La cultura es ordinaria y de extrema derecha

por | Mar 28, 2025 | Cultura

La cultura de izquierdas parece atrapada en identitarismos, eslóganes gastados y gestos moralizantes. Mientras tanto, el encarecimiento del suelo urbano y la proliferación de regulaciones sobre el espacio público han ido borrando, poco a poco, los lugares donde explorar nuevas formas de vida.

I love hitler now what bitches

ye (@kanyewest) 07/02/2025

Un reciente estudio de opinión realizado por el Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS) confirma el giro hacia la derecha entre los sectores más jóvenes de la sociedad. El pensamiento reaccionario está en auge tanto en el Estado español como en el contexto internacional, donde figuras protofascistas han logrado posicionarse en espacios políticos que hace unos años parecían impensables. Esta ola reaccionaria está poniendo a prueba tanto a las instituciones como a los partidos tradicionales, poco acostumbrados a confrontar posturas políticas tan directas y contundentes. Este movimiento, que no es homogéneo y que involucra ideas y posicionamientos diferentes, ha demostrado una gran capacidad para aglutinar perfiles sociales diversos que buscan en líderes autoritarios como Trump, Milei o Meloni respuestas claras a su malestar.

En este contexto, ha crecido notablemente el número de jóvenes que consumen contenidos de corte reaccionario o producidos por figuras vinculadas a la extrema derecha. Estos productos culturales, ensalzan los valores tradicionales y a menudo son misóginos o racistas, exaltan el negacionismo climático y combinan la crítica social con elaboradas teorías de la conspiración. Las plataformas, medios y entidades que difunden estas ideas se presentan como espacios de resistencia contra la corrección política, la llamada «ideología de género» y supuestas conspiraciones que sostienen el poder actual. Se jactan de ser “anti woke” y sus portavoces presumen de decir «lo que todo el mundo piensa pero no se atreve a expresar en público», ofreciendo una apariencia de autenticidad y rebeldía que resulta atractiva para la juventud. Las redes sociales y sus algoritmos que premian la crispación y el agravio se presentan como magníficas aliadas a la hora de consolidar y reproducir estas ideas que se expanden a una velocidad inusitada. La industria cultural por su parte no le ha hecho ascos a las voces más moderadas de este movimiento y le ha dado espacios en los que expresarse en programas de televisión, prensa o en formatos más tradicionales.

En el imaginario juvenil se asumen estas ideas como un acto de rebeldía frente a lo que perciben como el orden establecido

La fachosfera mediática, que no se limita al ámbito digital, tiene en su vertiente más accesible a influencers como María Pombo, Tamara Falcó y Victoria Federica de Marichalar, así como a streamers como Un Hombre Blanco Hetero, Pedro Buerbaum o Roma Gallardo. Junto a ellos, emergen autores, periodistas polemistas y grupos musicales como Taburete, conformando un ecosistema ideológico diverso y cuyas posturas se van legitimando entre sí. Dentro de este espacio, encontramos un espectro de posturas que abarca desde el conservadurismo más tradicional hasta la extrema derecha, pasando por pijos que se reivindican sin complejos, cripto bros, trad wives, creadores de memes y podcasts conspiranoicos. A pesar de sus diferencias, estos discursos se refuerzan mutuamente en una extraña alianza, contribuyendo a la normalización de ideas reaccionarias. Las visiones más extremas normalizan y legitiman posturas conservadoras que hasta ahora costaba ver en público. Han desplazado los límites de aquello que es decible. Este caldo de cultivo, alimentado por la repetición constante de sus mensajes va calando en el imaginario juvenil, donde muchas veces se asumen estas ideas, no tanto por convicción, sino como un acto de rebeldía frente a lo que perciben como el orden establecido.

A la sombra de este star system conservador, proliferan miles de canales de YouTube, podcasts, transmisiones en vivo, canales de Telegram y publicaciones en TikTok, donde se difunden ideas que, aunque en muchos casos puedan parecer delirantes, resultan atractivas para quienes han aprendido a desconfiar de los medios tradicionales y de la clase política profesional. Bajo la apariencia de un desafío al sistema se ha forjado una suerte de contracultura de derechas que, hoy por hoy, carece de una contraparte igualmente influyente en otros sectores del espectro político, logrando influir en el pensamiento y la intención de voto de muchos jóvenes.

