Este artículo se publica simultáneamente al tiempo que nuestro compañeros de Machina.
En los últimos tiempos ha crecido el interés feminista por una lectura materialista de la realidad, desarrollando una mirada atenta a las relaciones sociales definidas por el sistema capitalista. Tras años de desprecio generalizado, cuando no de eliminación sistemática, las relaciones sociales de producción y reproducción han encontrado un renovado interés en el debate feminista más reciente, situando de nuevo el foco de la crítica y de la lucha en el plano de las relaciones de poder y de las formas de subordinación y explotación que definen históricamente las relaciones de género. Superado el nivel de lo simbólico que había caracterizado la crítica feminista desde los años ochenta, la reflexión ha vuelto a su lecho materialista, gracias también a la centralidad cada vez más evidente de la reproducción en los procesos de valorización del capital, así como a la crisis permanente del capitalismo contemporáneo, que ha vuelto a poner de relieve la obra de Marx y la crítica marxista. Nombres como el de Rosa Luxemburg y Alexandra Kollontaj o el trabajo teórico-político en torno a la campaña internacional Wages for Housework [Salario para el Trabajo Doméstico] han irrumpido en la producción discursiva de los movimientos feministas y transfeministas contemporáneos, lo que plantea hoy la necesidad de trasladar al presente discursos, prácticas e hipótesis teóricas elaboradas en otros contextos históricos y sociales. Al mismo tiempo, la creciente atención a la crítica feminista marxista también reclama la necesidad de poner orden en diferentes propuestas políticas que no pueden ni deben ser asimiladas.
La reflexión ha vuelto a su lecho materialista, gracias también a la centralidad cada vez más evidente de la reproducción en los procesos de valorización del capital
Mirando en esta (doble) dirección, este ensayo pretende exponer una declinación específica de la crítica feminista marxista ya definida como «feminismo marxista de la ruptura» (Curcio 2019). Una práctica teórica que, en el fermento político abierto por las profundas transformaciones sociales de los años setenta, vincula la crítica de la economía política a la emergencia de las luchas e inaugura un estilo, o un método, feminista materialista de elaboración teórico-política de la realidad que parte de Marx para afirmar, más allá de Marx y del marxismo, el valor productivo de la reproducción. Recorrer la historia de esa experiencia, los diferentes pliegues históricos de ese método en la siempre abierta transición capitalista, y discutir las categorías y prácticas elaboradas a lo largo del tiempo, puede ser un ejercicio útil para afinar de nuevo las herramientas teórico-políticas de una crítica feminista al modo de producción/reproducción actual.
En lo que sigue, se definirá primero la hipótesis de trabajo (o método) del feminismo marxista de ruptura, considerando los diferentes planos que interroga: la «ruptura» política teórica con el marxismo, la «ruptura» militante con la izquierda radical y los grupos feministas, la «ruptura» existencial con una forma específica de entender el papel de la mujer en la sociedad. En los dos párrafos finales, el «método de la ruptura» se considerará más bien en su actualidad, es decir, como dispositivo para un feminismo marxista radical en el capitalismo tardío.
Un feminismo marxista de la «ruptura»
El feminismo marxista de la «ruptura» es la hipótesis de una forma específica de mirar la realidad capitalista que combina la crítica feminista radical y el pensamiento marxiano. Es una praxis de intervención teórico-política que propone un uso militante de Marx y desvela el arcano de la producción de valor oculta en el hogar (Fortunati 1981), encubierta por el «trabajo por amor» de madres y esposas dedicadas a la reproducción de la fuerza de trabajo (Dalla Costa 1972; Federici 1975; Dalla Costa 1978). Constituye una concepción feminista de las relaciones sociales y de clase, que pone de manifiesto las razones históricas y materiales de la «naturalización del trabajo reproductivo de las mujeres en el hogar, y reconoce las formas de explotación más allá de la relación salarial. Una ruptura, de hecho, con la forma en que se había entendido hasta entonces la condición social de las mujeres, su papel en las esferas pública y privada, en la vida cotidiana, en la política y en la lucha de clases.
