El feminismo surca aguas procelosas

por | Mar 6, 2024 | Feminismos/Disidencias

El feminismo siempre ha estado surcado por tensiones y debates internos, algunos de ellos son claves para evitar que se convierta en un movimiento identitario

El feminismo se renueva; los debates permanecen

El feminismo ha experimentado un fuerte impulso en la última década. Al mismo tiempo que aumentan las movilizaciones se han hecho patentes las diferencias dentro del feminismo, diferencias que se manifiestan a veces en agrios debates, ante una opinión pública sorprendida y un importante número de mujeres feministas desconcertadas y preocupadas. Sin embargo, la situación no es nueva. Desde sus orígenes el feminismo se ha caracterizado por sus diferencias teóricas o ideológicas, por sus debates y por el enfrentamiento de las ideas y propósitos. Y lo que es más importante: los motivos de las diferencias, los núcleos de los debates son los mismos hoy que ayer y han permanecido, latentes o explícitos, a lo largo de varias décadas. Con este artículo pretendo recuperar y relacionar el pasado con el presente y presentar discrepancias que nunca se han solucionado.

En los momentos del despertar del feminismo contemporáneo en España, allá por los años setenta, y en los momentos de auge y combatividad, en los ochenta, el movimiento aparecía con un impulso unitario, y ciertamente lo era, no solo por una relajada unidad orgánica, sino, y, sobre todo, porque sus objetivos inmediatos satisfacían sin grandes matices las aspiraciones de las mujeres que lo impulsábamos. Eran estos, en gran medida, objetivos democráticos que se avenían perfectamente con las aspiraciones de la lucha antifranquista y con los propósitos del periodo de transición, derechos de los que ya se disfrutaban en la mayoría de las democracias occidentales y que además implicaban una reivindicación genérica de igualdad entre los sexos.

Las polémicas que este feminismo suscitaba en la sociedad postfranquista se establecían y se solventaban en diálogo con una opinión bastante hostil en un principio, pero que pronto fue perdiendo agresividad, opinión que se sustentaba en concepciones impregnadas de moralismo religioso, de trasnochadas concepciones de los papeles sociales de hombres y mujeres, o simplemente de machismo puro y duro. Transcurren, pues, unas décadas de relativa calma en las que un leve feminismo va permeando el tejido social sin grandes, aunque a veces si sonadas, controversias. Y de pronto, al filo del siglo XXI, entrada ya la primera década, se arma la marimorena. La lucha feminista se reinventa, se rejuvenece, se agita y se convierte por un tiempo en la protagonista de la agitación social: Jornadas de Granada del 2009, asambleas del 15 M (2011), politización intensa de las movilizaciones y, cuando nadie lo esperaba, nutridas y combativas manifestaciones, como la del tren de la libertad, las protestas por la sentencia de «la manada» y las manifestaciones y huelgas feministas del 8 de marzo (2017, 2018, 2019…).

¿Qué estaba pasando? Hay una parte de la posible explicación que tiene que ver con el despertar de una juventud azotada por el paro y la precariedad que sus padres no habían conocido o ya habían olvidado, pero en el caso de las mujeres, el desencanto era mayor y más patente. Se les había prometido la mitad del cielo y se encontraban con que las habían engañado: el cielo era inalcanzable e incluso lo conseguido amenazaba con retroceder. Malos tratos, violencia sexual, discriminación laboral, todo el peso del hogar sobre sus hombros… ¿Dónde estaba la igualdad? El derecho al aborto cuestionado una vez más, junto con una renovación del moralismo de épocas pasada, ¿dónde quedaba la libertad y la autonomía de las mujeres? Las jóvenes reaccionaron con furia, y la opinión pública, en un principio con asombro y luego, con la división habitual entran la simpatía y la comprensión de muchos y el rechazo de los de siempre y de los nuevos, que pensaban ¿pero no les habíamos ya dado lo que pedían?

En toda esta agitación y lucha hay un factor nuevo que llama poderosamente la atención: algunas de las principales y más acervas críticas contra el feminismo proceden del mismo campo feminista. Aparecen en los medios y en las redes sociales críticas y descalificaciones a veces argumentadas, pero con frecuencia sumarias y aun dogmáticas, y las propias movilizaciones dejan de ser unitarias en muchas ocasiones. Y todo ello en contraste con el reconocimiento social que en estos años despierta el feminismo.

