Este artículo es un fragmento de un texto más largo que podéis descargar aquí, una suerte de manifiesto político que busca articular la liberación trans con la revolución anticapitalista utilizando el marco del «contagio» como metáfora de transformación social. En este trabajo se analiza detalladamente cómo las crisis capitalistas intensifican las opresiones de género como estrategia de control social y lanza la propuesta de democratizar y politizar la experiencia trans más allá de marcos identitarios individuales para construir puentes entre luchas que nos hagan más fuertes.

Guerrilla Travolaka (2007) Fuente: Archivo T
En enero de 2025, la administración de Donald Trump declaró la guerra a las personas trans y no binarias de los estados unidos, consolidando una ofensiva legislativa ya iniciada por distintos gobiernos federales. Lo hizo mediante una serie de órdenes ejecutivas, las cuales –entre otras medidas regresivas– impedían su participación en competiciones deportivas, prohibían a les menores el acceso a bloqueadores hormonales, eliminaban el género elegido de los visados y cortaban toda financiación pública destinada a procesos de transición y campañas de apoyo a la comunidad trans1. En respuesta a esta serie de ataques, el diseñador de moda Conner Ives presentó en su nueva colección una camiseta blanca en la que podía leerse “Protect the Dolls” (Protege a las muñecas). Esta expresión había sido recuperada de la cultura ballroom de los años ochenta, espacios clandestinos en los que transfeminidades de clase trabajadora y racializadas generaron múltiples redes de apoyo, disfrute y supervivencia. Pero no fue hasta que el (encantador) actor Pedro Pascal lució dicha camiseta que este lema alcanzaría una gran popularidad, convirtiéndose en un grito colectivo de masas frente al asalto a los derechos trans a nivel global.
Esta expresión de solidaridad extendida es, no cabe duda, una victoria. Frente a gobiernos reaccionarios que tratan de convertir a las personas trans en excedentes, una multitud se niega a permanecer impasible. Contra todo pronóstico, en un tiempo marcado por los valores individualistas y competitivos del neoliberalismo, la camaradería se abre paso entre las ruinas. Quienes se encuentran menos directamente atravesados y atravesadas por aquella violencia social e institucional deciden tomar la palabra para acompañar los deseos y la supervivencia trans. Quisiera, pues, tomar este eslogan como un punto de partida para la lucha política, pero al mismo tiempo expandirlo.
Para ello, creo que puede ser enriquecedor comenzar por evidenciar algunas de sus limitaciones. En primer lugar, el propio concepto de «dolls» no es lo suficientemente amplio. Aunque esta palabra nombrase originalmente a mujeres trans y travestis proletarizadas, latinas y negras, su uso actual ha terminado por poner el foco en un tipo específico de cuerpos transfemeninos, comúnmente blancos, delgados, binarios y atravesados por privilegios de clase —como han señalado desde los activismos antirracistas–. Además, en un principio, esta palabra solo fue pensada para acoger las experiencias femme, una de tantas realidades trans bajo el asedio reaccionario. Así pues, y hasta que demos juntes con algo mejor, propongo que extendamos su significado a «muñeques», pudiendo albergar un sujeto político trans más diverso. Uno que incluya a las transmasculinidades, a las personas no binarias y, en general, a todo tipo de cuerpo desobediente a la cisnorma.
Necesitamos cuidados, compañía política y el apoyo enérgico del resto de las explotadas y oprimidas del mundo
En segundo lugar, el verbo «proteger» deja tras de sí cierta impotencia política, pues apunta a una incapacidad para organizarnos contra la opresión en nuestros propios términos. Ahora bien, la vulnerabilidad específica de las personas trans y no binarias proletarizadas en este contexto es algo desgarradoramente real, por lo que no encontraría en absoluto deseable un rechazo a la camaradería. Entendiendo el lugar del que parten respuestas del tipo de «No necesitamos que nadie nos proteja», hemos de abandonar los impulsos más separatistas, ya que solo nos dejarán más aislades en un escenario de creciente brutalidad a todos los niveles contra nuestras vidas. Porque no, tal vez no necesitemos a nadie que nos «proteja» (y este verbo ha ido comúnmente asociado a una asistencia no-consentida y basada en relaciones de propiedad, por parte de la familia, el Estado y la policía entre otros), pero sí necesitamos cuidados, compañía política y el apoyo enérgico del resto de las explotadas y oprimidas del mundo. Esto no es incompatible con la posibilidad de agencia militante, de encabezar procesos de lucha en los que escojamos nosotres mismes las vías de nuestra emancipación. De autoorganizar a les muñeques.
