Palestina y el nuevo ciclo de luchas global

por | Oct 6, 2025 | Destacados

Quedan algunas preguntas por la continuidad de esta energía política desatada. ¿Qué van a dejar a medio plazo estas movilizaciones? ¿Qué opciones abren y qué nuevas sensibilidades políticas, o herramientas de lucha ha podido arraigar en donde se han producido?

Palestina está en el corazón de un nuevo movimiento global. Las manifestaciones, las acciones desobedientes en la vuelta ciclista o la ola de protestas del pasado fin de semana tras el asalto a la «Global Sumud Flotilla», se inscriben en nuevo ciclo de revueltas que suma cientos de movilizaciones masivas en todo el mundo. Millones de personas toman la calle, realizan bloqueos, actos de desobediencia o incluso sabotajes —como los estibadores de varios puertos mediterráneos—.

Las imágenes recuerdan a las movilizaciones contra la invasión de Irak en 2003 o al movimiento antiglobalización de finales del siglo XX y principios del XXI. Hacía mucho tiempo que no se generaba el nivel de masividad y energía contestataria que estamos viviendo. En este escenario se nos plantea la pregunta ¿cómo escalar el conflicto? ¿Cómo convertir esta fuerza social en un foco de desestabilización que fuerce transformaciones más profundas y que consiga frenar el genocidio?

Dentro de la onda larga del movimiento contra la globalización neoliberal —o antiglobalización– (1997-2003) se plantearon estas mismas cuestiones. Entonces fueron ensayadas distintas fórmulas prácticas como respuesta. Tantas, como modelos de resistencia, desobediencia y protesta se probaron para interrumpir las cumbres del G-7, del FMI o el Banco Mundial. El repertorio se podía resumir en varias expresiones que, con el paso de los años fueron tomando nombre. La del «Black bloc» era la de la confrontación directa, el cóctel molotov y el disturbio. La del «Pink Bloc» era la de la fiesta, la emparentada con el carnaval, donde las intervenciones imaginativas se combinaban con la acción directa y a menudo se terminaba bailando entre cargas y botes de humo. «Los Desobedienti» buscaban el enfrentamiento o su escenificación mediante el uso de protecciones defensivas. También podríamos nombrar la simple toma de la calle en masivas manifestaciones y bloqueos. En ellas se utilizaban estas tácticas y otras combinadas en multitud de expresiones donde los movimientos sindicales o indígenas, cristianos de base y activistas de todo pelaje compartían objetivos y terreno de lucha.

La crisis del 2008 encendió un nuevo ciclo de protestas cuya mecha pareció arder primero en Túnez a finales del 2010, propagándose por buena parte del mundo árabe. A la llamada Primavera Árabe le sucedieron movilizaciones que utilizaron la toma permanente del espacio público, las acampadas, como herramienta destacada: el 15M español inspiró la toma de Syntagma en Grecia, la de las plazas portuguesas, el Gezi Park en Estambul o el movimiento de Occupy Wall Street. Otros lugares como Chile, Brasil y Hong Kong también vivieron oleadas de protestas masivas de consecuencias sociales profundas.

Hoy, el camino tomado por las movilizaciones contra el genocidio en Palestina, además de las acciones simbólicas, también parece decantarse por el modelo de sabotaje y de desobediencia de masas. Estos días, de nuevo asistimos al desborde, con bloqueos y huelgas como la Italiana que ha paralizado medio país. Todo un repertorio de protesta que viene de lejos vuelve a emerger con fuerza y están teniendo especial relevancia en los países del Mediterráneo.

No tenemos que olvidar tampoco que, al tiempo que la flotilla buscaba abrir un corredor humanitario entre cientos de manifestaciones propalestinas en toda Europa, se están produciendo otros fuertes estallidos políticos. En un periodo relativamente breve asistimos a las protestas de la juventud marroquí y las de los estudiantes serbios —cuya protesta escaló el año pasado a todo el país—; la huelgas generales en Francia contra los recortes o la griega contra la ampliación de la jornada laboral a 13 horas. También podríamos nombrar las protestas peruanas o las de Nepal en rechazo a sus respectivos gobiernos, o las de Los Ángeles de este verano que se produjeron tras las redadas migratorias de la policía migratoria trumpista. Un nuevo ciclo de protestas parece alumbrarse.

Dejamos atrás así una fase de cierta anomia política y aparente impotencia, donde se sucedían diferentes catástrofes, se profundizaba la distancia entre clases o se perdían derechos laborales sin saber bien cómo responder. Hoy, gracias a esta nueva fase de activación, el margen de maniobra política parece ensancharse.

Hacemos aquí una tentativa de evaluación de las protestas de esta pasada semana realizada a partir de testimonios de compañeros de todo el territorio.