El feminismo, como otros movimientos sociales, generó teorías e ideologías diversas y contradictorias

Si, ¿qué está pasando? ¿No es el feminismo un movimiento unitario con unos objetivos claros? Pues no. No lo es ahora ni lo fue entonces. El feminismo, como otros movimientos sociales, generó teorías e ideologías diversas y contradictorias, y ello sin prejuicio de que durante cierto tiempo predominasen unos objetivos comunes. Pero el feminismo en España, desde sus inicios, mostró sus discrepancias internas, en parte propias de la situación en nuestro país y en parte heredadas o reflejadas de las profundas discrepancias existentes en el feminismo occidental. Hoy muchas de esas polémicas se renuevan y se recrudecen. Las principales se derivan, en mi opinión, de dos postulados característicos de algunas corrientes feministas: la conversión del feminismo en un movimiento identitario y la confusión del plano estructural con el individual.

La construcción de la identidad

Las primeras polémicas en el naciente feminismo de finales de los setenta se centraron en analizar el significado de ser mujer; no solo el papel social que desempeñaban, sino la esencia de la feminidad. La mayoría de las teóricas del feminismo descartaban una identidad apoyada en lo biológico y se inclinaban más bien por considerar, siguiendo a Beauvoir, la construcción social de la identidad («la mujer no nace, se hace»). Sin embargo, el esencialismo se filtró de manera imperceptible al buscar en la identidad femenina características, valores o rasgos que marcasen la diferencia con los hombres y que fuesen permanentes y esenciales para todas las mujeres… Sobre este empeño se construyó el concepto de género binario y blindado, clasificando el género en dos formas opuestas que se identificaban rígidamente con lo masculino y lo femenino. Esta construcción identitaria se discutió con ardor en las Jornadas Feministas de Granada de 1979 y provocó la primera división en el feminismo unitario.

El esencialismo busca en la identidad femenina características, valores o rasgos que marcasen la diferencia con los hombres

Años más tarde, en las Jornadas Feministas de Madrid de 1993, ante más de 2000 feministas que mostraban su apoyo al movimiento, se celebró una mesa redonda con la participación de una mujer transexual que explicó la situación de este colectivo y sus reivindicaciones más inmediatas. Durante varios años, mientras el movimiento transexual se iba consolidando, las relaciones con una parte importante y visible del feminismo fueron fluidas, pero otra parte del movimiento se fue mostrando cada vez más crítica con la inclusión de las mujeres transexuales en el feminismo. Hoy esta posición se ha radicalizado. Algunas feministas cualificadas hacen derivar la identidad femenina solamente de las características anatómicas e identifican la morfología sexual con el género, por lo que ven con sospecha, desconfianza y rechazo la transexualidad. Además, no comprenden que se pueda adoptar una identidad de género débil o mutable, ni entienden el deseo intenso de tránsito de género. Sorprende y preocupa la actitud de rechazo y de hostilidad que algunos grupos manifiestan hacia las mujeres transexuales y su participación en el movimiento feminista.

Las diferencias entre mujeres

La crisis de la identidad no se debe solamente al movimiento transexual, sino que le precede. A partir de los noventa, en el movimiento feminista se hicieron patentes las diferencias entre las mujeres, diferencias a veces muy profundas de clase, de raza, de cultura, de preferencia sexual, que sacaban a la luz las contradicciones entre las mujeres y ponían en cuestión la existencia permanente de unos objetivos comunes. Esta constatación produjo un cierto vértigo en el feminismo, que llegó a interrogarse sobre la posibilidad de su viabilidad como movimiento.

A partir de los noventa, en el movimiento feminista se hicieron patentes las diferencias entre las mujeres, de clase, de raza, de cultura, de preferencia sexual

Pero el feminismo continuó su actividad con dos enfoques diferentes. Una parte del mismo se propuso asumir las diferencias, analizarlas, buscar los puntos en común y reconocer las contradicciones, y al mismo tiempo tratar de recoger y apoyar las reivindicaciones de las mujeres en situaciones más difíciles, porque la discriminación y la violencia, aunque hieren profundamente a las mujeres, no afectan de la misma manera a una mujer con recursos que a una inmigrante sin papeles que puede ver destruido ya totalmente su futuro; lo mismo que la brecha salarial no significa lo mismo para una profesional cualificada que para un camarera de piso o una temporera, que apenas pueden sobrevivir, o la búsqueda de empleo: por muchas dificultades que hoy tenga para las mujeres, estas no son comparables con las que sufre una mujer transexual o una mujer inmigrante, especialmente si es negra o musulmana, ni las consecuencias de la pandemia repercuten de la misma manera en una empleada de la administración que en una prostituta. Atender a estas situaciones no es en modo alguno relativismo cultural, como algunas detractoras de nuestro feminismo afirman; es simplemente reconocer la realidad y poner los medios para lograr mayores cuotas de igualdad y de justicia social. Hoy creo que una parte del movimiento feminista está en este camino, pero hay otros sectores para los que los objetivos y los intereses son siempre comunes y la identidad de género prevalece por encima de cualquier diferencia de clase o situación social.

