¿Qué es el sindicalismo social?
Empezamos a llamar “sindicalismo social”, a partir de 2005, a una forma de hacer política basada en la construcción de comunidades en lucha a través de conflictos concretos, acción directa y apoyo mutuo. Son entramados comunitarios que permiten luchar en sí mismos (como sustento material y afectivo) cuyo objetivo final es la abolición del capitalismo y que pueden funcionar en el presente y en la práctica como una sociedad poscapitalista (al ensayar aquí y ahora relaciones no capitalistas).
Historia, origen e inspiración
Aunque el nombre podía ser más o menos nuevo, esta forma de hacer política tiene muchas fuentes de inspiración:
- Los sindicatos anarquistas de principios del siglo XX: aprendimos que no solo estaban en los frentes laborales y salariales (como la mayoría de los de finales del XX) sino que tenían cooperativas de vivienda, economatos, ateneos, grupos naturalistas… En paralelo a la huelga, y como su sustento, había mutuas obreras y cajas de resistencia. Los sindicalistas no solo se encontraban en la fábrica sino que compartían muchos espacios de vida donde se tejía la confianza suficiente como para lanzarse a luchar, que permitían saber que otros te sostendrán. Para sostener la lucha, hay que sostener las vidas que luchan.
- Las comunidades originarias de Abya Yala (América Latina): aprendimos de su lucha por la autonomía y el autogobierno, que era esto mismo lo que las había hecho resistir la “larga noche de los 500 años”; sostuvieron largos sitios a ciudades, cortes de carreteras o los bloqueos militares porque tenían autonomía en su re/producción. También que “asamblea, trabajo colectivo y fiesta” eran la base de una forma de gobierno comunal rotativo que consistía en “mandar obedeciendo”. Y que las formas comunitarias incluían un compromiso fuerte en forma de reciprocidad obligatoria, que expulsa a las personas de la comunidad si esta se ve vulnerada gravemente.
- De los feminismos marxistas autónomos de los años setenta y también de los movimientos anticoloniales, aprendimos que no solo en la fábrica se explota, que hay un inmenso campo que sirve a la acumulación de capital que es la apropiación de trabajo no pagado de mujeres y colonizados/migrantes (también de las demás naturalezas no humanas). Necesitamos también sindicatos de la reproducción y estructuras autónomas de reproducción, que colectivicen es trabajo, como forma de ataque al capital, defensa de nuestras vidas y construcción de otro mundo. Sobre estas estructuras colectivas de re/producción, podemos ensayar relaciones sociales no capitalistas (que siempre serán imperfectas en el capitalismo, no hay un afuera puro); estas no se pueden construir de un día para otro al estilo de la idea de “la revolución lo arreglará todo”.
- De otros marxismos, llamados a veces heterodoxos, aprendimos, entre muchas otras cosas:
● Que los poderes capitalistas necesitan y usan al Estado para evitar la lucha de clases. O sea, el Estado tiene mecanismos para garantizar la supervivencia del capitalismo como la represión (cuerpos policiales, cárceles, CIEs…) y, más importante, todo el empleo público por un lado y los subsidios y servicios sociales por otro, que consolidan una clase media dependiente del Estado y pacifican la protesta con migajas. Muchas veces, grupos que cuestionan el sistema capitalista acaban entrando en las élites políticas y esto debilita las luchas de las que eran parte.
● Que es importante ver las prácticas anticapitalistas que ya tenemos. O sea, que en el presente existen expresiones anticapitalistas que nos sirven para seguir construyendo nuestras luchas y para imaginar un futuro anticapitalista.
● Que la explotación y la opresión está presente en nuestras vidas y, a partir del malestar propio, podemos politizarnos en colectivo. La lucha compartida nos permite construir en conjunto formas de política anticapitalista que no están ahí de antemano. En la lucha se forma la clase (la clase no precede a la lucha sino que se reconoce a sí misma y a sus oponentes en la lucha).
