El próximo 13 de octubre se producirá una manifestación del todo atípica. En un mismo acto convocan los partidos progresistas del gobierno, todos los que sin excepción han cantado las lindezas de su última ley de vivienda y una parte de los movimientos que se han opuesto frontalmente a la misma.
En las últimas semanas ha cundido la alarma entre los «partidos progresistas» por el problema de la vivienda. Sumar, Más Madrid y Podemos se apresuran a hacer declaraciones alarmantes sobre la situación y han prometido distintas campañas de movilización. A pesar de esta extraña situación, la urgencia está de sobra justificada. Aumentos permanentes de los precios de los alquileres o los casi 30.000 desahucios en el último año, así lo demuestran. Sin embargo, todo ocurre como si estos tres partidos, o dos, o uno –dependiendo de los momentos–, no hubiesen sido parte del gobierno en los últimos años, como si ellos no tuviesen nada que ver con la situación actual. La vivienda es una mercancía, o mejor, un valor financiero y en eso todo el mundo se pone de acuerdo, no en vano es un hecho fundacional y básico para la supervivencia del capitalismo español, una simple constatación.
Sea como fuere, los partidos del gobierno –los encargados de la fallida Ley de vivienda–, por citar solo un elemento, se han enfundado la camiseta del «Stop desahucios» como si nada hubiese pasado. Se movilizan con rabia e indignación por un problema que, mal que les pese, han contribuido a hacer más grande. Muchos se preguntarán ¿pero qué problema o novedad hay en esto? Al fin y al cabo, se trata de algo habitual de los partidos de izquierdas, arrimarse a los movimientos de lucha e intentar jugar su baza de representación, movilizando a su gente y sacando el mayor rédito posible. Pero este no es el único problema.
Dos programas incompatibles
La cuestión que tenemos entre manos –sirva de interpretación de lo que está por venir–, es que en estas discusiones se mezclan, como mínimo, dos programas políticos bien distintos que deben ser aclarados, debatidos y pensados antes de lanzarse contra Ayuso como única culpable de todos nuestros males. Pero, veamos estas diferencias.
Pablo Iglesias defendió que el escudo social no protegiese a los inquilinos de pequeños propietarios
A un lado se encuentran el Pablo Iglesias que defendió que el escudo social no protegiese a los inquilinos de pequeños propietarios. Del otro está Elena, que fue desahuciada porque su casera –dueña de dos viviendas y media– le ha ido subiendo el alquiler hasta que no pudo pagarlo. Su desahucio fue avalado por las palabras del entonces vicepresidente. De un lado están Ione Belarra o Yolanda Díaz –y hasta las ex miembros de la PAH Alejandra Jacinto y Ada Colau–, que defendieron que la Ley de vivienda era un paso histórico para toda la ciudadanía y para los jóvenes que no podían alquilar una vivienda. Del otro, la pura realidad que demuestra que la Ley de vivienda es papel mojado, a pesar de que mucha gente haya creído las declaraciones grandilocuentes sobre la misma sin ser capaces de ver la realidad de lo que continúa pasando.
También se encuentran –en ese mismo lado– partidos como Más Madrid que a través de su portavoz íñigo Errejón dijo que los desahucios estaban parados por el gobierno. Este es el mismo partido que, encabezado por Rita Maestre, ha ido aprobando uno tras otros los grandes pelotazos urbanísticos de Madrid por mucho que se opongan ahora a la Operación Campamento.
Entonces ¿qué está pasando?
Un despiste monumental
Se podría decir que en la cuestión de la vivienda reinan a la vez una enorme indignación por la situación, tal y como refleja el último barómetro del CIS, y la más absoluta confusión sobre qué hacer con el problema. Y mientras nos aclaramos, los portavoces parlamentarios de los respectivos partidos han decidido jugar con la indignación y ponerla al servicio de un problema bien distinto al que nos ocupa, el del hundimiento de la legitimidad de los partidos de izquierdas.
