Superhéroes en el goce punitivo: la estetización del vigilantismo

por | Oct 13, 2025 | Antipunitivismo, Cultura

La prevalencia de los superhéroes como producto cultural de masas se ha vuelto una parte fundamental de la pedagogía punitiva. Consigue adiestrar a la sociedad en la escasez de herramientas colectivas para enfrentar los conflictos y en el surgimiento de figuras individuales con personalidades autoritarias como azotes del crimen.

Como ya sugirió Karl Marx, la sociedad burguesa es poco heroica pero a pesar de ello necesitó el heroísmo para imponerse en el mundo. Hoy, en medio de un endurecimiento del securitarismo que se presenta como salvavidas a un capitalismo en crisis permanente, asistimos al auge del cine de superhéroes como producción cultural relevante. Un fenómeno que tal vez exprese un giro del viejo heroísmo burgués, a la necesidad de producir un superheroísmo que le permita navegar este momento histórico.

Podemos fechar la primera gran película de superhéroes en el año 2000 con la producción X-men. Sin embargo, no fue hasta la década del 2010 con el afianzamiento del MCU –universo cinematográfico Marvel– que podemos hablar de un verdadero apogeo de este cine de superhéroes. Unos años antes, el director Christopher Nolan dirigió la afamada trilogía de Batman y en 2008 nos encontramos con el gran éxito de la saga: The Dark Knight.

La coyuntura histórica, marcada por un auge represivo y el endurecimiento del marco securitario, es inseparable del cine de los trajes de lycra

A día de hoy seguimos insertos en un mundo cultural dominado por mallas apretadas, cuerpos (hiper)masculinos y guiones simplones que ensalzan las virtudes morales de sus personajes. Últimamente el género dejó la experimentación y consolidó fórmulas. La pregunta es ¿de dónde surge este interés cultural por los superhéroes? ¿Cuál es el correlato histórico que acompaña a este fenómeno? Mi hipótesis es que la coyuntura histórica que habitamos, marcada por un auge represivo y el endurecimiento del marco securitario, es inseparable del cine de los trajes de lycra. Incluso películas como Iron Man o el Batman de Nolan están marcados por la guerra contra el terror, un hito en la deriva punitiva de nuestras sociedades. Ambas producciones fueron realizadas pocos años después del 11S.

Si bien todas las películas de superhéroes hacen alusión a elementos comunes a este marco bélico, con enemigos invisibles, lobos solitarios, necesidad de vigilancia permanente, etc. En los dos ejemplos mencionados la vinculación es mucho más explícita: en la saga de Nolan dos de las tres películas hacen girar su trama en torno a atentados terroristas en la ciudad de Gotham. En Iron Man, película que marca un antes y un después en el MCU y la marvelización, Tony Stark es secuestrado por un grupo terrorista en Afganistán, lo que lo lleva a desarrollar su famosa armadura para luchar contra sus captores.

Las películas se ven permeadas por la realidad, representan arquetipos y sirven para trasladar ciertos valores morales a través de las ficciones protagonizadas por superhombres. Buscan ensalzar un espíritu. Un buen ejemplo son los cómics de El Capitán América que fueron un elemento de propaganda estadounidense; tanto en la Segunda Guerra Mundial y como en la Guerra Fría. Es así que personajes como The Punisher, Batman o Daredevil (por poner sólo algunos ejemplos) cristalizan las fantasías de la razón punitiva: la respuesta implacable al crimen.

No resulta difícil encontrar la misma pulsión en las grandes alaracas contra el crimen de la extrema derecha

No resulta difícil encontrar la misma pulsión en las grandes alaracas contra el crimen de la extrema derecha, los debates en torno a la recuperación de la pena de muerte para los asesinos, la agresión a los okupas por parte de los propietarios de viviendas, la castración (química) para los violadores o incluso la aplicación de penas medievales que implican la vejación del violador. Con respecto a esto último tenemos casos paradigmáticos: como la perpetrada a un asesino y violador en Colombia a la hora de ingresar en prisión, o el caso de T-Bone, un preso que ha aparecido en medios como Vice por la aclamada proeza de dar palizas a violadores en prisión.

No obstante, parece más importante escuchar la presentación que el medio hace de T-Bone, digna de cualquier justiciero: el autor señala que la labor cristiana de T-Bone es proteger a los presos más débiles de abusos sexuales. El recluso es un ex marine de dos metros que se ha vuelto una leyenda en el sistema penitenciario por enfrentarse a los violadores en las cárceles, desatando una verdadera cruzada. La pieza periodística no está contando una noticia, está narrando una historia que glorifica a su protagonista y envilece a los villanos, curiosamente presentados sin rostro ni identidad bajo la amalgama de la etiqueta de violadores.