Es decisivo el encuentro teórico y militante entre el feminismo materialista de tradición obrerista (en particular el colectivo «Lotta Feminista di Padova») y la crítica de Selma James al modo de producción capitalista que se fraguó a caballo de las luchas anticoloniales. En concreto, James, en un documento de principios de la década de 1950: A Woman’s Place [El lugar de la mujer], había recogido las experiencias de jóvenes trabajadoras inmigrantes durante la guerra, con las que había trabajado políticamente en Los Ángeles, y había elaborado una crítica contundente sobre la emancipación de la mujer a través del salario: «El segundo empleo fuera del domicilio es otro jefe superpuesto al primero; el empleo primario de las mujeres es reproducir la fuerza de trabajo de otras personas, y su segundo trabajo es reproducir y vender su propia fuerza de trabajo (James, 1953, trad. esp. 2023: 97 ). El documento se publicaría entre los materiales de El poder de la mujer y la subversión de la comunidad (1972), de Mariarosa Dalla Costa, lo que puede considerarse el «manifiesto» del feminismo marxista de la ruptura, y abriría un amplio debate internacional que desembocaría en el nacimiento, ese mismo año, del Colectivo Feminista Internacional (Cif), promotor de la campaña Wages for Hosusework [Salario para el Trabajo Doméstico].1
Sin embargo, esa forma específica de mirar la realidad, que aquí llamamos feminismo marxista de la ruptura, no termina con la experiencia del Salario para el Trabajo Doméstico. Se trata más bien de una mirada feminista crítica sobre la realidad, que con Marx de fondo y la emergencia de la lucha política, ha ofrecido y sigue ofreciendo herramientas eficaces para leer diferentes y sucesivas formas de subordinación y explotación en el terreno de la (re)producción. En este sentido, el feminismo marxista de la «ruptura», no es una «escuela» o una corriente feminista sino un modo o estilo de militancia, feminista y materialista. Un método de conocimiento de lo real ligado a la lucha política en el terreno de la reproducción, que sigue interrogando críticamente el presente.
La «ruptura» teórica
En esa fase particular de la transición capitalista que fue la década de 1970, en medio de profundas transformaciones económicas y de un espacio extraordinariamente fértil para el conflicto social, la obra de Marx y la crítica de la economía política ocuparon un lugar destacado en el debate político antagonista. La lectura de Marx, más allá de los cuellos de botella a los que le ha conducido el llamado «marxismo occidental», es la postura de muchos grupos militantes a escala nacional e internacional, sin duda la del operaismo político italiano y la Tendencia Johnson-Forest en Estados Unidos, así como la del movimiento negro y las luchas anticoloniales. Es en el surco abierto por esta crítica del marxismo que se inserta, aunque con una postura autónoma, la elaboración teórico-política del feminismo marxista de la ruptura. Marx «nos ha proporcionado un análisis que a día de hoy sigue siendo indispensable para entender cómo funcionamos en la sociedad capitalista» escriben Silvia Federici y Nicole Cox (1976, trad:. esp. 2019: 258) desde Nueva York para la campaña Wages for Housework, bien conscientes, sin embargo, de que el análisis marxiano, y sobre todo las interpretaciones posteriores del marxismo, dejan en la sombra una vasta área de explotación y producción de valor para el capital: el trabajo doméstico, la sexualidad, la procreación (Dalla Costa 1972; Fortunati 1981).
La reproducción se entiende más bien como parte del proceso de producción de mercancías
Aunque Marx (a diferencia de muchos de sus epígonos) había captado y denunciado la opresión de la mujer en la familia burguesa de la época y las brutales condiciones de explotación de mujeres y niños en las fábricas de la segunda mitad del siglo XIX, no había dedicado, sin embargo, ni una sola palabra a analizar la forma específica de esa subordinación y explotación; tampoco había sido capaz de captar la autónoma producción de valor de la reproducción.2 Más bien, en el esquema marxiano, la reproducción, que es la (re)producción de fuerza de trabajo (mercancía), no produce valor, no de forma autónoma, puesto que la producción de valor (en términos de «valor de cambio») está ligada al trabajo para la producción de mercancías. La reproducción (que, si acaso, proporciona «valor de uso», el de la fuerza de trabajo para la producción de mercancías) se entiende más bien como parte del proceso de producción de mercancías; el trabajador al producir mercancías, gana un salario y con ese salario satisface sus necesidades reproductivas: alimentación, ropa, vivienda y luego afectos, relaciones. En este sentido, para Marx, la reproducción no es trabajo ―porque no produce valor y por lo tanto no implica la relación salarial― y por lo tanto queda fuera de las formas de explotación.
