En un reciente artículo, las compañeras de Liza Plataforma Anarquista de Madrid respondían a los textos que publiqué el pasado año. En ellos, desgrané las discusiones que están surgiendo en torno a la cuestión de los movimientos sociales en el ciclo que se cierra y en el papel que pueden jugar en el nuevo que se empieza a abrir. No pretende ser esta una contestación a lo escrito por las compañeras, pues considero que la suma de más voces es más deseable que el carteo dialéctico. Quiero utilizar las notas que aquí siguen como apunte a una de las cuestiones que ellas tocan en su artículo y matizar a qué me refiero -o a qué nos estamos refiriendo desde ciertos espacios- cuando afirmamos que los movimientos sociales son, a día de hoy, espacios de clase media. Además, es esta una oportunidad para seguir lanzando discusiones, siendo el problema del dinero en los movimientos sociales una clave para entender la cuestión de clase.
Liza enuncia lo siguiente: «Uno de los temas centrales que desarrolla Charlie es que el movimiento LGTBIQ+ está formado en su mayoría por clases medias que no tienen problemas reales, lo que genera un espacio político reformista. Ante esto, reacciona y concluye que la composición de los grupos debe cambiar.» Añaden también «la definición que usa Moya para clase media es, cuanto menos, controvertida. El término “clase media” no es sociológico, ni siquiera económico: es político.» Vayamos por partes.
Cuando me refiero -o nos referimos- a que los movimientos sociales están colmados por sujetos de la clase media, hablamos de unas individualidades con unas formas-de-vida que reproducen la identidad de esa clase, además de la búsqueda deseosa de alcanzar esa posición. En varios lugares ya he explicado que los sujetos de clase media son aquellos que se agrupan en estructuras familiares, adquieren vivienda mediante hipotecas —o en ocasiones alquilar pero su deseo es la compra—, contraen deudas, legan propiedades a sus descendientes, tienen mayoritariamente formación superior y aspiran al funcionariado o a las profesiones liberales como medio de sustento. Que haya sujetos más jóvenes en los movimientos sociales con vivienda en alquiler, compartida con conocidos o desconocidos, abiertos a la poligamia y con trabajos más o menos precarios no quita que esa forma-de-vida clase mediana sea una aspiración y esta etapa constituya únicamente un paso previo del camino marcado.
Que los sujetos de clase media tienen “problemas reales” es cierto; que pretenden el sostenimiento de la estructura de la propia clase media por acomodo o por necesidad, también.
Eso no impide que los sujetos que componen los movimientos sociales tengan, en palabras de Liza, “problemas reales”. En ningún caso se niega las problemáticas de cualquier individuo. Sería absurdo no tener en cuenta las realidades materiales de la población o no entender las dificultades que existen para encontrar un trabajo bien remunerado, el sentimiento de fracaso al obtener unos estudios que no van a poder mantener una carrera futura o los problemas vitales que genera la dificultad del acceso a la vivienda. Estas situaciones se producen, es obvio, y también lo es que suponen un malestar para las personas que las atraviesan. El matiz que tratamos de aportar, si es que podemos hablar tan solo de un matiz, es que estos “problemas reales” no se producen ni de lejos, con la urgencia o la gravedad con que los sufren otros sujetos. Decimos urgencia para referirnos a los desahucios, a las persecuciones policiales y a las deportaciones por cuestión de raza/clase, a la imposibilidad de acceso al mundo laboral de las personas trans, al estigma y a la criminalización de las trabajadoras sexuales. Ahí hay urgencia porque hay vidas que no pueden ser vividas. Que los sujetos de clase media tienen “problemas reales” es cierto; que pretenden el sostenimiento de la estructura de la propia clase media por acomodo o por necesidad, también. Como es asimismo cierto, que son estos movimientos sociales de clase media lugares que, al no estar llamados por la urgencia, podrían estar redirigiendo y redistribuyendo fuerzas, cuerpos y capital a lugares donde sean más necesarios. Que la acción de derribar el modelo familiar, de propiedad privada, trabajo asalariado para sustituirlos por comunidades de vida y de trabajo mayoritariamente no se está haciendo, es innegable.
No pretendemos decir que esos movimientos sociales de clase media deban hacer un lavado en el que los sujetos de clase media sean “expulsados”
Por eso, en ningún caso se afirma que la composición de grupos deba cambiar. Si se ha entendido así, entono el mea culpa. No pretendemos decir que esos movimientos sociales de clase media deban hacer un lavado en el que los sujetos de clase media sean “expulsados”, como se afirma en el artículo, y se recompongan a través del “proletariado”. Es más, hay muchos de ellos que están organizados históricamente, como pueden ser los que pertenecen al profesorado o los trabajadores sanitarios, donde se mantiene una lucha necesaria. También es cierto que, siendo parte del sector, qué menos que implicarse en ese aspecto.
