La izquierda que no suelta el brazo a Lamine Yamal

por | Jul 24, 2024 | Análisis, Antirracismo y fronteras

El racismo es una solución posible al problema de garantizar la gobernabilidad de la sociedad ante el recrudecimiento de la crisis geopolítica, económica y climática que tensionará toda Europa durante las próximas décadas

Sufro cierto desconcierto cuando escucho a progresistas, sin duda con buenas intenciones, condenar la consideración del fenómeno migratorio como problema. La idea de fondo es que si enmarcamos la migración como problema ya estamos cediendo terreno a la ultraderecha, pues si la existencia de migrantes es problemática, la solución solo puede ser racista. Esto con frecuencia supone además circunscribir, de manera algo neurótica y limitante, toda solución posible de la cuestión migratoria a la vigilancia moral contra el racismo. “No existe el problema migratorio sino el problema racista” –como cuando se repite aquello de “eres clase obrera aunque no lo sepas”– es una consigna resultona, fácil de repetir, que satisface la necesidad intelectual y moral de saberse en posesión de un buen diagnóstico. Esto, claro está, mientras la repetición de esa y otras consignas semejantes ha sido impotente para evitar el crecimiento viral del racismo en los últimos años.

La coalición racista de partidos se quedó a las puertas de una mayoría en 2023, y la ha conseguido para las elecciones europeas de 2024. Día a día, crece un bloque social heterogéneo que hace del racismo una explicación ordenadora de las angustias cotidianas de millones de personas. Este bloque está dirigido de manera plural por agitadores de partido, propietarios inmobiliarios, policías y aspirantes a policía, paramilitares a sueldo del rentismo o influencers con creciente hambre de escaño. No pocos cuadros del progresismo, conscientes de los costes que tiene no ofrecer soluciones sino solo discurso moral, abrazan versiones diluidas de las soluciones racistas de la derecha porque, al menos, se trata de soluciones. Lo cierto es que por motivos geopolíticos, económicos o climáticos, no es descabellado pensar que los flujos migratorios crecerán en intensidad durante los próximos años. Este fenómeno se conjugará de manera conflictiva con otros, como la crisis de la vivienda que la socialdemocracia no está pudiendo resolver, o con la crisis de empleo que la automatización tecnológica agravará. Naturalmente, la vulnerabilidad social enquistada, territorializada que sufre la población migrante deberá ser abordada con la presencia de un Estado cuyo manto de protección social está debilitado tras décadas de neoliberalismo. No creo que haga falta ser racista para identificar, con honestidad, que este panorama es sin duda problemático y exige soluciones. Soluciones que vayan más allá de simplemente denunciar el racismo en auge y devenir meros comentaristas consternados por lo que está ocurriendo, posición pasiva e impotente por antonomasia en política.

Podemos comenzar asumiendo que el problema migratorio es un problema político y no una mera invención racista

Podemos comenzar asumiendo que el problema migratorio es un problema político, y no una mera invención racista destinada a ocultar “el problema real”, sea cual sea ése. El racismo es una solución posible a un problema político que lo trasciende: el problema de garantizar la gobernabilidad de la sociedad ante el recrudecimiento de la crisis geopolítica, económica y climática que tensionará nuestro país y a toda Europa durante las próximas décadas. El racismo, como solución política a ese problema, se entiende mejor como pieza de un nuevo brutalismo de mercado que Bifo Berardi ha denunciado como único sucesor espiritual posible del neoliberalismo. El racismo es una solución política cruel y miserable, pero es una solución política. Identifica acertadamente que la incertidumbre asociada a la guerra, la crisis económica y de empleo, y los desplazamientos forzosos incrementarán el descontento y la desvertebración social en las próximas décadas. Por tanto, anticipa la necesidad de represión para el mantenimiento del orden. Represión que deberá ser legitimada en toda su brutalidad contra la población extranjera porque será necesario ejercerla directamente contra ellos; pero que a la vez, cuando se dirige contra “los de fuera”, contribuye por adelantado a la normalización de la misma brutalidad que se ejercerá también contra españoles blancos cuya existencia, por una razón o por otra, amenace intereses oligárquicos. En ese sentido, las muertes en el Mediterráneo y en Palestina pueden ser vistas como meros ensayos de futuros despliegues de represión sin líneas rojas que garanticen el orden, lo cual explicaría la súbita idolatría por el Estado de Israel en ultraderechistas que hace no tanto tiempo suspiraban por la Alemania nazi.

