¿Quién teme al joven marroquí? Hernani y la construcción del enemigo en la Euskadi blanca

por | Jun 30, 2025 | Análisis, Antirracismo y fronteras

Estos disturbios no son simples estallidos de garrulos enfervorecidos por su borrachera violenta, el fenómeno racista posee líneas propias en el entramado político-institucional. En Euskadi, además, existe un terreno fértil para el surgimiento de una fuerza movilizada de extrema derecha. Lo particular es que parte de esta dinámica puede surgir del campo nacionalista vasco.

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Noche del 23 de junio de 2025. Fiestas de San Juan en Hernani. Lo que iba a ser una festividad ancestral -un bullicioso akelarre popular en el centro de la localidad donde las hogueras marcan el inicio del verano- terminó convertido en el mayor estallido, por ahora, de violencia racista en Euskal Herria.

Existen diversos relatos sobre su comienzo. Para unos, comenzó con el intento evitar que un joven marroquí accediera al recinto festivo para sustraer un teléfono, para otros, simplemente fue una pelea entre dos jóvenes en un bar –uno nativo y otro marroquí, con dientes rotos de por medio. Pero su causa no es tan importante, lo esencial es que acabaría siendo la mecha de una deflagración mayor. Está vez, la cosa no quedó en una simple “bronca” entre borrachos, de esas que, fin de semana sí, fin de semana también, suceden habitualmente en todo txosnagune (el típico recinto festivo de Euskal Herria) durante las fiestas patronales. En esta pequeña localidad guipuzcoana situada en el hinterland donostiarra, durante el resto de la noche grupos de jóvenes nativos acabarían en una turba descontrolada que perseguirían al joven marroquí implicado en la pelea.

Acorralado y en peligro, el joven buscó refugio en el ayuntamiento, donde la policía municipal de esta localidad guipuzcoana logró protegerlo a duras penas del linchamiento por parte de una multitud enfurecida. La llegada de los beltzas (Ertzaintza), que intervinieron con pelotas de goma, porras y cargas para dispersar a la multitud en medio del ambiente festivo del txosnagune finalizó, con al menos un herido y un detenido. Sin embargo, la tensión no se disipó. Durante el resto de la noche, grupos de jóvenes autóctonos, iniciaron un simulacro de pogromo beodo y violento contra todo magrebí con el que se cruzaron. Al menos otros dos jóvenes, completamente ajenos al altercado inicial, serían agredidos. Un joven tuvo que ser ingresado en el hospital después de recibir una brutal paliza y de ser arrojado y abandonado en una zona de huertas.

Lo de Hernani, sin embargo, no ha sido un caso aislado, sino otro caso más de otros similares. Hordago, el nodo local de El Salto en Euskal Herria, lleva tiempo cubriendo sucesos parecidos: desde la criminalización de los centros de menores de Marcilla y Sopuerta, la organización de patrullas ciudadanas para perseguir a personas migrantes en Trintxerpe y Muskiz, las manifestaciones que se organizaron contra las cenas solidarias organizadas por el colectivo KAS, destinadas a migrantes —y que provocaron hasta una suspensión temporal— y contra las redes de Harrera que atienden a personas en situación de calle.

Frente a situaciones de desestabilización el Estado moderno recurre a la criminalización de segmentos específicos del cuerpo social, normalizando así la excepcionalidad

Mientras tanto, el malestar social crece. Sin embargo, todo parece apuntar en una dirección muy concreta: discursos y prácticas racistas que señalan a los cuerpos migrantes como responsables de las turbulencias -aún incipientes- derivadas de la crisis en curso. Al fin y al cabo, nos encontramos ante un clásico del capitalismo en crisis: frente a situaciones de desestabilización el Estado moderno recurre al disciplinamiento y la criminalización de segmentos específicos del cuerpo social, normalizando así la excepcionalidad. Esto ya pudimos observarlo durante la gestión de la COVID-19 -y constituye, además, un hilo continuo en las políticas antiterroristas-. De manera que se trasladando al centro de la metrópoli y sus poblaciones aquello que siempre ha regido en los territorios coloniales. El objetivo, en última instancia, es establecer un marco jurídico que permita la suspensión selectiva de garantías y derechos fundamentales -propios de los sistemas liberales y democráticos-, diferenciando entre cuerpos dignos de protección y cuerpos desechables. De esta manera, se administra la crisis y se trazan sus líneas de fractura.