Orígenes en la alianza precaria-migrante
A principios de los 2000, se pusieron en marcha una serie de discusiones sobre los centros sociales okupados y las propuestas de renovación que surgían de una crítica profunda: eran espacios de iguales, todos jóvenes, blancos, ideologizados, precarios pero sin responsabilidades de cuidados y la mayoría universitarios. Se entendía que era una composición social con pocas posibilidades de impugnar por sí misma el sistema. Era demasiado fácil reducirla a (y reprimirla como) “una minoría de jóvenes blancos radicales”. Queríamos “salir del gueto”. Dos campos de conflicto centraron las propuestas en torno al primer sindicalismo social de las que llamamos “Oficinas de Derechos Sociales”.
Somos más esclavos del salario en la medida en que carecemos de estructuras autónomas para sostener nuestras vidas
Por un lado, la masificación de la precariedad laboral. Iniciada en los ochenta con la desindustrialización de Europa y la financiarización de la economía, la preeminencia de una economía de servicios (privados y públicos) y las leyes de precarización asociadas habían terminado ya en los primeros 2000 la transformación del modelo laboral fordista. Esta temporalidad y la rotación en el empleo (y sector) dificultaban la organización en el lugar de trabajo y además desvinculaba a las personas de su empleo como fuente de identidad y relaciones sociales. En 2004 empezamos a hablar de precariado y hubo manifestaciones llamadas “MayDay” en varias ciudades de Europa. Esta transformación nos hizo pensar en un sindicato social que no dependiera del lugar de trabajo sino de una base local. También que los mecanismos sindicales debían fortalecerse, tanto para sostener luchas más difíciles (el “no-despido” por fin de contrato por obra y servicio, por ejemplo) como para resistir mejor sin empleo (con viviendas y otros recursos colectivizados, por ejemplo). La cuestión del salario y las propuestas de renta básica, las discusiones sobre el Estado y los derechos del bienestar, la relación entre trabajadores con derechos consolidados, precarios y parados, la visibilización y valorización del trabajo de reproducción, la puesta en marcha de estructuras económicas re/productivas autónomas… todas estas cuestiones son centrales para el sindicalismo social a la hora de imaginar nuevas luchas. Somos más esclavos del salario en la medida en que carecemos de estructuras autónomas para sostener nuestras vidas.
El capitalismo necesita del racismo para evitar que luchemos juntos
Por otro lado, a principios de los 2000, empezó a llegar mucha gente de otras partes del mundo y se les excluyó de los derechos civiles merced a la Ley de Extranjería. En construcción, servicios personales (turismo o trabajo doméstico) o agronegocio, fueron la base del boom económico hasta la crisis de 2008, los más explotados. Sabíamos que muchos migraban expulsados por el neo/colonialismo de sus tierras; sabemos que todo nuestro sistema económico se basa en la explotación de los recursos y personas del Sur Global y que el nivel de vida que proporciona a muchas personas del Norte es una razón importante del conservadurismo de nuestras sociedades. También que el capitalismo necesita del racismo para evitar que luchemos juntos. Montamos una caravana a Ceuta por las muertes en la frontera de 2005 y allí los internos del CETI nos dijeron que lo que querían eran contactos para cuando llegaran a la península; creamos una red de acogida y acompañamiento en el tránsito, clases de castellano y asesorías de papeles, grupos de acción frente a las redadas racistas y la comisión “cerremos los CIEs”. Recién llegados, con miedo a circular por las calles, sin saber el idioma, no había espacios comunes donde encontrarnos de manera “espontánea”; por eso creamos todos esos proyectos que llamamos “dispositivos”: lugares donde conocernos como primer paso para luchar juntos. Pensábamos además que teníamos mucho que aprender: si necesitamos nuevos modos de vida no capitalistas, las formas más comunitarias de otros lugares del planeta y las formas más comunitarias que desarrollan parte de los migrantes al llegar podían servirnos a todos para poner en práctica ese mundo no capitalista.