La autoorganización es un concepto central de la política socialista revolucionaria
La autoorganización es un concepto central de la política socialista revolucionaria. Esta noción implica que la clase trabajadora y las oprimidas no necesitan de ningún agente externo para tomar decisiones que afecten a los aspectos más fundamentales de su vida cotidiana. Se trata de la construcción de una institucionalidad propia, desde abajo y democrática, a través de la cual las masas irrumpen en el gobierno de sus propios destinos –empleando los términos de Trotsky. En este sentido, los espacios de autoorganización son imprescindibles para poder acoger toda la diversidad de realidades, deseos y demandas del conjunto de las desposeídas, pero también como ensayos de un poder alternativo. Una suerte de crisálida donde comienzan a tomar forma las relaciones socialistas. El ejemplo histórico más conocido de este tipo de instituciones es el de los consejos obreros llamados soviets. Estos llegaron a convertirse en el germen de nuevas formas de coordinación, planificación y deliberación para el conjunto de la sociedad durante la Revolución de Octubre.
Así pues, una respuesta transfeminista y anticapitalista frente a los ataques reaccionarios también puede ser autoorganizada. Podemos comenzar a enfrentar nuestra opresión uniéndonos entre nosotres, dotándonos de estructuras de lucha estables en el tiempo en las que poder convertir nuestras necesidades en demandas y nuestras demandas en planes de acción conjunta. Por ejemplo, el colectivo de SuminTrans surgió en Bilbo para dar una respuesta colectiva a las violencias ejercidas por los psiquiatras de la Unidad de Identidad de Género local. Les y las compañeras de Poder Popular Trans han levantado en Barcelona un casal autogestionado que sirva como espacio de encuentro para los diversos sectores y personas del movimiento. Existen numerosas redes de apoyo y grupos de Telegram en los que los procesos de transición se convierten en una experiencia socializada. Estos podrían ser los cimientos de una autoorganización trans y no binaria a mayor escala, desde donde pasar a la ofensiva y disputar juntes la vida que queremos.
Podemos comenzar a enfrentar nuestra opresión uniéndonos entre nosotres, dotándonos de estructuras de lucha estables
No obstante, habrá quien piense que no tiene sentido dedicarle esfuerzos militantes a la liberación trans, dado que se trata de una lucha que actualmente agrupa a un número muy limitado de personas. A esto cabría responder, en primer lugar, que basta un breve vistazo a la juventud que hoy se organiza en coordenadas anticapitalistas para comprobar que una gran parte de ella se siente directamente interpelada por la opresión cis. Pero también, en segundo lugar, que no es así como entendemos la lucha política las y les comunistas. Nosotres aspiramos a ser tribunes del pueblo. Lenin nos enseñó que el conjunto de las contradicciones del sistema capitalista puede llegar a condensarse, en un momento dado, en cualquiera de los conflictos abiertos de nuestro presente2. Es decir, la lucha de las personas trans tiene –como cualquier otra frente a la dominación– el potencial de convertirse en una plataforma para la emancipación del conjunto de la humanidad. Pero ¿Cómo podríamos lograr esto?
Desgraciadamente, no existen recetas mágicas para convertir nuestras luchas del día a día en saltos de conciencia revolucionarios. Sin embargo, sí podemos extraer algunos aprendizajes de las experiencias victoriosas que nos preceden. Uno de los elementos clave de la huelga feminista de 2018 fue, siguiendo a teóricas de la reproducción social como Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya, su capacidad para convertir a los feminismos en portadores de un programa de transformación radical abierto al conjunto de las explotadas y oprimidas. Aún con sus limitaciones, este era el deseo político detrás del así llamado «Feminismo del 99%». En otras palabras, si las demandas feministas que fueron invocadas aquel 8 de marzo fuesen llevadas a sus últimas consecuencias, esto implicaría un cambio profundo en la vida de todas las personas de la clase trabajadora y excedente. Un cambio que, probablemente, requeriría enfrentar de forma directa la explotación, el racismo, la guerra imperialista, la colonialidad, la cisheteronormatividad, el capacitismo, la mercantilización y privatización de la reproducción social, el desastre ecológico, etc. En definitiva, enfrentar al sistema capitalista en su totalidad.
Creo que esta es una de las principales tareas que tenemos por delante con respecto a la liberación trans. Hacer de nuestra lucha el puente hacia una emancipación universalista. En definitiva, conseguir que la acción política y las demandas que surjan de nuestra especificidad, de nuestra experiencia cotidiana como personas trans y no binarias de clase trabajadora, proyecten horizontes de transformación amplios. Que vayan más allá de nosotres mismes.