Mientras el Estado gestiona el control migratorio —dibujando las fronteras de la Europa fortaleza en rutas de tránsito y generando fronteras internas que atan la ciudadanía al trabajo precario—, emergen inevitablemente explosiones de violencia. La prensa local y programas matinales de televisión pública señalan diariamente a los «causantes» del aumento de la inseguridad, creando un caldo de cultivo para legitimar la violencia contra el otro. Con noticias que repiten como mantra que «las leyes atan las manos a la policía mientras protegen a delincuentes», era cuestión de tiempo que aparecieran grupos decididos a tomarse la justicia por su mano.

Las expresiones del racismo vasco antes señaladas poseen texturas específicas que deben ser desentrañadas con la mayor precisión si queremos intervenir eficazmente

Conviene examinar con atención los elementos que emergen en la coyuntura política actual. No basta con denunciar el racismo estructural: es preciso diseccionar sus formas particulares, aquí y ahora, retomando lo que los operaístas italianos de los 70 llamaban el método de la tendencia —la capacidad para detectar las lineas de conflicto que atraviesan nuestra sociedad—. Este análisis se vuelve urgente, porque las expresiones del racismo vasco antes señaladas poseen texturas específicas que deben ser desentrañadas con la mayor precisión si queremos intervenir eficazmente sobre la forma en la que opera lo que Du Bois denominó la línea de color.

Los datos desmienten categóricamente el relato de una juventud migrante «islamizadora» lista para conquistar Europa. Frente a los discursos que se han esgrimido del asalto a la frontera de la fortaleza-Europa, lo cierto es que Euskadi continúa manteniéndose como uno de los últimos cantones más demográficamente blancos de Europa. La Comunidad Autónoma Vasca registra solo un 14 % de población migrante —frente al 19 % estatal—, cifra que palidece al compararla con ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia (todas por encima del 20%), mientras Bilbao ni siquiera alcanza el 15 %. A esto se suma que el 75 % de las llegadas recientes provienen de Latinoamérica,1 colectivo que sostiene el sector servicios con mano de obra muy precaria, es decir, que abarata la prestación de estos servicios, subsidiando así el consumo de la población autóctona.

La población magrebí recién llegada queda atrapada en un limbo: entre la economía sumergida y el infierno de los alquileres por habitaciones

En Álava y Navarra —donde la población migrante alcanza mayor peso demográfico— se observa también una mayor presencia magrebí.2 Aunque carecemos de datos oficiales concluyentes, este hecho sugiere una hipótesis crítica: serían estos colectivos quienes sostienen el sector agrícola donde se registran las condiciones de sobreexplotación laboral más extremas. En el ámbito urbano, sin embargo, la población magrebí recién llegada queda atrapada en un limbo: entre la economía sumergida -muchas veces en sectores como el de la construcción pero también en formas de autoempleo de lo más diversas- y el infierno de los alquileres por habitaciones, y con fuertes barreras administrativas como es el caso del padrón, puerta de acceso a derechos básicos de ciudadanía.

Al fin y al cabo, las formas que adopta el racismo antimusulmán en Europa, y Euskadi no constituye una excepción, contiene elementos que por un lado tienen que ver con la producción del régimen de frontera (laa producción de una mano de obra barata) y el Gobierno de la excedencia, donde la línea de color genera la oposición entre el “buen” migrante, trabajador y el “mal” migrante, sobre el que cae toda la fuerza del régimen securitario. A fin de cuentas, las formas de construcción del enemigo público en todo el entramado jurídico, comunicativo y judicial tiende a facilitar formas de exclusión y criminalización de gente que, ¡oh casualidad! son jóvenes morenos.3

Se enfrenta imaginariamente la libertad occidental con la mirada patriarcal y controladora del «moro», actualizando así viejos esquemas coloniales de superioridad moral