Sindicato de vivienda como parte de un entramado comunitario
En 2008 se derrumbó la economía y en mayo 2011 estalló el 15M. Se trató de una crisis general que hizo temblar la capacidad de representación de los partidos políticos, muy implicados en la corrupción del boom inmobiliario. En enero de 2012 okupamos Llerena como casa para compas migrantes y para los desahuciados que preveíamos llegarían; en 2013 nos mudamos al centro social autogestionado La Villana de Vallekas. La PAH, creada en 2009 en Barcelona, bebía de las discusiones de los 2000 sobre precariedad, fronteras y sindicalismo social; también de lo que habíamos aprendido de los dispositivos puestos en marcha, por ejemplo sobre los límites de las asesorías individuales y la dificultad de escapar de las asimetrías con/sin papeles. Teniendo claro la centralidad de la vivienda en la estructura económica del país y en la crisis (la especialización financiera- inmobiliaria-turística, tal y como la denominaron compañeros), nos incorporamos a la lucha por la vivienda, primero como comisión de vivienda de la Asamblea 15M de Puente de Vallekas y después como PAH Vallekas para participar del movimiento a nivel estatal.
El centro social es además un espacio mestizo donde gente llegada de muchos sitios pelea codo con codo por bienes de primera necesidad
La base territorial del sindicalismo social es el centro social autogestionado, en nuestro caso La Villana de Vallekas. La PAH no es el único dispositivo de sindicalismo social y de hecho se entiende como parte de un entramado social mayor. Como decíamos antes de los sindicatos de principios de siglo, el centro social es el lugar donde se cruzan dinámicas sindicales, de reunión, ocio y formación, y también de emprendimientos re/productivos: sindicato, ateneo y cooperativas, como base de la construcción de autonomía social. El centro social es además un espacio mestizo, además, donde gente llegada de muchos sitios pelea codo con codo por bienes de primera necesidad.
En La Villana está la Despensa Solidaria del barrio (“no es caridad, es justicia” y “del barrio para el barrio”), una forma autogestionaria de banco de alimentos; y dos grupos de consumo, uno de ellos el BAH de Vallekas que cultiva sus alimentos cerca de Madrid. Tenemos dispositivos de educación popular como las clases de castellano, la Escuelita PAH y la Escuela de las Periferias. Forman parte de La Villana: Orgullo Vallekano, el grupo feminista Ariskas y el Club Deportivo Puerto de Vk, también Radio Vk. Ahora mismo la taberna es gestionada por la cooperativa Veguiterráneo y en el nuevo local estará la librería Mala Letra. Para el nuevo local, estamos discutiendo cómo asentar la recién nacida Red de Apoyo Laboral que pretende hacer frente a la precariedad laboral; y qué nuevos dispositivos poner en marcha para afrontar la frontera, las violencias y propuestas sobre ecología en los barrios. Creemos que todo esto nos hace más autónomos, que la comunidad del centro social (en cuanto a relaciones sociales que dan acceso a recursos y saberes) y las estructuras productivas y reproductivas de las que nos podemos dotar, nos hacen menos dependientes y más capaces de luchar.
Principios y prácticas del sindicalismo social
Como decíamos al principio, el sindicalismo social se podría definir como la construcción de comunidades autoorganizadas en lucha a través del apoyo mutuo y con el foco en el conflicto. Esta lucha cotidiana y en primera persona da pie a conocerse mucho más y empezar a compartir otras preocupaciones, genera redes comunitarias.
Las características de esta forma de hacer política que llamamos sindicalismo social son:
Está basada en el apoyo mutuo: Se trata de encontrar una nueva forma de solidaridad igualitaria y recíproca que nos permita construir a un mismo tiempo estrategias de autodefensa y formas de lucha contra el capitalismo. El apoyo mutuo se materializa constantemente en nuestros espacios desde acompañamientos en lo legal hasta hacernos comida unes a otres cuando estamos enfermes, ir a parar un desahucio o ayudarnos a pinchar la luz. Pero teniendo claro que el objetivo de nuestra lucha no es cubrir una serie de necesidades individuales sino transformar la realidad. Esto nos permite huir de conductas asistencialistas que sólo reforzarían la propia maquinaria del estado.
Pone el énfasis en el proceso: lo que hacemos aquí y ahora de forma diferente es lo que permite un futuro diferente. La idea de construir estructuras autónomas al margen del estado y las relaciones capitalistas, construir en el ahora nuevas formas de relacionarnos, producir y reproducir permite no sólo imaginarnos que el futuro que queremos es posible, si no que también nos permite generar una base que permita una base material de la lucha. Desde okupaciones, cooperativas de vivienda, lugares de autoempleo, de autoformación, bibliotecas autogestionadas, etc.