La impotencia de la izquierda es un problema infinitamente más prioritario que el de la imaginación de futuros posibles

Sería injusto decir que la izquierda institucional solo responde al problema múltiple que supone la crisis venidera con denuncias morales. El proyecto del laborismo verde o ecosocialismo, que cuenta en España con excelentes cuadros técnicos, opera como reservorio de ideas e iniciativas políticas para todas las fuerzas progresistas. Nuestra dificultad a la hora de abordar la crisis que viene no es exactamente, por tanto, de imaginación de soluciones políticas sino de potencia para efectuarlas. Consideramos, de hecho, que la impotencia de la izquierda es un problema infinitamente más prioritario que el de la imaginación de futuros posibles, pues sin resolver el primero, lo segundo es solo literatura de ciencia ficción. Nuestros representantes públicos son, cada vez más, meras camarillas de expertos en comunicación política y derecho administrativo perdidos en el entorno hostil del Estado. Habiéndolo apostado todo a la estrategia mediática en detrimento de la construcción orgánica, los partidos hoy son entidades con vínculos muy débiles con el pueblo organizado. No existe un organismo institucional-popular vivo que permita el intercambio productivo de información, recursos y cuadros entre los espacios asociativos populares y los institucionales. Este cortocircuito explica la desaparición de un suelo mínimo para el declive electoral, y también está detrás de los episodios frecuentes de impotencia de los partidos de izquierdas ante el Presidente del Gobierno. El “no” de Pedro Sánchez deviene inapelable precisamente porque no hay más cartas que jugar que los escaños y los ministerios, entornos donde el PSOE siempre tendrá la última palabra, incluso sobre la continuidad de esos escaños y esos ministerios. Sobran ejemplos del efecto disciplinador demoledor que tiene esta circunstancia. Pero quizá el efecto más letal de este cierre tecnocrático-progresista sea la aparición de una endogamia sociológica que claramente sobrerrepresenta en las élites de partido a hijos de médicos, abogados y académicos, o incluso acunados por altos funcionarios del Estado. Esto, a nuestro juicio, es crucial para comprender las carencias de los partidos a la hora de abordar la ola racista.

Revisarse el racismo interiorizado

El resultado habitual de esto es volver protagonistas de la discusión antirracista a personas blancas de clase media

En los circuitos cerrados de clase media y clase media-alta que nutren buena parte de la dirigencia de la izquierda, no es sorprendente que la discusión sobre este tema adopte la forma de mandato a “revisarse” el racismo interiorizado, actitud sin duda positiva y deseable, pero importada de los marcos individualistas del liberalismo anglosajón de izquierdas, más propios de la moral protestante que de la política española. El resultado habitual de esto es volver protagonistas de la discusión antirracista a personas blancas de clase media, fascinadas por los debates sobre la pureza o impureza de su alma. Los partidos políticos, sin arraigo orgánico-territorial alguno con los agraviados por el racismo que dicen representar, y cerrando su abanico de prácticas políticas a la caza de atención en Twitter, caen una y otra vez en la exageración forzada, en la fetichización de lo que idealizan como “migrante auténtico de barrio”, variante del “pobre auténtico con calle”. Idolatran a este sujeto imaginario mientras intentan asociarse a él como marca de distinción identitaria, creyendo así hacer política con perspectiva inclusiva y de clase. El último ejemplo de esto es la vergonzosa sobreactuación que ha rodeado el éxito deportivo de Lamine Yamal, con decenas de dirigentes e intelectuales de izquierda cogiendo del brazo al futbolista, instrumentalizándolo como significante recalentado, en una maniobra forzada, artificial, incómoda de ver. El problema no es alegrarse públicamente de contar con una selección de fútbol que refleja mejor el país real, una buena noticia sin lugar a dudas. El problema es la sobreintelectualización forzada, una suerte de logocentrismo que no entiende de sutilezas, que muere de impaciencia por traducir el fenómeno a clasemediano académico, para así volver permisible su disfrute. Esta impostura tiene origen estructural: la relación con la población migrante solo puede ser imaginaria para las élites de partido, porque los migrantes –y muchísimos sectores populares no migrantes– no tienen lugar alguno dentro de ellas. De hecho, cuando la “inclusión” de personas migrantes en las filas de partido –casi nunca en los espacios de decisión– parece realizarse, la lógica que la motiva es siempre la del “fichaje” individual, no la integración orgánica de colectivos. Lógica que es, en realidad, la de la cuota de visibilidad para performar diversidad e inclusividad en redes sociales y otros medios de comunicación. El mensaje, en cualquier caso, nunca llega realmente a migrantes pobres con derecho a voto, que estructuran su opinión política en otros lugares donde la izquierda simplemente no está.

