El porqué del (des)orden de las cosas

por | May 1, 2025 | Coyuntura

Ante un apagón o ante cualquier otro desastre que impida el sentimiento persistente de que un Leviatán nos impide acabar los unos con los otros, la sociedad simplemente sigue funcionando, solo que dentro de un nuevo (des)orden.

Mientras los principales partidos políticos, como siempre, se entretienen en echarse las culpas los unos a los otros sobre lo acontecido el pasado día 29 de abril, cuando por espacio de más de 12 horas gran parte de la población española se vio privada de luz eléctrica y acceso a internet, algunos no dejamos de maravillarnos del cierto (des)orden con el que la sociedad siguió funcionando. Jugar con las palabras orden/desorden, tanto en el título como en el interior del presente artículo no es algo azaroso, ni tan siquiera un factor destinado al clickbait, es, simplemente, una constatación: al desorden ocasionado por la falta de energía eléctrica y la detención de la actividad productiva generalizada y ante la ausencia de un organización institucional-administrativa mínima, le sucedió un nuevo orden donde muchas de las reglas y normas que estructuran nuestra cotidianidad desaparecieron.

Debemos a la proyección cultural originada en Hollywood la mayoría de nuestras visiones sobre algún tipo de futuro más o menos distópico. La más reciente, además de interesante, de estas producciones es Civil War (2024), dirigida por Alex Garland, donde se narra la historia de un grupo de periodistas en su viaje tras las trincheras de un Estados Unidos sumido en el caos y la guerra, tras el intento, por parte del último de sus Presidentes, de gobernar un tercer mandato, algo prohibido por la propia Constitución (no sé si os suena). El resultado de la inestabilidad es la secesión de varios Estados, la constitución de nuevas Repúblicas y, sobre todo, la emergencia de una sociedad plenamente individualista y violenta. Esta, y no otra —como la propuesta socialista de The Last of Us (2023-25)—, es la visión que los norteamericanos tienen de un futuro sin Gobierno, y es la que nos han transmitido durante décadas.

Ya sé que el apagón del lunes fue demasiado corto, apenas horas, para poder hacer aseveraciones tajantes sobre la situación, pero la realidad, mal que les pese a algunos, es que no pasó nada. Más allá de algunos hechos que tenemos que lamentar –fallecimientos y accidentes por el uso incorrecto de materiales y equipamientos sustitutos de la luz y la electricidad–, bastaba con darse una vuelta por la gran mayoría de las arterías urbanas de nuestros pueblos y ciudades para ver que, más que un contexto caótico, nos encontramos ante la estampa de un cierto nivel de socialización hedonista, donde la gente simplemente paseaba, charlaba, se sentaba en el suelo o en un bar, y dejaba pasar las horas. Ese fue nuestro (des)orden real.

La institucional estatal que hoy día conocemos es relativamente reciente en la historia humana.

La institucional estatal que hoy día conocemos es relativamente reciente en la historia humana. De los más de 12 mil años de organización social posterior a la última glaciación, únicamente durante escasos dos siglos podríamos decir que nos hemos dotado de aquello con lo que el padre de la sociología Max Weber caracterizó al Estado, esto es, aquel instrumento que mantiene el ejercicio legítimo de la violencia. Con anterioridad a la eclosión del Estado moderno, durante el Antiguo Régimen o los Grandes Imperios, el papel de este como soberano monopólico era mínimo, más allá de algunos aspectos vinculados a la religión o la guerra. Si nos fuéramos algo más atrás, —el libro de David Graeber y David Wengrow, El amanecer de todo (2021) se encuentra repleto de ejemplos de todas las épocas— es posible afirmar que si había algo que las sociedades de aquellos momentos rehuían era la centralización del poder, su acumulación y ejercicio indiscriminado. Es más, la etnografía nos muestra como señaladas sociedades que, hoy día, comparten el planeta con el Occidente capitalista continúan manteniendo un enorme celo frente al ejercicio del poder. El antropólogo francés Pierre Clastres, en su ya canónico trabajo sobre los Yanomami recogido en La sociedad contra el Estado (1974) cita la máxima conocida de que 'si hay algo completamente ajeno a un indio, es la idea de dar una orden o tener que obedecer'. Los seres humanos organizados en sociedad, histórica y contemporáneamente, han vivido y prosperado sin un Gran Hermano que los vigile y aceche.

La finalidad del ser humano no es medrar a costa de los demás sino construir universos simbólicos que nos permitan ir más allá de nuestra propia individualidad

No hace falta, tampoco, recurrir a autores de filiación y sensibilidad anarquista para referir la institución de un (des)orden. La sociología clásica ya nos enseñaba que la gran mayoría de las acciones que llevamos a cabo en nuestro día a día las realizamos de forma automática, sin pensar en ningún tipo de utilidad u objetivo. Esto, que a algunos les puede parecer empobrecedor o incluso propio de pueblos atrasados, supuso evolutivamente un enorme salto en la capacidad de supervivencia humana pues, más allá de tener que preocuparnos y preguntarnos qué pie ponemos cada día al levantarnos de la cama primero en el suelo, nos pudimos centrar en cosas más importantes, como actividades creativas y enriquecedoras de tipo comunitario. La finalidad del ser humano no es, tal y como el protestantismo, las reformas liberales y el capitalismo nos han hecho pensar, medrar a costa de los demás, destacar, acumular capital o explotar a los más débiles sino, más bien, construir universos simbólicos complejos y compartidos que nos permitan ir más allá de nuestra propia individualidad y enfrascarnos en un futuro colectivo. Es así como estamos diseñados y es así como hemos sobrevivido las decenas de siglos que llevamos caminando sobre la tierra.

Decía Aristóteles que los únicos que pueden vivir solos son los animales y los Dioses, y los seres humanos no son ni una cosa ni la otra. Es por esto que, ante un apagón o ante cualquier otro desastre que impida el sentimiento persistente de que un Leviatán nos impide acabar los unos con los otros, la sociedad simplemente sigue funcionando, solo que dentro de un nuevo (des)orden.

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Israelismo: la religión de las víctimas

¿Qué forma de sentir y pensar ha predominado en los discursos y la intervención política de esta edad de la impotencia tanto en las derechas más o menos ultras como en el extremo centro y en eso que un día se llamó izquierda y hoy se autodenomina progresismo? Hoy reina una soberana paradójica: la víctima.

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