La brecha salarial no significa lo mismo para una profesional cualificada que para un camarera de piso

Sin embargo, esta prevalencia ya no parece tan clara. Los interrogantes sobre la metafísica de la modernidad, se unen a los interrogantes que plantean los movimientos identitarios que la habían desafiado. El yo deja de ser seguro e idéntico a sí mismo. La identidad personal ya no es un refugio, y las identidades colectivas han demostrado su capacidad de coartar la libertad individual. Frente al concepto de sujeto ontológico, basado en una identidad metafísica, se postula, por algunas autoras, un sujeto político, es decir un sujeto de derechos, de suerte que han de ser los derechos por los que se luche en cada coyuntura histórica los que determinen el sujeto político. Por otra parte, las mujeres en concreto, que habíamos afirmado nuestra pertenencia inequívoca a una feminidad que no habíamos definido, nos preguntábamos si la feminidad nos unía o nos diferenciaba y si la feminidad no era más que un rasgo de otros muchos de nuestra personalidad individual y social, y si su relevancia dependía de una circunstancia concreta, de una discriminación o de una opresión, más que de una esencia o una construcción social ya inapelable. Dicho de otra manera, la identidad nos parecía necesaria para el feminismo, pero al mismo tiempo contingente: una paradoja que no resultó paralizadora, sino desafiante y enriquecedora.

La sexualidad

La sexualidad había centrado desde los inicios las preocupaciones, debates y reivindicaciones del feminismo. Viniendo, como veníamos, del franquismo y de la moral católica más estricta, la cuestión sexual era un tema urgente y privilegiado en las lecturas y debates de los círculos feministas y el clamor era: libertad sexual. Es decir, libre expresión de nuestra sexualidad, de nuestros deseos, de nuestras prácticas libremente elegidas. Al mismo tiempo, y como garantía de nuestra libertad, exigíamos la condena de la violencia sexual y los cambios correspondientes en el Código Penal vigente: no más delitos contra la honestidad, sino delitos de agresión sexual con su correspondiente castigo penal No pedíamos más cárcel ni mayores castigos; habíamos sufrido un régimen represor y nos habíamos impregnado de una cultura antirrepresiva y un tanto libertaria (¡Habíamos leído a Foucault!).

En el feminismo más identitario cobra fuerza un nuevo enfoque que afirmaba que la sexualidad masculina era, ya fuera por naturaleza o por impronta cultural, agresiva y depredadora

A mediados de los ochenta se producen cambios. En el feminismo más identitario cobra fuerza un nuevo enfoque, potenciado por la influencia del llamado feminismo cultural (o radical) estadounidense, que centraba en la sexualidad la diferencia entre los géneros y afirmaba que la sexualidad masculina era, ya fuera por naturaleza o por impronta cultural, agresiva y depredadora. Según esto, las relaciones heterosexuales serían en general violentas y denigrantes para las mujeres, la violación sería una práctica propia de esta sexualidad masculina agresiva y la pornografía, un aprendizaje para la violación.

Este debate se mantuvo en las Jornadas Feministas de Santiago (1988) y rompió para bastante tiempo la convivencia de ambos sectores del feminismo. Había bastantes feministas que, aunque probablemente sin seguir todas las posiciones ideológicas del feminismo cultural, compartían la idea de la sexualidad como núcleo de la identidad femenina, las prevenciones más o menos explícitas ante la heterosexualidad y la creencia en la agresividad per se de la sexualidad masculina. Por ello centraron los debates en la crítica a la pornografía y a cualquier manifestación explícita de la sexualidad de las mujeres o de su cuerpo, dedicaron gran parte de su actividad a la denuncia de las agresiones o acosos sexuales y se opusieron radicalmente la prostitución.