Busca a otros: distintos y de abajo: Ocurre en ocasiones que en los espacios de militancia política se tienda a generar élites (generalmente universitarias) que son las que rigen el futuro, el cotidiano y la acción del movimiento, es importante, lejos de sentirnos culpables o pensar que aportaciones desde ese lugar no sirven, ser conscientes de ello y caminar hacia formas más diversas y más horizontales que nos permitan escapar en la medida de lo posible de esta lógica jerarquizada. La heterogeneidad en nuestras asambleas fomenta el aprendizaje y permite la integración de distintos sectores que de otra forma no se encontrarían en la lucha.
Hace acción directa con efecto inmediato para los individuos (victorias en lo concreto): la paralización de desahucios, conseguir viviendas dignas, mejorar las condiciones de trabajo, etc. permiten a los individuos tener una mayor capacidad de implicarse en la lucha y generar una conciencia colectiva de que juntes somos fuertes y podemos transformar nuestras condiciones materiales y sociales.
Utiliza prácticas reflexivas y horizontales (con circulación de palabras y tareas): la asamblea como lugar de encuentro y de toma de decisiones. Es importante aspirar a un reparto equitativo de las tareas, entendiendo que cada persona aporta desde sus capacidades del momento.
Crea espacios formales y abiertos de toma de decisión (evitando “la dictadura de la ausencia de estructuras”): Es importante garantizar la autonomía de las comisiones de trabajo. Para ello hay que definir bien las competencias de cada comisión, límites y roles de estas. También es importante definir bien las estructuras de coordinación o federación, definir bien objetivos, roles, etc.
Se construye a partir de necesidades, sin exigencias ideológicas a priori: la base del sindicalismo social es la autoorganización a partir de las necesidades cotidianas y concretas que permita entender los problemas que atravesamos no desde una perspectiva individual sino sistémica y estructural. En la asesoría colectiva se socializa y colectiviza un problema personal que se sufre como fracaso y culpa individual: de la vergüenza a la rabia al entender las causas estructurales de lo que le sucede a uno. Enfrentar la injusticia con otros y obtener victorias proporciona poder individual y colectivo.
Se enuncia en primera persona: se basa en que las personas se hacen cargo de su propio proceso, asumiendo los compromisos propios de la lucha hacia un objetivo común.
Luchar por las necesidades básicas a las que no podemos acceder por las normas del mercado puede poner en marcha procesos de politización nuevos
Como se señalaba anteriormente, un objetivo fundamental del sindicalismo social en su origen era “salir del ghetto”, establecer dispositivos que nos conectaran con la gente que no relaciona de forma explícita sus malestares con la estructuración económica y política capitalista de nuestras sociedades; o que lo hacen según otras lógicas (religiosas, nacionales…); o que, haciéndolo, consideran que hay posibilidades en el régimen actual a través de reformas graduales. Luchar por las necesidades básicas a las que no podemos acceder por las normas del mercado puede poner en marcha procesos de politización nuevos y colectivos de forma que se agranda la base de la comunidad en lucha. Lo que une a la comunidad es la lucha y las estructuras comunes que construye; estar cada vez más de acuerdo, compartir diagnósticos y análisis, es una consecuencia de la lucha, no lo que la desencadena. En un contexto de mezcla de procedencias sociales distintas, con socializaciones y tradiciones distintas, que era lo que se buscaba, las palabras-etiquetas pueden distanciar a personas que podrían llegar a acuerdos sobre cómo luchar y qué construir juntos a partir de las realidades materiales que comparten.
Límites del sindicalismo social tal y como ha funcionado hasta día de hoy
Expuestos los objetivos, prácticas y potencialidades del sindicalismo social, queremos también señalar límites que hemos detectado y que habría que incorporar a la discusión:
La parte de victorias concretas se han conseguido a través de procesos burocráticos y de acción directa, sin embargo:
- La parte burocrática del sindicalismo social no es atractiva para muchos militantes y requiere mucho trabajo caso por caso; percibimos además que se consiguen menos alquileres sociales a partir de casas okupadas. A la vez sabemos que esta lucha burocrática constituye la forma de ganar tiempo para cada persona, para acrecentar su lucha y organizarse mejor.
