en el presente.
En la Barcelona cosmopolita y turística de 2024 el racismo se traduce en precariedad, en un sistema de control migratorio asesino
En la Barcelona cosmopolita y turística de 2024 el racismo se traduce en precariedad, en un sistema de control migratorio asesino, en vigilancia y perfilamiento racial en el espacio público; en largas esperas por documentos y permisos de residencia; en la división desigual de la riqueza y del trabajo y en múltiples formas de violencia física, simbólica e institucional. En esta Barcelona es más que lícito impugnar el sentido de una procesión carnavalesca del Negro de la Riba.
Al exhibir este objeto en el marco de la comparsa y la mascarada, las instituciones –todas las implicadas en asuntos de memoria, cultura y patrimonio– declinan su responsabilidad política en la interpretación y circulación de relatos coloniales, clasistas y racialistas y se excusan detrás de un cándido sentimiento popular que no admite críticas, cuestionamientos o reproches. Al atribuir la permanencia de esta imagen en el espacio público a una inocente iniciativa vecinal, las instituciones se autoeximen de dar respuestas a una nueva conciencia histórica que exige conocer el pasado sin condescendencia ni secretismo, dada la urgencia de combatir el impacto del racismo en el presente.
No ignoramos que una de las bases de la identidad catalana es su representación como «colonia» de España
Por supuesto, no ignoramos que una de las bases de la identidad catalana es su representación como «colonia» de España, una posición que automáticamente la exonera de revisar su participación en el sostenimiento del imperio en territorios de ultramar. Pese a todo, el rol de Cataluña en la prolongación del crimen esclavista es una historia que asoma, por más que se le reprima, en artefactos culturales, casonas, ferias y fiestas de pueblo. Es lo que algunos llaman memoria y patrimonio “incómodos”. Si este patrimonio y sus relatos, leyendas, monigotes de pasacalle y comparsas extraen su valor del ámbito de las emociones, de los sentimientos identitarios y de las sensaciones corporales, es allí donde debe volver a discutirse la validez, los límites y las potencialidades de los monumentos al racismo que con tanto esfuerzo son conservados. ¿Quién tiene derecho y por qué a adorar, exhibir, bailotear, colgar, descolgar este tipo de imágenes?
Iluminar la historia esclavista de Cataluña es crucial para situar la naturaleza racista del mito del Negre de la Riba en tanto hombre del saco. El cinismo de esta invención se entiende mejor haciéndonos otras preguntas, ¿acaso no es el miedo al regreso del hombre capturado, esclavizado, explotado, violado, violentado por los tratantes, capitanes, amos, marineros, indianos, mayorales, hacendados y negreros fills d’aquesta terra de lo que estamos hablando?
Iluminar la historia esclavista de Cataluña es crucial para situar la naturaleza racista del mito del Negre de la Riba en tanto hombre del saco
Cada año, el Ajuntament de Barcelona trae una destacada figura internacional del antirracismo. Esto también se ha convertido en una estorbosa tradición, una forma de tokenismo institucional que no se refleja en cambios estructurales. Hace pocos meses vimos a Angela Davis y hace un par de semanas pudimos escuchar a John A. Powel hablando de los estragos que ha causado en el mundo la alterización y la construcción del Otro como un sujeto inasimilable. En pocas semanas, Barcelona acogerá el Fòrum Global contra el Racisme i les Discriminacions de la Unesco. Tal parece que la confusión, la ignorancia y el desinterés por desentrañar el impacto de la colonialidad y el racismo en el presente es un asunto reservado para la cultura popular y folclore. Con toda seguridad, los gestores culturales de la Barcelona cosmopolita se encargarán de que la comitiva internacional de activistas y pensadores negros no se tope con este monumento al racismo.
Ante las críticas, los gestores del patrimonio han optado por esconder objetos o anular actividades. Esta vez tenemos la esperanza de que tomen la oportunidad para hacer un acto de reparación. Esto es, abordar abiertamente, sin candidez, sin ingenuidad sin falsas reflexiones, no la “incomodidad”, sino el daño que causa el patrimonio racista.