No se acepta que el recurso a la pornografía, tanto para hombres como para mujeres, es una forma ilícita de obtener placer

En las polémicas actuales, esta versión del feminismo se ha fortalecido y, en algunos casos, se ha hecho doctrinaria y dogmática. Establece una ética sexual pretendidamente feminista que proscribe cualquier desviación de lo establecido en ella y condena sin paliativos el ejercicio de la prostitución, la pornografía y toda práctica sexual que se salga de su ética. Acusa de antifeministas a quienes seguimos defendiendo que no hay sexualidad feminista o no feminista, sino relaciones o prácticas libremente consentidasNo parece aceptar que las mujeres puedan sentirse orgullosas o cómodas con mostrar su cuerpo y su sexualidad, porque consideran que se están exponiendo a los deseos eróticos o sexuales incontrolados de los hombres. Y no aceptan que el recurso a la pornografía, tanto para hombres como para mujeres, no es una forma ilícita de obtener placer (sobre todo si va acompañada de educación sexual en la igualdad), sino que responde a las fantasías sexuales y no al plano de la realidad.

Lo individual o lo social. Los hombres o el patriarcado

El movimiento feminista dirigió muchas de sus demandas a los primeros gobiernos democráticos, exigiendo cambios en el cuerpo legislativo y reclamando el reconocimiento de derechos. Era, en este sentido, un movimiento político que estaba impulsado por numerosas mujeres procedentes de la izquierda y de los movimientos antifranquistas y que, siguiendo el ejemplo de otros movimientos feministas europeos y estadounidenses, calificaba de patriarcal la estructura social imperante. Acabar con el patriarcado era el objetivo a largo plazo, objetivo que en algunos sectores feministas se vinculaba con la destrucción o superación del capitalismo. Al mismo tiempo, el feminismo se dirigía a toda la sociedad para lograr cambios en la conciencia y en el comportamiento social mediante la educación, la sensibilización y la difusión de sus justas demandas, de suerte que entre todos se pudiera alcanzar una sociedad más libre e igualitaria; era sobre todo un movimiento social con un objetivo ético y cultural. Asimismo, en los debates y escritos feministas se consideraba también la responsabilidad masculina, se denunciaban los privilegios de género y la complicidad con el mantenimiento de la discriminación de las mujeres, pero las acusaciones contra los hombres iban dirigidas a las denuncias de graves abusos perpetrados por individuos concretos para las que se pedía la acción de la justicia.

Un sector del movimiento que puso sordina a la denuncia del sistema social para desplazar las responsabilidades hacia los individuos

Con el paso del tiempo se fueron aprobando leyes y disposiciones que daban cumplimiento a buena parte de las reivindicaciones del movimiento y se fueron alcanzando niveles más altos de igualdad formal. Muchas participantes en el movimiento feminista se fueron integrando en las instituciones (institutos de la mujer, ministerios de igualdad…) y el PSOE, partido del gobierno durante mucho tiempo, impulsó numerosas organizaciones feministas de mujeres. Todo ello contribuyó a afianzar a un sector del movimiento que puso sordina a la denuncia del sistema social para desplazar las responsabilidades derivadas de una sociedad todavía marcadamente patriarcal hacia los individuos del género masculino, en tanto que posibles y quizá probables culpables de la desigualdad y, sobre todo, de la violencia contra el género femenino.

Esta tendencia del feminismo, al tiempo que culpabiliza al género masculino, convierte en víctima a todo el género femenino, de suerte que, si una mujer es maltratada, o violada, o discriminada, todas las mujeres lo somos. A los hombres se les pide solidaridad, pero no se concibe que sientan el mismo rechazo que una mujer al conocer un asesinato machistaY no se explica por qué una mujer puede sentir un crimen machista más que un crimen racista si la víctima es un hombre. ¿Acaso la solidaridad de género debe prevalecer sobre la solidaridad humana?

El movimiento feminista ha mantenido a los hombres alejados de su lucha. En casos extremos del feminismo más radical, porque los consideran sustentadores de la opresión y discriminación de las mujeres, confundiendo el plano estructural con el individual. En el mejor de los casos, reconociendo que existen hombres justos que comprenden las reivindicaciones del feminismo, se les confiere el papel de apoyo o de aliado circunstancial, probablemente pensando que su participación más activa puede devaluar, difuminar el perfil feminista, es decir, la identidad de género que lo sustenta. En el fondo también subyace la idea de que solo se puede luchar con decisión contra una injusticia cuando esta se sufre directamente. Se da por cierto que el conocimiento procede solo de la experiencia y no de la información, de la razón, de la reflexión. No se tiene en cuenta que las mujeres hemos participado en luchas contra injusticias o desigualdades que no nos afectan directamente.