Si hay algo que puede aprovecharse de esta composición actual es precisamente que la falta de urgencia permite la acción política para acabar con la estructura social desigual y el modelo que articula, y que, desde ese lugar privilegiado —a pesar de que no nos sintamos cómodos llamándolo así— se redistribuya, una vez más, fuerzas, cuerpos y capital, en beneficio de aquellos que están acorralados por la urgencia.
Una alerta antes de seguir: no estamos hablando de asistencialismo ni pretendemos el juicio moral de los que tienen más sobre los que tienen menos. De lo que aquí se trata es de comparar el discurso de individualidades y colectivos con su realidad material. Es decir, saber a ciencia cierta si la repetición perpetua de un nosotros precario en los movimientos sociales es objetiva o está sobredimensionada. No se trata de que la progresía se lance a salvar a los pobres del mundo, sino de que se pongan a trabajar codo a codo.
La cuestión está en qué hacemos con el problema del dinero en los movimientos sociales
Retomando lo anterior, afirmamos que sí, la clase media también es una definición en términos económicos. La cuestión está en qué hacemos con el problema del dinero en los movimientos sociales. ¿Es real la precarización de los sujetos que componen esos movimientos? ¿Estamos frente a unos grupos escasos de recursos y con severas dificultades para sustentar las propias vidas? ¿Podemos atrevernos a hablar claramente de las capacidades y del capital con el que nos sostenemos de forma individual?
Hagamos la prueba: expongamos de forma pública y veraz en nuestras comunidades los datos objetivos que sostienen nuestra materialidad. Qué salario percibimos, qué formación hemos adquirido, qué tipo de vivienda habitamos, con quién y cuánto pagamos por ella, qué herencias hemos recibido o vamos a recibir. Hagamos un análisis cierto de la capitalización de nuestras vidas. Hablemos de forma real del dinero. Es algo que pasa desapercibido en los lugares en los que nos componemos y que solo en conversaciones de pasillo comentamos entre unas y otras o sobre un tercero. No resulta habitual que se haga ese tipo de exposición al grupo. Pero, si queremos construir comunidades de vida y de trabajo que quieran superar el modelo o la forma-de-vida de la clase media tenemos que ser conscientes del capital común con el que estamos contando. Porque, hasta ahora, en los movimientos sociales, la cuestión del dinero es algo individual e inenarrable. No se menciona y se obvia. Eso sí, hagamos esto en caso de querer poner en marcha esas comunidades de vida y trabajo de las que hablamos. Si lo que queremos es seguir manteniendo unos espacios sectorializados por identidades en los que reproducimos el discurso del precariado y seguimos sin estar dispuestas a movernos, entonces no hagamos nada.
Hagamos este ejercicio para que quizás así podamos acercarnos a vislumbrar si, en términos económicos, están nuestros espacios compuestos por la clase media. Puede que al hacerlo nos demos cuenta de que no, de que la precarización de las vidas es una certeza. Pero, ¿y si de pronto despertamos de una ficción en la que hemos jugado esta última década larga y la precariedad no era tal, al menos en comparación con esos otros sujetos? Y no hablamos únicamente de la precariedad individual, hablamos siempre de algo común. Porque sólo haciendo esta exposición certera y sabiendo con qué posibilidades materiales contamos, podremos empezar a pensar una redistribución que nos permita sostenernos.
¿Cuántos profesores de la enseñanza pública hay en los movimientos sociales? ¿Cuántos profesionales sanitarios? ¿Cuántos abogados, arquitectos, ingenieros?
¿Cuántos profesores de la enseñanza pública hay en los movimientos sociales? ¿Cuántos profesionales sanitarios? ¿Cuántos abogados, arquitectos, ingenieros? ¿Cuántos tienen un negocio? ¿Cuánta gente puede acudir a su familia en caso de necesidad económica? ¿Cuánta gente recibirá la casa familiar como herencia? ¿Cuánta la ha recibido ya? ¿Cuántos habitan una vivienda por la que no pagan hipoteca ni alquiler? ¿Cuántos subarriendan las habitaciones de la casa en la que viven? Son preguntas que debemos hacernos y que deben ser de conocimiento del grupo si de verdad estamos apostando por construir comunidades de vida. ¿Pretendemos generar un cambio revolucionario a través de los lugares en los que nos componemos o son tan solo un pasatiempo? Porque ahora mismo hay personas a las que les va la vida en ello. Solo hace falta acercarse a los Sindicatos de Inquilinas o a las PAHs para conocer el relato. Lugares estos, además, donde se combinan sujetos de la clase media y sujetos pobres y precarios en una interrelación que permite poner el foco en las urgencias, al mismo tiempo que no se pierde de vista el discurso y la estrategia política. Son clara prueba de cómo pueden militar conjuntamente sujetos de distinta clase. Y repetimos de nuevo: no se trata de que los progres salven a los pobres. Es tarea de los pobres salvarse a sí mismos; se trata de una composición de luchas mixta en la que estratégicamente se aprovechen los recursos de capital, fuerzas y cuerpos con los que contamos.
