Volviendo la vista hacia el debate sobre género y sexualidad de los años noventa, el siguiente texto sitúa oportunamente los orígenes de la teoría y el activismo queer en las luchas de aquellas comunidades LGTB enfrentadas a la epidemia de sida y golpeadas por las políticas neoliberales. De esta forma, enfoca en primer plano aquella «nueva semántica política» que rompió con las demandas de igualdad y las luchas por los derechos del movimiento gay y lésbico de las décadas anteriores, y que desplazó la atención de la identidad sexual a la percepción social de aquellas personas que no se encuentran conformes con el binarismo de género. En ámbito académico, Judith Butler, que representa el rostro conocido de la teoría queer, hablaba en aquellos años del género como de una «estilización cotidiana» de la norma heterosexual, insistiendo en los límites de la política identitaria propia del feminismo coetáneo. Se trata de cuestiones que mantienen intacta su relevancia política, y por este motivo el texto resulta útil para profundizar en las reflexiones genealógicas sobre los años noventa que Machina está llevando a cabo con el proyecto Cartografia dei decenni smarriti [Cartografía de las décadas perdidas], y con vistas al festival Quando il futuro è finito [Cuando el futuro se acaba], que tendrá lugar en Bolonia del 16 al 19 de mayo.
We’re Here. We’re Queer. Get Used to It.
Queer Nation
Inspirados en las acciones del movimiento Black Power contra el racismo y las movilizaciones feministas contra el sexismo, los colectivos Queer Nation (Nación Queer) y Lesbian Avengers (Vengadoras Lesbianas) nacen en Estados Unidos a principios de los noventa con el objetivo declarado de actuar contra la homofobia. El momento histórico no es casual. En el mundo occidental, el final de los años ochenta y el principio de los noventa coinciden con la crisis de la epidemia de sida que, exacerbada por las políticas represivas y conservadoras de políticos de derechas como Margareth Thatcher y Ronald Reagan, golpea duramente a las comunidades LGTB de la época. Se hace pues fundamental para estas concentrar la atención sobre los daños psíquicos y materiales causados por la homofobia.
Así, en los años noventa, Queer Nation y Lesbian Avengers inauguran una nueva semántica política, parcialmente inédita o, en cualquier caso, distinta de la que habían adoptado los movimientos de liberación gay y lésbico de las dos décadas anteriores. Nacidos de un semivacío político, los movimientos de liberación gay y lésbico pretendían la revolución sexual como lucha por su visibilidad, y como liberación del deseo y las pulsiones reprimidas. A finales de los 70, en Europa, Mario Mieli invocaba la recuperación y la liberación de la «transexualidad originaria» (una suerte de deseo sexual polimórfico, perverso y primigenio) para dar forma a un comunismo de cuerpos y medios de producción, mientras del otro lado del Atlántico, con el eslógan «toda mujer es lesbiana en su corazón», Adrienne Rich teorizaba la posibilidad de construir un «continuum lésbico» contra el patriarcado.
En los años noventa, la lucha gay y lésbica pierde su configuración idealista y utópica, típica de los años anteriores, para traducirse sobre todo en luchas contra las estructuras e instituciones que producen la homofobia: la idea de la liberación sexual no queda excluida, sino que se redefine como liberación del estigma social que afecta a las minorías de género y sexuales, precisamente en tanto que minorías de género y sexuales. De ahí la importancia del término «queer», tradicionalmente usado como insulto asociado al sexo y a las relaciones lésbicas y gays, y transformado por Queer Nation en una palabra de orgullo. Como puede leerse en su manifiesto:
«Existen buenos motivos para decir “gay”, pero muchas lesbianas y muchos hombres gays nos despertamos cada mañana enfadados y disgustados, no «gays» [“alegres” en inglés]. Así que hemos decidido llamarnos queer [raros]. Usar “queer” es un modo de recordarnos cómo nos percibe el resto del mundo».