Por ser los más expuestos y vulnerables a la violencia policial-judicial y de clase, la población migrante es también la mejor posicionada para pensar las tácticas más eficaces de oposición colectiva contra ella

La desaparición de los partidos de masas como forma organizativa y la ruptura del vínculo institucional-popular no solo aleja a los partidos de izquierda de la población migrante, sino de la población en general. La solución pasa por destinar recursos a la producción de un vínculo representativo que sea orgánico y no solo mediático, vertebrado con la realidad inmediata de los agredidos por el racismo y por toda forma de violencia estructural. Se trata de habilitar lugares –tangibles, presenciales, físicos– para hacer política y no solo para ser representados a distancia. Por ser los más expuestos y vulnerables a la violencia policial-judicial y de clase, la población migrante es también la mejor posicionada para pensar las tácticas más eficaces de oposición colectiva contra ella. Hoy en día, todo ese conocimiento social se encuentra en estado disperso, no aprovechable, desperdiciado. Si bien, según datos del INE,solo en los últimos diez años casi un millón y medio de extranjeros han adquirido la nacionalización por residencia, es crucial no caer en el error de ver aquí solo un millón y medio de votos y nada más. Porque nos conduce a despreciar las vidas de los que no pueden votar, pero también porque invisibiliza todo aquello que puede hacerse más allá, y que es más determinante que el voto porque es precondición de éste. La victoria del Nuevo Frente Popular francés, en ese sentido, solo será plena cuando demuestre que la movilización del voto en las banlieues que le ha llevado a la victoria no es chispazo de un día, sino una base sólida, orgánicamente tejida, que dé garantías de cara a elecciones futuras, y sobre todo, a futuros gobiernos que, para ser transformadores, siempre van a necesitar respaldo popular más amplio que el de cualquier gobierno derechista. Primero viene la organización, luego vienen los votos, y luego viene la posibilidad de hacer algo con ellos gracias al sostén del pueblo movilizado. No hay atajos posibles: ningún movimiento emancipador ha conseguido ser hegemónico sin ser movimiento organizado de masas. La hegemonía no solo es articulación de demandas enunciadas, sino también y prioritariamente articulación de cuerpos. Las demandas se articulan en el discurso, los cuerpos se articulan organizándose.

No hay mejor manto protector contra el racismo que la existencia de esta comunidad organizada, donde todos, no solo los que hemos nacido fuera del país, tienen mucho que ganar

La aproximación de la izquierda a la población migrante es crucial porque comparte ruta con su repotenciación general dentro de las instituciones: devenir movimiento de masas, y para ello volver a ser habitables, apropiables y desbordables por todos aquellos que se aspira a representar, volver a tener una fuente autónoma de poder político para hacerse respetar cuando integra gobiernos. Para ello es necesario reconducir la potencia intelectual y los recursos materiales de los partidos, hoy atrapados exclusivamente en agujeros negros mediáticos y burocráticos, hacia el pensamiento creativo de un nuevo espacio vivo, dinámico, expansivo. Un espacio organizativo con oferta generosa de pertenencia, compañerismo, responsabilidades y capital colectivo para la intervención local descentralizada. Esto último no solo –aunque también– para situaciones dramáticas, sino para la construcción de una comunidad organizada en lo más cotidiano. No hay mejor manto protector contra el racismo que la existencia de esta comunidad organizada, donde todos, no solo los que hemos nacido fuera del país, tienen mucho que ganar. El compromiso de los partidos con ella no solo es la mejor forma de garantizar la seguridad y la prosperidad de aquellos más amenazados por la violencia ultraderechista, es también una alternativa generalizable para pensar la política más allá del modelo agotado que nos lleva de derrota en derrota desde hace años.

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