Del modo en el que se entiende el consentimiento se destila un peligro muy específico: el del despliegue de una cultura punitivista justificada desde algunos postulados feministas –no alineados necesariamente con una corriente específica—.

Del modo en el que se entiende el consentimiento se destila un peligro muy específico: el del despliegue de una cultura punitivista justificada desde algunos postulados feministas –no alineados necesariamente con una corriente específica—.
¿Qué forma de sentir y pensar ha predominado en los discursos y la intervención política de esta edad de la impotencia tanto en las derechas más o menos ultras como en el extremo centro y en eso que un día se llamó izquierda y hoy se autodenomina progresismo? Hoy reina una soberana paradójica: la víctima.
El tratamiento mediático de las agresiones impone un marco del castigo que no está funcionando, tiene efectos nocivos y se está infiltrado en las organizaciones de base.
Las cárceles no son reformables, pero sí son sustituibles por otras formas de prevenir las violencias, de acompañarnos en los daños sufridos y de abordar los conflictos sociales e interpersonales que no nos expropien de nuestra capacidad de autogobierno.
Una mirada crítica a los efectos extendidos del encarcelamiento que además recaen desproporcionadamente en las mujeres.
El feminismo policial o carcelario, que puede expresarse como cruzada moral, viste al brazo armado del Estado con nuevos ropajes que neutralizan la crítica.
Ante la criminalización de todo un barrio hay que decir que la seguridad no puede alcanzarse sin garantizar una mayor distribución de renta y de derechos entre toda la población que lo habita