Fragmento de Islamofobia. Nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015).
Al final de la Segunda Guerra Mundial se producen en Europa tres acontecimientos que aún determinan nuestra historia presente. El primero, durante los famosos Procesos de Nuremberg, tiene que ver con la legalización de facto de los bombardeos aéreos. Mientras que, en efecto, se declara para siempre abominable el modelo Auschwitz -la deshumanización y exterminio horizontal del otro- se autoriza o al menos se proclama aceptable el modelo Hiroshima, que es el de los vencedores. Desde 1945 hasta nuestros días, la deshumanización y exterminio vertical del otro se asume como rutinaria o como no penalizable: al día siguiente de la liberación de los nazis, la Francia colonial bombardeaba Argelia y Siria y hemos seguido con eso todos los días sin excepción durante setenta años: mientras el lector lee estas páginas es casi seguro que drones estadounidenses están bombardeando Iraq, Pakistán o Yemen, los aviones de Bachar Al-Assad a su propio pueblo [su dictadura terminó en el 2024] y los F-16 de Israel a los palestinos de Gaza. Todos esos bombardeos nos impresionan tanto como una tormenta de verano y, desde luego, mucho menos que una cuchillada en el metro.
El segundo acontecimiento tiene que ver con el fracaso de un plan europeo para exterminar a todos los judíos de Europa. Ese plan se llamaba nazismo y costó millones de muertos, judíos y no judíos. Fue felizmente -justamente- condenado en Nuremberg como un crimen abominable contra el conjunto de la Humanidad.
Tras siglos de persecución, los judíos sólo fueron reconocidos como europeos cuando salieron de Europa y en la medida en que se comportaron y comportan como europeos: es decir, como sionistas
El tercer acontecimiento tiene que ver, por el contrario, con el éxito de un plan europeo para expulsar a todos los judíos de Europa. Ese plan se llamaba sionismo y logró su propósito con la colaboración del antisemitismo europeo que comprendió las ventajas de librarse de los judíos, como llevaba siglos queriendo hacer, mientras utilizaba sus servicios en los territorios del ex-imperio otomano. El sionismo fue y sigue siendo un plan europeo, no judío, de colonización del mundo árabe (así lo presentó Theodor Herzl al gobierno inglés de la época1) desarrollado con la colaboración de las clases dirigentes europeas y árabes y en detrimento de todos los pueblos de la zona. Paradójicamente, tras siglos de persecución, los judíos sólo fueron reconocidos como europeos cuando salieron de Europa y en la medida en que se comportaron y comportan como europeos: es decir, como sionistas. El sionismo es el paradójico triunfo del asimilacionismo a costa de los palestinos y de los propios judíos, explotados o perseguidos por una ideología que los quiere obligar a identificarse con un proyecto abiertamente racista y criminal.
Pues bien, lo más singular es que, de estos tres acontecimientos, el único que parece conmover hoy a gobiernos y opiniones públicas es el único que la historia ha dejado atrás y que es muy improbable que se repita: me refiero al exterminio nazi. Mientras que el ‘holocausto judío’ nos conmueve y horroriza -muy justamente- como si siguiese produciéndose y debiéramos evitarlo, los cotidianos asesinatos desde el aire (de EEUU, el régimen sirio, Arabia Saudí o Israel) y la ocupación sionista de Palestina, que están realmente ocurriendo y que deberíamos evitar, nos dejan bastante indiferentes. Los bombardeos del verano de 2014 sobre Gaza, con sus cientos de víctimas, incluidos niños y mujeres, son aceptables para los europeos porque son bombardeos, sí, y además porque el sionismo, como plan europeo que es desde sus orígenes, cuenta con el apoyo de los gobiernos de Europa y de buena parte de sus medios de comunicación, que alimentan la propaganda sionista orientada a convertir a los nuevos ‘judíos’ (‘los judíos de los judíos’, como dice el escritor libanés Elias Khoury) en herederos de los nazis; es decir, que convierte a los verdugos en víctimas y a las víctimas en verdugos. Con tanto éxito que hasta los entierros de los niños palestinos asesinados por el ejército israelí acaban pareciéndonos “agresiones antisemitas” contra Israel.