La presentación ensalza la catadura moral de quien castiga el crimen, no por los medios adecuados, sino por los necesarios. Sobre los adversarios del exmarine, él mismo se encarga de decir que los violadores son “unos simios”. Palabras como cruzada no son inocentes en la descripción que ofrecen los autores de la entrevista, el propio T-Bone dice que su fe en Dios le da el poder divino para hacer las cosas a través de Su espíritu.

No es extraño encontrar en internet vídeos donde los violadores son agredidos en prisión o torturados para confesar

De acuerdo con el contexto de un régimen cisheteropatriarcal, la violación es un crimen que destruye los cuerpos de quienes son violades. No es extraño encontrar en internet vídeos donde los violadores son agredidos en prisión, torturados para confesar (un método poco fiable para detectar culpables) o donde se les meten objetos por el culo como disciplinamiento. Esto a veces está organizado por presos y otras por los agentes de policía de turno. Da igual, pues al ver el vídeo ambos se igualan y se transforman en héroes: han vengado la atrocidad de la violación destruyendo el cuerpo de quien la perpetró.

Ahora, pensemos en el personaje de Frank Castle (Punisher), el drama que rodea al personaje, tanto en la serie de televisión como en el cómic, es el asesinato de su familia tras llegar de la guerra de Afganistán. La respuesta del personaje a esta situación es armarse hasta los dientes y emprender el asesinato de todos los mafiosos y delincuentes de la ciudad de Nueva York. Este desarrollo condensa la afamada Ley del talión: ojo por ojo, diente por diente. En los códigos de este personaje, si tu matas a mi familia, yo me cargo a tu famiglia. Dar su merecido a los maleantes.

Podríamos pensar que la relación es una mera coincidencia pero la realidad se apresura a quitarnos esa idea. No es extraño ver en las mochilas tácticas, en los uniformes de policías o de guardias de seguridad la calavera que hace de símbolo al personaje. En Estados Unidos este símbolo ha adquirido una relevancia aún mayor, en el asalto al capitolio de 2020 la calavera se puede ver llevada por diferentes personas: como parche o incluso bandera.

Policía en una protesta de Black Lives Matter. @Southem_caliphoto.

 Aún más, todo un movimiento ha sido fundado bajo la enseña de The Punisher: el movimiento ha sido llamado Blue Lives Matter y pretende reivindicar la ardua labor policial, además de alertar sobre la violencia que estos sufren durante el servicio. Los propios policías que portan el símbolo lo reivindican como una enseña que marca a “quienes no tienen miedo a mancharse las manos”.

Esto llamó la atención del propio creador del personaje, Gerry Conway, quien ha sido preguntado en varias ocasiones por ello, y que aclara constantemente que el personaje no fue propuesto como un modelo a seguir. Más bien, Punisher encarnaba una hipérbole de la obsesión estadounidense con las armas. También captura los discursos sobre el crimen que se dieron en este país a finales del siglo XX, con el llamado giro punitivo son los discursos de Reagan sobre los “defectos morales del crimen” o la necesidad de hacer sentir a los criminales que en Estados Unidos el crimen “sí se paga”.

No obstante, lo llamativo de esta repolitización del personaje es que se produce en un momento en el que esas hipérboles pueden ser enarboladas en discursos políticos y suscitar un gran apoyo. Hoy, Frank Castle no representa una advertencia, sino que más bien es el arquetipo que algunos desearían; la figura del vigilante nocturno se ha convertido en una aspiración.

Goce punitivo y estetización del vigilante.

Aunque pueda parecer extraño, este fenómeno no se reduce a un género cinematográfico. En los últimos tiempos han surgido nuevos contenidos vinculados a este mismo espíritu. Uno de ellos es el que se produce online dedicado al Pickpocket hunting –la caza del carterista– que han cosechado millones de visitas en TikTok y redes similares. El otro es la aparición de superhéroes en la vida real.

No estamos hablando de la existencia de kryptonianos, sueros del supersoldado o de un multimillonario con el suficiente dinero para salvar el mundo cuando lo cree necesario como Batman. Hablamos, eso sí, de individuos con el suficiente dinero para costearse carísimos artilugios y trajes con los que luchar contra la pequeña delincuencia: atracadores, vecinos que menudean con droga o matones de medio pelo. Tenemos ejemplos como Capitan Menganno en Argentina, Capitán Australia, Razorhawk o Thanatos en Estados Unidos o el más viral recientemente Brooklyn Devil.