- La parte de acción directa se ha visto mermada por la dificultad creciente de okupar vivienda (respecto a la pos crisis del 2008 y el enorme parque de “activos tóxicos” asociado) y, recientemente, de parar desahucios en puerta.
Las asimetrías entre los miembros de las asambleas puede provocar que se consoliden roles, se jerarquicen las tareas y se establezcan formas de delegación y concentración de poder, por ejemplo, en torno a cuestiones educativas o de tiempo disponible. Las diferentes motivaciones a la hora de participar o quedarse en una asamblea (en el extremo, objetivos políticos vs objetivos de supervivencia) pueden dar lugar a instrumentalización por ambas partes.
La carga de trabajo y la priorización de lo urgente muchas veces impide debates de fondo, estratégicos o tácticos, donde discutir y construir horizontes comunes más allá de las acciones inmediatas. Otra razón para no priorizar estos debates es que es difícil que la gente que se acerca las primeras veces motivada por su caso de necesidad concreta, o la gente que no tiene una tradición y experiencia política, vaya a participar en los mismos, por desconocer la trayectoria del movimiento o sus actores; no se priorizan estos debates para evitar “que hablen los de siempre” y para evitar que la gente no interesada en los aspectos más generales de la lucha deje de asistir.
La coordinación y la posibilidades de escalar las luchas queda también en un segundo plano por las razones mencionadas; ambas se entiende que están ligadas al centro social y las demás luchas que se dan entrecruzadas en el territorio; también a las coordinaciones existentes a nivel Madrid y estatal; pero ni unas ni otras se discuten en la actualidad de forma explícita con la periodicidad necesaria (sí se discutieron de manera fuerte hasta 2019 aproximadamente pero decayeron con el ciclo general y luego con la pandemia).
Esta falta de debate sobre cuestiones organizativas y estratégicas transmiten una sensación de “no avanzar” y aislamiento desgastante para aquellos más ligados a tradiciones politizadas. Ante estos límites creemos importante el generar y potenciar los espacios para la formación y el debate de fondo que nos permitan analizar nuestro contexto, pensar nuevas formas de acción directa y/o de agregación en las mismas que permitan victorias concretas y discutir horizontes más a largo plazo.
Tras la crisis del 2008, la situación de desempleo y desahucio estaba muy extendida por la sociedad, y el rescate bancario y la crisis de la deuda pública afectó a todo el mundo (también funcionarios, por ejemplo). La PAH era un movimiento de masas con mucha legitimidad social. Ahora se dice que ha quedado reducida a “sindicalismo de último recurso”, esto es, que solo llega a la gente que está en peor situación y llega después de haber pasado por todos los recursos públicos y oenegeros, con muy poco tiempo. Se ha abierto una discusión sobre los límites del sindicalismo social a la hora de crear un sindicato de mayorías:
- Si el sindicalismo social se basa en conflictos compartidos, ¿qué conflictos podemos proponer llevar juntas a gente que no está en las peores situaciones?
- Si el sindicalismo social se basa en la acción directa y al ampliarse su base habría gente con menos necesidad/ tiempo/ politización, ¿cómo hacer que no se convierta en un sindicato a dos velocidades (los activistas y los afiliados)?
- Aun con una vocación de apertura y comunitaria, es probable que en la situación actual, de pacificación social, solo grupos concretos se autoorganicen en el sindicalismo social; en la historia, ha habido grupos minoritarios que han podido impugnar la situación general, ¿cómo ser lo más potentes como minoría?