Cuando pensamos en reivindicar una máxima facilidad en el acceso a documentos esto podría extenderse a toda persona que ha cruzado una frontera
Así, cuando pensamos en la lucha contra el desabastecimiento de hormonas y la falta de investigación específica en salud trans, esta puede ampliarse a una lucha por el acceso universal a la sanidad, contra la privatización de la producción farmacéutica y por la justicia reproductiva. Cuando pensamos en el derecho a la elección de nuestro nombre, este puede abrirse, por ejemplo, a personas represaliadas, supervivientes de abusos y a quienes han sufrido el borrado colonial de sus lenguas. Cuando pensamos en reivindicar una máxima facilidad en el acceso a documentos una vez hemos cruzado más allá del género que nos impusieron, esto puede extenderse a toda persona que ha cruzado una frontera. Cuando construimos espacios artísticos y de ocio autogestionados donde poder ser quienes queremos ser libremente, estos pueden abrir sus puertas a las vecinas de nuestros barrios y pueblos. Cuando exigimos el fin de las intervenciones médicas no consentidas a personas intersex, esta medida puede expandirse a todes les que hoy sufren un trato similar, como es el caso de las personas psiquiatrizadas. Cuando defendemos la capacidad de les menores trans de tomar decisiones —acompañadas e informadas— sobre sus propios cuerpos, esto puede llevarnos a cuestionar cómo el capitalismo priva de agencia a quienes infantiliza (como las personas discas o dependientes). Cuando okupamos un piso en desuso porque en nuestra casa familiar no podíamos vivir el género de la forma en que deseamos, ese deseo puede acoger una lucha ampliada para sacar la vivienda del mercado. Y, por supuesto, cuando reclamamos una libertad corporal más allá del binarismo, esta puede ser imaginada también para la totalidad de la clase trabajadora y excedente.
De hecho, ya contamos con algunos ejemplos recientes en los que demandas específicas trans, queer y no binarias han abierto paso a procesos anticapitalistas más amplios. Frente a los ataques de Javier Milei al colectivo LGTBIQ+, el pasado enero se inició un multitudinario proceso de autoorganización y debate colectivo en el parque Lezama de Buenos Aires. Este culminaría con la creación de la Asamblea Antifascista LGTBIQ+. Las y les militantes implicades, con una gran presencia de personas trans y travas racializadas, supieron conectar la lucha de las disidencias con demandas contra el plan económico nacional, por la salud y la educación públicas, contra el saqueo de recursos naturales y por la memoria contra la dictadura. Fue así que las manifestaciones convocadas por la asamblea se convirtieron en una de las respuestas más masivas y contundentes contra el gobierno. De forma similar, el 5 de mayo de 2024 tuvo lugar en Francia una gran movilización en apoyo a los derechos trans. Reuniendo a más de 25.000 personas en 50 ciudades, la jornada de lucha “Respuesta Trans” fue organizada de forma conjunta con los principales sindicatos y organizaciones políticas de la izquierda. Se trataba de una acción unitaria frente al intento de prohibir a menores el acceso a la transición. Entre las demandas que se plantearon se encontraban una asistencia sanitaria gratuita, una educación sexual feminista y un cupo laboral para las personas trans. Además, impulsades por les y las militantes socialistas que participaron3, se exigió que la cobertura de esos gastos proviniese de una desfinanciación de los presupuestos del rearme imperialista.
Una coordinación entre las distintas luchas es condición para salir victorioses
En última instancia, lo que estos episodios militantes nos muestran es que no basta con golpear cada une por separado. Que una coordinación entre las distintas luchas, así como la puesta en práctica de una unidad de clase en la diversidad son condición para salir victorioses. Esto nos lleva, por último, a la necesidad de organizarnos más allá de una lógica fragmentada. En este sentido, partimos de que todas las luchas o movimientos sociales contra la opresión son necesarios. Estos focos de conflicto pueden ser grandes escuelas de autoorganización que, mediante su actividad cotidiana, siguen actualizando y expandiendo los medios y fines de la lucha de clases en direcciones imprevisibles y dinámicas. Algo imprescindible para dar forma a la revolución del siglo XXI. Sin embargo, las luchas parciales (no como muestra de menosprecio sino aludiendo a su especificidad, ya que encaran «una parte» de la totalidad capitalista) pueden verse limitadas y limitantes cuando queremos avanzar hacia formas organizativas capaces de cambiar el mundo de base.
Este tipo de luchas son, por definición, temporales e intermitentes. Pueden dar pie a grandes ciclos de movilización y posteriormente consumirse, sin dejar tras de sí una estructura militante estable. Pensemos, por ejemplo, en la enorme potencia alcanzada por los feminismos en la última década. Si bien sería injusto plantear que la lucha feminista del estado español carece de espacios de coordinación sostenidos en el tiempo (como la Xarxa de Feministes Anticapitalistes dels Països Catalans), es innegable que actualmente no reúne la fuerza de masas que tuvo en su día. Estos movimientos están, además, orientados hacia demandas específicas. Esto tiene un gran potencial, dado que permite agrupar a muchas personas que previamente no habían tenido contacto con la lucha social mediante objetivos concretos que pueden ser ganados en el corto plazo. No obstante, esto también suele implicar que, una vez se alcanzan esos objetivos más inmediatos, la lucha regresa a un estado de hibernación.