Lesbian Avengers declaran su desinterés por obtener la igualdad jurídica para las personas lesbianas y gays si esta no viene acompañada de una redefinición más amplia de las relaciones de poder
Haciendo referencia a la percepción social más que a la identidad sexual, «queer» se convierte un término lo suficientemente amplio como para incluir distintas formas de sexualidad que resisten al empuje de las normas sociales: no solo gay y lesbiana, sino también bisexuales y pansexuales, por ejemplo. Tratándose de un insulto, reivindicarlo significa situarse en los márgenes sociales que ese término evoca. Por ejemplo, en su Manifiesto Tortillero [Dyke Manifesto], titulado Out Against the Right, las activistas de Lesbian Avengers declaran su desinterés por obtener la igualdad jurídica para las personas lesbianas y gays si esta no viene acompañada de una redefinición más amplia de las relaciones de poder, así como de aquello que la sociedad considera aceptable:
«Lesbianas butch, femme y andróginas; maricas leather, drag kings y drag queens; personas transexuales y transgénero no serán arrojadas a los lobos para que las “personas gays” que se comportan de forma hetero puedan mendigar su aceptación a nuestras expensas. Las personas lesbianas y gays de color no nos veremos obligadas a identidades parciales que niegan la complejidad de nuestras vidas. A las personas lesbianas y gays jóvenes, a las personas afectadas por el sida y a las personas queer con rentas bajas no se les negará el acceso, el apoyo y la participación en nuestra lucha por la justicia. No queremos ganar una batalla si ello conlleva perder la guerra.»
No queremos ganar una batalla si ello conlleva perder la guerra
Así, en los noventa, «queer» se convierte en sinónimo de un activismo agresivo y obstinado, que no aspira a mendigar las migajas de una sociedad injusta, sino que pretende poner en cuestión sus mismos cimientos: ¿Cómo y por qué la sexualidad de todo el mundo está tan controlada? ¿Cómo y por qué se presenta la familia heterosexual y nuclear como la única forma de afectividad posible? ¿Cómo y por qué se da tan por supuesto que todo el mundo es hombre, masculino y heterosexual o mujer, femenina y heterosexual? Estas cuestiones son la base del ámbito de estudio de la sexualidad y el género que en aquellos años toma forma en el mundo angloparlante occidental. Así, a principios de los noventa, el término «queer» emigra del ámbito del activismo para dar nombre a un campo de investigación académico. En el plano teórico no faltan precursoras de esta empresa: la activista chicana y teórica feminista Gloria Anzaldúa, por ejemplo, ya emplea el término «queer» en su Borderlands/La frontera, publicado en 1987; y antes que ella, Gayle Rubin, Cherrie Moraga y Joan Nestle lo usan en contribuciones teóricas y experienciales escritas durante las denominadas «guerras feministas del sexo», con el objetivo de situar el foco sobre los efectos del estigma lesbófobo y la opresión derivada de la intersección entre los ejes del heterosexismo, la raza y la clase.
No obstante, no será hasta los noventa cuando el término empezará a identificarse con una «teoría», siguiendo la afortunada expresión acuñada por Teresa de Lauretis en 1991. Teoría que se relaciona, al menos en un primer momento, con los trabajos de Eve Kosofsky Sedgwick y Judith Butler. Especialmente Butler se convierte en el rostro conocido de la teoría queer, por sus libros dedicados al análisis de la norma heterosexual de género Gender Trouble [El Género en disputa] y Bodies that Matter [Cuerpos que importan], publicados respectivamente en 1990 y 1993, y traducidos al italiano en 2004 y 1996 [y al castellano en 2001 y 2002, respectivamente, N. del T.]. Inspirándose en los conceptos de heterosexualidad obligatoria de Adrienne Rich y pensamiento heterosexual de Monique Wittig, los dos textos de Butler identifican en la heterosexualidad la matriz de inteligibilidad cultural que produce cuerpos que importan y cuerpos que no importan.