- La idea de apoyo mutuo presenta algunos límites para la acumulación de fuerzas (no solo “ser más gente”, sino disponer de más recursos e infraestructuras, estar más formados). La sostenibilidad del sindicalismo social no puede depender estrictamente de las dinámicas de reprocidad y apoyo mutuo, y es necesario discutir la importancia de la sostenibilidad económica. Es compatible el apoyo mutuo con un modelo de pago de cuotas? Qué otros modelos para captar ingresos se nos ocurren que no comprometieran la independencia del sindicato ni condicionaran su trabajo diario? Si se pensara en “liberar” a militantes (el colectivo y sindicato decide emplear a una persona o grupo de personas del propio sindicato, a partir de los recursos colectivos), qué tareas podrían desarrollarse y cómo se decide?
¿Y ahora?
Transformaciones del contexto
Las hipótesis políticas debe revaluarse de forma constante según el contexto político y este es el caso también del sindicalismo social, puesto en marcha hace casi 20 años.
Podemos prever un encarecimiento de la vida a medida que fallen las cadenas globales de suministro y el cambio climático afecte a la alimentación
Hay que repensarlo a la luz del capital en crisis, dados los límites planetarios que encarecen la energía barata que ha sido la base del capitalismo en general y de la globalización en particular. Podemos prever un encarecimiento de la vida a medida que fallen las cadenas globales de suministro y el cambio climático afecte a la alimentación. No sabemos la velocidad del cambio pero podemos incluirlo en nuestros análisis, en nuestras exigencias y acciones. Podemos incluirlo en nuestras propuestas comunitarias, aprovechar esta transición que ya está en marcha para asentar estructuras autónomas de re/producción.
En este capital en crisis, la Unión Europea retrasa sus efectos a través del colonialismo en el exterior y el “bienestar” en el interior, un bienestar de pacificación ante la creciente precariedad laboral y vital, como sabemos. Es probable que el extractivismo se exacerbe mucho más en el Sur que en nuestro Norte aunque aquí tengamos nuestras propias zonas de sacrificio turísticas, de agronegocio, mineras y energéticas. ¿Hasta cuándo el gobierno se basará en el consenso, cuánto mantendrán la hegemonía social, cuánto están dispuestos a gastarse por la paz social? ¿Cuándo volverá la austeridad? Tampoco lo sabemos, pero es importante tener presentes los efectos sociales diferidos, las distintas velocidades del capitalismo en crisis modulado por la UE, en distintas regiones, ciudades, barrios y grupos sociales. Sirvan de ejemplo las llamadas movilizaciones grises, como los chalecos amarillos en Francia y los futuros conflictos que puedan venir de “medidas ecologistas” que afectan a ciertos grupos no privilegiados. El sindicalismo social debe preguntarse cuáles serán los campos de conflicto centrales a medio plazo y qué nuevos dispositivos de sindicalismo social queremos constituir para luchar en ellos.
Aunque la PAH siempre se ha declarado apartidista, lo cierto es que ha habido numerosos y muy visibles saltos a la política institucional por parte de compañeros
Las relaciones con los partidos estatales y los gobiernos por parte de la PAH y el movimiento de vivienda han incluido confrontación directa como los escraches y medidas legislativas como la ILP. La legitimidad y sobre todo la visibilidad que se tenía se ha ido perdiendo por la recomposición económica y de las élites políticas, también por las campañas mediáticas de antiokupación. Y por los discursos del “gobierno progresista” que vende el fin de los desahucios con los siempre prorrogados decretos, y arreglar la crisis de la vivienda con una ley de vivienda que sabemos inútil. Aunque la PAH siempre se ha declarado apartidista, lo cierto es que ha habido numerosos y muy visibles saltos a la política institucional por parte de compañeros. ¿Qué posición debemos tomar con el actual gobierno progresista? ¿Tiene sentido presionar en negociaciones por demandas que no tenemos la capacidad para exigir en las calles? Y pensando en la estructura social de nuestro país, ¿tiene sentido seguir hablando, como en el 15M y Occupy Wall Street, del 99% contra el 1 %? ¿Existe ese 1% de fondos buitres, bancos y grandes propietarios que exprimen el mercado inmobiliario? ¿O está la propiedad dispersa en nuestra sociedad? ¿Cuánta clase trabajadora es también propietaria? ¿Qué alianzas sociales podrían romper el bloque propietario? ¿Debemos asumir que, hasta una profundización de la crisis, la gente que no accede a lo necesario para vivir por las normas del mercado es una minoría? ¿Cómo ampliar el imaginario sobre lo que es vivir bien y nuestro derecho a hacerlo? ¿Es posible la construcción de un bloque entre desclasados de clase media y excluidos? ¿O queremos centrarnos en el fortalecimiento de esta (gran) minoría que aquí y ahora no puede vivir dignamente? Sabemos también que se expande la extrema derecha en todo el mundo. Es más importante que nunca que nuestros proyectos sean mestizos y nuestros discursos incluyan componentes anticoloniales e internacionalistas.
