Acampar por Palestina. El fin de la primavera

por | May 13, 2024

No se necesita solo un movimiento estudiantil fuerte y en lucha, se necesita una movilización general que ponga la desobediencia civil en el centro: un movimiento contra la guerra y por el reparto de la riqueza. No es tiempo de cantar primaveras, sino de saber si el próximo invierno lo será para las clases dominantes o para los parias de este mundo.

Los mensajes se multiplican. Las asambleas se reproducen en universidades de Estados Unidos, Europa y también del Estado español. Se convocan acampadas, se llama a montar tiendas, traer esterillas. Se crean cajas de resistencia. En el lado contrario, el genocidio cometido por Israel contra el pueblo palestino no ha despertado en los gobiernos occidentales más que una nueva reedición del apoyo histórico al Estado colonial sionista, acompañado, a lo sumo, de alguna declaración de condena. Las acampadas universitarias han encontrado aquí, de nuevo, una fisura en el terreno de una crisis que parece despeñar a la humanidad hacia un estado de guerra generalizada.

Quizás de forma parecida a como ocurrió en 2011, el apoyo al pueblo Palestino, el escándalo y la indignación con el gobierno sionista, las acampadas estén en proceso de anunciar una nueva primavera de protesta. El recorrido de este movimiento emergente parece similar. Las movilizaciones masivas en algunos países musulmanes –desde Yemen a Turquía, pasando por Marruecos, Líbano o Jordania –han sido seguidas por poderosas protestas en Estados Unidos y Europa. Ahora toca empujar, la cuestión es ¿hacia dónde?

La celebración universitaria

La Universidad como espacio en disputa. Se trata de un tópico que desde el mayo del 68 ha tenido declinaciones distintas y a veces contradictorias. Se pueden recordar, solo para el caso español: las huelgas del tardofranquismo; las primeras luchas contra la reforma universitaria del curso 79-80; la cuasi insurrección del año 1986/87, que atacó a la selectividad (hoy Evau) y que tuvo seguramente su mejor símbolo en la imagen del Cojo Manteca; y el ciclo de luchas contra las reformas ligadas al Plan Bolonia y posteriores, que duró de 1997 hasta 2003 casi sin interrupción y tuvo otra irrupción en el 2008-2010. En casi todos estos episodios hubo huelgas, okupaciones y acampadas.

También en todos ellos, las tensiones políticas atravesaron al movimiento de parte a parte, y marcaron sus límites, así como sus posibilidades. Entre estos núcleos del conflicto universitario había al menos dos cuestiones fundamentales. La primera estaba en la mayor o menor penetración de los aparatos de partido y los sindicatos de todo color, que aparecían, presionaban o incluso intentaban dirigír el movimiento con el fin de capitalizar, coordinar y hacerse con las asambleas en detrimento de su autonomía. La segunda se puede entender en la imagen mediática y pública del movimiento estudiantil, que sobre todo proyectaban los medios de comunicación. Entre la condena y la simpatía, estos medios solían ofrecer la estampa de una “juventud rebelde” o “utópica”; con ello trataban de desplazar la radicalidad de la lucha a un complaciente y ñoño paisaje colectivo salpicado de rostros jóvenes y sonrientes. Como telón de fondo, como siempre, la primavera de mayo del 68, que se representaba únicamente a partir de la imagen devaluada del “joven soñador”.

Las declaraciones entusiastas de políticos en realidad pretende aflojar la tensión política que implican las protestas y la crudeza que representa la lucha contra el genocidio

¿Volverá a suceder esto con las acampadas por Palestina? ¿Implicarán una nueva primavera? ¿Qué objetivos y que formas de organización podrían apuntar a otra escala del conflicto, que no quede capturada entre la celebración y la simpatía de las izquierdas progres, como ocurre aquí con el gobierno Sumar-PSOE y su comedida crítica al gobierno israelí? En este sentido, convendrá estar alerta. Las declaraciones entusiastas de políticos y otras autoridades, así como de una parte de los medios de comunicación, van a responder a ese tipo de escenificación, que inspirada en el 68 francés —o en la Transición, para quien se acuerde, o en el movimiento 15M, en realidad pretende aflojar la tensión política que implican las protestas y la crudeza que representa la lucha contra el genocidio. También querrán evitar, a toda costa, cualquier desplazamiento de la protesta estudiantil a otras cuestiones que, en apariencia no tan íntimamemente relacionadas con Gaza, son su inevitable correlato en el marco de la crisis capitalista, como es la gestión criminal de la frontera europea, la degradación de los sistemas de bienestar y el creciente estrechamiento de las posibilidades de vida, especialmente entre los más jóvenes.

