Orgullo Crítico, Orgullo Cómodo

por | Jun 27, 2024 | Análisis, Feminismos

¿Dónde quedó el tomar y hacer en vez de pedir y esperar? Los oprimidos han iniciado un ciclo político en el que se constituyen como una víctima sin agencia que busca ser protegida

Cada 28 de junio vuelve a sobrevolar el fantasma de Stonewall. Las imágenes de Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson se reproducen en un bucle infinito en las redes sociales. Las proclamas de todos los Orgullos (críticos y comerciales) mencionan esa noche, esas personas, ese acto revolucionario. Podría parecer, pues, que la comunidad queer tiene bastante claro qué sucedió en Stonewall y qué potencial político había tras ello, ¿no?

En un reciente libro, la activista trans negra Miss Major aporta una voz más desconocida de ese relato. «Yo sólo sé que esa noche vinieron y nadie aflojó». Los que vinieron fueron los policías y ese nadie que no aflojó las trans negras y putas que, hartas de recibir palizas y detenciones, en los inicios del verano de 1969, se enfrentaron a la represión. Era más que urgente poner fin a la violencia y tuvieron el arrojo de atreverse a pasar a la acción. Un año después, nos dirá Miss Major, el Orgullo ya se había consolidado y los hombres homosexuales blancos la apartaron a ella y a las demás de cualquier lugar de visibilidad.

Teniendo en cuenta la claridad del legado, la genealogía de la lucha, el mito fundacional sobre el que se asienta la idea del Orgullo y las potencias que este podía suscitar, ¿qué demonios ha pasado para que este haya perdido toda entidad política? Y no me refiero en esta ocasión al Orgullo mainstream, al desfile de carrozas, al patrocinado por empresas y encabezado por partidos. No, estoy hablando verdaderamente del Orgullo Crítico (o los Orgullos Críticos) como espacio en el que la política, la radicalidad política en la que se asentaba, ha quedado relegada al olvido.

Asusta que un movimiento social capaz de movilizar a miles de personas no tenga la más mínima intención de romper con el modelo anquilosado en el que se está viendo atrapado y su única opción sea la autorreferencialidad

Pongámonos en situación: junio de 2024, las calles del centro de Madrid. Se convoca la manifestación del Orgullo Crítico que parte de la Glorieta de Bilbao, marcha hacia Argüelles y termina en Plaza de España. Durante el recorrido hay lemas, pancartas enarboladas, banderas, música, gritos, risas. Se llega al final, se lee el manifiesto, hay distintas intervenciones y vuelta a casa. En abril-mayo de 2025 se volverá a poner en marcha la plataforma y se repetirá el modelo. Esto no ha ocurrido aún. Pero la historia se puede contar ya. Incluso se puede una a aventurar la cantidad de asistentes: ¿20 mil? ¿25 mil? Es la cifra en la que se ha movido estos últimos años. Pues ya estaría, pueden ahorrarse la participación, no van a ver nada nuevo.

Perdón por el cinismo, pero asusta que un movimiento social capaz de movilizar a miles de personas, algo que en este país sólo puede hacer la Sanidad Pública, el 8M o la final de la Liga, no tenga la más mínima intención de romper con el modelo anquilosado en el que se está viendo atrapado y su única opción sea la autorreferencialidad, el victimismo y la complacencia.

¿Qué pasa, pues, para que un movimiento que hereda históricamente una lucha en la que mujeres, trans, negras y putas acabaron a pedradas con la policía, se limite a día de hoy a salir un día al año a pasearse por Madrid? Lo que pasa es que ni hay urgencia, ni hay emergencia, ni todos esos miles de personas que asisten a la marcha tienen necesidad ni intención de poner el cuerpo en nada porque no hace falta.

¿Por qué prende la llama de Stonewall? Porque no solo era la violencia policial diaria. Eran los encarcelamientos, la falta de acceso a la vivienda, la negación de la salud, el rechazo social, el trabajo (en caso de haberlo) terriblemente precarizado o la falta de comida. Si Sylvia, Marsha o Miss Major se dedican a partir de los años 70 a montar casas de acogida para menores y otra gente expulsada de sus familias y a reunir gente es porque comprendieron que solo la comunidad podía tener la potencia del apoyo mutuo. Si no hay llama alguna que prenda a día de hoy en el Orgullo Crítico es porque esos miles de personas viven en la más absoluta de las comodidades.

¿No está obcecada la comunidad LGTBetc en el lugar de opresión en el que habita?

¿Pero, no estamos hablando todo el rato de la violencia, las agresiones, el acoso, las palizas, los asesinatos? ¿No está obcecada la comunidad LGTBetc en el lugar de opresión en el que habita? A veces la violencia de la que se habla no es real. La violencia más cruel en este país se encuentra en los asesinatos en la valla de Melilla, en las violaciones a las temporeras de Huelva, en las redadas diarias de Lavapiés, las agresiones a mujeres trans muchas veces trabajadoras sexuales. La violencia, a día de hoy, está en Gaza. En los cuerpos otros marginalizados, inexistentes, abocados a desaparecer en cualquier momento; cuerpos en los que la vida no vale para nadie.