Probablemente el caso más sonado sea el de Phoenix Jones –el Fénix Jones–. Un luchador de MMA –artes marciales mixtas– que patrulló durante un buen tiempo las calles de Seattle. El caso por el que el justiciero saltó a la palestra fue un atraco. Mientras un joven intentaba robar a otro por la noche, Jones apareció, le propinó una paliza al pobre diablo y le roció profusamente la cara con gas pimienta.

Poco tiempo después, en el auge de su popularidad, dio una rueda de prensa donde dijo: “me cansé de que la gente hiciera cosas moralmente cuestionables. Todo el mundo tiene miedo. Solo hace falta que una persona diga: ‘No tengo miedo’. Y supongo que yo soy ese tipo.” En la misma rueda de prensa declaró con tono solemne: “los ladrones utilizan la máscara para proteger su identidad, yo la utilizo para generar una identidad.” La caída de Phoenix Jones se produjo en 2020 cuando lo pillaron vendiendo drogas a vecinos de los barrios que patrullaba y fue arrestado.

Las últimas declaraciones de Jones son interesantes, su intención de generar identidad nos dice mucho sobre la subjetividad que le lleva a ponerse un traje. Sus palabras esconden una personalidad autoritaria que busca erigirse por encima de los demás, convertirse en algo más que un ser humano y algo diferente a una institución y que usa las cabezas de quienes delinquen para sobrevivir, para alimentar una leyenda personal: un relato asociado al mantenimiento del orden y la privación asociada al orden capitalista que se narra de forma épica.

Cazadores de carteristas

Estos superhéroes se han convertido en un evento de las propias redes. Hace poco uno de estos personajes anunciaba que haría un directo en TikTok donde se quitaría la máscara para hacer importantes declaraciones. Sin embargo, también nos encontramos formatos cotidianos y virales: el castigo como espectáculo se ha vuelto una constante, ahí nos encontramos con los cazadores de carteristas. El equipamiento de estos es mucho más modesto, y su presencia llamativamente cotidiana. No es extraño encontrarlos en el centro de las grandes urbes armados con su iPhone –un teléfono ideal para redes–, silbatos, cornetas y, en ocasiones, un altavoz; a la vez que suelen ir en grupo.

El castigo como espectáculo se ha vuelto una constante, ahí nos encontramos con los cazadores de carteristas

Con este equipamiento arman un show que siempre tiene el mismo guión, una persona (racializada) es señalada como carterista, se la persigue con silbatos y gritando “¡Carterista! ¡Pickpocket!”. A veces llegan a meterse al transporte público con esta persona, graban su cara e incluso dicen su nombre. El placer producido por este tipo de contenido es similar al que genera el presenciar como Daredevil estalla rabioso y apaliza a los criminales. Un goce punitivo que canaliza deseos reaccionarios y ofrece a la subjetividad que estos producen un espacio de recreo y un poco de alimento.

Quizá, el ejemplo más relevante de este fenómeno online sea Mónica Poli: uno de los grandes exponentes del género que hizo en Italia famosa la frase “¡Attenzione pickpocket!” Sin embargo, Poli no es una influencer cualquiera, ella es una concejala veneciana perteneciente a la Liga Norte, el partido de extrema derecha comandado por Matteo Salvini. Mónica es conocida en la región del Véneto como Lady Pocket y en una entrevista a Le Fígaro afirmó que “trabaja por la mañana, y vigila por la tarde”.

El goce punitivo se despliega agitando la criminalización de las personas racializadas, creando una estructura afectiva que sirve de base a la persecución y el linchamiento

Este clima ha derivado en situaciones de violencia racista que encuentran su fundamento en el mismo lugar que el contenido que circula en línea. El goce punitivo se despliega agitando la criminalización de las personas racializadas, creando una estructura afectiva que sirve de base a la persecución y el linchamiento. Recientemente, hemos presenciado el ejemplo de Torre Pacheco, un pogromo racista que se puede asociar a una raíz subjetiva similar. En la cronología realizada por el informe del BOE se recoge que grupos de Telegram animaron a sus miembros a atacar a cualquier migrante en venganza por la paliza que recibió un anciano.

El ciudadano modélico y respetable, saturado de racismo, se ve en la disyuntiva de hacer algo. Acostumbrado durante años a llamar a la policía ante cualquier altercado, sea una reyerta en el barrio o un gatito en un árbol, hoy se ve interpelado a dar un paso más allá donde se le propone hacer de vengador con sus propias manos ¿Cómo no lo va a hacer? ¿Quién lo iba a hacer mejor que él, que siempre ha sido tan ejemplar?