¿De verdad no hay posibilidad de redistribución? ¿Somos todas igual de precarias? El afecto político y la confianza se construyen también mediante el desvelamiento de nuestras condiciones materiales en el grupo con el que nos estamos componiendo.
Y cuando hablamos de redistribución no nos enfocamos, a pesar de que así parezca por el tono, a lo económico en términos estrictos, hablamos de fuerzas, cuerpos y capital. La redistribución en los movimientos sociales no se basa únicamente en lo económico, aunque sea este uno de los problemas fundamentales y el gran silenciado. Es necesario pensar también una redistribución de fuerzas y cuerpos, en el caso de que descubramos que sí, que los movimientos sociales son mayoritariamente de clase media y que no siempre están abordando el problema fundamental al que nos enfrentamos, es decir, no siempre están poniendo en el centro las urgencias de los que están peor.
El tiempo dedicado a las luchas es vital. A eso nos referimos con las fuerzas. ¿Dónde estamos poniendo el tiempo y en qué nos estamos enfocando? ¿Cuánto dedicamos a temas superficiales en las asambleas y cuánto a la estrategia y al enfoque político que queremos generar? Ya hemos inventado unos lugares de ocio y unos espacios de socialización en los que podemos dedicarnos a otras cuestiones. Volvamos a hacer de la asamblea un lugar en el que prime la acción colectiva y el propósito del grupo, porque esas urgencias de las que hablamos se mantienen activas. Redirijamos el uso de fuerzas y los cuerpos-sujetos que están dotados de ellas a encararlas.
La acción estratégica debe pasar al lugar central de cualquier movimiento político
¿Para qué mantener activos espacios que sólo se dedican al ocio y a la socialización? No negamos la necesidad de estos, y para cualquiera son una línea de fuga y una posibilidad de escapar momentáneamente de la rueda del capital. Pero dediquemos otro lugar fuera de lo asambleario para ello. Hay movimientos sociales con grandes cantidades de cuerpos-sujetos que podrían estar derivándose hacia luchas más urgentes en vez de seguir basándonos en la socialización y el reconocimiento1 identitario. Si queremos sustentar comunidades de vida y de trabajo que pretendan un cambio revolucionario, debemos redistribuir los cuerpos-sujetos más allá del encuentro. Es preciso ser estratégicos. La crisis de vivienda, la radicalización del control y de las fronteras y el colapso planetario están aquí. No es este un anuncio apocalíptico. Pero, si solo entre nosotras podemos salvarnos, la acción estratégica debe pasar al lugar central de cualquier movimiento político.
Por último, retomando una vez más las afirmaciones del artículo de Liza: no, no pretendemos que los sujetos de la clase media sean expulsados de los movimientos sociales como si de una caza de brujas se tratara. La composición es la que es, no se busca forzar a que unos individuos sean sustituidos por otros. Repetimos: es necesaria una redistribución de fuerzas, cuerpos y capital. Hace falta discernir en términos materiales, si queremos, si los movimientos sociales son o no espacios de clase media. En caso de poder afirmarlo con objetividad y de forma clara, ahí es donde actúa la redistribución que estamos proponiendo. Solo así se podrán dirigir, tanto nuestros recursos como nuestra acción política hacia los lugares donde la urgencia apremie.
- Los artículos en base a los que Liza ha publicado su texto tienen también mucho que ver con la cuestión del reconocimiento de las identidades desde los movimientos sociales. Podría haber sido este lugar para introducir también ese debate, pero he optado por limitarlo y no lanzar demasiadas líneas a la vez. Igualmente, aprovecho para recomendar la lectura de “¿Reconocimiento o redistribución? Un debate entre marxismo y feminismo”, publicado por Traficantes de Sueños, donde Nancy Fraser y Judith Butler discuten sobre estas cuestiones Quizás en el futuro haya ocasión de debatir sobre esto de forma más extensa. De momento, nos ceñiremos a la cuestión redistributiva. ↩︎