El victimismo hace que se reclame cada vez más protección al Estado, a través del ordenamiento legislativo y jurídico

El victimismo hace que se reclame cada vez más protección al Estado, a través del ordenamiento legislativo y jurídico, un proteccionismo que en casos individuales extremos puede ser necesario, pero que, generalizándolo, no contribuye a potenciar la autonomía personal de las mujeres, sino que las infantiliza y pone en cuestión su capacidad de decisiónLa misma tendencia del feminismo al proteccionismo se manifiesta con el recurso a acudir a la denuncia o a exigir la prohibición o censura de determinados actos. Este feminismo, que ha adoptado una determinada ética en materia de sexualidad o de comportamiento en la relación entre los géneros, exige y con frecuencia consigue que el Estado haga suya su ética, coartando la libre decisión, acertada o no de las personas, como ocurre en el caso de las trabajadoras sexuales.

La apelación a los tribunales y a las censuras y prohibiciones se ha convertido en un recurso demasiado utilizado en los debates y enfrentamientos sociales. Se pretende solucionar mediante vías autoritarias cuestiones que deberían tratarse desde el debate social, la educación y la capacidad de convivir con las discrepancias y con lo que no nos agrada o nos molesta. Frente a las prohibiciones y censuras debería predominar la libertad de expresión, que nos permite, además, ejercer con firmeza el derecho a la crítica ante las discriminaciones o manifestaciones de machismo o ante cualquier ataque a la dignidad e igualdad de las personas.

La intervención del Estado es, con todo, controvertida, sobre todo cuando se contradice con el ejercicio de la libertad individual o cuando determina la ética y la moralidad. El lema feminista de «lo personal es político» se presta a ambigüedades. Se trata, en realidad, de una cuestión que ni la izquierda ni el feminismo han sabido resolver: la contradicción entre el bien colectivo y la libertad individual.

Diversidad del movimiento feminista

El feminismo es hoy un amplio movimiento social. En su seno hay organizaciones de mujeres, intelectuales expertas en teoría feminista, activistas que acuden a los llamamientos de las organizaciones y gentes de diversos ámbitos que se siente solidarias con las reivindicaciones del movimiento o con la idea general de igualdad entre los sexos. Es, pues, un movimiento muy diverso y con objetivos no siempre coincidentes.

Las organizaciones feministas han mantenido la unidad de acción cuando los objetivos eran coincidentes: derechos civiles, modificaciones de los códigos civiles y penales del franquismo, derecho a la contracepción y al aborto; es decir, hasta finales de los años ochenta. Pero las diferencias fueron y siguen siendo notorias y tienen que ver, como hemos visto, con concepciones ideológicas muy arraigadas. Si estas diferencias han pasado casi desapercibidas hasta tiempos recientes, se ha debido a la capacidad de manifestarse y hacerse oír ante la opinión pública de una determinada versión del feminismo –lo que se ha dado en llamar feminismo hegemónico–, mientras que las voces disidentes, las organizaciones que han mantenido y mantienen otras posiciones hemos carecido de los medios materiales y el apoyo institucional para hacernos oír con la misma fuerza.

Contra viento y marea, hemos defendido desde el feminismo nuestras ideas y las hemos enriquecido con la experiencia, la reflexión y el debate; porque los debates no rompen una utópica unidad que nunca existió, fuera de determinadas coyunturas. Los debates son útiles, ayudan a avanzar, pueden modificar o afinar las respectivas posiciones y sobre todo, sirven para que el amplio movimiento al que nos dirigimos se informe, reflexione, conozca las bases de las disensiones y las distintas concepciones sobre los géneros, la identidad, la libertad y el cambio social.

A veces, las diferencias no generan una brecha insalvable, sino que, mediante un debate respetuoso y sosegado, se pueden alcanzar coincidencias y acuerdos, y se puede mantener la unidad de acción para avanzar en algunos derechos y para defender los obtenidos, que pueden correr peligro de retroceso, como ha ocurrido con el derecho al aborto, por ejemplo. Otras veces, en cambio, la brecha es más profunda.

Miremos al futuro, pues. Las polémicas son, como he tratado de exponer, muchas e importantes. Pero hay algo que permanece en el feminismo: el deseo de lograr la igualdad y la autonomía de las mujeres; el empeño por desterrar abusos y discriminaciones. Las diferencias van a permanecer, pero los debates pueden enriquecer las ideas y las acciones, siempre que se mantengan en un clima de respeto, de colaboración y de deseo de entendimiento. La mitad del cielo sigue siendo un objetivo. En ello estamos.


Este artículo es un capítulo del libro Alianzas Rebeldes publicado por la Editorial Bellatera.

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