El cuerpo fatigado de quien encarna lo correcto, frustrado por la crisis, puede conectar con la loable lucha para salvar a su civilización. En un momento en el que su estado apático parecía inevitable, la falsa ilusión de agencia aparece con la forma de la violencia contra los migrantes, donde creen que pueden cambiar las cosas “haciendo justicia”. Un hecho que, ya como mera fantasía, produce una gran satisfacción frente a la típica alienación de este mundo en lenta decadencia. Como advierte el antipsiquiatra David Cooper, la represión es un anestésico con efectos secundarios potencialmente letales.

Lo que no te cuentan…

De la misma forma, podemos destacar el caso de Lo que no te cuentan de Donosti, un grupo de Telegram que animaba a pegar palizas a personas racializadas; distribuía links de tiendas online para comprar armas a tal efecto; pasaban información con la que alimentar esa fantasía de vigilantismo, etc. En el grupo se vierten verdaderas bravuconadas llamando a la cacería contra migrantes o, en un eufemismo ilustrativo, “a sacar la basura”.

Es llamativo el hecho de que el grupo de Telegram se haya transformado en una app. Esta se promociona apelando a la responsabilidad y la voluntad de su público, por ejemplo: “¡Alerta a tus vecinos de lo que está ocurriendo en el barrio!” Mensajes que resultan atractivos en la agonística situación desatada por la atomización social. Todo ello se tiñe, además, con una desconfianza a la policía. Tomarse la justicia por su propia mano es una obligación para quien ya no tiene a nadie que lo salve. La policía tiene, sugieren ellos, “las manos atadas”; con lo que si quieres salvar a tu nación just do it!.

Siguiendo la misma lógica de Batman: él no está más allá del Estado, el murciélago de Gotham es una fiel herramienta que llega donde la policía no llega y a veces se atreve a hacer lo que ellos no pueden hacer. El sentimiento que recorre la médula de estos sujetos es la misma, los vigilantes surgen en un momento donde la policía fracasa, o más bien donde la policía cumple su último destino: fracasar.

La subjetividad securitaria es tan fuerte que vuelve todo insuficiente, ni siquiera un cuerpo tan omnipresente como la policía puede saciar las ansias de control

Esto ocurre cuando la subjetividad securitaria es tan fuerte que vuelve todo insuficiente, ni siquiera un cuerpo tan omnipresente como la policía (y en crecimiento rampante) puede saciar las ansias de control. Lo que termina por conseguir que los ciudadanos sean reclutados del lado de la violencia, la represión, la exclusión y la privación. Una leva en toda regla, alístate a las Brigadas Vecinales, tu país te necesita parafraseando el viejo cartel del Tío Sam durante la Guerra Fría. Restaurar el bien, castigar el mal. Proteger a los débiles, vengarnos de los malhechores. Ante todo, volver sublime la aspiración personal a ser un garante de orden, el servilismo convertido en una facultad excelsa.

Ese disfrute a través de la punición puede condensarse en una estetización del vigilantismo. Un gusto por el castigo y la individualización del mismo dentro de una sociedad atomizada y carente de estructuras colectivas. A través de estos productos se vive el sueño de ser un justiciero, algo que pocos estarían dispuestos a realizar, pero que en el contenido de las redes parece más alcanzable y real que en los paseos nocturnos de Batman o en la Metrópolis de Superman. Esto nos lleva a preguntarnos en qué medida esta estetización se ha convertido en un clivaje fundamental del endurecimiento punitivo.

Pedagogía punitiva y pesimismo

Antes de ahondar aún más en nuestro presente, volvamos al pasado de nuevo. Merece la pena reflexionar sobre qué marcos criminológicos operan en nuestro entendimiento del crimen, para ello hay que conocer las Teorías del control; estas son formas de entender el crimen que surgen ante la caída del Estado del bienestar y el welfarismo penal.

La importancia es tal que de sus tesis parten las teorías de la policía preventiva o de proximidad; en el corazón de las mismas encontramos un profundo pesimismo antropológico. Resumiendo mucho: en ellas que la presencia del crimen siempre se debe a un defecto en el control de la sociedad. El crimen es connatural al ser humano; ocurrió, ocurre y ocurrirá, con lo cual lo único que se puede hacer es aceptarlo y dedicar todos los esfuerzos a controlar su aparición, no a evitarlo.

Esto es fundamental para entender el surgimiento del correlato cultural que hemos analizado. Este último está determinado por ese mismo pesimismo. El impulso que nos lleva a adorar a los superhéroes encuentra vasos comunicantes con el sentimiento de nihilismo, derrota, desconfianza en el prójimo, atomización y aislamiento, que a la vez encuentran su base en el avance del marco securitario.