Ninguna lucha compartimentalizada puede por sí sola apuntar de forma victoriosa a la cuestión del poder
Recordemos el movimiento por la despatologización trans, el cual pudo articular una vasta red internacional de activistas transfeministas, así como poderosas alianzas con los movimientos locos. Pero, al tiempo que su demanda fue atendida, no supo dotar de continuidad la potencia radical que había abierto (y el movimiento trans que le siguió incluso llegó a abandonar su solidaridad con les psiquiatrizades). Asimismo, el carácter a priori plebiscitario (pedir demandas al estado) de estas luchas puede, a su vez, conducirlas a un cierto corporativismo, esto es, quedar aisladas de otros conflictos con los que comparten horizontes de emancipación. Esto puede llevarnos, por ejemplo, a conformarnos con una ley trans cuyas medidas deseables dejan fuera a la totalidad de las personas migrantes. A la postre, la necesaria amplitud de estos movimientos implica que la posibilidad de una orientación más combativa siempre dependerá de nuestra capacidad de construir hegemonía frente a sus alas reformistas. De no lograrse esto, una lucha vigorosa puede terminar adoptando marcos que cierren la brecha entre la clase capitalista y las explotadas y oprimidas. E incluso en aquellas circunstancias más excepcionales en las que un movimiento parcial llega a plantear teóricamente la necesidad de romper con el poder existente, este sigue careciendo de la capacidad práctica para ello. Pues ninguna lucha compartimentalizada puede por sí sola apuntar de forma victoriosa a la cuestión del poder.
Frente a esta incapacidad, las y les revolucionaries nos hemos dotado a lo largo de los tiempos de diversas estructuras con una pretensión integral (no parcial) de combate al capitalismo, coordinando diversas luchas y aportándoles una estrategia común para el largo plazo. De entre estas herramientas, hay una que ha destacado en su desarrollo histórico por poseer la capacidad de situar a las explotadas y oprimidas en la primera línea de la construcción de un movimiento revolucionario, así como de una nueva sociedad. Se trata del partido, una institución que pueda vehicular, de forma no lineal pero permanente, toda la experiencia colectiva acumulada a través de los movimientos sociales y los estallidos movilizadores de los que las desposeídas del mundo han formado parte. Quisiera proponer, pues, la necesidad de que las personas trans y no binarias demos también el paso a la construcción partidaria.
Este partido (o partidos) ha de ser necesariamente plural, diverso y democrático, puesto que dentro de nuestra clase no hay un solo punto de vista ni tampoco una sola visión táctica y estratégica. Por esta misma razón, necesitamos a su vez construir diversas estructuras revolucionarias que, si bien desbordan la forma-partido, pueden acompañar a este en su labor de impulsar cada lucha más allá de sus objetivos inmediatos, de conectar cada demanda justa con el horizonte del socialismo. Lejos de pensar este proceso en términos de un aparato burocrático u homogéneo, se trata de una invitación a conectar todas las expresiones de antagonismo social de formas simultáneamente creativas, abigarradas y unificadas. Así pues, el partido no puede sustituir a las luchas vivas del presente y estas no pueden sustituir la labor englobadora del partido. En su lugar, se trata de un intercambio dinámico y multidireccional que nos permita conectar todas nuestras batallas 1) entre sí y 2) con una estrategia anticapitalista e internacionalista más amplia. Es así como les muñeques podremos avanzar hacia nuestra completa liberación, que no es otra que la de toda la humanidad oprimida.
Descarga el texto completo aquí.
- En el momento de publicación de este texto la situación en estados unidos se ha agravado mediante la criminalización explícita del antifascismo. En este escenario, ha quedado abierta la posibilidad de aplicar legislación antiterrorista a las personas y los activismos trans bajo la figura del “Transgender Ideology-Inspired Violent Extremism” (Extremismo violento inspirado en la ideología transgénero), propuesta a la administración de Donald Trump desde la Heritage Foundation. Está por ver qué consecuencias tiene esta escalada de la persecución antitrans en la vida y las luchas de quienes desafían la cisnorma, y qué redes internacionalistas de apoyo pueden surgir en solidaridad.
↩︎ - Para un mayor desarrollo de la cuestión recomiendo este texto de mi camarada Julia Cámara: https://vientosur.info/estrategia-anticapitalista-y-la-cuestion-de-la-organizacion/ ↩︎
- Cabe destacar aquí el papel de la militancia de Du pain et des roses. ↩︎