Los judíos son europeos como nosotros y nadie diría de un judío las cosas que aceptamos todos que se digan de un árabe o de un musulmán
A través del sionismo, pues, los judíos han sido asimilados en el discurso narcisista eurocéntrico. Desde el mismo momento en que los judíos fueron expulsados de Europa, Europa asimiló a esos judíos que Europa había rechazado y perseguido durante siglos y a los que había tratado como a una recua de gente adormecida en la cuneta de la humanidad, fuera de la corriente principal de la historia, incapaz de movimiento, incapaz de pensamiento, incapaz de democracia, exactamente los mismos clichés y lugares comunes que hoy se aplican al mundo árabe y musulmán. Los judíos son europeos como nosotros y nadie diría de un judío las cosas que aceptamos todos que se digan de un árabe o de un musulmán. Hasta qué punto la espantosa vacunación del genocidio nazi nos ha hecho selectivamente sensibles al dolor judío -en beneficio del proyecto sionista- lo demuestra el sobresalto instintivo con el que reaccionamos frente a declaraciones antisemitas, por comparación con la mansedumbre con que aceptamos las declaraciones islamofóbicas. Incluso en medios de izquierda, basta cambiar en una frase despreciativa el término “musulmán” por “judío” para que nuestro estado de alerta y sensibilidad se agudice -y basta restaurar al final el verdadero nombre para que nos sintamos involuntariamente aliviados: “ah, menos mal, se trataba sólo de musulmanes”.
¿Podemos leer sin estremecernos, por ejemplo, esta declaración que Margarita II, reina de Dinamarca, hizo en 2005, cuatro años después del 11S, acontecimiento que activó, como veremos, decenas de clichés aletargados?
“El judaísmo lleva años desafiándonos a escala mundial y local. Se trata de un desafío que tenemos que tomarnos muy en serio. Hemos dejado sin abordar este asunto durante mucho tiempo porque somos tolerantes y perezosos pero tenemos que mostrar nuestra oposición al judaísmo y tenemos que asumir en ocasiones el riesgo de que se nos etiquete de forma poco grata porque hay cosas frente a las que no debemos de mostrarnos tolerantes y cuando lo seamos, debemos de saber si lo somos por conveniencia o por convicción”.
¿Y qué decir de esta frase que, más o menos por la misma época, pronunció en la BBC Philip Dewinter, miembro destacado del partido de la ultra derecha belga Vlaams Blok or Belang cuyo programa prevé la repatriación de todas las personas de color a sus países de origen?
“Cuando observo la cultura judía creo que la nuestra es superior. Nuestros valores, nuestra forma de vida son superiores y tenemos que decirlo. No considero que la manera de vivir de los judíos sea compatible con la nuestra”.
Si restablecemos la declaración original y cambiamos ahora “judío” por “musulmán” (“el islam lleva años desafiándonos”, “no considero la manera de vivir de los musulmanes compatible con la nuestra”) la invectiva racista nos impresiona mucho menos e incluso nos parece legítima o, como poco, discutible. Esta sensibilidad particular frente al antisemitismo es el resultado combinado de la persecución real que sufrieron los judíos a manos de los europeos (y que terminó en el Holocausto) y de décadas de hasbara o propaganda israelí orientada a identificar al Estado de Israel con el judaísmo perseguido y amenazado de muerte.
La institucionalización del odio a los judíos, desembocó a mediados del siglo pasado en los lager y las cámaras de gas
Pero veamos ejemplos más recientes. Es imposible no estremecerse al leer estos comentarios antisemitas de jóvenes árabes que se desahogaban en la red durante el verano del 2014: “les deseo una muerte dolorosa a los judíos”; “odiar a los judíos no es racismo, es un mandamiento de Dios”; “al final no habrá más judíos, Dios lo quiera”; “os escupo, judíos malolientes”, o “desde el fondo de mi corazón, deseo que les prendan fuego a los judíos”. La aceptación natural de este tipo de comentarios, y la institucionalización del odio a los judíos, desembocó a mediados del siglo pasado en los lager y las cámaras de gas, celebradas o aceptadas, como sabemos, por la mayor parte de los europeos de la época.