El director de Watchmen Zack Snyder, director de fetiches fascistas como 300, pone en palabras de Rorschach un resumen perfecto de esta ideología. En una conversación con un psicólogo de la prisión el antihéroe le dice: “Rorschach nació cuando estaba investigando un caso de secuestro, una niña, yo era joven y blando con los criminales, los dejaba vivir (…) Doctor, yo no maté a esa niña, usted tampoco, aún menos el azar y si Dios vio lo que le pasó, no le importó en absoluto. Después de eso lo entendí, Dios no hizo el mundo así, fuimos nosotros.”

El propio autor del cómic en el que se basa la película, Alan Moore, rechaza la adaptación cinematográfica en parte por la estetización de este personaje, quien estaba pensado para ser un fascista desagradable con un disfraz. Rorschach fue un icono en foros de videojuegos y frikis durante un largo tiempo en la década del 2010, sobre todo después del estreno de la película en 2009. Se repite la historia denunciada por Gerry Conway a tenor de la figura de The Punisher.

El Zeitgeist de nuestra época ve mucho más factible el surgimiento de Superman que el fin del capitalismo

El crimen existe y el Zeitgeist de nuestra época ve mucho más factible el surgimiento de Superman que el fin del capitalismo. A la mayoría de personas le resulta más deseable. El problema es que Superman no tiene que llevar capa: el kryptoniano es una figura pedagógica de la virtud moral que se encuentra en el castigo. Superman es el sheriff, el comisario, el juez e incluso presidentes como Bukele. Los 4 Fantásticos puede hablar de una brigada ciudadana en Alcalá de Henares. Es el castigo del mal, la defensa de lo correcto, dos nociones que siempre remiten a una estructura jerárquica, porque la pregunta inmediatamente posterior es: ¿Quién tiene la capacidad de estandarizar lo correcto y quién queda abyectado hacia el mal?

Los superhéroes o los cazadores de carteristas han sabido canalizar los deseos reaccionarios de toda una serie de sujetos a los que les gustaría poder hacer lo mismo. Tener acceso a armas, a fuerza sobrehumana o a herramientas que les permitieran combatir el crimen sin la mediación de burocracias o garantías procesales. Tener el poder para establecer las fronteras de lo que es correcto y lo que no, sin depender de nadie para ello. Ser ejecutivos en el trato al crimen, permitir el libre albedrío de la deshumanización y tratar de forma inhumana a los delincuentes; defender la buena moral de los corruptores de la sociedad.

La prevalencia de los superhéroes como producto cultural de masas se ha vuelto una parte fundamental de la pedagogía punitiva. Consigue adiestrar a la sociedad en la costumbre de la escasez de herramientas colectivas, en el surgimiento de figuras individuales con personalidades autoritarias como azotes del crimen y alimenta el rechazo moral beligerante contra la delincuencia.

Esto llegó al punto en que el gobierno de Perú llegó a hacer pequeñas operetas en redes sociales, disfrazando a policías de Los Vengadores (justo después del estreno de la película Vengadores: Endgame) para desmantelar redes del narco. Podemos añadir también a Reino Unido, donde ya han ocurrido situaciones similares en varias ocasiones; por ejemplo el 11 de Abril de este mismo año, un par de policías se disfrazan de Batman y Robin para realizar detenciones. Algunos medios se hicieron eco de ello con un tono amarillista, viral y pretendidamente despolitizado; haciendo confluir de forma explícita la figura del policía y el superhéroe. Se produce así una unión dramática: el viejo heroísmo burgués escenifica su transmutación en el nuevo superheroísmo, al servicio del neoliberalismo autoritario.

Podemos destacar la cita de Ultrón un enemigo robótico de Los Vengadores con gran actitud reflexiva, el villano dice en la película de 2015: “todos crean lo que temen… y los Vengadores temen que el mundo los necesite. No pueden existir sin un enemigo al que castigar”. La fórmula de este personaje puede aplicarse a nuestro momento político: ni la policía, ni el populismo autoritario, ninguna fuerza punitiva puede existir sin un enemigo al que castigar. Por ello necesitan el crimen, necesitan aceptar radicalmente su existencia porque es condición para la de ellos mismos; también les es necesario el miedo, la ansiedad, todo aquello que les posiciona como la opción más deseable en un momento indeseable, como la gestión dura y realista de una realidad decadente.

El cine de superhéroes ha cristalizado toda una época de derrota, ahora el verdadero reto trata de encontrar la fuerza colectiva, la capacidad que nos permita prescindir de una Liga de la Justicia donde depositar nuestras esperanzas de un mundo más justo; se llame esta Los vengadores, El escuadrón suicida, los GEO o Policía Nacional.

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