Entre el capital y el trabajo: El papel contradictorio de la clase media profesional en los movimientos emancipatorios

por | Oct 4, 2024 | Análisis

Los autores identificaron en la Nueva Izquierda estadounidense a un grupo social, la Clase Profesional Directiva, que estaría compuesto por profesionales como profesores, abogados, asistentes sociales o periodistas. Pese a que podían estar comprometidos en las luchas sociales, sus funciones contribuían al control de la clase trabajadora. ¿Qué podemos aprender de este análisis para pensar la composición de clase de los movimientos sociales hoy?

Introducción al libro Ni arriba ni abajo. Auge y caída de la clase profesional (Verso, 2023) coescrito junto a Barbara Ehrenreich donde se desarrolla la propuesta conceptual de la «Clase Profesional Directiva».1 Si te parece interesante nuestro trabajo, y puedes permitírtelo, considera la posibilidad de suscribirte a Zona de Estrategia.

A mediados de los años setenta, se hacía evidente que los movimientos de la izquierda estadounidense de la década anterior habían sido derrotados o se estaban desvaneciendo por sí solos. Barbara Ehrenreich y yo habíamos militado como activistas en las organizaciones de izquierda y trabajado como escritores durante más de quince años. Fuimos veteranos en el movimiento contra la guerra de Vietnam en la ciudad de Nueva York de los años sesenta, militamos en la emergente Nueva Izquierda y en la «izquierda sanitaria», los movimientos multirraciales por la reforma del sistema sanitario estadounidense y por el control comunitario y de los trabajadores de las instituciones sanitarias. A principios de los años setenta, Barbara surgió como una figura destacada de la tendencia «socialista-feminista» del Movimiento de Liberación de la Mujer, mientras yo daba clases en una universidad «experimental», siempre en conflicto, cuya misión explícita era ampliar las oportunidades educativas de los estudiantes pobres y de la clase trabajadora.

Fue en este contexto, y no en un entorno académico tradicional, donde desarrollamos nuestro análisis de lo que llegamos a llamar la «Clase Profesional Directiva» («CPD»).

La clase obrera tradicional había desempeñado un escaso papel en los movimientos progresistas de los años sesenta y principios de los setenta

Varias observaciones nos parecieron ineludibles en aquel entonces: en Estados Unidos, la clase obrera tradicional, a la que varias generaciones de izquierdistas habían visto cómo el agente de los movimientos progresistas de reforma social y de la revolución socialista, había desempeñado un escaso papel en los movimientos progresistas de los años sesenta y principios de los setenta. En cambio, la izquierda estadounidense de los años sesenta y setenta estaba dominada por personas que se consideraban a sí mismas de «clase media». De hecho, había una profunda fisura entre la clase trabajadora tradicional y los nuevos movimientos de izquierda. La izquierda no solo había perdido mucho apoyo de la clase obrera, sino que, en todo caso, gran parte de la clase obrera se había mostrado hostil a la Nueva Izquierda, a los movimientos radicales en favor de los derechos civiles de los negros y los latinos de la época posterior, al Movimiento de Liberación de la Mujer, al Movimiento de Liberación Gay y al emergente movimiento ecologista.

Al otro lado de la división de clases, vimos repetidamente que muchos participantes en los movimientos de izquierda expresaban su desprecio hacia la clase obrera tradicional. Las tensiones dentro de la izquierda también parecían reflejar a menudo cuestiones interclasistas. Por ejemplo, las feministas negras acusaron a las feministas blancas de ser ajenas a la experiencia de las mujeres negras. Subyacente a las diferentes perspectivas de las feministas blancas y negras estaba el hecho de que la conceptualización de las feministas blancas de las «mujeres» solía estar dominada por una imagen de las mujeres de la CPD, que eran desproporcionadamente blancas, mientras que las feministas negras se centraban más en las necesidades de las mujeres que eran negras y, por tanto, tenían más probabilidades de ser pobres y de clase trabajadora.