Los partidos del gobierno dicen que la Ley de vivienda es muy buena, pero el problema se acrecienta y convocan manifestaciones contra la propia ley que defienden
El lío es impresionante. Los partidos del gobierno dicen que la Ley de vivienda es muy buena, pero el problema se acrecienta y convocan manifestaciones contra la propia ley que defienden. Mientras los colectivos de vivienda dicen que la Ley de vivienda no ha puesto más que parches que no solucionan el problema. Unos dicen que no se pueden parar todos los desahucios, porque hay pequeños propietarios. Otros, que los desahucios siguen, los de pequeños propietarios y los de grandes también. Unos apuestan por construir de manera masiva viviendas asequibles. Los otros, explican que esas viviendas ni son asequibles ni se pueden construir sin aprobar nuevos grandes desarrollos urbanos. Y así, hasta el infinito. En medio, los ecologistas miran este partido de tenis con los correspondientes giros de cabeza. No en vano, la solución «de facto» de los progresistas en los parlamentos, sobre todo de Más Madrid, pasa por impulsar la construcción hasta el infinito en todo tipo de modelos y formatos.
El problema de la vivienda se ha convertido en la gran excusa para encender de nuevo la máquina del ladrillo
Entonces ¿qué hacemos? ¿Nos vamos todos juntos en manifestación? Por el camino se ha olvidado que existen más de 3,8 millones de viviendas vacías, la crisis de materiales, las emisiones o la apuesta por la concentración poblacional y de inversión en Madrid que imponen las apuestas de los progresistas del «Green New Deal». También se ha olvidado que el conjunto del modelo de macrodesarrollos urbanos y vivienda asequibles propuestos se hacen a través de la colaboración público–privada, esto es, que abren un nuevo campo de negocio en el ámbito inmobiliario. Seamos claros. Al final, para el ámbito urbano, el problema de la vivienda se ha convertido –junto al problema de las economías verdes– en la gran excusa para encender de nuevo la máquina del ladrillo, léase de la economía en su conjunto. Solo en la Comunidad de Madrid están programadas más de 250.000 viviendas, algo así como para alojar a más de 600.000 personas. Lo más curioso es que a ese juego están jugando todas y cada una de las familias interesadas en esta cuestión, desde las promotoras hasta las consultoras inmobiliarias, desde la derecha hasta la izquierda. El batiburrillo es colosal y todo el mundo parece decir lo mismo.
El problema que nadie quiere asumir es que la mayor parte de la vivienda que necesitamos ya está construida; que además esa vivienda está vacía, o siento utilizada para usos turísticos o –en la mayoría de las ocasiones– tiene precios inaccesibles; que sólo destruyendo el sistema de propiedad actual habrá cambios significativos y que ni moderando los precios ni construyendo en un entorno sin capacidad de financiación se ofrecerán alternativas reales.
El programa necesario en vivienda está, por necesidad, cada vez más lejos de las componendas progresistas
En definitiva, si el atolladero es enorme, la verdadera tarea política pasa por construir el enfrentamiento entre desposeídos y propietarios, hacerse cargo de que la ocupación es la única salida viable para una parte de la población y que buena parte de nuestra labor pasa por organizar políticamente el impago que se produce y se producirá en esta o futuras crisis en alquileres e hipotecas. El programa necesario en vivienda está, por necesidad, cada vez más lejos de las componendas progresistas.
Ahora la tarea en Madrid para el movimiento de vivienda pasa por hilar fino. Primero, deshacer el entuerto de que ONG’s, sindicatos mayoritarios y –sobre todo– los partidos progresistas hayan sido recibidos con alfombra roja en las protestas contra un problema del también son responsables. Segundo, que buena parte del movimiento de vivienda haya quedado desplazado o se vea obligado a movilizarse con sindicatos mayoritarios antes que con sus alianzas sindicales preferentes (CNT, CGT y Solidaridad Obrera). Y, por último, queda el reto de pensar en cómo aunar la lucha por la vivienda en Madrid con un programa estratégico que no pase por pedir más y más reformas legislativas que cada vez ofrecen menos soluciones.