Crónica de las movilizaciones propalestinas en España

Lo que han tenido en común en todas partes es el grado de activación: parecen impulsadas por un sentimiento de rabia que «hacía tiempo que no se veía» en la toma del espacio público. Todos destacan que ha sido la mayor movilización vivida en el estado en los últimos tiempos, y el desborde desobediente, alejado de los cortejos al uso que hemos podido presenciar en la mayoría de protestas de los últimos tiempos. El precedente directo han sido las acciones directas de bloqueo de la Vuelta ciclista, que se replicaron por varias ciudades y que consiguieron su objetivo de interrumpir el acontecimiento deportivo. Tras esta victoria se preveía que el asalto a la Flotilla condujese a una nueva ronda de protestas, pero la escala ha sorprendido a todo el mundo.

Como otro rasgo que merece la pena valorar, los testimonios también destacan que estas movilizaciones están llamando a una nueva generación de jóvenes (menores de 25 años) que quizás participa en una protesta por primera vez. Por último, y de una importancia crucial: han sido movilizaciones donde han participado multitud de personas musulmanas y de origen marroquí, palestino o árabe. La composición de estas movilizaciones en momentos en los que el señalamiento a la población musulmana por parte de la derecha radical y la nueva agenda antiinmigración han conquistado la agenda pública, abre un tiempo político que apunta a la posibilidad de nuevas alianzas. También marcan el camino de lo que está por venir: la necesaria composición plural de las luchas futuras, así como la aparición de una nueva generación que las impulse. Sería deseable que en un futuro inmediato e, independientemente de las negociaciones en Palestina, se continúe profundizando en las alianzas establecidas estos días.

El mismo día de la detención de La Flotilla -entre el 1 y el 2 de octubre-, ya se había convocado de manera urgente una concentración ante el consulado israelí en Barcelona que congregó a 3.000 personas. Allí se pudo ver una mayoría de menores de 25 años movilizados, preludio de las movilizaciones estudiantiles que, en forma de huelgas, manifestaciones y cortes de carretera, se vivieron en distintos campus de todo el Estado: Sevilla, Barcelona, Bilbao, Donosti o Madrid… En esta última ciudad se cortó la autopista A6 que une Madrid y Coruña, una de las principales arterias de la capital que tiene hasta diez carriles frente al Palacio de La Moncloa. En esta ciudad no se producía algo igual con esa intensidad desde las grandes movilizaciones contra la guerra de Irak hace más de 20 años.

La lógica del movimiento el día 2 de octubre fue muy similar en casi todas las ciudades del Estado. Manifestaciones, paros y huelgas estudiantiles con cortes de carretera por la mañana y convocatorias de concentraciones como preludios de las grandes manifestaciones del 4. Todas ellas, además, compartían otro elemento, quizás un eco del 15M y de otras movilizaciones previas a la ley Mordaza: la práctica totalidad de las concentraciones no fueron comunicadas y formaron manifestaciones “ilegales”.

En Málaga fueron grupos de jóvenes de origen marroquí quienes tomaron la cabecera para desbordar la concentración habitual de la calle Alcazabilla. Los testimonios nos hablan de que lo vivido, la idea de «bloquear la ciudad», se asemejaba a lo visto en las huelgas de Francia o Italia. «Arriba, arriba, arriba todos a luchar. Por el pueblo palestino, por el pueblo palestino, bloqueamos la ciudad» se coreaba. Similar desenlace tuvo la concentración en «La Setas» de Sevilla o en otras ciudades andaluzas, allí se partió en manifestación hacia Puerta Osario con similar energía. De nuevo, una cabecera tomada y empujada con fuerza por jóvenes hispano-marroquíes y la comunidad Palestina de la ciudad.

En general los bloqueos y las manifestaciones se dirigieron a lugares neurálgicos o simbólicos. En Madrid, hacia el Congreso de los Diputados. En Barcelona se intentó bloquear el puerto desde el jueves con una acampada en la Plaza de la Carbonera que fue ganando fuerza pero que finalmente se desconvocó el domingo para volcar todos los esfuerzos en hacer posible una huelga general el 15 de octubre.

En Euskadi se produjo también la misma masividad. Quizás, la diferencia más notoria con el resto del estado es que aquí tuvieron una presencia destacado grandes bloques organizados de manera más formal como los de GKS (Gazte Koordinadora Sozialista) y EH Bildu, dando lugar a manifestaciones menos espontáneas y menos protagonizadas por la población marroquí, pero igualmente masivas.

En todas partes, además, la rabia impulsa acción directa de carácter contundente, como han sido los ataques, pintadas y sabotajes a comercios como Carrefour, McDonald’s o Zara de las manifestaciones de los días 4 y 5.

De nuevo parece abrirse, aunque sea temporalmente, un campo de intervención y las preguntas de cómo continuar, cómo estirar el conflicto, cómo organizarse. Quedan algunas preguntas por la continuidad de esta energía política desatada. ¿Qué van a dejar a medio plazo estas movilizaciones? ¿Qué opciones abren y qué nuevas sensibilidades políticas, o memorias de herramientas de lucha ha podido arraigar en donde se han producido? A este respecto, quizás la huelga general convocada para el 15 de octubre en muchos territorios del estado español pueda darnos algunas pistas.

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