A partir de estas preocupaciones, Bárbara y yo empezamos a escribir sobre la clase profesional-directiva. Definimos la CPD como un estrato social formado por trabajadores asalariados que no son propietarios de los medios de producción y cuya función principal en la división social del trabajo puede describirse a grandes rasgos como la reproducción de la cultura capitalista y de las relaciones de clase capitalistas. Algunos segmentos de la CPD (por ejemplo, los profesores, los profesionales de la salud, los trabajadores sociales y los abogados) desempeñan un papel más o menos explícito en los procesos de reproducción y control social. Otros (por ejemplo, periodistas, artistas, redactores de publicidad y guionistas y actores de televisión) producen y difunden la ideología hegemónica de la sociedad capitalista. Las funciones de otros técnicos (como los ingenieros, que organizan el proceso de producción, y los directivos de nivel inferior y medio, que gestionan directamente el proceso productivo) estaban integradas en el propio proceso de producción.

La CPD se distinguía con bastante facilidad de otros grupos de trabajadores no directivos por su relación estructural con el capitalismo. Así, la CPD era casi coextensiva a los que tenían estudios universitarios, y sus distintos segmentos compartían una cultura y una existencia social. A diferencia de otros escritores de la época, argumentamos que tanto su función como sus características socioculturales la distinguían fácilmente de otros grupos de «cuello blanco» no directivos, como los oficinistas y administrativos y los vendedores al por menor. Asimismo, rechazamos los argumentos de otros autores de que la CPD era simplemente una «nueva clase media», afín a la antigua clase pequeñoburguesa, o una «nueva clase obrera», parte de una formación social más amplia que incluía a los trabajadores de cuello blanco de nivel inferior y a la clase obrera tradicional.

Esta formulación parecía explicar la dinámica de clase que había conformado y limitado a la izquierda de la posguerra. La CPD, tal como la concebimos, tenía una relación contradictoria tanto con la clase obrera como con la clase capitalista. Como Pat Walker tituló su colección de ensayos de 1979 sobre la CPD, esta se situaba «entre el trabajo y el capital».

La Clase Profesional trazaba alianzas con la clase obrera y, a la vez, mantenía una relación conflictiva con ella

En primer lugar, la CPD trazaba alianzas con la clase obrera y, a la vez, mantenía una relación conflictiva con ella. Por un lado, la CPD proporcionaba servicios reales y vitalmente necesarios a la clase trabajadora (por ejemplo, asistencia sanitaria o educación). Además, el radicalismo y el humanismo que emanaba de la ética de servicio de la CPD creaba alianzas con sus clientes. Y la dedicación a la racionalidad y la pericia que exigían sus funciones profesionales la llevaron a menudo a entrar en conflictos con la clase capitalista en nombre de la clase trabajadora. Por ejemplo, la ampliación del acceso a la sanidad y a la educación interesaba tanto a la CPD como a la clase trabajadora. Pero al mismo tiempo, la CPD tenía una relación conflictiva con la clase obrera. La controlaba en nombre del capitalismo, y trataba de mantener la hegemonía cultural y tecnológica capitalista sobre la clase obrera.

Los contactos en la vida real entre la CPD y la clase obrera expresaban, aunque a veces de forma implícita y con buena voluntad, estas contradicciones y conflictos. La CPD tenía una larga historia tanto a la hora de servir a las necesidades de la clase obrera como de socavar la cultura y las habilidades de la clase obrera. La humillación, el acoso, la falta de respeto y la frustración a manos de la CPD –a veces intencionada, siempre implícita– formaban parte de la experiencia diaria de la clase trabajadora. La dimensión subjetiva de estos contactos era una compleja mezcla de hostilidad y resentimiento, de deferencia y gratitud por parte de la clase trabajadora, y de desprecio, paternalismo y falsa empatía por parte de la CPD.

La relación CPD-clase capitalista estaba igualmente llena de contradicciones. La CPD no estaba formada simplemente por devotos servidores de la clase capitalista que se deleitaban en su propio privilegio y en su dominación de la clase obrera. Aunque la CPD desempeñaba un papel central en la gestión y el control de la clase obrera en nombre del capitalismo, al igual que la clase obrera estaba empleada por instituciones capitalistas (incluidas las empresas con ánimo de lucro, las organizaciones sin ánimo de lucro y el Estado). De manera similar a la clase obrera, la CPD estaba constantemente inmersa en luchas con sus empleadores sobre los salarios y los horarios, la autonomía en el lugar de trabajo y el contenido de su trabajo. Esta relación conflictiva con el capital, así como los frecuentes disputas entre las funciones profesionales de la CPD de servicio a los clientes de la clase trabajadora y las prioridades capitalistas, abrieron la CPD a ideas radicales, incluso anticapitalistas.

