En marzo de 2024, al calor de las tractoradas agrarias, se registró en España un nuevo partido político: Soberanía Alimentaria Española (SAE). Liderado por empresarios agrarios, este partido pretende emular lo conseguido por el Movimiento Campesino-Ciudadano holandés (BBB) y, para ello, se presenta a las elecciones europeas del 9 de junio. A estos comicios también concurren formaciones tan opuestas ideológicamente como VOX o BNG (partido integrante de la coalición Ahora Repúblicas), y ambos hablan de soberanía alimentaria en sus programas electorales.
El concepto parece estar de actualidad. Los ministerios de agricultura, tanto del gobierno ultraderechista de Meloni como del neoliberal Macron han incluido el término en su nombre. Hasta Pedro Sánchez lo ha incorporado recientemente en sus discursos. ¿Por qué partidos y líderes de todo el arco ideológico utilizan la soberanía alimentaria para presentar sus propuestas políticas en materia de agricultura y alimentación?
El movimiento internacional La Vía Campesina propuso por primera vez la definición de soberanía alimentaria en 1996, que se podría sintetizar como el derecho de los pueblos a diseñar su política agraria y alimentaria, bajo criterios de igualdad de género, agroecología y solidaridad. Las luchas por crear un modelo de comercio más justo con productorxs y consumidorxs, por facilitar el acceso a la tierra, por hacer de la alimentación un derecho, por eliminar la explotación del medio ambiente y de las personas, etc. se han concretado en posiciones políticas contrarias a los acuerdos de libre comercio y las cadenas globalizadas que especulan con los alimentos, en favorecer la redistribución de la tierra y las alianzas entre productorxs y consumidorxs, y en proteger la tierra y a quienes la habitan y trabajan. En definitiva, en promover la solidaridad y la cooperación frente a la competencia y el individualismo.
Líderes y partidos, especialmente de las derechas, tratan de apropiarse del término, vaciarlo de contenido y llenarlo de votos procedentes del descontento del sector agrario
La soberanía alimentaria tradicionalmente ha sido defendida y llevada a la práctica por colectivos de todo el mundo y muchos partidos de izquierdas se han implicado con sus postulados. Ahora, otros líderes y partidos, especialmente de las derechas, tratan de apropiarse del término, vaciarlo de contenido y llenarlo de votos procedentes del descontento del sector agrario, la preocupación de lxs consumidorxs por su alimentación o el sentimiento más nacionalista de una parte del electorado.
En el caso de mandatarios como Macron y Sánchez, soberanía alimentaria parece emplearse como sinónimo de seguridad en el abastecimiento, probablemente en respuesta a una preocupación social por la disponibilidad de alimentos nacida durante la pandemia y que se acrecienta tras la subida del precio de la alimentación precipitada por la guerra de Ucrania. Equiparar seguridad en el abastecimiento y soberanía alimentaria es una manipulación del término, ya que solo se atiende a determinados criterios, como tener llena la nevera (quien se lo pueda permitir), sin importar cómo y de qué la llenamos. Esta tergiversación se constata en que, en España y Francia, tengamos abastecidos los estantes de nuestros supermercados mientras contribuimos a la deforestación de la Amazonía, destruyendo, con ello, la propia soberanía alimentaria de las comunidades que allí viven. O en que esos mismos estantes se llenen mientras se cierran numerosas pequeñas y medianas explotaciones agrarias de nuestro propio territorio.
Las derechas, y especialmente la ultraderecha, hablan de seguridad alimentaria y defensa de nuestro campo y lo hacen ensalzando el “primero lo nuestro”
Las derechas, y especialmente la ultraderecha, hablan de seguridad alimentaria y defensa de nuestro campo y lo hacen ensalzando el “primero lo nuestro”. Identifican estos conceptos con la soberanía alimentaria. Pero ni en sus posiciones ni en sus acciones políticas rechazan el actual modelo de producción y comercio agroalimentario –orientado, sobre todo, a la internacionalización– que tanto daño hace a las personas productoras de todo el mundo. Por supuesto, ni se les pasan por la cabeza elementos claves incluidos en la soberanía alimentaria como la igualdad de género, la solidaridad o la agroecología.
El PP no solo vota a favor de los acuerdos de liberalización comercial, sino que los promueve. Por su parte, la ultraderecha se mueve en el terreno de la demagogia: en su programa hablan de proteger el “producto nacional frente a la competencia desleal extranjera” en un discurso similar al de “exigir fronteras fuertes frente a la inmigración ilegal”, que únicamente pone de manifiesto su xenofobia y una estrategia de señalamiento del otro como origen de los problemas. Solo critican el libre comercio para aquello que conviene a su discurso; es decir: no cuestionan las exportaciones agroalimentarias (si son españolas, claro) y solo hablan de limitar las importaciones, pero señalando especialmente a determinados orígenes. Además, en su palabrería hablan del campo como un todo homogéneo pero, cuando han tenido que hilar más fino, no se han posicionado a favor del modelo que se enorgullecen de llamar familiar (“la familia como institución básica”) sino que han dado muestras de apoyar a la agricultura de grandes propietarios. Todo esto sin considerar la desinformación y bulos que vierten en redes sociales y que contribuyen a completar ese discurso.
Estamos ante una disputa por el término que, como suele ocurrir con este tipo de disputas en torno al lenguaje, es reflejo de un intento de cooptación cargado de intencionalidad política
Estamos ante una disputa por el término que, como suele ocurrir con este tipo de disputas en torno al lenguaje, es reflejo de un intento de cooptación cargado de intencionalidad política. Unos y otros podrán seguir manoseando el concepto –y seguramente lo harán–. Pero seguirán sin construir soberanía alimentaria sino, más bien, todo lo contrario, especialmente si la extrema derecha aumenta su cuota de poder en la UE. Ya llevamos décadas padeciendo políticas agrarias y alimentarias neoliberales y contrarias a sus principios y, en este punto, conviene recordar que, tanto en este como en próximos procesos electorales, con nuestro voto, también podemos cambiar eso.
En todo caso, independientemente del resultado de la disputa, la multitud de gente y colectivos que realmente están trabajando a favor de la soberanía alimentaria (en algunos casos con muchas dificultades y sin apoyos públicos), seguirán haciéndolo a partir del 10 de junio como suelen hacerlo: con hechos y no con palabras.