Conviene señalar que, al igual que en el resto de Europa -donde este fenómeno lleva décadas instalado-,4 la figura del joven musulmán que migra a Europa -ya sea por Lampedusa, Canarias o la ruta de los balcanes– ha sido modelada por una operación política y discursiva que lo ha convertido en extraño permanente, un sujeto anómico e inasimilable, siempre sospechoso de ocultar una motivación criminal. En muchos casos, el relato civilizatorio —que traza una línea divisoria entre «nosotros» (los europeos) y «los otros» (los bárbaros)— se construye alrededor de la supuesta protección de «nuestras mujeres», bajo el mantra del “¿y qué pasa sí tocan a nuestras hermanas o madres?”.5 Esta narrativa enfrenta imaginariamente la libertad occidental con la mirada patriarcal y controladora del «moro», actualizando así viejos esquemas coloniales de superioridad moral pese a que al mismo tiempo reproduce una forma de comprender la familia completamente en línea con la conformación de la estructuras de género que reproducen la forma capitalista.

Al mismo tiempo, cabe preguntarse qué impactos sociales genera en la idea de sociedad amenazada el que, en una sociedad tan envejecida como la vasca -donde el ordoliberalismo del PNV6 ha mantenido el estado de bienestar-, la juventud nativa se haya convertido en un grupo a preservar como si del lince ibérico se tratase.7 Paralelamente, la presencia migrante en estratos jóvenes -quienes sostienen la base demográfica- supera ampliamente el 14 % general, evidenciando una transformación silenciosa pero imparable de la composición social.

De ahí, como ha adelantado Bifo, que nuestras sociedades, incapaces de desarrollar un fascismo de carácter jungeriano y conquistador, hayan optado por un orden conservador con elementos octogenarios aterrorizados por los cuerpos jóvenes de los migrantes. En resumidas cuentas, el miedo a los jóvenes oscuros que viven en situación de calle se convierte en el chivo expiatorio perfecto -con el increíble peso mediático que reciben- sobre el que descargar las sensaciones de inseguridad autopercibidas para una clase media que intuye, sin atreverse a admitirlo, que Europa —y también Euskadi— ha dejado de ser el centro del mundo, sin que todavía quede claro que las formas de consumo inducido del keynesianismo militar vayan a ser capaces de relanzar un nuevo ciclo de acumulación lo suficientemente amplio como para seguir reproduciendo un tipo de políticas públicas con una vocación tan universalista como la habían tenido hasta ahora.8

Figuras como Otegi admiten sin rubor que necesitamos migrantes, pero para que nos sirvan el café

La reciente destrucción de cien asentamientos y el desalojo de trescientas personas sin techo en Bilbao —siendo la «alternativa» ofrecida por el Ayuntamiento simplemente la cola del Servicio Municipal de Urgencias Sociales— no son hechos aislados. Forman parte de un patrón más amplio de hipocresía institucional. Por su parte, el consistorio pamplonica, portavoz del cambio, se lava las manos advirtiendo de un “efecto llamada” mientras 200 personas siguen pernoctando en las calles de la ciudad. Para colmo, figuras como Otegi admiten sin rubor que necesitamos migrantes, pero para que nos sirvan el café -algunos de nosotros ahora ya por fin completamente vascos y curados totalmente de nuestra condición maketa, a partir de la exclusión de los migrantes extraeuropeos que se han convertido en la nueva Otredad-. De este modo se apunta a que el fenómeno racista posee líneas propias en el entramado político-institucional y que en modo alguno se trata de simples estallidos de garrulos enfervorecidos por su borrachera violenta. De ahí la campaña de la guerra al navajero -que evoca el tono sheriff del Azkuna más desacatado- del PNV en las últimas elecciones o la reciente constitución del Foro de la Seguridad. Aviso a navegantes.

Esto no tiene que ver sólo con Euskadi. Se inscribe en una tendencia más amplia que en otros lugares ya está teniendo lugar desde hace tiempo. Aquí entran las formas en la que la policía juega a permitir o imposibilitar las economías ilegales a escala micro según sus necesidades de autolegitimación y de justificación de sus presupuestos pantagruélicos que nunca tienen límite. Esta es una parte de la ecuación que tiene que ver con el control del territorio bajo formas policiales que de momento todavía permanece bastante inexplorada en las formas de gobernanza.