De esta mezcla contradictoria de alianzas y conflictos surge la posibilidad tanto de un «socialismo antiobrero» basado en la CPD como, en reacción a él, de un «antisocialismo con conciencia de clase» basado en la clase obrera.

Hoy, como entonces, los activistas de la Clase Profesional dominan la izquierda estadounidense, pero la izquierda estadounidense contemporánea suele centrarse en la política de identidad a expensas de la política de clase

He descrito los orígenes del análisis de la CPD como el intento de Bárbara Ehrenreich y mío de comprender el aislamiento y el fracaso final del movimiento de los años sesenta y principios de los setenta. Hoy, como entonces, los activistas de la CPD dominan la izquierda estadounidense, pero la izquierda estadounidense contemporánea suele centrarse en la política de identidad a expensas de la política de clase. Las disparidades raciales y de género en los salarios, en el encarcelamiento, en la victimización por parte de la policía, en la atención sanitaria, en la educación, parecen más urgentes que las disparidades de clase y las relaciones de poder basadas en la clase en el capitalismo. No es de extrañar que esto haya interferido en la construcción de un movimiento interclasista.

Por el contrario, a pesar de no haber abordado las tensiones reales o potenciales entre la clase trabajadora y la CPD, y a pesar de la frecuente ceguera de los activistas blancos y/o masculinos ante la dinámica de poder racial y de género, los movimientos radicales de los años sesenta y setenta tenían una ideología fuertemente universalista. El apoyo (retórico, al menos) a los movimientos negros y latinos era una característica de la Nueva Izquierda blanca. Las mujeres de la Nueva Izquierda y de los movimientos negros encabezaron la aparición de un movimiento feminista radical. Aunque las activistas negras y latinas radicales y las feministas radicales de la segunda ola se negaron a entender la opresión de raza y de género como mera opresión de clase, comprendieron que el capitalismo estaba estaba en la base delos males que sus movimientos abordaban.

Adolph Reed, Nancy Fraser y otros han sugerido que el énfasis identitario de gran parte de la izquierda estadounidense actual refleja su composición de clase. A raíz de la legislación sobre derechos civiles de los años sesenta y de los movimientos de negros y latinos y de mujeres de los años sesenta y principios de los setenta, un número creciente de personas de color y de mujeres pasaron a ocupar puestos profesionales y de dirección. Comprendieron, correctamente, que su ascenso colectivo había sido posible gracias a los anteriores movimientos de mujeres y de negros y latinos, pero solo en contadas ocasiones reconocieron el contexto radical y a menudo anticapitalista en el que esos movimientos habían surgido y florecido inicialmente.

Sin embargo, las mujeres de la Clase Profesional Directiva y la gente de color estaban sometidas a las contradictorias presiones de clase que sus predecesoras históricas de la CPD. Al igual que la CPD de décadas anteriores, algunas se orientaron hacia una comprensión más radical de la sociedad estadounidense, mientras que otras se orientaron hacia un mayor apego a sus empleadores corporativos. Ambos grupos compartían la tradicional ambivalencia de la clase profesional hacia la clase trabajadora. Los que se pasaron a la izquierda aportaron a esta una sensibilidad muy necesaria hacia la raza, la etnia y el género. Pero, aunque eran muy conscientes del trato desigual que recibía su propio grupo de identidad, a menudo mostraban menos interés por los problemas de la clase trabajadora en sí. Incluso cuando surgió la idea de «interseccionalidad» en la década de 1990, definiendo la identidad por alguna combinación de clase, raza, etnia, género y orientación sexual, en el uso práctico se descuidaron casi invariablemente las propuestas trans y transraciales de clase.

Los conflictos manifiestos, reales o potenciales, entre la CPD y la clase trabajadora también han dado lugar a un ataque a la CPD por parte de los segmentos de la izquierda estadounidense contemporánea que son críticos con la política de identidad. En palabras del historiador Gabriel Winant, la «CPD» fue «convertida en un epíteto y lanzada como un misil». El furioso ataque a la CPD ignoró todas las contradicciones y matices de nuestro anterior análisis de la CPD. Entre otras cosas, no se dio cuenta de que, en ausencia de una izquierda basada en la clase trabajadora, la clase profesional-directiva merecía gran parte del crédito por mantener viva la tradición de la izquierda en la América posterior a la Segunda Guerra Mundial.