Sin embargo, por razones históricas y materiales, las mujeres saben muy bien que las necesidades reproductivas del trabajador sólo pueden satisfacerse si otra fuerza de trabajo se ocupa de producir las mercancías necesarias para su reproducción; el trabajo reproductivo, precisamente, que hace posible que el trabajador venda cada día su fuerza de trabajo como mercancía. Se trata de un trabajo no remunerado, cuya gratuidad, desde el nacimiento del capitalismo, se basa en la naturalización de la mujer para la reproducción y en la degradación y subordinación histórica de todas las actividades reproductivas (Federici, Fortunati 1984; Federici 2004). Para el feminismo marxista de la ruptura, por tanto, la producción de «valor» no se circunscribe al trabajo para la producción de mercancías, la «plusvalía», por el contrario, reside precisamente en el trabajo no remunerado para la (re)producción (en todas sus posibles declinaciones) de la «mercancía especial» fuerza de trabajo. Lejos de ser improductiva, la reproducción es en cambio (y hoy con extrema claridad) el espacio por excelencia de la producción de valor, el pilar de la reproducción misma del capital. Y aquí radica la «ruptura» teórica con Marx y con el marxismo en particular.
La «ruptura» política y militante
Haber puesto en primer plano el valor productivo de la reproducción y denunciado la naturalización del trabajo doméstico realizado por las mujeres ha permitido también definir nuevas formas de militancia y nuevas esferas de la lucha de clases. El hogar (que pasa a ser la «fábrica-hogar») es ahora el lugar central de la extracción de plusvalía y el espacio de las luchas; la familia nuclear, columna vertebral del modelo de producción fordista, es reconocida como la forma de organización y de mando sobre el trabajo doméstico no remunerado, y las amas de casa (a todos los efectos «trabajadoras del hogar»)3 son el nuevo sujeto de una clase que desborda el perímetro de la fábrica y del trabajo asalariado. Es una nueva idea de clase que ahora incluye a las amas de casa y a todos los trabajadores no asalariados, siervos, esclavos y poblaciones colonizadas. Una «ruptura», en este sentido, militante que, en confrontación abierta con las organizaciones de la izquierda revolucionaria, no sólo feminista, replantea radicalmente el sujeto de las luchas.
Sexo, raza y clase han resultado ser inseparables
En Italia, la ruptura se consumó amargamente en el seno de Potere Operaio, a cuya tradición se remonta de diversas maneras la propia experiencia del Salario para el Trabajo Doméstico. Lotta Femminista resume las razones de esa ruptura en una carta al «Manifiesto» que pone en discusión los conceptos tan queridos para el obrerismo: salario, clase y composición (Picchio, Pincelli 2019: 91-93). La nueva idea de clase en el feminismo marxista de la ruptura prescinde de la relación salarial y contempla la raza y el género como estructuras internas al nacimiento y desarrollo del capitalismo. La reinterpretación feminista de la acumulación originaria, propuesta por Federici y Fortunati (1984; 2004), ha destacado en particular cómo la naturalización del trabajo reproductivo de las mujeres y la consiguiente descualificación del trabajo reproductivo son elementos ineludibles en el nacimiento y desarrollo del capital. Selma James, en otro de los textos fundacionales de la experiencia: Sex, Race and Class [Sexo, raza, clase], señala cómo en las luchas «sexo, raza y clase han resultado ser inseparables» y recuerda que «si se arrancan el sexo y la raza de la clase, virtualmente todo lo que queda son las truncadas, limitadas y sectarias políticas de la izquierda masculina blanca metropolitana» (1973, trad. cast. 2023: 157). He aquí el nuevo sujeto de clase del feminismo marxista de la ruptura, que, sobre el trasfondo del antagonismo irreductible entre capital y trabajo, desborda a la clase obrera de la tradición izquierdista y rechaza la perspectiva emancipadora del feminismo socialista.