La contracultura de derechas se sustenta sobre una base social bien organizada, con infraestructuras y redes densamente conectadas

Paralelamente, la derecha ha consolidado organizaciones, redes y espacios de trabajo en los que la sociedad civil se organiza, entrelazándose profundamente con instituciones públicas, medios de comunicación y estamentos políticos. De esta manera, entidades como Fundación Neos, Somatemps, Manos Limpias, HazteOir, CitizenGo, Hogar Social Madrid, Abogados Cristianos, entre otras, han ido cimentando una base social desde la que operar e influir en la toma de decisiones políticas. Partidos como VOX han capitalizado y dado un espacio electoral a muchas de las personas que ya estaban movilizadas por estas organizaciones. En este sentido, la contracultura de derechas se sustenta sobre una base social bien organizada, con infraestructuras y redes densamente conectadas.

El concepto de contracultura, si bien es un fenómeno relativamente reciente, tuvo su auge en la década de 1960 en Estados Unidos con el movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles, el pacifismo contra la guerra de Vietnam y la oposición a los valores conservadores de la posguerra. Este movimiento, influenciado por la generación beat de los años 50, se desarrolló en un contexto de transformación social, revolución sexual, auge de las drogas psicodélicas y exploración espiritual. Desde la contracultura se desafiaron las jerarquías sociales, los marcos morales y los valores dominantes de la emergente clase media. La contracultura dio lugar tanto a nuevos modelos de distribución de bienes como el Whole Earth Catalogue, como a experimentos de nuevas formas de convivencia como las comunas o las casas ocupadas.

Los hippies de Ibiza estaban conectados con los de Holanda o Reino Unido creando ricos circuitos de intercambio de discos, libros y drogas

En el Estado español, la contracultura irrumpió con cierto retraso respecto a otros países, debido a la represión del franquismo, y comenzó a manifestarse con fuerza a mediados de los años 70 a través de publicaciones como Ajoblanco y Star, y en cómics como El Víbora o Makoki. La música fue otro pilar fundamental. Festivales como Canet Rock ofrecieron una plataforma para artistas que desafiaban las normas estéticas y políticas del momento, como Pau Riba, Sisa o la Companyia Elèctrica Dharma, quienes fusionaban rock progresivo con la psicodelia y el folclore catalán. En Andalucía, grupos como Triana y Smash rompieron con las estructuras tradicionales del flamenco, creando un sonido híbrido que dialogaba con el rock progresivo y la psicodelia, abriendo nuevas vías de experimentación sonora. En Madrid, la sala Rock-Ola congregó a jóvenes que posteriormente se identificarían con la movida madrileña. Los hippies de Ibiza estaban conectados con los de Holanda o Reino Unido creando ricos circuitos de intercambio de discos, libros y drogas que (para bien o mal) transformaron la vida de muchas personas.

Es importante entender cómo estos movimientos no tan solo creaban contenidos contraculturales, es decir, no se organizaban tan solo en torno al discurso, sino que prosperaron gracias a la creación de redes de distribución y venta alternativas, radios pirata y espacios de intercambio de grabaciones y publicaciones, circuitos alternativos y salas musicales, bares, ateneos libertarios, gaztetxes y casas okupas. La contracultura en este sentido no era una máquina abstracta de producción de contenidos sino una trama viva de espacios, modos de creación y formas de vida que actuaban en los márgenes de la industria cultural hegemónica. No operaba meramente en el espacio de lo simbólico, lanzando mensajes contraculturales o incómodos, sino que se sostenía sobre tramas materiales densas en las que las ideas se ponían a prueba y en las que contenido y modo de producción eran completamente coherentes. En muchos se establecían modelos de creación abiertos que permitían la colaboración por parte de consumidores y en donde era tan importante quien componía la música como quien pegaba los carteles en las farolas como o fotocopiaba las portadas de las cintas y las distribuía.

La izquierda contemporánea ha descuidado la dimensión material de la cultura, su faceta más ordinaria y cotidiana

La izquierda contemporánea, y de forma notable los denominados gobiernos del cambio, en su afán por consolidar sus mensajes e imaginarios, ha descuidado la dimensión material de la cultura, su faceta más ordinaria y cotidiana. Centrados en la producción de narrativas y la construcción de marcos discursivos, estos partidos han dejado de lado el acompañamiento y sostenimiento de los espacios, comunidades e infraestructuras que veían como entornos rivales o desafíos a su espacio político. En su intento de parecer partidos convencionales, en algunos casos, cerraron centros sociales y desatendieron la cultura autónoma y en cambio focalizaron gran parte de su acción en poner tuits y stories grandilocuentes o hablar de derechos vacíos. Sabemos bien que, en muchas ocasiones, el medio es el mensaje, y el uso intensivo de redes sociales y plataformas con algoritmos opacos no ha resultado ser la mejor estrategia para cimentar un espacio cultural de izquierdas sólido y duradero.