El análisis de la CPD es útil para comprender algunos aspectos importantes de la cultura estadounidense dominante, así como la trayectoria de la izquierda. Bárbara Ehrenreich, en Fear of Falling (1989), amplió nuestra anterior observación de que las posturas de la CPD no se transmiten de padres a hijos, sino que solo pueden adquirirse a través de una amplia escolarización. Esto conduce a la intensa ansiedad entre los padres de clase profesional-directiva sobre la crianza de los hijos y la escolarización que impregna la cultura estadounidense. En La imaginación altruista (1985), sostuve que la «profesionalización», que los sociólogos suelen entender como un medio primordial de toda la sociedad para garantizar la competencia y la ética profesionales, es en realidad una estrategia ocupacional de quienes ejercen las ocupaciones de la CPD, destinada a legitimar y estabilizar sus funciones profesionales con respecto a los capitalistas y los trabajadores. En The Making of a Pandemic (2022) argumenté que los fracasos del sistema de salud pública estadounidense para responder eficazmente al COVID-19 tenían sus raíces precisamente en este proceso de profesionalización de las funciones de salud pública. La consecución de una identidad profesional (es decir, de la CPD), argumenté, requería que los expertos emergentes en este sector se desvincularan de su alianza histórica con los movimientos de reforma social favorables a la clase trabajadora. Catherine Liu, en su obra contra los acaparadores de virtudes de la CPD (Virtue Hoarders, 2021), argumentó que los sentimientos antagónicos de la CPD hacia la clase trabajadora la llevaron a una señalización vacía de virtudes y a una política de identidad performativa (evidente en la corriente principal del Partido Demócrata y en la izquierda) que ignora las cuestiones distributivas y otras necesidades concretas de la clase trabajadora y que se caracteriza por la falta de respeto hacia esta.

Muchas de las personas «sin estudios universitarios» que se afilian al Partido Republicano pueden describirse con más precisión como «pequeño burgueses» que como clase trabajadora

La división entre la CPD y la clase trabajadora también puede ayudar a entender la corriente principal de la política estadounidense contemporánea. Muchos observadores han señalado que, durante varias décadas, los votantes de «clase media» con estudios universitarios han encontrado cada vez más un hogar en el Partido Demócrata, mientras que los blancos sin estudios universitarios –a menudo descritos como la «clase trabajadora blanca»– se han inclinado hacia los republicanos. La certeza con la que se propone esta conclusión se ve socavada por la falta de claridad sobre lo que es la clase. La educación por sí sola es un mal indicador de la clase. Al menos un tercio de la población sin estudios universitarios está formada por pequeños empresarios, capataces y supervisores, y agricultores –es decir, personas que no son de clase trabajadora– que desde hace tiempo tienden a votar a los republicanos. Los trabajadores cualificados del sector de la construcción –de clase trabajadora y normalmente sin estudios universitarios– también han tendido durante mucho tiempo a ser conservadores en Estados Unidos. Mientras tanto, un número cada vez mayor de personas con trabajos de clase trabajadora tienen al menos algo de educación universitaria. Muchas de las personas «sin estudios universitarios» que se afilian al Partido Republicano pueden describirse con más precisión como «pequeño burgueses» que como clase trabajadora, y al menos algunas de las personas «con estudios universitarios» que apoyan a los demócratas pueden describirse con más precisión como «clase trabajadora».

La búsqueda original de Barbara y mía para comprender a la CPD como clase nos llevó a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la CPD estaba empezando a cuajar como formación social. En los primeros días de su existencia era fácil encontrar pruebas de una ideología común compartida por directivos de nivel medio, ingenieros y profesionales de los negocios y los servicios humanos. Sin embargo, incluso en la época en que escribimos, a mediados de los años setenta, las experiencias e ideologías de estos diversos grupos profesionales habían divergido. Los profesionales en trabajos relacionados con los servicios humanos tendían hacia la izquierda y al menos un grado de oposición a las exigencias del capital; los otros grupos tendían hacia el centro y la derecha y hacia una alianza con el capital.

Aun así, había y sigue habiendo pruebas sustanciales de que los distintos componentes de la CPD formaban una única clase social: Los hijos de la CPD seguían siendo abrumadoramente propensos a casarse con otros hijos de la CPD en lugar de casarse «hacia arriba» con la clase capitalista o «hacia abajo» con la clase obrera. La clase también mostró un grado sustancial de estabilidad intergeneracional: los hijos de la CPD tienen muchas más probabilidades que los hijos de la clase obrera de acabar ellos mismos en ocupaciones de la CPD. Y todos los grupos ocupacionales que describimos como integrantes de la CPD solían compartir un estilo de vida similar.