Según Butler, la heterosexualidad funciona como una norma que dirige la construcción social del género siguiendo criterios de validez y veracidad, los cuales son definidos a su vez por el estigma homotransfóbico. La norma instituye una oposición binaria y asimétrica entre feminidad y masculinidad, imponiendo y regulando ambos como atributos expresivos, respectivamente, de las mujeres femeninas heterosexuales y de los hombres masculinos heterosexuales. En otras palabras, la tesis de Butler es que el género no es natural, pues no deriva del sexo, sino que es resultado de una estilización cotidiana, la cual genera la idea de que sus expresiones tienen un fundamento biológico. Para mantener dicha ilusión, deben ser castigados aquellos sujetos que no se alineen con el binarismo hombre-masculino-heterosexual / mujer-femenina-heterosexual.
El género para Butler existe como práctica que tiene consecuencias reales y que produce efectos concretos sobre los sujetos.
Como ocurre con todas las teorías que acaban haciéndose increíblemente populares, la teoría de la performatividad de género de Butler ha sido frecuentemente malinterpretada y reducida a una teoría de la performance de género. Resulta importante especificar que, si con «performance» entendemos una puesta en escena orquestada por el sujeto, Butler nunca ha pretendido reducir el género a una cuestión de elección o simulación. Según la teoría de la performatividad de género, este existe como práctica que tiene consecuencias reales y que produce efectos concretos sobre los sujetos. Dichas consecuencias y efectos pueden ser, en ocasiones, fuertemente violentos, como bien saben los sujetos trans y cualquiera que estudie la historia de los castigos inflingidos a los sujetos de sexualidad o género no conformes. No obstante, la tesis principal de El Género en disputa es que es posible oponerse a esos efectos: ya sea por parte del sujeto individual, cuando se resiste a las disposiciones preestablecidas, o de las comunidades minoritarias, cuando se movilizan políticamente para intervenir sobre las estructuras culturales y sociales que producen el heterocissexismo y la homotransfobia. El género, según Butler, puede ser deshecho y rehecho. Para entender qué implica esto en la práctica, podemos usar el ejemplo que aporta ella misma en una reciente entrevista. Actualmente, el diccionario de Cambridge define la palabra «mujer» como «persona adulta que vive y se identifica como mujer, aunque en su nacimiento pueda haber sido asignada a otro sexo». Una definición que, tal y como afirma Butler, habría sido completamente impensable hace treinta años.
Volviendo a la época de los noventa en que se escribió, El Género en disputa fue pensado por Butler, entre otras cosas, como una intervención dentro de la teoría feminista y lésbica, con el fin de reflexionar sobre su relación con las formas de variación de género practicadas dentro de las comunidades LGTB, especialmente las feminidades gays y queens, y las estilizaciones lésbicas butch–femme. De hecho, los límites de la política identitaria que denuncia el libro son, por encima de todo, los propios de una política feminista incapaz de hacerse cargo de los mecanismos de la regulación heterosexual del deseo, y por tanto de las formas de subversión de género practicadas por los sujetos queer, especialmente aquellos trans. El Género en disputa y Cuerpos que importan convierten en posibles y deseables las formas de masculinidad y feminidad queer y trans, defendiéndolas ante la acusación de ser una copia de los originales heterocisexuales y situándolas en el corazón de la lucha feminista contra la norma de género. Además, desvelando el mecanismo regulador de la matriz heterosexual, ambos libros permiten cuestionar el modo a través del cual toda persona asume una identidad singular, abriendo así, como en la mejor tradición feminista y gay de movimiento, espacios inéditos de conciencia y de experimentación crítica.
Donde hay opresión, hay resistencia, pero también la posibilidad de vivir una vida de placer.
En el momento histórico actual, caracterizado por teorías conspiranoicas que intentan alarmarnos ante los supuestos peligros de la ideología y la identidad de género —también desde dentro del asociacionismo feminista—, los textos de Butler y el activismo queer de los años noventa nos recuerdan que solo observando las prácticas de género y sexualidad dominantes desde el punto de vista de quienes son excluidos de ellas podremos entender algo acerca de su funcionamiento social (y, por tanto, también sobre quiénes somos y quiénes queremos ser). Nos recuerdan, además, que el heterocisexismo, la homofobia y la transfobia son fuerzas sociales complejas y arraigadas y, finalmente, que donde hay opresión, hay resistencia, pero también la posibilidad de vivir una vida de placer.
Traducción de A este lado del Mediterráneo