En la tradición socialista, la lucha feminista es la de las trabajadoras y se desarrolla íntegramente dentro de la relación salarial; no hay lugar para la idea de producción de valor y explotación más allá del salario; la reproducción sigue siendo una esfera distinta de la producción. Incluso Mary Inman, que con In Woman’s Defense [En defensa de la mujer] (1940) había desafiado al Partido Comunista estadounidense insistiendo en el valor productivo de la reproducción, mantuvo separadas la esfera productiva masculina y la esfera reproductiva femenina.4 Tampoco son una excepción Clara Zetkin y Rosa Luxbemburg o Alexandra Kollontaj, que aunque cuestionaron, en sus diferencias, el papel de la mujer en la sociedad capitalista y se comprometieron con el cambio:5 la sociedad comunista se consigue a través de la lucha de clases dentro del sistema de producción capitalista del trabajo. En cambio, la perspectiva desarrollada por el feminismo marxista de la ruptura es diferente.
Mariarosa dalla Costa, repasando la experiencia de Salario para el Trabajo Doméstico, se pregunta de forma lacónica en una entrevista de 2005: ¿Por qué debería ser una meta lo que los hombres decían que querían rechazar?». Como en los años setenta, «ninguna de nosotras cree que la liberación pase por el trabajo» (Dalla Costa 1972: 83). Del mismo modo, ¿Cómo podía tener sentido una lucha de clases blanca, centrada en puestos de trabajo a los que no todos podían acceder, mientras que a escala internacional las luchas anticoloniales permitían la aparición de nuevos sujetos en conflicto y la campaña Salario para el Trabajo Doméstico reunía en Londres, Nueva York y Canadá a mujeres caribeñas, afroamericanas, latinas? Así pues, la «ruptura» militante vive inmediatamente dentro de la actualidad política de la lucha feminista en la transición de fin de siglo.
La campaña internacional Salario para el Trabajo Doméstico es, en este sentido, un ejemplo concreto de una nueva forma de militancia feminista que desborda las fronteras nacionales, replantea la clase y trasciende la raza, implicando a mujeres de orígenes heterogéneos: desde militantes revolucionarias a católicas amas de casa, desde mujeres que trabajan en el sector de la asistencia a mujeres que luchan por obtener prestaciones. En todos los países en los que se desarrolla la campaña Salario para el Trabajo Doméstico, se extienden rápidamente estructuras organizativas flexibles y polifacéticas comprometidas con la reproducción. En Londres, tras el liderazgo de Selma James y Susie Fleming, la campaña se cruza con la lucha de las mujeres, predominantemente caribeñas, que se oponen a la cancelación de las Family Allowances [Asignaciones Familiares]; en Estados Unidos, con epicentro en el Wages for Housework Committee de Brooklyn (Federici, Austin 2017), son numerosas las campañas activas así como el trabajo político de Margaret Prescod y Wilmet Brown que dio origen al grupo Black Women for Wages for Housework; pasando por Alemania, Suiza y el Canadá anglófono donde desempeñan un papel importante las mujeres latinas coordinadas por Judy Ramírez en Toronto (Toupin 2014), y por supuesto en Italia donde los grupos por el salario, particularmente arraigados en las regiones de Véneto y Emilia, alcanzan una vasta extensión territorial (Picchio, Pincelli 2019).6
La «ruptura» existencial
Aplicando de forma original e irreverente la crítica marxiana de la economía política para leer la subordinación de las mujeres en la sociedad de la época y practicando una composición de clase sin precedentes, el feminismo marxista de la ruptura de principios de los años setenta se propuso sobre todo sustraer a las mujeres del modelo reproductivo de la familia nuclear que fundamentaba la organización capitalista del trabajo en el fordismo. «Ellos lo llaman amor, nosotras lo llamamos trabajo no remunerado», escribe Silvia Federici en uno de los textos fundacionales de dicha experiencia (1975), para subrayar la violencia oculta de la naturalización del trabajo doméstico de las mujeres.
Ellos lo llaman amor, nosotras lo llamamos trabajo no remunerado
En aquella fase concreta de la transición capitalista, la reivindicación de un salario para el trabajo doméstico, lejos de obligar a las mujeres a un papel social degradante y subordinado, como pretenden las feministas socialistas de ayer y de hoy, pretendía más bien romper la prescripción de las mujeres de ser esposas y madres, de ser amas de casa para toda la vida aisladas en la intimidad de sus hogares. Era la «ruptura» del principio que ha naturalizado históricamente el trabajo doméstico de las mujeres, un trabajo no reconocido como tal, no asalariado, cuya gratuidad ―nos mostraron― está en el origen de la producción de plusvalor. Una «ruptura» también en el plano existencial porque las mujeres de aquella generación7 estaban horrorizadas por las condiciones de vida de sus madres, de trabajo, soledad y privaciones (Toupin 2014, Curcio 2021).