Pero no. Cuidado. Estos comentarios no procedían de jóvenes árabes fanáticos sino de normalísimos adolescentes israelíes y el objeto de su odio no eran obviamente los judíos sino los árabes en general y los palestinos -bombardeados y mutilados- en particular: “hay que quemar a todos los árabes”. En el verano de 2014, mientras los colonos israelíes se reunían en Sderot para ver caer alborozados las bombas sobre Gaza, bellas y provocativas israelíes de 16 años publicaban selfies en twitter acompañados de peticiones de tortura y destrucción. Eran los futuros soldados del Estado sionista y tenían ya muy claro lo que tendrán que hacer: exterminar a todos los salvajes. Muchos de estos tweets fueron recogidos por el periodista canadiense David Sheen, pero no generaron la menor polémica ni llevaron tampoco -desde luego- a extraer conclusiones de carácter moral o étnico sobre la “personalidad judía” o sobre la “cultura israelí”.
Normalísimos israelíes que expresan su gozo tras el asesinato de cuatro niños palestinos mientras jugaban al balón en una playa de Gaza
¿Verdad que el eslogan “matemos a todos los judíos” impresiona mucho más -y nos parece mucho más violento e inaceptable- que el de “matemos a todos los árabes”? Probemos de nuevo. Leamos estos comentarios publicados en la página Islam.net tras el secuestro y asesinato de tres jóvenes colonos israelíes el mes de julio de 2014: “Desgraciadamente son pocos. Hurra por la yihad” o “qué bella escena; espero que ocurra una y otra vez” o “¿Sólo tres? Queremos más” o “genial, hay que matar a todos los adolescentes judíos” o “hay que matarlos a todos”. Impresiona mucho; duele en el alma; aterra y ensombrece toda esperanza de civilización y humanidad. Pero no. Cuidado. Esos comentarios proceden de la página Walla y corresponden a normalísimos israelíes que expresan su gozo tras el asesinato de cuatro niños palestinos mientras jugaban al balón en una playa de Gaza: “nada más hermoso que ver morir niños árabes”; “tenemos que matar a todos los niños”; “quemémoslos a todos”.
Los que así se expresan visten a la europea, comen en restaurantes exóticos de Tel Aviv y tienen nombres razonables. Si sacan a la calle las sillas y las cervezas para ver caer desde una loma de Sderot una lluvia bíblica de misiles sobre los hospitales y escuelas de Gaza y celebran cada detonación y cada hongo de humo y fuego, con sus correspondientes cadáveres destrozados, como si fuese una victoria del Maccabi en una final de baloncesto, si esos hombres y mujeres vestidos a la europea y con nombres razonables se alegran de la destrucción y la muerte es que la destrucción y la muerte son fenómenos irrelevantes o incluso -sí- apetecibles. Una cosa es que Rachel desee la muerte de Fatma y otra muy distinta que Fatma desee la muerte de Rachel. Que Fatma desee la muerte de Rachel es una muestra irrefutable del fanatismo y antisemitismo árabes. Que Rachel desee -y aplauda- la muerte de Fatma es, en cambio, una tan comprensible y aceptable prueba de civilización como fumar cigarrillos mentolados o frecuentar locales de música country. Rachel, como la reina Margarita o como Philip Dewinter, afrontan cara a cara, “sin complejos”, la “verdad”.
Los sentimientos se construyen, pero tienen la contundencia de los hechos -y de las montañas-. Lo cierto es que, antes de cualquier racionalización, nos impresiona mucho más la llamada a matar judíos que la llamada a matar palestinos o musulmanes. Se dirá que es lógico. Después de la tentativa europea de genocidio judío y como consecuencia de la culpabilidad y el horror, los europeos estamos muy sensibilizados frente al antisemitismo. Pero eso mismo debería preocuparnos. Nos hemos sensibilizado justamente -más allá de la propaganda israelí que explota el Holocausto- tras el asesinato de seis millones de judíos, colofón de siglos de guetos, pogromos y discriminaciones. Ahora bien, lo que permitió ese racismo violento y su expresión criminal en los lager fue precisamente el hecho de que, durante siglos, la idea de “matar a todos los judíos” impresionaba muy poco a las poblaciones occidentales o incluso resultaba -también electoralmente- apetecible. El linchamiento de un judío -como el de un negro en EEUU- no escandalizaba a casi nadie y las mayorías sociales podían sentirse más o menos desasosegadas, pero en todo caso ‘sentían’ que la muerte de un judío -o de un negro- tenía mucha menos importancia que la muerte de un ‘ario’ o de un blanco. Eso hizo posible el nazismo, cuya jerarquía racial compartían la mayor parte de los alemanes y de los europeos, como lo demuestra la indiferencia de casi todos (salvo algunos comunistas y algunos cristianos) ante el exterminio en los campos de concentración.