Sin embargo, desde mediados de la década de 1970, la tendencia a la fragmentación de la CPD ha aumentado. En 2011, cuando surgió Occupy Wall Street, Bárbara Ehrenreich y yo aprovechamos la oportunidad para replantearnos algunas de nuestras posiciones anteriores. Las partes superiores de la CPD, incluidos los profesionales de los negocios, los directivos de nivel inferior y medio, y muchos en el mundo de la ingeniería y la tecnología de la información, habían llegado a identificar su propio avance personal con el avance de la propia empresa. Cualquier tendencia que pudieran haber tenido hacia una crítica radical quedó silenciada. Sin embargo, grupos como los programadores e informáticos, los periodistas, los profesionales de los servicios humanos y los académicos se enfrentaban a una presión salarial a la baja, a amenazas cada vez mayores a la autonomía y la seguridad laboral, y a la rápida sustitución del empleo permanente por el trabajo ocasional y la gig economy –economía de pequeños encargos–.

Algunos de estos últimos segmentos de la CPD contemporánea se vieron empujados más hacia un libertarismo altamente individualista (de izquierdas o de derechas), hacia un consumismo individualista, una obsesión por el progreso personal y un abrazo a los mercados y a la tecnocracia posindustrial, en detrimento de una ideología de izquierdas. Otros se convirtieron en pilares del ala «moderada» del Partido Demócrata. Pero otras partes de la CPD formaron la columna vertebral de Occupy Wall Street, Black Lives Matter, el movimiento #MeToo, los Socialistas Democráticos de América, las campañas presidenciales de Bernie Sanders, las campañas de organización sindical insurgentes, los movimientos ecologistas y activistas climáticos radicales y otras agrupaciones dentro de la izquierda reemergente.

Por supuesto, es demasiado pronto para saber cuál será el efecto a largo plazo de la escisión de la CPD y demasiado pronto para saber cuál será el atractivo a largo plazo de la izquierda para los segmentos de la CPD. Del mismo modo, las implicaciones a largo plazo de los nuevos movimientos de la clase obrera estadounidense (por ejemplo, un movimiento sindical resurgente; el movimiento para aumentar el salario mínimo) siguen sin estar claras.

Sin embargo, hay una lección que aprender de la historia de la izquierda estadounidense de la posguerra. El izquierdismo de los segmentos de la clase profesional-directiva es tan legítimo y auténtico como el de la clase obrera tradicional. La CPD ha sido la base de gran parte de la izquierda estadounidense de la posguerra, y ha sido la izquierda basada en la CPD la que ha forzado el reconocimiento de lo profundamente incorporada que está la opresión racial y de género al capitalismo moderno, una comprensión de la que carecía en gran medida la antigua izquierda.

Es difícil imaginar un movimiento futuro de izquierda capaz de disputar el poder que no reúna a los segmentos radicales de la Clase Profesional y de la clase obrera

Es difícil imaginar un movimiento futuro de izquierda capaz de disputar el poder que no reúna a los segmentos radicales de la CPD y de la clase obrera. Pero la idea central del análisis de la CPD es que ambas clases están potencialmente unidas en oposición al capitalismo y potencialmente divididas por el papel que desempeña la CPD dentro del capitalismo. La falta de una autoconciencia explícita por parte de la izquierda de la CPD de los sentimientos de falta de respeto y antagonismo que la CPD engendra entre muchos en la clase obrera seguirá amenazando el desarrollo de una izquierda más amplia.

Nota del autor: Barbara Ehrenreich y yo hemos colaborado en los artículos sobre la clase profesional-directiva incluidos en este libro. Además de nuestro trabajo juntos, estuvimos casados durante quince años y fuimos amigos íntimos durante más de medio siglo. Habría sido apropiado que ella compartiera la redacción de esta Introducción, pero, lamentablemente, Barbara falleció a principios de septiembre de 2022. Espero que esta Introducción pueda servir como homenaje y que esté a su altura.

  1. Esta Introducción es una versión ampliada y revisada de un ensayo que se escribió para Buhle, P., Buhle, M. J., Georgakas, D. (1998), The Encyclopedia of the American Left, Oxford University Press, Oxford. ↩︎

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