La «ruptura» feminista con la «cultura de las medias» invade también el campo del arte. En el terreno teórico-militante abierto por la campaña internacional Wages for Housework, el «Grupo Feminista Immagine di Varese» (Gandini, Secol 2021; Galimberti 2019) activo en Italia desde 1974, convierte la casa y sus artefactos en una producción artístico-política para la lucha feminista: las ollas, el delantal de cocina, el plumero áspero son reinterpretados políticamente e incluso el polvo de los muebles se convierte en el soporte sobre el que dibujar símbolos de lucha Es la representación ―y denuncia― del «hogar fábrica», del ama de casa como «trabajadora doméstica» y del «trabajo por amor» que encadena a la mujer al papel de esposa y madre. Al mismo tiempo, es una crítica a una concepción del arte que descansa en el sistema de galerías, comisarios y críticos de arte predominantemente masculinos. La producción de imágenes, por el contrario, es un instrumento de lucha; una lucha sensual, irónica y consciente que supera incluso el «ascetismo rojo» de la izquierda, incluido el feminismo.
La «ruptura» como método
A finales de la década, ayudadas también por la ruptura feminista marxista, las mujeres salieron en masa del hogar, desafiaron los papeles tradicionales en el seno de la familia8 y dieron el golpe de gracia al modo de producción fordista tras las luchas sociales de las décadas anteriores. La reestructuración de la producción pretende ahora deslocalizar la reproducción en la sociedad. La hipótesis de la «fábrica-hogar», que había permitido desvelar la explotación del «trabajo por amor», deja paso a la nueva hipótesis de la «fábrica difusa», mientras que «el sujeto que controla el trabajo relacionado con la reproducción se diversifica y se vuelve abstracto» (Del Re 1979: 46-47).
Con un número cada vez mayor de mujeres dedicadas al trabajo fuera de casa, la consigna política Salario para el Trabajo Doméstico, que hasta entonces había recompuesto las múltiples caras de la lucha contra la subordinación y la explotación de las mujeres, había agotado su función política. La campaña Wages for Housework también finalizó en 1977 (Toupin 2014; Federici, Austin 2017; Valle 2021). Sin embargo, el método sigue siendo válido: una crítica feminista de las relaciones sociales capitalistas que mira la producción de valor de la reproducción desde la emergencia de las luchas. A finales de la década, «el análisis se convirtió para nosotras en un elemento indispensable para la realización de las necesidades materiales» afirma Alisa Del Re (2020) en una reciente entrevista con motivo de la reedición de Oltre il lavoro domestico. Il lavoro delle donne tra produzione e riproduzione (Chisté, Del Re, Forti 1979), un texto clave en lo que podríamos reconocer como una segunda fase del feminismo marxista de la ruptura en Italia.
A finales de los años setenta, en plena crisis del fordismo, las mujeres se vieron obligadas a conciliar el trabajo reproductivo más tradicional (que nunca habían abandonado del todo) con otro trabajo reproductivo en el exterior, en los hospitales, los servicios sociales y los centros de formación. La estructura formal de la reproducción (que ahora implica el hogar y su exterior) ha cambiado, y el dominio del salario ha adoptado nuevas formas, en el sentido de que ahora abarca dos trabajos, uno dentro del hogar y otro fuera; lo que llegaríamos a conocer como la «doble jornada laboral». Observando las condiciones materiales de la vida de las mujeres y traduciendo el análisis sobre el valor productivo de la reproducción en reivindicaciones políticas, el colectivo donne, scuola, università, ospedali di Padova [mujeres, escuelas, universidades y hospitales de Padua], de cuyas reflexiones nació Oltre il lavoro domestico [Más Allá del Trabajo Doméstico], tiene como objetivo la reducción del tiempo de trabajo, «un tiempo de trabajo interminable, con diferentes segmentos que se sueldan entre la producción y la reproducción» (Del Re 1979: 37). La lucha es, por tanto, por el aumento del gasto público y de los servicios reproductivos.