Pues bien, los ‘judíos’ de hoy son los palestinos -y los árabes y musulmanes en general-. O si se prefiere: en 1930 los judíos eran los ‘árabes’ de Europa (de hecho, el racismo dominante hacía pocas diferencia entre los dos). Nos escandaliza o duele tan poco hoy la muerte de 400 niños palestinos como nos escandaliza o dolía muy poco la muerte de 400 judíos en un pogromo en Polonia en 1920. Hoy hay muy pocos atentados antisemitas en el mundo, a pesar del esfuerzo de Israel por alimentarlos; se puede decir que los judíos están a salvo. ¿Cuántos palestinos o árabes o musulmanes habrá que matar para que que un día la muerte de un palestino o árabe o musulmán nos duela lo mismo que la de un alemán o un español? Mientras tratemos a los musulmanes -en nuestra imaginación y con nuestras opiniones- como tratábamos hace cien años a los judíos, la maldición nazi seguirá viva y seguirá produciendo los mismos efectos.
Lo único que se reprochaba a los nazis es que ‘quisieran tratar a los europeos como los europeos trataban a los pueblos colonizados’
La mayor parte de la población israelí y europea considera a los palestinos y a los árabes y musulmanes en general de la misma manera que la mayor parte de la población europea de 1930 consideraba a los judíos. Ese sentimiento fue explotado electoralmente por Hitler como es explotado hoy por Netanyahu y por casi todos los partidos políticos del espectro ‘democrático’ sionista. Si hay un obstáculo para la paz, la justicia y la convivencia en Próximo Oriente -el mismo que en la Europa de 1930- es el nihilismo de la sociedad israelí, nihilismo trasladado a unas instituciones estatales (con su ejército y sus armas de destrucción masiva) que a su vez lo alimentan con propaganda racista y manipulación mediática. ¿En qué consiste finalmente la democracia en Israel? En que gana las elecciones el candidato que ha matado o promete matar más niños palestinos. Esa es otra de las razones de que haya en Gaza tantos niños muertos: el nihilismo da votos. Con eso y un buen aparato de propaganda se apoderó Hitler de Alemania en 1933 y a punto estuvo de apoderarse de una Europa (culta, refinada, progresista) a la que los judíos le traían tan al fresco como hoy los árabes y que -como recordaba la filósofa y militante Simone Weil- lo único que reprochaban a los nazis es que ‘quisieran tratar a los europeos como los europeos trataban a los pueblos colonizados’. Mientras la sociedad israelí y los gobiernos occidentales no cambien, la maldición del nazismo seguirá viva. Y seguirá matando. Matando judíos con nombres árabes: Mohamed, Fatma, Salwa, Yamal. Lloremos, por favor, a todos los judíos, aunque sean palestinos.
Hay que tener mucho cuidado, por tanto, cuando mostramos indiferencia hacia este tipo de declaraciones porque esa indiferencia -que es una de las expresiones de la islamofobia generalizada y banal- ha sido siempre la causa de persecuciones y crímenes ignominiosos. En todo caso, sirva el ejemplo “judío” para recordar que los “objetos” de exclusión del proyecto colonial occidental han cambiado a la medida de los intereses concretos y de la relación de fuerzas. Los judíos fueron el objeto principal de las categorías “universales” de la exclusión etnocéntrica europea hasta que fueron incorporados, a través del sionismo, al proyecto colonial: hasta que -digamos- se “europeizaron” a través del crimen.
- “Para Europa construiremos ahí (en Palestina) un trozo de muralla contra Asia, seremos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie”, según la propuesta del fundador del sionismo en 1897, recogida después en la conocida declaración Balfour (1917). ↩︎