Además, hay que considerar que la crisis del modelo industrial —base del llamado «oasis vasco»— favorece el crecimiento del turismo. Este sector requerirá mano de obra barata para mantenerse, lo que impulsará la llegada de poblaciones migrantes para ocupar los puestos de trabajo en el proletariado de servicios.

Toca forjar alianzas y comunidades de lucha capaces de desafiar las formas actuales del capitalismo racial

Se vienen olas. En Euskadi, existe un malestar creciente ante la cada vez menor capacidad que tiene la cortina de humo desplegada para regenerar sus mismas condiciones de reproducción. Lo que queda es un terreno fértil para el surgimiento de una potencia movilizadora de extrema derecha. Lo particular es que parte de esta dinámica puede surgir del campo nacionalista vasco. Las pintadas racistas en euskera y la idea de una comunidad sin estado que debe protegerse del «asedio globalizante» apunta hacia ahí. Para la construcción del proyecto nacional, más allá de sus mitos fundadores, se delimita una comunidad con fronteras claras donde hay quienes pertenecen y quienes no.

Toca activarse y comenzar a abordar en nuestras organizaciones políticas de base, de una manera integral, las líneas de cooperación con el proletariado migrante. Solo así podrán forjarse alianzas y comunidades de lucha capaces de desafiar las formas actuales del capitalismo racial, desde una apuesta antifascista y antiracista que —sorpresa— poco tiene que ver con las moralinas progres y las formas de Gobierno que tiene la izquierda sobre el capitalismo racial.

  1. Ikuspegi (2025), Población de origen extranjero en la CAE 2025, Panorámica 95, Ikuspegi. ↩︎
  2. Eustat (2024), Censo de población y viviendas: estructura de población, Eustat. ↩︎
  3. Nadia, A. (2019), Prólogo, Capitalismo racial, Arun Kundnani, Cambalache, Oviedo. ↩︎
  4. Los primeros disturbios raciales en el Estado español a caballo entre los siglos XX y XXI pueden ubicarse en Ca n’Anglada (Terrassa) o en El Ejido (2000). Sin embargo, en contextos donde la presencia de comunidades racializadas tiene una trayectoria más larga —como en el Reino Unido—, este tipo de revueltas se remontan a los años 80, con episodios como los disturbios de Brixton en 1981.En Francia, el antirracismo político y la consolidación del Mouvement de l’Immigration et des Banlieues (MIB) surgieron entre 1988 y 1989, pero alcanzaron un punto crítico con los estallidos por violencia policial que se repiten desde al menos 1997, año del asesinato de Abdelkader Bouziane a manos de la policia. ↩︎
  5. Para una mayor profundización de estos argumentos véase: Alabao, N. (2025) «Hombres jóvenes de piel oscura: seguridad, femonacionalismo y refuerzo securitario», El sentido común punitivo, Cuadernos de estrategia 3. ↩︎
  6. Oliveros, P. (2025), El ocaso del modelo vasco: cuando la industria ya no es suficiente, Zona de Estrategia, 28 de Abril de 2025 ↩︎
  7. Y aquí operan desde las políticas de subvención a los regímenes de alquiler de nativos hasta la aceptación institucionalizada (en una relación más o menos conflictiva, no exenta de tiranteces) de determinadas formas autogestivas como los gaztetxes en su dimensión de ocio alternativo, txosnagunes, etc. ↩︎
  8. Y de hecho, el endurecimiento en los términos de acceso a las ayudas y el padrón que han marcado las recientes reformas de la Renta de Garantía de Ingresos, o las recomendaciones del EUDEL a los ayuntamientos sobre el padrón social parecen apuntar a un nuevo marco de cierre nativista. A su vez, esto ha ocurrido al mismo tiempo que se han ampliado las condiciones de acceso a las viviendas de protección oficial para los jóvenes nativos. ↩︎

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