Entre los años ochenta y noventa, el feminismo abandonó el plano material del análisis por el plano simbólico
Luego, esa «vía política feminista se disolvió dentro de la represión de los movimientos» a finales de la década, recuerda Del Re en la citada entrevista. En su lugar, continuó viviendo el método teórico-político de un feminismo marxista que, en ruptura con el marxismo, mantuvo una visión materialista crítica de la reproducción. Y aunque entre los años ochenta y noventa, el feminismo abandonó el plano material del análisis por el plano simbólico, con el cambio de milenio, la crítica feminista materialista de la precariedad retomó esa mirada crítica marxista sobre la realidad, para leer la superposición cada vez más clara entre producción y reproducción, entre tiempos de vida y tiempos de trabajo.9 Consideraba la creciente precariedad como una reverberación, en el contexto social más amplio, de la flexibilidad, la segmentación y el compromiso lingüístico y afectivo que ya se exigían al trabajo doméstico y de cuidados.10 Incluso en tiempos más recientes, ese método sigue ofreciendo perspectivas muy útiles sobre la creciente valorización capitalista de la reproducción,11 sus transformaciones específicas (Cavallero, Gago 2020) y, en un nivel solo parcialmente diferente, el auge del trabajo gratuito (Curcio 2017).
Reproducción, «ruptura» y lo que está en juego en el capitalismo tardío
Hoy, en medio de la crisis permanente del capitalismo tardío, una crisis económica, social, política y sanitaria, que afecta específicamente a la reproducción (desde los ataques al welfare de la última década hasta la reestructuración radical acelerada por la pandemia), el método teórico-político del feminismo marxista de la ruptura, esa mirada militante sobre la producción de valor de la reproducción, sigue siendo de gran importancia para la crítica feminista y no solo para ella.
En la creciente imbricación entre producción y reproducción, entre vida y trabajo, entre lo público y lo privado, es posible (por decirlo esquemáticamente) registrar, en todos los ámbitos del trabajo reproductivo, desde la sanidad a la educación pasando por los servicios sociales, una pronunciada digitalización de las tareas, una fuerte disgregación y deslocalización de las actividades (con un evidente retorno de las mismas a hogares no cualificados para ello) y unas condiciones de precariedad muy elevadas. Al mismo tiempo, los elogios a los gobiernos feministas por la gestión de la pandemia o, del mismo modo, la tendencia cada vez más extendida a organizar el trabajo, e incluso cada vez más el dominio sobre el trabajo, en términos lingüísticos y relacionales, favoreciendo la horizontalidad frente a la verticalidad, la relación de cuidado frente a la imposición autoritaria (Ioannilli 2021), permiten que emerja, al menos tendencialmente, una nueva articulación de la relación entre mujeres, reproducción y capital, marcada por un enfoque capitalista específico sobre el cuidado. ¿Qué puede significar todo esto para la crítica feminista?
En términos generales. ¿Qué procesos de ruptura son posibles hoy en el terreno de la reproducción, cuando ésta se está convirtiendo claramente en la esfera privilegiada de la valorización capitalista? ¿Dónde está el misterio de la producción de valor, una vez que la (re)producción se ha derramado capilarmente en el contexto social y digital, cuando todo trabajo es abiertamente flexible e intermitente, cuando el trabajo reproductivo se convierte en «esencial» (Borgia, Palermo 2021) y al mismo tiempo (o quizás por ello) precario y de bajos salarios? ¿Cuál es el impacto en las esferas reproductivas de las (nuevas) tecnologías cada vez más omnipresentes? ¿Qué papel desempeñan hoy, si es que desempeñan alguno, los salarios, la familia y el hogar? Y de nuevo. ¿Qué es la reproducción de la fuerza de trabajo cuando la producción de valor impregna la experiencia subjetiva/humana? ¿Cuándo la reproducción es la reproducción de la «capacidad humana viva» de hacerse trabajar («mano de obra») para el capital?12 ¿Qué papel desempeñan hoy las «industrias reproductivas», es decir, la escuela, la sanidad, los servicios personales (desde la limpieza al asesoramiento psicológico) y la vasta esfera social? Y más en general, ¿qué está en juego en la reproducción en el capitalismo tardío?
Estas son algunas de las cuestiones teórico-políticas que el feminismo marxista de la ruptura sigue planteando convenientemente, restituyéndole su actualidad
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Luxemburg, Rosa (2019), Lettere di lotta e disperato amore. La corrispondenza con Leo Jogiches, Milano, Feltrinelli [ed. cast.: Cartas de amor y revolución, Barcelona, El Viejo Topo].