Que te insulten por la calle, que utilicen equivocadamente tu pronombre o que te miren raro es un hecho desagradable, como los actos desagradables o agresiones que puede vivir cualquier persona por cualquier razón. No ha lugar de convertirlo en un evento traumático y mucho menos situarnos como si fuésemos las víctimas privilegiadas y mártires de los oprimidos sin atender a las violencias más graves que sufren muchas de las personas que nos rodean y que se encuentran en peor situación. Y mientras los que lideramos estas manifestaciones no seamos los que sufren las violencias más duras, aquí nadie va a tirar la primera piedra. No es que nadie afloje, como contaba Miss Major, es que la flojeza ya está aquí.

Los movimientos sociales, siendo este caso del que estamos hablando el del Orgullo Crítico, son lugares de comodidad, aglutinadores de agentes de la clase media. Personas jóvenes, con estudios universitarios, trabajos más o menos precarios con los que se consigue pagar el alquiler y futuros herederos de la herencia familiar. Lo que Emmanuel Rodríguez llamaría “el efecto clase media”. Una sociedad constituida por individuos con aspiraciones a un trabajo mejor, una vivienda mejor, una formación mejor. Aquellas casas comunitarias de Sylvia, Marsha y Miss Major, donde la familia se había abolido y los recursos eran compartidos no tienen lugar en el entorno en el que estamos hablando.

Parece imposible que asambleas como la del Orgullo Crítico se conviertan verdaderamente en esas comunidades de vida. Es impensable que espacios como estos sean radicalmente políticos y decidan cuestiones como socializar los recursos comunes, poner las economías y los cuerpos en el centro de la vida y pensar en cuáles son las estrategias verdaderas a seguir más allá de mirarse el ombligo. ¿Por qué una asamblea capaz de mover tal magnitud de personas no se plantea en un momento de guerra como este asaltar la embajada de Israel hasta que el gobierno del país rompa cualquier lazo diplomático y comercial? ¿20 mil personas no son suficientes? ¿Por qué no se aprovecha esa estampida humana para repartirse por los distintos desahucios que a diario suceden en esta capital e impedir que la gente pierda sus casas? ¿Por qué no asaltar supermercados para redistribuir la comida? ¿Por qué no acampar en la M-30 hasta que las personas de la Cañada Real vuelvan a tener luz, después de casi cuatro años viviendo en condiciones infrahumanas? La intención ni está ni se la espera.

Cualquier forma de interseccionalidad que no se piense como emancipación colectiva no es más que una forma de política identitaria personal

Contaban las feministas del Combahee River Collective que la emancipación sólo sería posible en caso de que se hiciera de forma colectiva. Cuando empezaron a trazar la idea de la interseccionalidad, auguraban que ellas, como mujeres, negras y lesbianas sólo serían libres políticamente en el momento en el que hubiera una emancipación global de todos los sujetos desposeídos, de todos aquellos oprimidos por el mismo orden del Capital. Esa interseccionalidad ha ido mutando y cambiando de significado hasta llegar a nuestros días como un artefacto en el que los sujetos parecen estar atravesados por infinidad de etiquetas que hacen aumentar o disminuir su ranking en el opresómetro social. Cualquier forma de interseccionalidad que no se piense como emancipación colectiva y que derive en prácticas individualistas, autorreferenciales y victimistas no es más que una forma de política identitaria personal.

Mantenerse en el discurso del sufrimiento y el lamento perpetuo solo consigue hacerle el juego a la pacificación socialdemócrata y neoliberal. Esa forma de activismo actual en la que los sujetos demandan derechos construidos a partir de una violencia no existente es la entrega absoluta del poder político a los pies de los estados democráticos. Por favor, sálvenme de la bestia, me lo merezco por esta lista de atributos que me acompaña.

Los oprimidos han iniciado un ciclo político en el que se constituyen como una víctima sin agencia que busca ser protegida

La emancipación colectiva solo se hará, precisamente, en común. Ninguna democracia va a salvar a nadie. Las demandas de derechos humanos por parte de los espacios del activismo queer son el triunfo del movimiento asimilador de las democracias occidentales actuales. Nunca les vino tan bien a los políticos de todo el arco parlamentario que a día de hoy las luchas consistan en reclamaciones. ¿Dónde quedó el tomar y hacer en vez de pedir y esperar? Los oprimidos han iniciado un ciclo político en el que se constituyen como una víctima sin agencia que busca ser protegida. Se pide que el sistema sea seguro y vigilante para poder alcanzar esa identidad idealizada. Así es como la identidad y su potencia, el medio que podía reconducir las luchas y su quién falta, se ha tornado un fin último. Si las urgencias no existen en los espacios asamblearios, lo único que queda es dedicarse a hablar de una misma. El ombligo propio es cada vez más gigante.

Las asambleas no son un lugar para hacer terapia y lamerse las heridas

Para salir de ello, como dijimos, no queda otra que poner el cuerpo, esta vez de verdad. Las asambleas no son un lugar para hacer terapia y lamerse las heridas. Utilicen ustedes las cañas de después para exponer sus lamentos y sus compañeras seguro que estarán encantadas de ayudarles, para eso también están. Pero el círculo político en el que nos convocamos tiene finalidades concretas: acabar con las cárceles, detener deportaciones, okupar viviendas y centros sociales, abolir el trabajo… No lo sé, sueñen, piensen juntas. Es extrema la situación de miles de desposeídos. Hay gente siendo decapitada ahí fuera. Dejen de repetir lemas manidos y de lanzar proclamas que nunca van a cumplir. “¡Fuego al sistema!”. Adelante, traigan antorchas, yo pongo la gasolina.

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