No queremos ninguna primavera

«No queremos ninguna primavera», este podría ser nuestro eslogan. Queremos el otoño del capitalismo. La cuestión es qué puede significar tal declaración en el contexto actual. Por lo pronto implica que es urgente detener la guerra del Estado colonial, cortar su financiación y la exportación de armas, en la que España participa.

La masacre de civiles palestinos es una estación más en la pendiente de la guerra global generalizada

Pero no desear otra primavera puede significar más cosas. En primer lugar, se puede considerar que la masacre de civiles palestinos es una estación más en la pendiente de la guerra global generalizada. Y que la propia guerra es solo una expresión de la crisis de la organización capitalista del mundo y de la vida, tal y como manifiesta la importancia del control de los recursos energéticos tanto en la guerra por delegación con Rusia, como en el mantenimiento de la alianza Occidente-Israel en el control del golfo Pérsico, aun cuando Israel se haya convertido en un Estado étnico y cada vez más teocrático. El genocidio en Gaza es, en este sentido, una pieza central de la crisis capitalista. Lo que está en juego de hecho es cierta modalidad del orden global, marcado por la hegemonía estadounidense –ahora declinante–, la crisis de materiales y la crisis climática.

En este marco, el régimen de control de las poblaciones occidentales, progresivamente empobrecidas y a la vez necesitadas de una mano de obra migrante y servil, funcional a sus necesidades, parece requerir de dosis crecientes de violencia, y también curiosamente, del retorno de los viejos monstruos del racismo étnico-imperial, así como de viejos chivos expiatorios. En este sentido, opera la llamada islamofobia, que es hoy la nueva forma del viejo antisemitismo europeo (de hecho, tan semita es la lengua hebrea como la árabe). La explosión de la acusación de antisemitismo contra toda crítica al Estado de Israel y a la vez la racialización-esencialización del mundo árabo-musulmán —que abarca nada menos que tres docenas de países y 1.600 millones de personas— parecen coincidir en términos peyorativos con la del llamado islamoizquierdismo, tan común en Francia (y próximamente en España), que identifica islamismo con cualquier crítica al Estado judío.

Islamoizquierdismo parece a su vez una vieja derivada de la vieja acusación de «judeobolchevismo», que para nazis y fascistas hacía del judío apátrida y del comunista internacionalista la misma e idéntica figura. De hecho, no es casual que los antisemitas de ayer sean los islamófobos de hoy, como es el caso de Le Pen encabezando las manifestaciones «contra el antisemitismo en Francia». Tan poco es casual que el actual antisemitismo-antiislamismo (la figura del otro de Occidente, que lo amenaza y lo aterroriza) se dirija contra el –o la– inmigrante magrebí, pakistaní o senegalés que recoge la fruta, limpia las calles o sirve unas copas.

La islamofobia es solo un recurso de las élites en la guerra social contra el proletariado migrante, en apoyo de la descomposición de los marcos de apoyo mutuo entre los sectores más empobrecidos, y de la precarización general de la vida. Sin lugar a paradojas: mientras la educación, la sanidad o la vivienda públicas se abandonan, se disparan el gasto militar y policial. Por eso se debe parar el genocidio en Gaza y a la vez apuntar al contexto que lo hace posible.

No es tiempo de cantar primaveras, sino de saber si el próximo invierno lo será para las clases dominantes o para los parias de este mundo

No se necesita solo un movimiento estudiantil fuerte y en lucha, se necesita una movilización general que ponga la desobediencia civil en el centro: un movimiento contra la guerra y por el reparto de la riqueza. Serían importantes herramientas también el corte de carreteras, la huelga donde participen todos los sectores de la educación y muy especialmente la alianza con los nuevos proletariados urbanos muchos de ellos migrantes y todos ellos precarios. Estamos en el otoño del capitalismo. No es tiempo de cantar primaveras, sino de saber si el próximo invierno lo será para las clases dominantes o para los parias de este mundo.

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