Morini, Cristina (2010), Per amore o per forza. Femminilizzazione del lavoro e biopolitiche del corpo, Verona, ombre corte [ed. cast.: Por amor o a la fuerza. Feminización del trabajo y biopolítica del cuerpo, Madrid, Traficantes de Sueños].
Picchio, Antonella y Giuliana Pincelli (2019), Una lotta femminista globale. L’esperienza dei gruppi per il Salario al Lavoro Domestico di Ferrara e Modena, Milano, Franco Angeli.
Toupin, Louise (2014), Le salaire au travail menager. Chronique d’une lutte féministe internationale (1972 1977), Montréal, les éditions du remue-ménage [ed. cast.: Salario para el trabajo doméstico. Crónica de una lucha feminista internacional (1972-1977), Santiago de Chile, Tiempo Robado Editoras.].
Valle, Camila (2021), «La vera teoria è in quello che fai. Intervista a Selma James», en Machina, disponible, https://www.machina-deriveapprodi.com/post/la-vera-teoria-%C3%A8-in-quello-che-fai.
Weeks, Kathi (2011), The Problem with Work: Feminism, Marxism, Antiwork Politics, and Postwork Imaginaries, Duke University Press, Durham (Carolina del Norte) [ed. cast.: El problema del trabajo. Feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo, Madrid, Traficantes de Sueños].
- Sobre la campaña Wages For Housework y el Colectivo Feminista Internacional (Cif), véase Toupin (2014); Curcio (2019). ↩︎
- Para un examen exhaustivo de la relación entre Marx y la crítica feminista, véase Federici (2020a). ↩︎
- Le operaie della casa [Las trabajadoras del hogar] es también el nombre de la revista publicada con periodicidad irregular entre 1975 y 1977 por el Comité de Padua para el Salario para el Trabajo Doméstico y el Colectivo Feminista Internacional. ↩︎
- Véase Federici y Austin 2017. ↩︎
- Véase La questione femminile e la lotta al revisionismo de Carla Zetkin,; Il voto alle donne e la lotta di classe (1912) de Rosa Luxemburg, véase también Luxembrug (2019), Largo all’eros alato (1923) y Vassilissa (1923) de Alexandra Kollotaj. ↩︎
- Para consultar un mapa de los grupos salariales en Italia y los materiales producidos, véase: The Archive of Feminist Struggle for the Wage at Work Donación Mariarosa Dalla Costa c/o Biblioteca Civica di Padova. El inventario de los materiales conservados en el archivo puede consultarse en: https://www.bibliotechecivichepadova.it/it/collezioni-biblioteca/dalla-costa?fbclid=IwAR0hUXAjSxEvGdkr10KP0NzXb0z8tGphKo2a6CshK5WSuIvrS_FD-AbM8GY ↩︎
- Hay que señalar que hasta 1975, con la reforma del derecho de familia, las mujeres no adquirieron en Italia personalidad jurídica plena. Dejan de ser «propiedad» de sus maridos y adquieren igualdad de derechos y deberes con respecto a sus cónyuges. ↩︎
- Para un análisis de la posición social de la mujer en la sociedad fordista, véase Federici (2020b): The invention of the full-time housewife [La construcción del ama de casa a tiempo completo]. ↩︎
- Véanse, entre otros, el Colectivo feminista Sconvegno en Milán (2003), el Colectivo Precarias a la deriva en Madrid (2003), el colectivo Amatrix en Roma (2007) y sólo a otro nivel, ya que recurre a las mismas categorías analíticas, la larga lucha de las Intermitentes del espectáculo en Francia a partir de 2003 y las trayectorias militantes que construyeron las movilizaciones del Mayday y del EuroMayDay entre 2001 y el final de los años cero. ↩︎
- Sobre este tema véanse, entre otros, Morini (2010) y Weeks (2011). ↩︎
- No es sorprendente, por ejemplo, que el movimiento Occupy en los primeros diez años de este siglo se basara ampliamente en esos análisis. Véase, entre otros, Curcio, Roggero (2012). ↩︎
- La expresión «capacidad de vida humana» se refiere al trabajo de Romano Alquati (2021). Para un breve examen de este texto, véase Curcio (2020). ↩︎