Estas son solo algunas de las preguntas que tendríamos que discutir para que el sindicalismo social apuntara mejor sobre los campos de mayor conflicto, las alianzas sociales necesarias y las acciones y demandas más señeras.
Propuesta al movimiento de vivienda
El objetivo de este texto ha sido compartir las hipótesis políticas, los objetivos, las potencias y límites del sindicalismo social. Creemos que tiene mucho que aportar al movimiento de vivienda y a muchos otros movimientos ya que es en buena medida un método de construcción de poder popular y comunitario, lo que entendemos como la base para cualquier lucha presente y futura y para construir un mundo no capitalista a partir de las realidades materiales y sociales de la gente, sin barreras de entrada en cuanto a identidades previas.
Desarrollar el sindicato de vivienda a partir de un centro social, desde una base territorial y comunitaria, donde conviven otros dispositivos de sindicalismo social permite formar parte de una lucha más amplia, en distintos frentes, y construir estructuras productivas y reproductivas autónomas que nos hacen más fuertes. Podría haber un “stop-despido” y un “stop-deportación” como hay “stop-desahucios”. Estos sindicatos de barrio – centros sociales – cooperativas pueden replicarse (ya existen y existirán más) y constituir federaciones o confederaciones a nivel metropolitano y estatal, de abajo a arriba, con debates estratégicos como estamos teniendo y a la luz del contexto cambiante que señalábamos.
La cuestión de acompasar distintas motivaciones, los distintos momentos en los procesos de politización que vive cada persona en los dispositivos de sindicalismo social, hace que no se utilicen etiquetas o palabras que no son comunes y que a veces no se prioricen debates organizativos y estratégicos, tal y como hemos señalado. Esta es una tensión probablemente intrínseca al sindicalismo social, pero podemos imaginar juntes formas de hacer posibles estos debates necesarios para tener un plan de acción más completo e incisivo en nuestra realidad, un sindicalismo estratégico y ofensivo.
Extra: cinco tesis sobre el lobby ciudadano
Lo que sigue en este apartado es una crítica a lo que llamamos “lobby ciudadano” como forma predominante de organización y como función de los movimientos sociales en el Estado español. Primero definimos lo que entendemos por “lobby ciudadano” y luego desarrollamos esta crítica mediante una serie de tesis (def: afirmación concreta de una idea que se expone de manera abierta y fundamentada). Para ello, nos apoyamos en ideas que ya hemos discutido en anteriores encuentros, especialmente el encuentro-debate del 26 de marzo de 2023 sobre relación con el Estado.
La función de estos lobbies ciudadanos termina siendo la de asesorar, vigilar y controlar el desarrollo de las normas ya existentes
Definición de lobby ciudadano: Entendemos por lobby ciudadano toda forma organizativa cuyo objetivo es el cambio legislativo o normativo en un sentido progresista o de ampliación de derechos, generalmente a partir de demandas particulares y concretas, y apoyado en comités o campañas de alto perfil técnico representativos de esas demandas. Su objetivo puede ser la introducción de nuevas leyes (lo que podemos llamar reformas) o la retirada de otras (p ej: No a la Ley Mordaza), pero siempre sobre la base de un problema, conflicto o sujeto sectorial (p, ej: “los desahuciados”, “los alquileres”, “los becarios”, “los colectivos vulnerables”). Pero con más frecuencia la función de estos lobbies ciudadanos termina siendo la de asesorar, vigilar y controlar el desarrollo de las normas ya existentes: leyes, ejecuciones presupuestarias, transposición de normativa europea o internacional, legislación internacional sobre derechos humanos.