La progresiva desarticulación de instituciones creadas desde abajo y la desaparición de las redes materiales que sostenían proyectos políticos y culturales alternativos no han ido acompañadas, hasta ahora, por la aparición de nuevos espacios y modelos de cooperación. En este contexto, resulta difícil identificar proyectos capaces de imaginar, crear y producir una contracultura de izquierdas que resulte mínimamente atractiva o estimulante para la juventud. La cultura de izquierdas parece atrapada en identitarismos, eslóganes gastados y gestos moralizantes. Mientras tanto, el encarecimiento del suelo urbano y la proliferación de regulaciones sobre el espacio público han ido borrando, poco a poco, los lugares donde explorar nuevas formas de vida. Con ello, se ha diluido la posibilidad de articular espacios en los que ensayar modelos alternativos de convivencia y conectar estéticas arriesgadas con movimientos políticos emergentes. Lugares en los que discutir o simplemente perder el tiempo. Lugares donde canalizar el malestar, transformar la precariedad en antagonismo y desafiar los gestos y estéticas que han caracterizado a la izquierda reciente. La lucha por el acceso a la vivienda es también una lucha por el acceso a la cultura.

El encarecimiento del suelo urbano y la proliferación de regulaciones sobre el espacio público han ido borrando los lugares donde explorar nuevas formas de vida

Si nuestras existencias están económicamente precarizadas y el acceso al suelo está en entredicho, va a ser cada vez más difícil construir espacios e imaginarios de vida distintos. Formas de organización capaces de alumbrar culturas alternativas. La batalla por garantizar vidas que merezcan ser vividas empieza en lo cotidiano, en lo más ordinario. Empezando a vivir diferente. En este sentido, la contracultura de izquierdas nunca fue un simple proyecto de creación de contenidos, sino una densa red de infraestructuras y espacios donde era posible ensayar otras maneras de ser. Ocaña, descendiendo Las Ramblas travestido no era una performance diseñada para acumular likes ni monetizar la disidencia de sexo-género, sino la expresión pública de una comunidad que, en las oscuras calles del Raval, se atrevía a experimentar con la sexualidad y a tejer redes de apoyo mutuo para resistir los excesos punitivos de una sociedad que marginaba lo no normativo.

El fascismo no es una anomalía dentro del capitalismo, sino una forma de organización social consustancial a él: le permite gestionar sus crisis fabricando enemigos

Hay quien ha querido analizar y combatir el crecimiento de la extrema derecha desde el marco de las guerras culturales. Atendiendo a lo expuesto más arriba la propuesta resulta bastante estéril. No estamos ante visiones del mundo dispares pero igualmente legítimas o estructuras de sentido contradictorias sino ante una disputa por imponer un sistema de vida sobre todos los demás. Por imponer un sistema que perpetúa un modelo productivo que va a seguir destrozando las vidas de los que menos tienen. De los más frágiles y los más vulnerables. El fascismo no es una anomalía dentro del capitalismo, sino una forma de organización social consustancial a él: le permite gestionar sus crisis fabricando enemigos —inmigrantes, okupas, menas— para desviar la atención del verdadero origen del malestar. Esto no es una guerra cultural, es una batalla abierta por defender una vida que merezca la pena ser vivida. Por defender espacios y desarrollar modelos de vida capaces de escapar y hacerle frente a las lógicas más perversas del capitalismo neoliberal.

Es el momento de afirmar las vidas que queremos vivir y salir de la crítica constante y del descontento nihilista

Nos enfrentamos al desafío de suturar, de tejer, de articular; de enlazar lo simbólico con lo material, las ideas con las prácticas, los contenidos con las formas, los imaginarios con las acciones, los anhelos con las posibilidades, los discursos con las capacidades, la cultura con la vida política. Es el momento de afirmar las vidas que queremos vivir y salir de la crítica constante y del descontento nihilista; de proponer proyectos emancipadores y salir de la lógica de organizaciones políticas que han resultado ser una trituradora de personas; de imaginar haciendo y de vivir creando otras formas de convivir. Solo entonces podremos escapar de los discursos y las prácticas que se nutren de nuestro descontento y resentimiento; de quienes defienden que todo pasado fue siempre mejor; de quienes explotan la nostalgia de lo que pudimos ser; la belleza de lo que quedó detrás; de quienes ensalzan las virtudes de un mundo que nunca fue.

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Nosotros y los judíos

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