El concepto de lobby viene del término inglés para “vestíbulo” o “descansillo”: el lugar donde alguien ajeno al proceso legislativo podía interceptar a un o una representante para intentar influir en una postura o votación determinada. En términos estrictos, los lobbies son organizaciones altamente profesionalizadas y respaldadas por grupos de interés ricos y poderosos, y el uso del término lobby ciudadano para referirse a las campañas de los movimientos sociales españoles es puramente aproximativo.
Tesis 1: El lobby ciudadano es la forma típica de funcionamiento y la realidad organizativa más pública de los movimientos sociales en el Estado español, al menos desde la existencia del Gobierno de coalición (2019-actualidad). Esta forma organizativa y su concepción estratégica (ver tesis 4) no son una excepción, sino más bien una norma cuyo despliegue consume los principales recursos humanos, organizativos y simbólicos (p, ej, las portavocías) de una organización, colectivo o campaña.
Tesis 2: El lobby ciudadano es la forma política por excelencia de los movimientos sociales en una sociedad de clases medias como la española. Su territorio es el informe, el marketing político, la comunicación, la selección de perfiles y “casos representativos” de una realidad determinada que se quiere cambiar, pero siempre representados y rentabilizados políticamente por perfiles de alta formación y capital cultural. P. ejemplo: en cuestión de vivienda, las portavocías se han ido presentando públicamente menos como “afectados” o como “activistas” y más como “expertos”.
Tesis 3: el lobby ciudadano no mide su fuerza en términos de representatividad real o generación de conflicto, sino por presentarse como voz legitimada dentro de una determinada lucha (p.ej, “los desahucios”), aunque esa legitimidad provenga de otros momentos anteriores y esté desgastada. El lobby ciudadano existe en la medida en que el sistema representativo reconoce la cáscara (un lema, unas siglas, hasta una foto) que envolvía el conflicto real. Por ejemplo, la campaña fracasada por la retirada de la Ley Mordaza coincide con uno de los periodos de menor ejercicio del derecho a la manifestación y a la desobediencia civil, al menos por parte de los llamados “movimientos sociales”.
Tesis 4: las mejoras paulatinas y acumulables que el lobby ciudadano defiende para justificar su actuación no son posibles en nuestro contexto político y económico (un capitalismo europeo con dificultades para seguir expandiéndose y competir en la época de la transición energética). No hay espacio para desarrollar esta tesis, nos remitimos al apartado “5. ¿Y ahora?” de esta misma ponencia y a la ponencia del Sindicato de Vivienda de Carabanchel en el debate sobre relación con el Estado (26 de marzo, CSOA La Ferroviaria). Por ejemplo: la ley de vivienda, o anteriormente el escudo social, se defienden como “avances insuficientes”, primeros pasos en la línea que queremos, según una lógica acumulativa de mejoras que nos llevarán al objetivo deseado de manera gradual y en un tiempo indeterminado. No obstante, esos cambios se han producido al mismo tiempo que la subida generalizada e ininterrumpida de los alquileres, del tipo de interés de las hipotecas variables y de todas las nuevas hipotecas, de las empresas de matones, o del corte del suministro de luz a barrios enteros en la periferia madrileña o en barrios andaluces, canarios, etc. Y ello sin salirnos de la cuestión del acceso a la vivienda, los suministros y los desahucios.
Tesis 5: la crítica al lobby ciudadano no supone un rechazo a la lucha por reformas o avances concretos, sino a su contenido, estrategia y forma organizativa definidos en las cuatro tesis anteriores. Citamos la ponencia del Sindicato de Vivienda de Carabanchel: “las condiciones bajo las cuales los cambios en el ámbito estatal puedan ser beneficiosos para nuestra lucha tienen que ver con el potencial aumento de nuestro propio poder” … “toda mejora concreta debe ir encaminada al aumento de nuestro poder de organización y refuerzo de nuestras instituciones”. Otras ponencias en debates anteriores, especialmente las de Villalba o Tetuán en el debate sobre modelo de acceso a la vivienda, apuntaban en la misma dirección.